El precio de la hegemonía
17/05/2004
- Opinión
Mantener un poder hegemónico en una economía mundo de dimensión
planetaria es una tarea excepcional. Pretender mantener el control
del planeta desde una perspectiva unilateral, con una economía
endeudada y deficitaria, es una aventura peligrosa.
En los últimos años hemos asistido a la difusión de la idea de que
los Estados Unidos son hoy día una superpotencia cuyo poder es
incontrastable. Esto le aseguraría la capacidad de ejercer una
hegemonía global indiscutible. Los hechos indican sin embargo una
situación opuesta. Nunca la hegemonía del sistema mundial estuvo
tan amenazada a pesar de la dificultad de identificar la
existencia de un poder alternativo capaz de imponer orden y lógica
al conjunto.
¿Estaríamos asistiendo el final de las hegemonías sobre el sistema
mundial? ¿Estaríamos caminando en forma de sobresaltos hacia un
nuevo tipo de sistema mundial basado en relaciones más
horizontales? ¿Serían necesarias varias guerras como ocurrió en
el pasado para definir esta alternativa? ¿Habrá un período de
transición, en el cual se establecerá una hegemonía compartida,
hacia un nuevo orden que podríamos llamar una civilización
planetaria?
En realidad estas son las alternativas que he barajado en los
últimos veinte años en los cuales he rechazado varias modas
dominantes: decadencia americana en los años ochenta con la
perspectiva de una recentraje asiático; ultrahegemonía
estadounidense en los años noventa; hegemonía unilateral
estadounidense en los años 2000.
En realidad, creo que el escenario de seguridad mundial estará
cada vez más marcado por la retomada del hinterland, formado por
la interacción creciente entre Europa, los países de la antigua
Unión Soviética y sobretodo la China, sin despreciar el rol de la
India y del llamado Oriente Medio en una retomada del papel
central de la masa terrestre euroasiática que abrigó la ruta de la
seda durante milenios de historia universal.
El cambio hacia el poder marítimo como centro de la estrategia
mundial se inició en el siglo XV con las descubrimientos marítimos
y se consolidó en el siglo XIX con el barco a vapor y la
superioridad tecnológica europea a partir de la revolución
industrial. Sin embargo caminamos hoy día hacia el dominio del
espacio extraterrestre, de la aviación y de los transportes
terrestres que dependan lo menos posible del petróleo en
extinción. Esto puede asegurar también una posición importante
para continentes que fueron excluidos de los poderes hegemónicos
del siglo XIX hasta nuestros días como América del Sur y África.
Un nuevo factor que deberá influir significativamente en la
reordenación geopolítica del mundo es la biodiversidad, que se
concentra en los países tropicales y semi tropicales. La
importancia de esta biodiversidad se hará cada vez más crucial en
la medida en que se hagan necesarias las fuentes energéticas
basadas en materiales renovables o biomasas. En realidad no estoy
hablando de perspectivas seculares sino de décadas.
Debemos incluir en esta revisión geopolítica los fenómenos
demográficos, cuando la población mundial se concentra en los
países del sur, particularmente en Asia. Sin dejar de señalar que
América Latina y Asia serán también partes significativas de la
población mundial en los próximos 20 años.
En este cuadro planetario es difícil creer que los Estados Unidos
y la perspectiva de poder atlántico a través de la cual se
consolidó su hegemonía puedan sostenerla. Y no solamente por la
importancia del Océano Pacífico, como se insistía en los años
ochenta, sino también por la incorporación de la dimensión
euroasiática, como lo señalé.
Pero la limitación más grave para el proyecto hegemónico se
encuentra en el plano económico. Estados Unidos pasó, en los
últimos veinte años, de una economía superavitaria y acreedora
hacia el resto del mundo hacia una economía deficitaria y deudora.
Este cambio no es una cuestión coyuntural, es un resultado
necesario de la condición brutal de ejercer la hegemonía mundial.
Se trata de los costos impresionantes que representan las
investigaciones y el desarrollo de productos y procesos para
mantener una fuerza militar capaz de intimidar todo el mundo. Sin
contar los costos de mantener una moneda mundial sobrevaluada para
garantizar el dominio monetario y financiero sobre el planeta.
Después de la lucha del gobierno Clinton para bajar el déficit
fiscal (que se convirtió en superavit fiscal al final de su
gobierno) y su poco exitosa lucha para bajar el déficit comercial
con el resto del mundo, el gobierno Bush, al intentar imponer una
superioridad estratégica mundial unilateral, retomó en niveles
insanos el déficit fiscal y el déficit comercial de los Estados
Unidos.
Una economía en déficit colosal no puede mantener una moneda
fuerte. El dólar está en caída, que deberá continuar hasta el
final de la próxima década. Mientras tanto el euro se consolidará
como moneda de circulación regional y ya apunta hacia la condición
de moneda de reserva que lo elevará a la condición de moneda
mundial.
En Asia, a pesar de la importancia de los dólares asiáticos,
asistimos a una creciente integración continental en torno de los
mercados japonés y chino, con el despertar del mercado hindú,
entre otros.
El costo de la hegemonía es demasiado elevado para ser asumido por
un solo país o una sola economía. En los próximos veinte años la
economía mundial vivirá cambios colosales que pocos se han
atrevido a pensar. En este cuadro, el factor más estabilizador del
orden colonial existente son las políticas recesivas recomendadas
por el Fondo Monetario Internacional. Ellas retiran de la escena
económica internacional países tan importantes como Brasil ,
condenados a la recesión y a la regresión de sus exportaciones
hacia la vieja economía agro o mineral exportadora. ¿Por cuánto
tiempo sus pueblos aceptarán este destino?
* Theotonio Dos Santos. Profesor titular de la Universidad
Federal Fluminense y coordinador de la Cátedra y Red UNESCO-UNU
sobre Economía Global y Desarrollo Sostenible.
https://www.alainet.org/es/articulo/109938
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