Sublevación dominicana
04/02/2004
- Opinión
La huelga general es un arma potencialmente estratégica en las
luchas populares desde que surgió la clase obrera, que puede influir
notablemente en el desenvolvimiento político y social. Esto está en
dependencia del acierto de sus organizadores en la apreciación de la
coyuntura nacional e internacional, de los objetivos que persigan y
del momento que escojan. Para ser efectiva a escala de un país,
necesita determinadas condiciones objetivas, pero -sobre todo- exige
de los trabajadores conciencia política, cierto fogueo en la lucha
social, unidad de acción y organización. Aunque los movimientos
huelguísticos siempre tienen inevitables repercusiones políticas,
por sus objetivos pueden ser de un carácter eminentemente gremial o
francamente político. Cuando los objetivos son políticos sus
demandas logran expresar no sólo las aspiraciones más inmediatas de
la clase obrera, sino se proyectan hacia propósitos de mayor calado,
eventualmente trasformaciones sociales, que toman en cuenta también
las aspiraciones de una gran parte de la población.
En esta última clasificación entra la exitosa huelga general llevada
a cabo por los trabajadores y el pueblo de República Dominicana el
28 y 29 de enero pasados, bajo la conducción de la Coordinadora
Nacional de Organizaciones Populares, Sindicales y Choferiles.
Reprimida salvajemente, dejó un saldo de 8 muertos, cientos de
heridos, más de 500 presos y el allanamiento de numerosos locales
sindicales. Pero ello no pudo impedir la paralización del país con
demandas como el aumento de salarios, congelación de los precios de
la canasta básica y disminución de los del combustible -incluido el
gas para cocinar- pero también el rechazo de los acuerdos con el
Fondo Monetario Internacional, de la firma del tratado de "libre"
comercio con Estados Unidos(en el marco del CAFTA centroamericano) y
la exigencia de la renacionalización de las empresas
privatizadas(azúcar, electricidad y otras varias) y de una moratoria
de la deuda externa. Se trató, en suma, de un levantamiento nacional
para revertir las políticas neoliberales, inscripto en el ciclo de
combativas luchas de ese tenor abierto en América Latina en los
últimos dos decenios. Este experimenta particular ascenso al sur de
Panamá, pero ha tenido expresiones por todo la región, donde al
parecer tiende a hacerse cada vez más vigoroso.
Es lógico que así sea porque el neoliberalismo ha ocasionado un
deterioro sin precedentes en las condiciones de vida material y
espiritual de las sociedades latinoamericanas. Sin embargo, tal vez
en Dominicana sus efectos se hayan sentido con un rigor singular. Y
es que el trujillismo, con sus duras condiciones de explotación,
nunca pudo ser desmantelado totalmente. Impedir que se hiciera fue
el propósito principal de la segunda intervención militar
estadunidense en Quisqueya(1965). Pese a la valerosa resistencia
armada que encontró, a la postre impuso el neotrujillismo con
Balaguer y reforzó extraordinariamente su control sobre la nación.
Al imperialismo lo horrorizaba el ejemplo de la triunfante
revolución cubana, que se había vuelto un referente fundamental del
movimiento popular dominicano.
Las políticas neoliberales y las prácticas cleptocráticas unidas a
ellas han llevado a la bancarrota de la economía dominicana, cuya
deuda externa se ha triplicado en tres años, y convertido en una
agonía su dependencia total del petróleo importado. Parte de esta
historia está en las altas tasas de crecimiento económico en virtud
de auge del turismo y de los parques industriales en zonas francas,
cuyos dividendos han ido a parar exclusivamente a las arcas de las
transnacionales y de la minoría de sus sirvientes locales. Hecho
que contrasta con el aumento del IVA en 50%, de los combustibles en
una proporción parecida y una inflación incontenible; con la
emigración a Estados Unidos como único recurso para cientos de
miles, con los hospitales sin medicamentos y los niños sin
escuelas, con las altas tarifas eléctricas y los apagones de entre
10 y 20 horas de duración impuestos por las empresas privatizadas.
La huelga general puede marcar un punto de inflexión en una
situación social crecientemente grave e intolerable. Indica un
ascenso alentador del movimiento popular dominicano frente a un
régimen que no parece ya en condiciones de dar respuesta
satisfactoria a ninguna de sus demandas.
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