A 50 años del derecho al voto para las mexicanas
04/11/2003
- Opinión
Algo se está moviendo respecto al concepto mismo de Democracia en el sentido
de que la representatividad nos resulta ya muy insuficiente. Y más si este
simulacro de representación se mira desde la perspectiva de las mujeres.
Simplemente: no estamos ni siquiera representadas en las instituciones que se
supone actúan, legislan y aplican las leyes en nombre de la ciudadanía. Cada
vez se repite más el antiguo lema feminista de "NO en mi nombre". Los
gobiernos del mundo no pueden seguir amparándose en nuestro voto, en la
democracia o esgrimiendo la legitimidad que suponen les respalda, para
legislar a favor de las transnacionales, de la libertad para el capital y la
consiguiente explotación de trabajadores y, sobre todo, de trabajadoras en
condiciones repugnantes para la inteligencia y la sensibilidad humanas.
La democracia representativa con su separación de poderes, tal como la definió
Montesquieu, no es suficiente para el siglo XXI por una serie de abusos
legitimados que ya no son de recibo.
Participación frente a representación
El monopolio del poder no puede seguir en manos de estados que ya no
garantizan la justicia ni la libertad para los ciudadanos. Es la hora, pues,
de nuestra participación activa en unas democracias cuya representatividad es
tan deficiente. La participación debe nacer desde las bases, desde la
población civil organizada. De hecho, está organizándose en la medida en que
se toma conciencia de lo que significa la globalización económica del capital
sin fronteras. Correlativamente, también los movimientos ?anti? son globales
porque saben que no es ajeno lo que sucede en cualquier parte del mundo.
Traspasan fronteras, razas, naciones y sexos porque intuyen que todos
navegamos en el mismo barco. La cuestión ahora para las mujeres feministas es
dilucidar si los modelos de la lucha siguen respondiendo a un patrón político
masculino o si nosotras podremos aportar algo propio a esa lucha; algo que
estaba por descubrir, por visibilizar, por manifestarse. Y ésta constituye
actualmente una de las tareas teóricas más importantes para el Movimiento.
Ese dato no (in)diferente
Ahora, que hace 50 años que las mujeres obtuvimos el derecho al voto en
México, el balance no puede ser más desalentador. Hemos cumplido con nuestro
deber ciudadano en todos los procesos electorales y, no obstante, nuestra
representación en las diversas instituciones políticas es ridícula. Sólo
ocupamos el 3,5% de las Presidencias Municipales, el 10% en los congresos
Locales y el 17% en el Congreso de la Unión. ?Qué reflexión nos provoca estos
datos?
El dato no indiferente y, por tanto, diferente y significativo sería la
participación activa en la política de las mujeres organizadas. Pero, no
organizadas para conseguir un carguito o un escaño según el esquema
maquiavélico que domina, sino desde la conciencia clara del reto que supone
participar en la "polis". Para esto hemos de partir de un análisis de causas
y efectos que no suele tenerse en cuenta.
No es que el capitalismo imperialista nos haya llevado a esta situación de
barbarie, sino que la barbarie, la explotación, la destrucción y la mentira
provienen de un esquema anterior que es el propio del Patriarcado, y que tiene
su fundamento en la dominación, misma que convierte toda diferencia en
desigualdad, empezando por la diferencia entre los sexos. Al interior de esta
estructura, exacerbada en estos momentos históricos, somos las mujeres quienes
estamos resistiendo a la barbarie gracias a esa entrega incondicional a los
"nuestros" y gracias a los saberes domésticos que hemos ido acumulando, y que
en muchos casos convierten la miseria en una pobreza digna de comer caliente
cada día o de recibir el amor y los cuidados que necesitamos tanto como el
pan. Pero no basta.
Nuestro ancestral alejamiento de lo político provoca el que sigamos
recluyéndonos en lo doméstico, así como nuestra dedicación a las relaciones
emocionales nos inclinan hacia la privacidad. Esa ha sido la mejor estrategia
del Patriarcado para mantenernos desactivadas. Pero es precisamente nuestra
experiencia doméstica y psicológica la que la política activa está hoy
necesitando, porque los políticos no ven más allá de las macroestructuras y de
la economía de los grandes números. No reparan en las personas, en sus
necesidades concretas, en su bienestar material y psicológico. Y por este
camino el mundo ha ido cayendo en una barbarie que la visión masculina del
poder nos impone una y otra vez.
Conseguir transformar nuestros saberes domésticos en saberes aplicados a lo
político va aparejado a una ampliación de nuestro enfoque desde los "temas de
mujeres" o familiares hasta la circularidad de los temas generales que a todos
nos afectan. Ya no es imprescindible que las mujeres feministas tengamos que
adherirnos a un partido o a movimientos sociales dirigidos por hombres para
participar en política en nombre propio y en nombre de otras muchas mujeres.
Motivos para una iniciativa propia
Muchos analistas políticos están ya vislumbrando que la política del futuro
pasa necesariamente por las mujeres. De hecho, las mujeres del mundo pobre
son las que están manteniendo la supervivencia de sus pueblos, así como la
educación de sus criaturas, la resistencia en las guerras o la protección en
los campos de refugiados. Las ollas comunes en Latinoamérica, las escuelas
clandestinas en Afganistán, las microempresas en la India o la búsqueda
infatigable de los desaparecidos son y han sido iniciativas de mujeres, porque
allí donde hay una mujer hay civilización, es decir, humanización de lo
cotidiano.
Al mismo tiempo, la política llamada institucional se está convirtiendo cada
vez más en la cueva de Alí Babá. Mucha gente llega a la política para medrar,
para enriquecerse o para tener un poder personal. Cada vez los partidos están
más corrompidos por intereses crematísticos, y cada vez existen más
corruptores de políticos para llevar a cabo sus oscuros negocios. Resultado
de todo ello es que las políticas públicas dedican menos y menos recursos a
los servicios de la ciudadanía o privatizan empresas que antes eran estatales.
Esto perjudica especialmente a las mujeres en el empleo, en la sanidad o en
la educación.
Tampoco la democracia representativa es suficiente porque en muchos casos los
políticos no nos representan, sino que se representan a sí mismos o a los
intereses de sus partidos, de modo que dicha democracia se ha transformado en
una partidocracia. En ésta las mujeres políticas tienen muy poco poder al
interior de sus partidos, poder que siempre detenta un núcleo duro formado por
varones. Lo más que alcanzan es algún cargo que otro, algún escaño que otro,
pero sin que esto sea significativo en la política general de un país.
Sin duda que los varones tienen muchos más cauces de participación política
que nosotras las mujeres, de ahí que organizaciones propias de mujeres sean
más necesarias que nunca, pero no para seguir los mismos derroteros que la
política institucional, sino para que el modo de hacer política inaugure un
modelo nuevo con características singulares, que consistiría en trasladar
todos nuestros saberes domésticos y privados a la propia política, porque lo
personal también es político.
Sin embargo, nosotras tendríamos que cambiar anquilosadas perspectivas, pues
hasta ahora las mujeres activas han trabajado en temas que se consideran
"exclusivamente de mujeres", dejando lo demás en manos de sindicatos o
partidos políticos, pero los temas de mujeres son todos, pues nos afectan por
igual la economía que la ecología, el urbanismo o la seguridad. Igualmente
podríamos desligarnos de las definiciones estereotipadas de izquierdas o
derechas, porque si bien el movimiento feminista es sin duda progresista, no
estamos a la derecha ni a la izquierda: estamos delante. Y estamos delante
porque el mundo del siglo XXI no puede seguir siendo gobernado con esquemas
ideológicos del siglo XIX.
Un modo nuevo y propio de hacer política podría centrarse en la política
local, que es la más cercana al ciudadano. Pero no desde la simple iniciativa
de formar una candidatura electoral, sino desde otros presupuestos que la
hagan posible y eficaz. Una candidatura que se fundamente en una democracia
participativa trasversal, no jerárquica, pero sí organizada, pues la falta de
organización se convierte en una especie de dictadura del compadreo y de los
caprichos personales.
Otra característica de una política de mujeres sería la de establecer
relaciones horizontales entre las participantes. Relaciones que implican
amistad y confianza en lugar de los clanes de interés que forman los varones.
Y en contraposición a su parapetarse tras unas siglas, el grupo debería tomar
muy en serio la formación de cada una de las participantes, la formación
continua que requiere la noble dedicación a la política. Todo el tiempo que
pierde la partidocracia en reuniones inútiles y estrategias intrigantes sería
un tiempo precioso para dedicarlo a la formación propia de las candidatas.
Las revoluciones han fracasado porque no ha existido un correlato entre el
ideal de sociedad que se pretendía y la altura moral y psicológica de quienes
pretendía llevarla a cabo.
Lo que resta no es más que una entrega apasionada a la acción, al contacto
directo con la gente, en lugar de confiar toda estrategia a la publicidad
electorera que sólo promete y luego olvida sus compromisos.
* Fuente: La Triple Jornada, Número 62, Octubre de 2003, México
https://www.alainet.org/es/articulo/109277
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