¿Qué está pasando en Estados Unidos?
28/04/2003
- Opinión
En un discurso pronunciado en el Senado el 19 de marzo, fecha en que se lanzó la
guerra contra Irak, Robert Byrd, demócrata de Virginia Occidental y el orador
más elocuente en esa cámara, preguntó: "¿qué está pasando en este país?, ¿en qué
momento se tornó en una nación que ignora y reprende a nuestros amigos?, ¿cuándo
decidimos correr el riesgo de minar el orden internacional adoptando un enfoque
doctrinario y radical y recurrimos a nuestra aterradora potencia militar? ¿Cómo
es que abandonamos la diplomacia cuando el torbellino mundial clama por ella?"
Nadie se dignó a contestarle, los medios recogieron muy poco sus palabras, pero
conforme la vasta maquinaria militar estadounidense implantada en Irak comienza
a agitarse en otras direcciones en nombre del pueblo estadounidense, de su amor
por la libertad y de sus tan arraigados valores, estas preguntas le dan un tinte
urgente al fracaso, si no corrupción, de la democracia que estamos viviendo.
Examinemos primero en qué se enredó la política estadounidense en Medio Oriente
desde que George W. Bush llegó al poder, hace casi tres años, después de una
elección decidida, a fin de cuentas, por la Suprema Corte, no por el voto
popular.
Incluso antes de las atrocidades del 11 de septiembre, el equipo de Bush le
había otorgado al gobierno de Ariel Sharon manos libres para colonizar las
franjas de Gaza y Cisjordania, para matar, detener y expulsar personas a
voluntad, demoler sus hogares, expropiar sus tierras, encarcelarlas mediante
toques de queda y cientos de retenes militares, haciendo que su vida se volviera
imposible. Después del 11 de septiembre de 2001, Sharon enganchó su carro a "la
guerra contra el terrorismo" e intensificó sus depredaciones unilaterales contra
la indefensa población civil, que cumple ya 36 años de ocupación militar pese a
decenas de resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en que se
emplaza a Israel a retirarse o desistir de estos crímenes de guerra y estos
abusos contra los derechos humanos. En junio pasado Bush llamó a Sharon hombre
de paz, y mantuvo fluyendo el subsidio de 5 mil millones de dólares sin la más
vaga idea de los riesgos que corría debido a la brutalidad israelí, ajena a toda
ley.
El 7 de octubre de 2001, Bush lanzó su invasión a Afganistán, que inauguró con
un bombardeo desde gran altura (cada vez una táctica militar "antiterrorista"
que en sus efectos y estructura guarda una fuerte semejanza con el terrorismo
más ordinario) y en diciembre instalaba en dicho país devastado un régimen
clientelar sin poder efectivo alguno más allá de unas cuantas calles de Kabul.
No hay a la fecha ningún esfuerzo significativo que impulse la reconstrucción
por parte de Estados Unidos, pero sí un retorno notable de los talibanes y una
pujante economía anclada en las drogas.
Desde el verano de 2002, el gobierno de Bush conduce una campaña en todos los
frentes contra el despótico gobierno iraquí y, tras empujar al Consejo de
Seguridad de Naciones Unidos para que lo respaldara, emprendió esta guerra junto
con el Reino Unido contra Irak. Diría que a partir del pasado noviembre
desapareció el disenso en los medios importantes, empachados de ex generales y
ex agentes de inteligencia, y rociados con expertos en seguridad y en terrorismo
actual provenientes de los think tanks de la extrema derecha de Washington.
Cualquiera que expresara sus críticas y se las arreglara para aparecer
públicamente era etiquetado como antiestadounidense por académicos fracasados
que han montado sitios en la red electrónica haciendo listas de los pensadores
"enemigos" que no se alinearon. Los correos electrónicos de las pocas figuras
públicas que luchaban por decir algo fueron saturados, hay amenazas contra su
vida, sus ideas las tiran a la basura o se burlan de ellas los lectores de
noticias, aquellos que se erigen en centinelas de la guerra de Estados Unidos,
incrustados por todas partes.
Un avasallador torrente de materiales crudos y sofisticados que igualan la
tiranía de Saddam Hussein no sólo con el mal, sino con todos los crímenes
conocidos surge por todos lados: mucho de esto tal vez sea en parte factualmente
correcto, pero elimina todo lo que podría mencionarse del papel
extraordinariamente importante que Estados Unidos y Europa jugaron en fomentar
el ascenso de este hombre en abastecer sus ruinosas guerras y en mantener su
poder. A principios de los años 80 visitó a Saddam ni más ni menos que un
personaje tan egregio como Donald Rumsfeld para asegurarle la aprobación
estadounidense a su catastrófica guerra contra Irán. Las varias corporaciones
estadounidenses que abastecieron a Irak con material nuclear, químico y
biológico para las armas por las que supuestamente fuimos a la guerra
simplemente quedaron borradas de todo registro público.
Pero todo lo anterior y más fue oscurecido por gobierno y medios para fabricar
los argumentos que justificaran la ulterior destrucción de Irak acaecida durante
el último mes. La satanización del país y su vanidoso líder se redujeron a
simulacro de una formidable y cuasi metafísica amenaza que con unas fuerzas
armadas desmoralizadas y básicamente inútiles -y esto es importante repetirlo-
no significan amenaza alguna para nadie.
Lo formidable de Irak era su rica cultura, su compleja sociedad, su pueblo, que
sufre de antaño: todo esto se tornó invisible, lo mejor era aplastar al país
como si fuera la madriguera de ladrones y asesinos. Sin prueba alguna o con
información fraudulenta, Saddam fue acusado de anidar armas de destrucción
masiva que eran una amenaza directa contra Estados Unidos, situado a más de 11
mil kilómetros de distancia. Saddam era equiparado a todo Irak, un lugar
desierto "por allá" (hasta la fecha la mayoría de los estadounidenses no tiene
idea de dónde queda Irak, cuál es su historia y qué contiene además de Saddam),
cuyo destino era servir de ejercicio al poder estadounidense, desatado
ilegalmente, como manera de domar al mundo entero, al modo de un capitán Ahab,
con el fin de remodelar la realidad e impartir democracia para todos.
En Estados Unidos las leyes patriótica y contra el terrorismo le han dado al
gobierno un asidero inusual sobre la vida civil. La mayor parte de la
población, desalentadoramente inamovible, se traga como un dato más las sandeces
de que existen inminentes amenazas a la seguridad. En consecuencia, las
detenciones preventivas, los espionajes telefónicos y el sentido amenazante que
adquiere el espacio público altamente patrullado hacen que incluso la
universidad se vuelva un lugar duro y frío para cualquiera que intente pensar y
expresarse en forma independiente.
Apenas comienzan a traslucir las apabullantes consecuencias de la intervención
estadounidense y británica en Irak, primero en la destrucción fríamente
calculada de su infraestructura moderna, luego en el saqueo y el incendio de una
de las civilizaciones más ricas del mundo y finalmente en el intento
estadounidense, absolutamente cínico, de enrolar a una pandilla de "exiliados"
variopintos, más las varias grandes corporaciones, en la supuesta reconstrucción
del país y en la apropiación no sólo de su petróleo sino de su destino moderno.
Ante las horribles escenas de saqueo e incendio, que a fin de cuentas son
responsabilidad de la potencia de ocupación, Rumsfeld se las arregla para
situarse más allá de incluso Hulagu. "La libertad es desordenada", dijo en una
ocasión, y en otra llegó a decir que "pasan cosas." No hay evidencia alguna de
remordimiento o pena, por ningún lado.
El general Jay Garner, seleccionado minuciosamente para el trabajo, parece
salido directamente de la serie de televisión Dallas. El exiliado preferido del
Pentágono, Ahmad Chalabi, por ejemplo, ha confesado públicamente que planea
firmar un tratado de paz con Israel, idea muy poco iraquí. A Bechtel ya le
otorgaron un jugoso contrato. También esto se emprende en nombre del pueblo
estadounidense. Todo el asunto rezuma tanto de lo que fuera la invasión israelí
de Líbano, en 1982.
Lo anterior es casi un total fracaso de la democracia, la nuestra como
estadounidenses, y la de Irak. Se supone que 70 por ciento del pueblo
estadounidense está en favor de esto, pero nada es más manipulador y fraudulento
que las encuestas de números al azar de estadounidenses a los que se pregunta si
"respaldan a nuestro presidente y tropas en tiempos de guerra". Como dijera el
senador Byrd en su discurso, "hay un penetrante sentido de prisa y riesgo, y
muchas preguntas quedan sin respuesta... un hartazgo pesa sobre el Senado.
Evadimos nuestro solemne deber de debatir el único asunto que está en el
pensamiento de todos los estadounidenses, aun cuando filas y filas de nuestros
hijos e hijas cumplen lealmente su deber militar en Irak". ?Quién va a hacer
las preguntas ahora que nuestro muchacho granjero del Medio Oeste, el general
Tommy Franks, se sienta triunfante con su equipo en una de las mesas de Saddam
Hussein en el palacio de Bagdad?
Por cualquier lado que se le vea, estoy convencido de que esta guerra estuvo
montada y no fue ni necesaria ni popular. Las instituciones de "investigación"
de Washington, profundamente reaccionarias, que impulsaron políticamente a
Wolfowitz, Perle, Abrams, Feith y el resto, proporcionan una atmósfera
intelectual y moral muy poco saludable. Los documentos sobre políticas públicas
circulan sin una revisión real entre colegas, y el gobierno estadounidense los
adopta pues requiere lo que parece ser una justificación racional (incluso
moral) para la dudosa y básicamente ilícita política de dominar el globo.
Entonces se instala la doctrina de la prevención militar, algo que nunca votaron
ni el pueblo de este país ni sus adormilados representantes. Cómo pueden
oponerse los ciudadanos a las componendas que compañías como Halliburton, Boeing
y Lockheed le ofrecen al gobierno. Y en cuanto a planear y programar un curso
estratégico para el más dotado y consentido establecimiento militar en la
historia, muy capaz de arrastrarnos a conflictos interminables, la tarea recae
en los varios grupos ideológicos de presión. En líderes fundamentalistas
cristianos como Franklin Graham, desatado con sus biblias contra los desposeídos
iraquíes; en las adineradas fundaciones privadas y en grupos de cabildeo como el
Comité de Asuntos Públicos Israelí Estadounidense (American-Israel Public
Affairs Committee, AIPAC) junto con sus centros de investigación y sus think
tanks asociados.
Lo que resulta monumentalmente criminal es que secuestraron palabras buenas y
útiles como "democracia" y "libertad", y las retorcieron para servir de máscara
al pillaje, el abuso de fuerza territorial y el ajuste de cuentas. El programa
estadounidense para el mundo árabe es el mismo que el de Israel. Teóricamente,
junto con Siria, Irak representa la única amenaza militar de largo plazo para
Israel, y por tanto tiene que quedar fuera de combate por décadas.
Qué significa liberar y democratizar un país cuando nadie te pidió que lo
hicieras, y cuando en el proceso lo ocupas militarmente y, al mismo tiempo, para
tu miseria, no puedes ni preservar el orden y la ley. Esa mezcla de
resentimiento y alivio que provocó en la mayoría de los iraquíes la cobarde
desaparición de Saddam contó con muy poco entendimiento y sensibilidad de
Estados Unidos y los otros estados árabes, que se que se quedaron impávidos,
peleando por minucias de procedimiento mientras Bagdad ardía.
Qué travestismo de planeación estratégica es eso de pensar que los "nativos" te
darán la bienvenida después de bombardearlos y ponerlos en cuarentena durante 13
años. En verdad, cuán descabellada esa disposición de ánimo hacia la
beneficencia estadounidense, con su puritanismo condescendiente de lo que es
bueno y malo, que se ha infiltrado hasta los niveles más diminutos de los
medios. Al mostrar el relato de una viuda de 70 años, habitante de Bagdad, que
manejaba desde su casa un centro cultural -destrozado por los ataques
estadounidenses-, ahí, junto a ella y su rabia el reportero del New York Times,
Dexter Filkins, la castiga implícitamente por haber "llevado una vida
confortable durante el gobierno de Saddam Hussein" y luego, con mojigatería,
desaprueba su andanada verbal contra los estadounidenses diciendo: "esto lo dice
una graduada de la Universidad de Londres".
Para añadirle a la fraudulencia de las armas que no estaban ahí, a los
Estalingrados que no ocurrieron, a las formidables defensas de artillería que
nunca dispararon, no me sorprendería que Saddam haya desaparecido repentinamente
porque negoció con Moscú que lo dejaran salir con su familia y su dinero a
cambio del país. La guerra iba mal para Estados Unidos en el sur, y Bush no
podía arriesgarse a más de lo mismo en Bagdad. La consejera de Seguridad
Nacional de Estados Unidos, Condoleezza Rice, apareció en Rusia el 7 de abril.
Dos días después, el 9 de abril, cayó Bagdad. Saquen sus propias conclusiones,
?pero acaso no es posible que como resultado de las discusiones con la Guardia
Republicana, que menciona Donald Rumsfeld, Saddam se vendiera a cambio de
abandonar todo a los estadounidenses y sus aliados británicos, que entonces
proclamaron su brillante victoria?
Los estadounidenses fueron engañados, los iraquíes han sufrido lo indecible, y
Bush se asume como equivalente moral de un sheriff vaquero que acabara de
imponer su valía en un duelo victorioso contra el villano enemigo. En asuntos
de la mayor gravedad para millones de personas, los principios constitucionales
fueron violados y al electorado se le miente hasta el límite. Somos nosotros
quienes debemos recuperar nuestra democracia. Ya basta de humo y espejos y de
estafadores de lengua sedosa. (Traducción: Ramón Vera Herrera)
* Edward W. Said es intelectual estadounidense de origen palestino, profesor de
literatura inglesa y comparada en la Universidad de Columbia, Nueva York. La
Jornada, México D.F., 24 de abril de 2003.
https://www.alainet.org/es/articulo/109171
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