Carta abierta de un teólogo a Aznar, Bush y Blair
07/01/2004
- Opinión
Señores José María Aznar, George Bush y Tony Blair. Como teólogo
cristiano me dirijo a ustedes, que se declaran miembros de tres
iglesias: Aznar, de la católica; Bush, de la metodista; Blair, de la
anglicana. Y voy a hacerlo recordándoles algunas escenas de la
historia sagrada, textos del Nuevo Testamento y páginas de la
historia de la Iglesia que ustedes estudiaron por los mismos años
que yo en las escuelas parroquiales de los años cincuenta y sesenta
del siglo XX y están grabados en el imaginario colectivo de los
hombres y mujeres de nuestra generación. Así que les resultarán
familiares.
El primer libro de la Biblia, el Génesis, cuenta la historia del
asesinato de Abel por su hermano Caín. ¿La recuerdan? No diré que
Sadam Husein sea Abel, porque tiene todos los rasgos de Caín, pero
sí lo es el pueblo irakí, y ustedes son considerados por mucha gente
la encarnación de Caín, con el agravante de que en la guerra contra
Irak han matado a muchos seres humanos inocentes, que se suman a los
muertos de la Guerra del Golfo y a los causados por el embargo
económico de 12 años. El Dios en quien ustedes dicen creer les hace
hoy la misma pregunta que hiciera a Caín: "¿Dónde está tu hermano?
¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el
suelo. Pues bien: maldito seas, lejos de este suelo que abrió su
boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano" (Génesis 4, 9-
11). Y su respuesta no es el arrepentimiento y la detención de la
guerra, sino el mantenimiento del espíritu belicista.
Seguro que ustedes, señores Bush, Blair y Aznar, participan en los
actos religiosos de sus respectivas iglesias, donde escuchan el
Sermón de la Montaña: "Dichosos los que trabajan por la paz, porque
a ésos Dios los llama hijos suyos". Pero no lo consideran
vinculante y siguen trabajando por y para la guerra. Es posible que
compartan cada domingo el pan y el vino de la fraternidad, mientras
se disponen a expoliar al pueblo irakí de sus fuentes de riqueza.
Quizá escuchen la despedida de los sacerdotes y pastores al final
del culto divino: "podéis ir en paz", pero cuando salen del templo
hacen oídos sordos y vuelven a mandar soldados al frente de batalla,
muchos de los cuales mueren como consecuencia de la espiral de la
violencia que ustedes han provocado en Irak.
El señor Bush presume de vivir en un país donde se defiende como en
ningún otro la vida, la dignidad y la integridad de la persona,
mientras se olvida de las penas de muerte firmadas por él, que
constituyen el mayor atentado contra lo que dice defender. ¡Quizás
sea un olvido freudiano! A eso hay que sumar las condiciones
infrahumanas en que se encuentran los presos afganos en Guantánamo,
sin tener pruebas de culpabilidad contra ellos y sin las más mínimas
garantías jurídicas. Un nuevo golpe a esa dignidad se ha dado con
la forma de presentar a Sadam Hussein -tras su detención- denunciada
por el Vaticano como atentatoria contra un ser humano. Contra la
dignidad del ser humano se declarado Bush al pedir para el ex
presidente irakí la pena de muerte. El presidente de los Estados
Unidos de América es una persona ávida de sangre. Y eso que se
considera fiel seguidor de Jesucristo, a quien tiene por el filósofo
que más ha influido en su vida.
La página de la historia de la Iglesia que quiero recordarles es la
de las cruzadas de la Edad Media. Entonces fue el propio papa quien
se puso al frente de aquel movimiento militar para recuperar los
santos lugares en manos de los "infieles". Los historiadores
coinciden en reconocer que los conquistadores del Santo Sepulcro, al
tomar Jerusalén, derramaron sangre inocente a raudales: mujeres,
niños, ancianos (J. Lortz). Nicolás Chomiates, testigo ocular de la
primera cruzada, confiesa que los caballeros cruzados cristianos
sentían el mismo placer por los asesinatos y los saqueos que los
paganos.
Ustedes, señores Bush, Blair y Aznar, son los nuevos caballeros
cristianos que han declarado la primera cruzada del siglo XXI para
liberar a Irak de la civilización musulmana e introducirlo en la
civilización occidental, y lo han hecho con actos de barbarie que
desmienten el alto grado de desarrollo cultural y económico de que
presumen. Su cruzada se dirige a recuperar los santos lugares de
Irak, pero no para preservar lo sagrado de ninguna invasión atea,
sino para apoderarse de sus riquezas. Son idólatras que adoran al
oro del becerro más que al becerro de oro. En la Edad Media el papa
les hubiera bendecido y condecorado. Hoy les reprende, al tiempo
que declara la guerra una amenaza contra la humanidad. La paz es el
único camino para construir una sociedad más justa y solidaria.
Pero ustedes desoyeron las voces de la paz y prefirieron seguir con
sus planes bélicos hasta lo que llaman victoria, pero que es una
derrota y una muestra de la debilidad de la civilización occidental.
Por eso a muchos cristianos que luchamos por la paz nos resulta muy
difícil considerarlos miembros de nuestra comunidad y hermanos en la
fe. Son ustedes mismos quienes se han autoexcluido al transgredir
el mandato divino "no matarás", que se convierte en imperativo
categórico para los creyentes de todas las religiones. Me gustaría
recodarles el mensaje dirigido por los viejos profetas de Israel a
quienes entonces mezclaban la sangre de los inocentes con la sangre
de las víctimas de los sacrificios: "Vuestras manos están llenas de
sangre, lavaos, limpiaos, quitad vuestras fechorías de mi vista,
desistid de hacer el mal, aprended a hacer el bien, buscad lo justo,
dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano, proteged
por la viuda" (Is 1, 15-17).
Releyendo estos días de vacaciones La paz perpetua, de Kant, he
encontrado un texto que se les puede aplicar a ustedes casi en su
literalidad: "Esta facilidad para hacer la guerra, unida a la
inclinación que sienten hacia ella los que tienen la fuerza y que
parece congénita a la naturaleza humana, es el más poderoso
obstáculo para la paz perpetua". Ustedes tienen la fuerza, no la
razón.
Y no contento con desoír a los líderes religiosos y las protestas de
los ciudadanos, Bush ha apelado a Dios para justificar la guerra.
De esta manera creía verse libre de las críticas y estar legitimado
para no ceder en sus propósitos destructivos. Actuando así hace
realidad el estremecedor testimonio del filósofo judío Martin Buber:
"Dios es la palabra más vilipendiada de todas las palabras humanas.
Ninguna ha sido tan mancillada, tan mutilada. Las generaciones
humanas han echado sobre esta palabra el peso de su vida angustiada
y la han oprimido contra el suelo. Yace en el polvo y sostiene el
peso de todas ellas. Las generaciones humanas, con sus patriotismos
religiosos, han desgarrado esta palabra. Han matado con sus
partidismos religiosos, han desgarrado esta palabra. Han matado y
se han dejado matar por ella. Esta palabra lleva sus huellas
dactilares y su sangre. Los seres humanos dibujan un monigote y
escriben debajo la palabra 'Dios'. Se asesinan unos a otros y dicen
'lo hacemos en nombre de Dios'. Debemos respetar a los que prohíben
esta palabra, porque se revelan contra la injusticia y los excesos
que con tanta facilidad se cometen con una supuesta autorización de
'Dios'".
* Juan José Tamayo es teólogo, secretario general de la Asociación
de Teólogos y Teólogas Juan XXIII, presidente de la Asociación Pro
Derechos Humanos de España y autor de Adiós a la Cristiandad. La
Iglesia católica española en la democracia (Ediciones B, Barcelona,
2003).
https://www.alainet.org/es/articulo/109049
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