Alerta en Venezuela
12/11/2003
- Opinión
Ante la inminencia de un nuevo y definitivo triunfo político de la
Revolución Bolivariana, las fuerzas golpistas preparan acciones
desesperadas para ocultar al mundo su derrota.
Entre los días 28 de noviembre y 1 de diciembre próximos tendrá
lugar la recolección de firmas para convocar a un referendo,
mediante el cual la ciudadanía podría decidir si se realizan o no
elecciones adelantadas para elegir un nuevo Presidente. Este es un
derecho establecido por la Constitución Bolivariana, en un artículo
que conviene conocer con precisión: "Todos los cargos y
magistraturas de elección popular son revocables. Transcurrida la
mitad del período para el cual fue elegido el funcionario o
funcionaria, un número no menor del veinte por ciento de los
electores o electoras inscritos en la correspondiente
circunscripción podrá solicitar la convocatoria de un referendo para
revocar su mandato. Cuando igual o mayor número de electores o
electoras que eligieron al funcionario o funcionaria hubieran votado
a favor de la revocación, siempre que haya concurrido al referendo
un número de electores o electoras igual o superior al venticinco
por ciento de los electores y electoras inscritos o inscritas, se
considerará revocado su mandato y se procederá de inmediato a cubrir
la falta absoluta conforme a lo dispuesto en esta Constitución y en
la ley" (art. 72).
Con tamaña garantía, es difícil argumentar la urgencia de quienes no
tuvieron en cuenta este artículo cuya vocación democrática resulta
inobjetable. Es por todos conocido que los partidos del régimen
anterior (Acción Democrática y Copei), la cúpula de la Central de
Trabajadores de Venezuela, los empresarios reunidos en Fedecámaras y
un sector de los antiguos mandos militares provocaron un golpe de
Estado el 11 de abril de 2002, tomaron el poder por 47 horas y
fueron barridos por una sublevación de masas respaldada por el
grueso de las fuerzas armadas.
Seis meses después, las mismas personas e instituciones involucradas
en el golpe volvieron a la carga, esta vez atacando a la empresa
petrolera del Estado, PDVESA, con el objetivo de paralizar el
corazón de la economía venezolana y montadas sobre el caos social
derrocar el gobierno encabezado por Hugo Chávez. El saldo es también
conocido: el sabotaje logró reducir a cero la producción de PDVESA,
pero los obreros y los militares, acompañados por una mayoría
abrumadora de la sociedad, recuperaron la empresa, la pusieron en
marcha, en 60 días alcanzaron los niveles históricos de producción,
mientras las autoridades despedían a unos 16 mil gerentes y altos
funcionarios involucrados en la fallida operación golpista.
Así, en el término de un año, las fuerzas que tras ser
electoralmente derrotadas desde diciembre de 1998 habían mordido el
polvo en el intento de dar un golpe militar y habían perdido nada
menos que el control de PDVESA, debieron doblar la rodilla y asumir
que, para a Chávez de su cargo, no había otro camino que el trazado
por la Constitución: el referendo revocatorio (sin olvidar que
Chávez obtuvo en julio de 2000, cuando fue elegido por la nueva
Constitución, 3.757.773 votos).
Algo más había ocurrido en ese período vertiginoso. Dado que los
golpistas no cuentan con partidos enraizados, la supuesta central
sindical es una cáscara vacía y prácticamente la totalidad de las
fuerzas armadas se alinearon con la Revolución Bolivariana, el único
recurso que les restó fue apelar a los medios de difusión masiva y,
sobre todo, la televisión. Pero fue tan burda, tan desmesurada y
brutal la conducta del periodismo comercial, que entre diciembre de
2001 y enero de 2003 los canales de más sintonía, las radios de
mayor audiencia y los diarios tradicionales, perdieron su público.
Falta hacer todavía el estudio detallado y extraer las conclusiones
teóricas correspondientes de este fenómeno sin precedentes: la
sociedad venezolana –incluida la mayor parte de quienes se oponen a
Chávez- le dio la espalda a los medios. Más aún: subió en flecha la
teleaudiencia del canal estatal y comenzaron a proliferar radios
alternativas y centenares de periódicos de factura artesanal y
escasa distribución, pero de enorme llegada. Mientras tanto, la suma
de derrotas provocaba más y más divisiones en la oposición y un
creciente aislamiento frente a sus propias bases.
Es tras este derrumbe político con escasos precedentes en el mundo
que la oposición dura al gobierno de Chávez llega a la actual
situación. El resultado es obvio: no tiene la menor chance de reunir
la cantidad de firmas suficiente para revocar el mandato
presidencial. Pero incluso si se considera la hipótesis inversa, el
paso siguiente es convocar a elecciones. Y en éstas, Chávez puede
constitucionalmente volver a presentarse. Las fuerzas golpistas,
fragmentadas hasta el ridículo, no tienen candidato común, de modo
que ni siquiera pueden alentar la ilusión de que Chávez, quien los
derrotó siete veces en las urnas entre 1998 y 2001, perdiera esta
vez.
Falta algo todavía, para hacer más dramática aún la situación de los
líderes golpistas: las fuerzas bolivarianas sí lograrán revocar
mandatos hoy en manos de la oposición y conquistarlos en los
primeros meses de 2004.
Último recurso: la provocación
Se trata de una derrota anunciada. Pero es obvio que esto no
resuelve el combate en curso. Los golpistas no admiten el marco de
acción constitucional. Han sido arrastrados a él por sucesivos
fracasos. Pero ni por un instante han creído en la posibilidad de
recuperar el poder por esa vía.
Les queda la violencia. Tienen –como en abril y diciembre del año
pasado- el apoyo de los gobiernos de Estados Unidos y España, entre
otros; cuentan con el respaldo de la prensa comercial en todo el
mundo, con apenas excepciones. Y la CIA provee todo lo que la
escuálida fuerza interna no puede suministrar.
Recientemente los diputados bolivarianos Juan Barreto, Nicolás
Maduro y Róger Rondón hicieron públicas cintas grabadas con
conversaciones entre el presidente de Fedecámaras, Carlos Fernández,
y el funcionario de la CTV Mario Tepedino. Allí Fernández ordena a
su interlocutor: "acéptale todo a la CIA". El gobierno cuenta con
profusa información relativa a los preparativos apuntados a montar
una provocación durante el proceso de junta de firmas, combinando
movilizaciones con acciones armadas. Ha descubierto y capturado
varios arsenales. Las hondas fracturas en las filas golpistas y la
certeza de nuevas derrotas han provocado deserciones y filtraciones
que inhabilitan el accionar clandestino de la estructura
comprometida con un nuevo intento de golpe de Estado. Ésa es la
causa por la cual la CIA (y otros organismos análogos) ha debido
involucrarse más allá de toda prudencia política, dejando huellas
que ahora comprometen toda la operación y colocan en difícil
situación a la Casa Blanca.
El nerviosismo llega a tal punto que nuevamente, y a pocos días de
una jornada cívica constitucional, un ala opositora, denominada
ahora Bloque Democrático, publicó un aviso en el diario El Nacional
donde convoca explícitamente al golpe de Estado.
En efecto, en el texto publicado el pasado lunes 10 se convoca a que
"la Fuerza Armada Nacional cumpla con su deber y restablezca el hilo
constitucional". La inconsistencia de la argumentación traduce a la
vez desprecio por la inteligencia del lector y pánico descontrolado.
Dice la proclama: "Si el firmazo se realiza normalmente, se
recogerán más de 3.800.000 firmas-votos; en cuyo caso, no es
necesario esperar los resultados oficiales del Consejo Nacional
Electoral para declarar el triunfo del plebiscito y comenzar la
desobediencia civil democrática, generalizada y activa, la cual
concluirá con la salida constitucional del régimen".
Al publicar esta proclama, El Nacional adelanta lo que puede
esperarse del resto de los medios involucrados en el golpismo.
Moralmente desacreditados, económicamente quebrados y políticamente
impotentes, los principales órganos de prensa están buscando ahora
que el gobierno se vea obligado a sancionarlos, para así presentarse
como víctimas al menos en el resto del mundo.
No sería adecuado desconocer la magnitud de esta nueva embestida
golpista, ahora empeñada en provocar hechos sangrientos y efectos de
impacto para encubrir acciones armadas de fuerzas mercenarias
entrenadas en Miami y otras localidades menos distantes de
Venezuela.
Menos adecuado aún sería desconocer la causa por la cual Estados
Unidos alienta semejante curso de acción. En las últimas semanas
Washington ha sufrido derrotas trascendentales en nuestra región.
Bolivia es la más visible. Pero acaso de mayor impacto inmediato
para la Casa Blanca ha sido el demoledor revés electoral sufrido por
el presidente de Colombia, Álvaro Uribe, inmerso ahora en un
tirabuzón político. La magnitud estratégica de este acontecimiento
fue de inmediato subrayada por el gobierno de Brasil, cuando a
través del ministro José Dirceu hace saber al mundo que teme la
ocupación militar estadounidense de Colombia y sugiere la
conformación de una fuerza armada común suramericana.
Simultáneamente, la llamada Cumbre Social que en Bolivia se impone
frente a la reunión de presidentes iberoamericanos, indica a qué
velocidad y hasta qué punto está avanzando la noción de bloque
antimperialista continental.
Venezuela, la Revolución Bolivariana, el presidente Chávez, son el
vórtice de este volcán político. Y la batalla constitucional de las
próximas semanas en aquel país, una nueva clave de su desarrollo. La
operación de tergiversación y encubrimiento ya desplegada por los
medios masivos en todo el mundo será nuevamente neutralizada por la
poderosa fuerza gestante que, también a escala planetaria, enfrenta
la demencial deriva de un monstruo acorralado.
* Luis Bilbao es Director de América XXI. Buenos Aires.
https://www.alainet.org/es/articulo/108775
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