La imposible reconstrucción del Estado benefactor
¿Incluir a los excluidos?
13/11/2003
- Opinión
La doble apuesta de los gobiernos de la región –eliminar la
extrema pobreza y la exclusión social, y volver a un Estado
social protector de los más pobres– choca con las tendencias
mundiales desatadas en los últimos treinta años.
La instalación de gobiernos progresistas en dos poderosos países
de la región, Brasil y Argentina, permitió albergar esperanzas de
concretar el ansiado viraje que permitiera salir del desastre
neoliberal. Lo que debería concretarse en políticas que
permitieran superar, a largo plazo, los elevados niveles de
pobreza extrema y exclusión social existentes en ambos países. El
hecho de tratarse de grandes estados, que pueden aplicar
cuantiosos recursos a resolver o mitigar la cuestión social,
levantó una oleada de optimismo en toda la región.
A diferencia del gobierno de Néstor Kirchner, que mantiene la
asistencia mensual a los desocupados (unos 150 pesos, poco más de
50 dólares), el presidido por Luiz Inácio Lula da Silva ha sido
capaz de articular un completo y complejo programa, Hambre Cero,
para asistir a los más pobres y tratar de resolver tanto la
extrema pobreza como la exclusión. Hambre Cero, subitulado como
"Una propuesta política de seguridad alimentaria para Brasil", es
un proyecto elaborado por un conjunto de ONG, sindicatos,
organizaciones populares, movimientos sociales y especialistas,
durante un año de trabajo, siendo entregado al debate público en
octubre de 2001 por el Instituto de la Ciudadanía.1
Alcances y límites
El programa del gobierno de Lula consiste en la aplicación de
políticas estructurales permanentes y políticas compensatorias de
emergencia. El segundo aspecto persigue "la intervención del
Estado, de modo de incorporar al mercado de consumo de alimentos
a aquellos que están excluidos del mercado de trabajo y/o que
tienen una renta insuficiente para garantizar una alimentación
digna a sus familias". El objetivo final de la combinación de
ambas políticas es "incluir a los excluidos, dado que el acceso a
la alimentación básica es un derecho inalienable de cualquier ser
humano".
Las políticas estructurales contempladas en Hambre Cero buscan
disminuir la vulnerabilidad alimentaria mediante el aumento de la
renta familiar, la disminución de la desigualdad en los ingresos
y la universalización de los derechos sociales. Para ello se
propone generar empleo y renta, la reforma agraria, la
universalización de la previsión social, el incentivo a la
agricultura familiar y el apoyo a la alfabetización. Las
políticas de emergencia están centradas en un cupón de
alimentación de 50 reales mensuales por familia (unos 15
dólares), durante seis meses prorrogables a 18, la donación de
cestas básicas, el combate a la desnutrición materno-infantil,
ampliar la merienda escolar y programas de educación alimentaria
y para el consumo.
El programa propone además un conjunto de políticas locales a ser
implementadas por los estados y los municipios con apoyo de la
sociedad civil, que van desde la creación de restaurantes
populares hasta la puesta en marcha de un banco de alimentos y la
modernización de los equipos de abastecimiento. El objetivo es
llegar a 44 millones de personas, el 28 por ciento de la
población del país. Se consideran muy pobres a las personas que
tienen ingresos menores de un dólar diario, la mitad de las
cuales se concentran en el nordeste, y las familias beneficiarias
son aquellas que tienen un ingreso menor de medio salario mínimo.
Un primer balance muestra que hasta octubre fueron atendidas algo
más de un millón de personas y se entregaron 490 mil cestas
básicas; se comenzó la compra directa y anticipada de productos
de la agricultura familiar y se amplió considerablemente la
merienda escolar y la asistencia materno-infantil, entre otras.
Más allá de las críticas por la demora en poner en marcha el
plan, el Laboratorio de Políticas Públicas (LPP) señala que
Hambre Cero no debería ser afectado por los objetivos
macroeconómicos negociados con el FMI, que suponen un superávit
primario de 4,25 por ciento del producto. Apunta además, y esto
parece fundamental, que la descentralización de las acciones
puede entrampar al programa en las "prácticas de corrupción y
clientelismo" extendidas entre las elites locales, y que la
fragmentación de las acciones puede redundar en "un refuerzo de
las desigualdades" ya que "los más pobres son los que más
necesitan y son los que menos capacidad de respuesta tienen". En
paralelo, se critica que el programa selecciona "clientelas por
corte de renta basadas en 'líneas de pobreza'", sin considerar
que la pobreza tiene "territorios definidos" y que no puede
reducirse sólo y principalmente a la cuestión de los ingresos.
Por último, señala que no garantiza el acceso universal a la
salud, la alimentación y la nutrición materno-infatil, que
deberían ser considerados no como políticas focalizadas sino como
derechos sociales básicos, sobre todo para un gobierno que se
reclama progresista.
La teoría del paréntesis
Más allá de las virtudes y los límites del plan, y de la mejor o
regular capacidad de quienes lo aplican, aparecen ciertos límites
que se relacionan con el tipo de sociedad y el carácter del
crecimiento económico posible en los países dependientes. Lo que
se proponen las administraciones progresistas del Cono Sur,
aunque no lo formulen exactamente en estos términos, es la
reconstrucción del Estado benefactor o, por lo menos, de sus
aspectos sociales más destacados. O sea, salir del neoliberalismo
para retornar a la etapa previa a la aplicación de este modelo.
Actúan como si el neoliberalismo, hoy en crisis, hubiera sido una
suerte de paréntesis, especialmente destructivo y demoledor,
luego del cual pudiera volverse a la situación anterior.
De esa manera, se consideran la exclusión y la extrema pobreza
como males sociales que podrían superarse sin cuestionar a fondo
las formas de acumulación que vienen siendo hegemónicas en el
funcionamiento del sistema, desde hace por lo menos cuatro
décadas. Comprender por qué es imposible "volver atrás" supone
indagar en las razones que provocaron el desmonte de los estados
benefactores, instituciones que apenas sobreviven en algunos
países europeos, aun con enormes dificultades y en constante
retroceso.
En los principales países de América Latina, el Estado benefactor
surgió como forma de neutralizar el desborde social; en otros,
las funciones sociales de ese tipo de Estado las asumió el
populismo. En ello radican, por ejemplo, algunas de las
diferencias más acusadas entre las historias recientes de
Argentina y Brasil. Lo común, en ambos casos, es que la "pata
social" fue escrupulosamente desmontada por las políticas
neoliberales de los ochenta y noventa, a caballo de las
restauraciones democráticas.
No debería perderse de vista, empero, que entre las causas
profundas que llevaron al neoliberalismo, y por lo tanto al
crecimiento exponencial de la exclusión y la extrema pobreza,
aparece en lugar destacado –a lo largo y ancho del planeta– la
renovada insurgencia de los sectores populares. Y muy en
particular de los obreros industriales jóvenes. A escala micro,
"la fábrica era el teatro de una guerrilla permanente, donde los
obreros especializados desplegaban tesoros de ingenio para
sustraer importantes reservas de productividad (muy a menudo de
alrededor del 20 por ciento) a la vigilancia del personal
jerárquico. Todo el encanto y toda la creatividad de los obreros
se empleaban en armar nichos ocultos de autonomía".2 A escala
macro, el desborde social se manifestó en demandas por más
democracia, en todas las esferas de la sociedad.
La respuesta del capital la sufrimos aún: desterritorialización o
éxodo del capital, financierización, globalización. André Gorz,
entre muchos, sostiene que el modelo de industrialización que
permitió el desarrollo de Occidente y Japón no existe más. En
consecuencia, "el tipo de industrialización que permitió
urbanizar y dotar de salario a las masas rurales no existe más".3
Ahora se implementa un "desarrollo a rayas", donde lo que crece
no es un país o territorios sino enclaves, "zonas económicamente
especiales", cuyo objetivo es ponerse a resguardo de las
migraciones internas de campesinos sin tierra que, en la lectura
de los poderosos del planeta, fue lo que minó el desarrollo
anterior al desatar luchas sociales de envergadura
Estos enclaves están poderosamente automatizados (según Jeremy
Rifkin, las filiales de las trasnacionales en Brasil, y las
maquiladoras en México, están a menudo más automatizadas que sus
equivalentes en Estados Unidos) y generan a su alrededor enormes
regiones de pobreza. Y eso sólo en aquellos países como China,
Brasil, México, India y Malasia, que tienen la "suerte" de que el
capital financiero haya decidido instalar semejantes islas
industriales.
A escala micro, en los talleres, se implementa un modo de
producción llamado posfordista, que consiste en transferir las
competencias empresariales hacia la base obrera, integrada así a
la empresa, donde el saber pierde la mitad de su valor cada 12 o
24 meses. Eso supuso una verdadera revolución cultural en el
capitalismo, de modo que la tendencia actual "anula el trabajo,
anula el salario y tiende a reducir al 2 por ciento la parte de
la población activa que asegura la totalidad de la producción
material". La conclución de Gorz es temible: "Es económicamente
más ventajoso concentrar el poco trabajo necesario en poca gente,
a la que se le ha inyectado el sentimiento de ser una elite
privilegiada que merece sus privilegios por un celo que la
distingue de los 'perdedores'. Nada, técnicamente, le impediría a
la firma repartir el trabajo entre un número más grande de gente
que no trabajaría más de 20 horas por semana. Pero esta gente no
tendría la actitud 'correcta' hacia el trabajo, que consiste en
considerarse pequeños empresarios que valorizan su capital-
saber".4
¿Alternativas?
Este conjunto de mecanismos son los que le permitieron al capital
reanudar, en una escala sin precedentes, su proceso de
acumulación luego del desborde social de los sesenta y setenta.
Para una pequeña elite que domina el saber, habrá trabajo seguro.
Lula recordó hace unas semanas que la empresa aeronáutica
Embraer, "motivo de orgullo para el pueblo brasileño", emplea a
nueve mil trabajadores, de los cuales tres mil son ingenieros.5
Pero la inmensa mayoría apenas puede acceder a un trabajo no
calificado en el sector servicios. "Al contrario de lo que se
piensa, la fuerza de trabajo brasileña es supercalificada en
relación al tipo de empleo que se está creando en Brasil, cuya
economía va perdiendo la capacidad de agregar valor a las cadenas
productivas cada vez más internacionalizadas", sostiene el
economista César Benjamin.6
Según todos los análisis con los que contamos, aun desde
diferentes perspectivas, el Estado benefactor fue la institución
que permitió regular la sociedad de la producción en masa,
caracterizada por la división taylorista del trabajo, la cadena
de montaje fordista y la centralidad del obrero especializado.
Fue la rebelión obrera, y de los sectores populares del Tercer
Mundo, la que derribó todo el entramado construido luego de la
crisis de 1929.
El peligro principal, tal como apunta sutilmente el LPP, y como
denuncian algunos grupos piqueteros argentinos, es que los
excluidos sean "integrados" con salarios miserables, sin derechos
sindicales ni sociales completos. Sería una forma de barnizar la
exclusión, legalizándola. La imposible reconstrucción de los
estados sociales choca por arriba con la creciente debilidad de
los estados nacionales, instrumentos cada vez más flacos para
regular economías trasnacionalizadas. Por abajo, choca con las
crecientes demandas de las sociedades civiles por más democracia.
Existen, sin embargo, otros caminos posibles para superar la
extrema pobreza y la exclusión. Son los que vienen recorriendo
desde hace más de una década los movimientos sociales: los
indígenas, en primer lugar; los sin tierra de Brasil, los
desocupados de Argentina, y cada vez más los excluidos de todo el
continente. Sus luchas han demostrado que, desde la exclusión, es
posible construir un mundo nuevo, sin pasar por el aro de la
integración como ciudadanos de segunda. Los gobiernos
progresistas podrían tener en ellos un referente, y aplicarse a
apoyarlos sin condiciones.
Notas:
1. Un análisis completo del programa en: Laura Tavares, O
programa Fome Zero, en www.lpp-uerj.net/outrobrasil
2. André Gorz, Miserias del presente, riquezas de lo posible,
Paidós, Buenos Aires, 1998, pág 38.
3. Ídem, pág 34.
4. Ídem, pág 56.
5. Página 12, entrevista de Horacio Verbistky a Néstor Kirchner y
Luiz Inácio Lula da Silva, 19 de octubre de 2003.
6. César Benjamin, Desemprego: cenário atual e políticas
alternativas, en www.lpp-uerj.net/outrobrasil
https://www.alainet.org/es/articulo/108768
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