Ariano Villano Asesino

27/10/2003
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El ultimo día de septiembre fui a Mossoró a recibir la Medalla de la Abolición, concedida por la universidad del estado de Río Grande do Norte. En dicha solemnidad Adriano Suassuna fue investido como doctor honoris causa. . En el vuelo entre Natal y Mossoró hablamos de lo que más teme Ariano: viajar en avión. Fue algo así como hablar de la soga en casa del ahorcado. Le conté que un día le pregunté a mi mecánico si ya había viajado en avión. El señor Jorge dejó de manipular en el carburador de mi auto y me miró de reojo: -Señor Betto, ¿acaso voy a entrar en un vehículo que anda por allá arriba mientras la oficina queda aquí abajo? Me contó Ariano que sus amigos tratan de consolarlo diciendo que, según las estadísticas, hay más accidentes de autos que de aviones. -Decía Disraeli - recordó el autor de El auto de la compadecida- que hay tres tipos de mentiras: la común, la descarada y la estadística. Si ésta dice algo, que me muestren cuántos escaparon de un accidente de auto y cuántos de un desastre aéreo. Un amigo añadió: 'Usted viaja en auto y de repente cae en un hoyo de la carretera; sin embargo allá arriba no hay agujeros'. A lo que objeté: 'Allá arriba es peor, el avión avanza y el agujero sigue abajo'. Le conté a Ariano que Roberto Drummond, autor de Hilda Furacão, cuando todavía era ateo, exmlitante comunista, ganó el premio literario del estado de Paraná por su obra La muerte de D.J. en París. Vivía en Belo Horizonte y tenía tanto miedo al avión que, materialismo aparte, a la hora de ir a Curitiba a recoger el premio -en dinero- fue a la iglesia del Buen Viaje a hacer una promesa, encendió una vela a Santa Rita y se fue al aeropuerto. Pero en la escala de São Paulo desembarcó pálido, decidido a no rendir ningún homenaje más a Santos Dumont y a la puerta del aeropuerto de Congonhas tomó un taxi. '¿A dónde vamos, caballero?', le preguntó el piloto. 'A Curitiba', le respondió. '¿A la calle Curitiba?' 'No - dice el escritor-, a la capital del Paraná'. El taxi le llevó al lugar del premio y en la puerta del teatro Roberto le pidió que le esperase. Al final de la ceremonia le dijo al taxista: 'Ahora vamos para Belo Horizonte'. Al entrar en su casa, Beatriz, su mujer, quedó asustada, pues se había gastado la mitad del valor del premio en el viaje. En su discurso de agradecimiento en la universidad, Ariano citó nuestra conversación aérea y habló de los cantos del Nordeste. Ariano nunca aceptó el computador, ni la máquina de escribir. Prefiere tejer a mano sus hermosos textos literarios. Por eso fue invitado a participar en un acto en Recife, en el que iban a ser presentados los avances de la informática y, de paso, la presumible muerte del libro, decretada por la llegada del maravilloso e- book. –Cuando el japonés mostró toda aquella parafernalia -me contó Ariano- le pregunté: '¿Entonces es ahí donde voy a leer los libros? Y cuando quiera ir al baño, ¿cargo con ese armatoste? ¿Llevo esa cosa a la cama para leer antes de dormir? ¿Y si se cae al suelo? ¿Y si se corta la energía?' El japonés quedó como alelado tratando de justificar el avance de la tecnología; entonces le propuso un test: 'Puesto que usted dice que vamos a hacer libros en ese aparato, veamos cómo escribe los textos. Dígale mi nombre: Ariano Villar Suassuna'. El japonés digitó Ariano y la máquina lo aceptó. Digitó Villar y la máquina señaló error, sugiriendo un vocablo aproximado: 'Villano'. A continuación digitó Suassuna y lo mismo; el vocablo aproximado ahora fue 'Asesino'. Entonces le dije: '¿Cómo voy a escribir en algo que me llama Ariano Villano Asesino?' Para desgracia del representante de un gran proveedor, cuando en el acto él mostró un verso de Camoens, sacado de internet, Ariano recitó el poema entero: 'Tengo una memoria de perro vengativo', me confesó después. Traducción de José Luis Burguet.
https://www.alainet.org/es/articulo/108687?language=es
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