En el planeta del agua amenaza la sed

06/10/2003
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El próximo día 24 celebra el mundo, y con él la ciudad de Bonn, el Día de las Naciones Unidas. Bonn es la única ciudad en Alemania autorizada para llamarse Ciudad de las Naciones Unidas, por ser sede de varias Comisiones y Secretarías de la ONU, que fueron establecidas en Bonn como una de las compensaciones por el traslado a Berlín del Parlamento alemán (el Bundestag), y de parte de los Ministerios del Gobierno Federal alemán. El presente artículo es la aportación de LSEI el previsor aviso de las Naciones Unidas de centrar en este año su Día sobre el candente tema del progresivo y amenazador agotamiento del agua potable en el mundo. Las primeras fotos de conjunto del planeta (desde el polo) confirmaron visualmente lo que ya sabían los geofísicos: el 75% de la superficie es agua. Sabemos también que la profundidad media de los océanos es abismal. La Tierra es, pues, el planeta del agua. Un riqueza clave: dentro de veinte años habrá en la tierra ocho mil millones de hombres que necesitarán aún más cereales y vegetales de toda clase, y pastos para obtener carne. Nada de eso es posible sin agua, agua dulce, naturalmente. ahora bien, el gigantesco 97% de esa riqueza observada, a primera vista inagotable, es agua salada. La dulce está -estaba en 1999-, en un 78%, congelada en los hielos eternos de los casquetes polares, y en los glaciares; un 20%, en capas geológicas muy profundas, prácticamente inalcanzables. Si representamos el total de agua del mundo por un bañera llena, el agua dulce llenaría un cubo de limpieza doméstica medio lleno; y la dulce accesible -lo que nos queda para sobrevivir-, un mini-vaso de licor. A lo loco se vive mejor. La agricultura es la gran consumidora de agua. Para producir un año de alimentación de un sólo ser humano hacen falta -en promedio, claro: en el corazón de África mucho menos, en los países ricos mucho más- 300.000 litros; de los que la evaporación se lleva casi la mitad. (Cundo el agua termine por filtrar, pudiera ser que el hambre llegara antes que la sed). El segundo gran consumidor es la industria: 22%. Para producir un saco de cemento se gastan 225 litros, para un kilo de paño 2.700 l., para el acero y el aluminio de un automóvil 78.000 l. El consumo doméstico es muy desigual: por cabeza y día, en la India 25 litros; en Senegal 29; en Europa occidental (otra vez promedio) 200; en U.S. 350. Lo más grave no son los relativamente pocos litros para la cocina y el aseo; el WC cada vez, y es otra cosa (haces una pinta y gastas un galón, dicen los ingleses); lo peor son las lavadoras, lavavajillas, etc., concebidas como si el agua fuera de veras inagotable. A pesar de todo, el consumo estrictamente doméstico, al lado de la agricultura y la industria, viene a ser un modesto 8%. El consumo individual no estrictamente doméstico y no es tan modesto, porque en algunas zonas de la tierra, la gente está contenta con sobrevivir; pero en otras quiere además vivir, a ser posible a lo loco. Porque loco es, por ejemplo, mantener piscinas en zonas áridas, echando mano a las reservas de aguas relativamente profundas. En las Baleares, y no sólo en los centros turísticos, se riegan céspedes deportivos con agua acarreada en buques cisterna desde la Península. En Kuwait y en Bhrian, donde desde tiempo inmemorial no llueve jamás, vive un población de dos millones con agua de mar desalinizada; un solución cuando no hay otra, pero sólo pagable con el petróleo. Libia está derrochando ahora capas subterráneas de agua, acumuladas durante las fases climatológicas en que el Norte de África contaba con lluvias abundantes; y que se agotarán en treinta años. Arabia Saudí, a base de riego artificial, produce ella misma trigo que podría comprar mucho más barato en el mercado mundial. Incluso se desecan lagos y biotopos húmedos, desviando con la técnica sus fuentes hacia el consumo urbano y agrícola. Una riqueza irregular. Las lluvias están repartidas muy irregularmente. Donde la temperatura es más alta, y mayor la evaporación, es donde menos llueve y menos queda para las plantas, los arroyos y el hombre. Y cuanto más reseco y desnudo está el suelo, más rápida resbala sobre él la lluvia, sin empaparlo, ni llegar a engrosar el caudal freático. Esa irregularidad la induce a veces, desgraciadamente, el hombre mismo, por el método de la deforestación. La desertización será la estación final de la cruzada contra las pluviselvas tropicales. La connivencia entre multinacionales madereras codiciosas del beneficio rápido, y gobiernos -o políticos- en busca de lo mismo, da por resultado la pérdida nula de superficies inmensas de selva. Si se comparan las fotos de satélite con los mapas de la primera mitad del siglo XX, sólo en la amazonía ha desaparecido y claramente más de la mitad de lo que fué selva. La catástrofe sobreviene, inexorable, por caminos diversos. En primer lugar, el suelo de las selvas taladas no permite reforestación, porque su capa de humus es muy poco profunda y, sin la selva y, muy pobre: la selva es una cadena de reciclaje de material muerto que se reasimila y se incorpora de nuevo a la vida vegetal. Por eso, si una zona de selva desaparece, desaparece para siempre; y la erosión eólica remata el proceso de desertización. Segundo: si no hay bosque, no hay lluvia. La lluvia es l condensación del agua acumulada en las nubes por la evaporación; la cual, a su vez, arranca de la mas verde. Basta pasar revista al paisaje castellano, o al de las islas griegas, o el de los desiertos africanos y estadounidenses. Y finalmente: sin árboles, la función clorofílica se reduce no sólo la insuficiencia, sino la insignificancia; y la falta de oxígeno implica necesariamente la asfixia de l vid. La selva es el indispensable pulmón del planeta. Y no sólo la irregularidad es un problema, sino la calidad misma del agua. La industria maneja más de 60.000 substancias químicas, y los desagües irresponsables contaminan y envenenan las aguas superficiales y las freáticas. Las centrales depuradoras de agua potable filtran, ozonifican, mezclan... . Y lo que nos llega al grifo y no sabe más que a un estéril Hache-dos-O. El problema demográfico. Por encima de este pandemónium de intereses e irresponsabilidades se cierne la explosión demográfica. La revolución verde, basada en el riego artificial y los bonos químicos, logró al comienzo de la década ochenta el récord de 350 Kg. de grano por cabeza y año (102 días de reserva de trigo; hoy, 50 días). El crecimiento demográfico (cada año 90 millones más) fue reduciendo la ventaja que la agricultura llevaba en la carrera; y en 1999, aunque hubo un plus en toneladas absolutas, sólo se llegó 290 Kg. por cabeza: 60 menos. Los ocho mil millones de hombres que necesitarán alimentación el año 2020 tendrán que enfrentarse además con otro factor adverso: la disminución de la superficie cultivable, aquí, por sobreproporción de praderas para producir carne; allá, los suelos se esquilman por cosechas múltiples y sin rotación, o se intoxican por sobrecarga de abonos químicos, o por salinización. En algunas áreas, los campesinos reaccionan cultivando laderas en terrazas inverosímiles; pero entonces la lluvia y no riega: arrastra. Las fotos de satélite presentan ríos cada vez más amarillentos. Parece poco que una tormenta se lleve río abajo un milímetro de tierra fértil; pero son 15 toneladas por hectárea. Por esas y otras causas, cada año desaparece una extensión de tierra cultivable aproximadamente como Cataluña / España. Y tampoco toda la tierra cultivable se dedica a la producción de alimentos. En los países en desarrollo se cultiva y se riega para obtener divisas duras: plantaciones de café y té , campos inmensos de algodón, palillos de comer a la oriental -que se tiran después- en las selvas tropicales del sudeste asiático, maíz de pienso en África para el ganado vacuno europeo... Cultivos que exigen mucha agua, y en suelos casi nunca apropiados: agua y tierra que faltan para hacer frente al hambre. La alimentación del bienestar. Otro aspecto importante en el despilfarro del agua es el avance asolador del consumo de carne en los países ricos. La canalización de los alimentos vegetales hacia la obtención de alimento animal a través del ganado implica un pérdida del 90% del valor nutritivo original. Es un despilfarro de las cosechas. Pero además, un despilfarro del agua: 4.000 litros para un filete de 180 gramos; 20.000 por un Kg. de carne de vacuno. Litros que faltan, no en los países consumidores, sino en los productores de piensos. Y, cómo reacciona la política?. En los países que aún no sienten la sed, están bastante extendidos los partidos de los optimistas profesionales y de los bagatelizadores. Ambos cierran los ojos las cifras. El común denominador de su consenso se resume en el lema No es para tanto... al fin y al cabo, la industria se esfuerza por ahorrar agua. Lo que es cierto... a veces. La industria del papel, por ejemplo, ha conseguido a base de reciclaje, circuitos cerrados, etc. reducciones sorprendentemente altas en su consumo de agua. Pero el ahorro no ha bajado espontáneamente del cielo: ha habido que hacerlo bajar a base de impuestos ecológicos, y aumentos del precio del agua. Y tampoco es así siempre. Otro ejemplo, éste en dirección contraria: en la India, Coca-Cola (Hindustahn Coca-Cola) dispone en propiedad de pozos comprados, de los que extrae, para limpieza de botellas y de al fábrica misma, 1,5 millones de litros diarios que le faltan al agricultura y la población del entorno. El nivel de las aguas freáticas en la región ha descendido brutalmente y las mujeres tienen que hacer largos kilómetros pie para el abastecimiento doméstico de agua potable. Moraleja del precedente Apocalipsis. Qué puede hacer Monsieur tout le monde? a primera vista, no mucho; y sin embargo, no poco -si lo hacemos todos. En los problemas colectivos, la conducta ha de ser siempre tal que, si todos la siguieran, el problema se resolvería. a sí que: Reducir lo más posible el consumo de carne. No apoyar a ningún político de los bagatelizadores, ni a los optimistas profesionales. A Sólo los que se esfuercen en serio por resolver el problema, en vez de a los que presenten las majorettes más esbeltas. Y aún en el privilegiado primer mundo, comportarse frente al grifo con respeto reverencial. * Eduardo Espert es periodista de la Agencia Latinoamericana de Servicios Especiales de Información (LSEI)-Bonn. http:// http://mitglied.lycos.de/jpz/lsei.htm E-mil: EdurdoEspert@ol.com
https://www.alainet.org/es/articulo/108524

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