De la CNI a la ANI, nueva estrategia represiva
27/09/2003
- Opinión
El año pasado, la apertura a la prensa de la discusión sobre la
inminente creación de la Agencia Nacional de Inteligencia (ANI) -luego
del fallido intento de aprobar el Servicio Nacional de Inteligencia
(SNI)-, rompió la habitual reserva sobre el tema. La iniciativa
plantea incorporar a las Fuerzas Armadas (FF.AA.) a las tareas de
"inteligencia política", bajo supervisión del gobierno civil. Hasta
hoy, las labores de inteligencia que realizan las FF.AA. y,
principalmente el Ejército a través de la Dirección de Inteligencia
del Ejército (DINE), no poseen ningún control "civil".
La connivencia entre los gobiernos de la Concertación y las Fuerzas
Armadas durante la "transición a la democracia", no llama la atención.
La transición precisamente consiste en mantener con pequeños
remozamientos el statu quo de la era militar en el objetivo común de
perpetuar la institucionalidad y el modelo económico bajo férreo
control impidiendo cualquier expresión de descontento popular. La ANI
y el posible ministerio de Seguridad son parte del objetivo
estratégico de las clases dominantes y su expresión política.
Tortuoso camino
La "transición" mantiene las desigualdades económicas y sociales de la
dictadura, el aparato militar y de inteligencia con sus estructuras
casi intactas, perpetuando la impunidad de los principales
responsables de violaciones a los derechos humanos. Un sistema
político de "continuidad" con la dictadura, por lo que no es extraña
la unidad de criterios de la Concertación, la derecha y los militares
respecto de la necesidad de instalar la Agencia Nacional de
Inteligencia (ANI).
Las "coincidencias" entre los políticos del sistema y el mundo militar
se han manifestado desde antes del inicio de la "transición" y,
principalmente, durante el gobierno de Patricio Aylwin en temas como
la "seguridad ciudadana", el "control represivo-selectivo", el "Estado
policial" y el "exterminio de la subversión". Se exacerba en el
imaginario un cuestionable aumento de la delincuencia, acompañada de
la "conexión entre ex subversivos, asaltantes y narcotraficantes",
"delitos con mayor violencia", y un mayor acceso a "armas de fuego y
explosivos", lo que va de la mano con reprimir intentos de
articulación de grupos estudiantiles o poblacionales, y principalmente
las organizaciones y comunidades mapuches en las zonas en conflicto.
Incluso, las fuerzas policiales han desalojado hogares universitarios
mapuches, reprimiendo actos o tocatas musicales organizadas en defensa
de la lucha mapuche por sus tierras.
Con el pretexto de urgencia de "políticas de seguridad ciudadana" se
fortalece el control social a través del sistema "represivo-
preventivo", manteniendo estructuras centralizadas e innumerables
ramificaciones territoriales en poblaciones, centros estudiantiles,
zona mapuche, etcétera.
La Oficina: represión política y poder
El Presidente de la República, Ricardo Lagos, concretará el abortado
intento de crear un organismo de inteligencia cívico-militar
presentado por Eduardo Frei Ruiz-Tagle en enero de 1997, tras la fuga
de cuatro (4) militantes del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR)
de la Cárcel de Alta Seguridad. El proyecto del Presidente Eduardo
Frei no prosperó por los "ruidos" que creó la detención de Augusto
Pinochet en Londres y su petición de extradición por España.
Según trascendidos de prensa, los principales objetivos de la ANI
serán: "coordinar las direcciones de inteligencia que ya existen.
(...) Regular el intercambio de información que éstas generan. (...)
Asesorar directamente al jefe de Estado respecto a los mecanismos de
seguridad que debe tener el país en materias políticas, económicas y
militares, tanto dentro como fuera del país". Se inaugurará una nueva
colaboración cívico-militar, abocada hoy a crear la legalidad
necesaria para prevenir y/o reprimir cualquier expresión de
descontento popular, siguiendo las directrices norteamericanas.
A los gobiernos de Chile y Estados Unidos los une el discurso común
contra el "narcoterrorismo" y una práctica en terreno de modelos
policiales y ejercicios militares conjuntos. En materia de seguridad,
el gobierno de Patricio Aylwin creó un organismo de inteligencia con
capacidad de equiparar la labor de organismos militares que siguieron
operando con autonomía, y con la misión de desarticular a las
organizaciones políticas que pudieran constituirse en un obstáculo
para la "transición".
Las tareas de inteligencia "democráticas" se comenzaron a desarrollar
desde 1990, pero la creación formal del Consejo de Seguridad Pública
data del 23 de octubre de 1991. Sus primeros directores fueron: Mario
Fernández (DC), Jorge Burgos (DC) y Marcelo Schilling (PS). La
"Oficina" -como fue conocida por la prensa y la ciudadanía-, dispuso
de la información residual de la Dirección de Inteligencia del
Ejército (DINE) y de herramientas operativas y legales que le
permitieron, en definitiva, orientarse hacia los objetivos definidos
por el ministerio de Interior, presidido entonces por Enrique Krauss:
"Dislocación y exterminio del complejo Mapu-Lautaro en sus tres
estructuras Movimiento Juvenil Lautaro (MJL), Fuerzas rebeldes y
Populares Lautaro (FRPL), y MAPU-Lautaro; desarticulación del Frente
Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR), y trabajo hacia el Partido
Comunista (PC)". Para cumplir con los objetivos, que incluyeron la
desarticulación del MIR EGP-PL, la Oficina diseñó, planificó y
participó en operaciones y montajes, inaugurando una nueva "guerra
sucia", que incluyó la muerte de una treintena de militantes del
Lautaro y el FPMR, y la detención de la mayoría de sus dirigentes.
Para esos fines se utilizó la delación, infiltración y contratación de
"informantes". Los escándalos de la "Oficina" obligaron al poder
político a aprobar la Ley 19.212 (1993), que creó la Dirección de
Seguridad e Informaciones, bajo el mando de Isidro Solís (PRSD),
funcionario de Gendarmería y hombre de confianza de Belisario Velasco,
en ese momento subsecretario de Interior.
En 1995 se produjo un giro en las políticas de inteligencia. Los
presos políticos fueron trasladados a la Cárcel de Alta Seguridad
(CAS), y se habló del fin de la "transición y la subversión". Durante
el gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle, la Dirección de Seguridad pasó
a llamarse Dirección de Seguridad Pública e Informaciones (DISPI).
Mario Papi (PRSD) asumió la jefatura y volcó sus objetivos a
"privilegiar el análisis a partir de fuentes abiertas, enfocado en
escenarios delictuales, sindicales y económicos entre otros".
Sistema represivo-preventivo
En el gobierno de Ricardo Lagos, los socialistas volvieron a la cabeza
de la DISPI. Gustavo Villalobos (PS), abogado y ex integrante de la
Vicaría de la Solidaridad fue nominado en su dirección. Se comprometió
a "no utilizar" la información que conoció por su "antiguo cargo".
Desarticulada la "subversión", la nueva labor de inteligencia civil se
abocó a "la búsqueda y procesamiento de datos relacionados con los
actores sociales populares". A la cabeza del departamento encargado se
nombró a Luis Marcó, uno de los principales articuladores de las
políticas de "seguridad ciudadana".
La campaña "antisubversiva y antiterrorista" de los primeros años de
la Concertación, se desarrolló paralelamente con el reforzamiento de
la "seguridad ciudadana" y contó con la legislación represiva
heredada: ley de Detención por Sospecha, Control de Armas y
Explosivos, Antiterrorista, Seguridad Interior del Estado, y la
aprobación de nuevas leyes que facilitaron las tareas de inteligencia,
como la ley de Delación Compensada.
El traspaso de la dependencia de Carabineros del ministerio de Defensa
al de Interior no significará una "democratización" de las fuerzas
represivas, que operan en sentido contrario: crecimiento numérico,
impunidad, más recursos, aplicación de planes norteamericanos,
etcétera. El sistema represivo-preventivo de los organismos de
inteligencia, la "globalización" de la represión y la especialización
y militarización de las policías pone de manifiesto la tradición
autoritaria de las clases dominantes y el férreo control sobre la
sociedad, control que se mantiene a través del modelo económico,
reforzado por los medios de comunicación y la propia "seguridad
ciudadana".
* Arnaldo Pérez Guerra, Ex preso político. Licenciado en Historia por la
Universidad de Chile. Redactor de los medios chilenos Punto final y El SigloColaborador de La insignia (España) y Prensa Latina. Editor de Presos Políticos-Chile solidaridadchile@yahoo.com
aperezguerra@yahoo.es
https://www.alainet.org/es/articulo/108470?language=en
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