FMI y Banco Mundial: La Estrategia Perfecta
21/09/2003
- Opinión
A inicios de la década de los ochenta, América Latina entró en
la denominada "crisis de la deuda externa". En esa coyuntura,
los mercados financieros internacionales cortaron abruptamente
sus créditos hacia la región y exigieron su reembolso
inmediato, con el agravante que entre mediados de los años
setenta y los ochenta, casi todos los países de la región
habían transformado el financiamiento de su desarrollo,
haciéndolos depender precisamente de estos mercados
financieros internacionales. Es la década de los "ajustes
macroeconómicos" y de la presencia del FMI en la región. La
CEPAL hablará de los ochenta como la "década perdida". La
responsabilidad de esa década perdida, le cabía en gran medida
al FMI y a su esquema de "ajuste y estabilidad económica".
Pero lo que en un inicio parecía una estrategia destinada a
que los países paguen a sus acreedores externos, sacrificando
incluso toda posibilidad de desarrollo autónomo, y
convirtiéndose en exportadores netos de divisas, se iría
convirtiendo en una especie de "caballo de Troya" de una
transformación más profunda, más sostenida, más consistente,
vale decir, más estructural, no solo de la economía sino de la
sociedad en su conjunto y del Estado.
Detrás de la crisis de la deuda externa se escondía una
estrategia de más largo aliento. Las políticas de ajuste
preconizadas por el FMI eran una especie de avanzada de
medidas más profundas y radicales y que no serían
visibilizadas sino hasta mediados de los años noventa, como
parte de una estrategia denominada como "modernización del
Estado". El rol de "caballo de Troya" de esta "gran
transformación", fue asumido por el Banco Mundial, que se
convirtió en la sombra de las políticas de ajuste del FMI.
Así, ambas instituciones, se constituyen en los ejes
estratégicos, en los clivajes, en los puntos nodales de lo que
sería este cambio estructural.
En efecto, al tenor de esas políticas de ajuste del FMI,
fueron imponiéndose otras medidas que aparentemente nada
tenían que ver con la estabilidad macroeconómica del corto
plazo, ni con el déficit de la balanza de pagos, ni con la
propuesta monetarista para combatir la inflación; en realidad,
se trataba de un conjunto de medidas económicas, políticas e
institucionales, pensadas para actuar al largo plazo y para
lograr cambios profundos en la sociedad y el Estado, son las
medidas que habrían de ser denominadas por el Banco Mundial
precisamente como de "reforma estructural".
John Williamson, a inicios de los noventa, definiría a ese
conjunto de políticas como el "Consenso de Washington", y el
eje fundamental de ese "Consenso" estaba en el cambio del
modelo económico y social hasta entonces vigente. El
"Consenso de Washington" definiría la convergencia hacia una
"agenda mínima" de las multilaterales internacionales, como el
FMI y el Banco Mundial, y regionales como el BID (Banco
Interamericano de Desarrollo), o incluso la CAF (Corporación
Andina de Fomento); agenda estructurada bajo parámetros
establecidos, en lo fundamental, por el Departamento de Estado
Norteamericano.
En esta agenda mínima, constarían al menos diez puntos
básicos: (1) disciplina fiscal; (2) reorientación en la
prioridades del gasto público; (3) reforma fiscal; (4)
liberalización de las tasas de interés; (5) competitividad de
los tipos de cambio; (6) liberalización y apertura comercial;
(7) liberalización de los flujos de inversión extranjera
directa, y de los flujos de capital; (8) privatización; (9)
desregulación; y, (10) seguridad jurídica
El Consenso de Washington busca desarmar, desestructurar,
desmontar el contrato social erigido bajo el esquema del
Estado de Bienestar (Welfare State), y su correspondiente
modelo económico. Un modelo, cabe recordar, en el cual el
Estado jugaba un rol proactivo y fundamental en las decisiones
económicas: diseñando políticas de industrialización y de
sustitución de importaciones, participando activamente en la
asignación de recursos, regulando los mercados, planificando
el largo plazo, definiendo las condiciones de los ciclos de
ahorro e inversión nacionales, incentivando a la demanda
interna, incluso generando empleo; un modelo, cabe destacar,
que de alguna manera había sido una especie de horizonte de
posibilidades para algunos países de la región, y que la CEPAL
lo denominaría como de "industrialización por sustitución de
importaciones".
El nuevo modelo en el cual trabajaban el FMI y el Banco
Mundial y cuyas orientaciones se establecen dentro del
Consenso de Washington, apuntan hacia la transformación del
Estado proactivo y regulador hacia un Estado mínimo, y una
sociedad regulada por las fuerzas del mercado, es decir, un
modelo neoliberal.
Así, el FMI y el Banco Mundial cumplían una especie de rol
estratégico de esta "gran transformación": eran los marcos
institucionales desde los cuales se provocaban cambios
profundos, a veces dramáticos, hacia una nueva forma de
Estado, y por tanto de relación social, marcada por nuevas
relaciones de poder tanto a nivel interno como a nivel global.
Las políticas de ajuste macroeconómico del FMI eran las
premisas que tenían que cumplirse tanto para acceder a
recursos de los mercados financieros internacionales, recursos
fundamentales para financiar el desarrollo nacional, cuanto
para "modernizar" las estructuras económicas, jurídicas,
institucionales y estatales existentes, bajo la denominación
de cumplir la "reforma estructural".
De esta manera, a las políticas de estabilización
macroeconómica del FMI, conocidas también como políticas de
ajuste, se añadirían las reformas estructurales preconizadas
por el Banco Mundial como parte de una sola estrategia. En
una primera fase, sobre todo a fines de los años ochenta, el
FMI y el Banco Mundial muchas veces superponían sus
condicionalidades. Fue la época de la "condicionalidad
cruzada" que se constituyó en el antecedente para la
conformación del Consenso de Washington.
Ahora bien, es necesario visualizar de mejor manera el rol del
FMI y del Banco Mundial en este proceso, porque es gracias a
su acción política y a su discurso tecnocrático que se ha
posibilitado la imposición del nuevo modelo neoliberal, que ha
transformado profundamente al Estado y a la sociedad.
Es una curiosa paradoja de la historia, pero para que el
modelo neoliberal pueda imponerse, sostenerse, y legitimarse,
hasta ahora ha necesitado del Estado. Es gracias a decisiones
tomadas desde el Estado, que se imponen las medidas que a la
larga desarticularán a ese mismo Estado. De ahí que el FMI y
el Banco Mundial hayan caído en la contradicción de adoptar
decisiones desde el Estado pero sin la participación de éste.
La utopía del FMI es que el Presidente de la República tenga
todos los poderes discrecionales para adoptar las medidas de
estabilidad macroeconómica y de reforma estructural sin
depender del Congreso o del sistema político existente, o de
sus instituciones democráticas. El FMI tiene una real
vocación por las dictaduras, porque ellas garantizan la
aplicación del modelo sin restricciones de tipo político, que
pueden constituirse, en última instancia, en riesgos políticos
para la aplicación del ajuste.
De ahí que una de las dificultades de esa relación antitética
entre ajuste y democracia sean los pedidos del FMI por una
mejor gobernabilidad, y el acento puesto por el Banco Mundial
en las reformas que apuntan a consolidar un "buen gobierno", o
gobernabilidad, entendiendo a ésta como la capacidad que
tendría un sistema político democrático de imponer las medidas
de ajuste, estabilización y reforma estructural sin suscitar
resistencias sociales y políticas, o, al menos, tener la
capacidad de neutralizarlas y controlarlas políticamente.
La gobernabilidad vendría a ser la cobertura política a las
reformas estructurales y al ajuste económico. Uno de los
riesgos que estas instituciones visualizan en la imposición
del ajuste y la reforma estructural son las resistencias
sociales, las movilizaciones populares, los levantamientos
masivos en contra de estas medidas. Una sociedad que se
pretenda democrática tiene que procesar estas resistencias,
estas movilizaciones dentro del contexto institucional
existente, pero ese contexto limita enormemente la capacidad
de acción que tanto el FMI como el Banco Mundial exigen a los
gobiernos.
Es desde esas rupturas, desde esos desencuentros entre el
sistema político y la "gran transformación" neoliberal en la
que se hallan empeñados el FMI y el Banco Mundial, que el
"buen gobierno" se constituye como uno de los ejes
concomitantes y correlativos al ajuste y la reforma
estructural. El buen gobierno puede neutralizar, puede
asimilar las resistencias sociales, las movilizaciones
populares y ciudadanas en contra del ajuste y la reforma
estructural, sin afectar a éstas, sin poner en riesgo ni el
sistema político ni la transformación neoliberal.
El buen gobierno, vale decir, la gobernabilidad, es una de las
reflexiones más recientes que han debido ser incorporadas al
ajuste y reforma estructural. Los mecanismos para el buen
gobierno, pueden pasar desde reformas al sistema político que
otorguen amplias capacidades de decisión al Presidente de la
república, limitar el ámbito de acción del Congreso, reducir
la participación social, hasta mecanismos de diálogo, y de
búsqueda de supuestos consensos, esto es, institucionalizar a
los actores sociales susceptibles de provocar rupturas a la
imposición neoliberal.
Pero, habría que comprender también con qué metodologías, cómo
se estructuran, cómo se imponen el ajuste y la reforma
estructural. Estos son procesos complementarios, complejos,
conflictivos. El FMI y el Banco Mundial están obligados a
armonizar, coordinar, consensuar entre ellos los tiempos, las
prioridades, las agendas de los países en los que actúan.
Ello implica una serie de problemas de tipo metodológico y
operativo, y también políticos y discursivos.
La primera definición de tipo metodológico, y que nació por
las fuerzas de las circunstancias en la crisis de la deuda
mexicana de 1982, fue otorgar al FMI un rol fundamental en la
resolución de la crisis del endeudamiento latinoamericano de
los años ochenta. El FMI tenía en primera instancia que
garantizar el cumplimiento del servicio de la deuda externa
para evitar la crisis financiera de los bancos, sobre todo
americanos, que habían sobreexpuesto su cartera en los países
latinoamericanos. En ese rol fue clave el FMI para evitar por
parte de los países latinoamericanos la conformación de un
sindicato de países deudores, y al mismo tiempo la aplicación
de una estrategia que evite las negociaciones multilaterales.
Desde 1982 hasta finales de la década, se produjeron enormes
fugas de capitales en casi todos los países de América Latina.
Para fortalecer la capacidad de exportación de estos países,
una capacidad que finalmente iba a garantizar el pago de la
deuda externa, el FMI en contra de aquello que estaba escrito
en su convenio constitutivo, obligó a los países a devaluar
sus monedas. La devaluación aceleró la inflación y redujo los
salarios. De esta manera, las mismas políticas de ajuste que
preconizaba el FMI fueron la causa de una profunda
inestabilidad financiera y económica que a la larga
presionaron sobre la tasa de inflación, provocando fenómenos
inflacionarios e hiperinflacionarios en algunos países de la
región. En efecto, para América Latina, la década de los
ochenta fue el periodo de altas tasas de inflación,
acompañadas de recesión económica, de ahí que la CEPAL
considere a los ochenta como la "década perdida".
El FMI en poco tiempo había logrado al menos tres objetivos:
garantizar el cumplimiento del pago de la deuda externa, y por
esa vía salvar de una crisis segura a los bancos
norteamericanos; vulnerar la capacidad de respuesta de los
países y hacerlos dependientes en mayor medida de los recursos
del FMI y del aval que éste pueda otorgar para acceder a los
mercados financieros; y, finalmente, evitar la conformación de
un sindicato de países deudores que impongan condiciones a la
banca acreedora. Para el cumplimiento de estos objetivos el
FMI contó con la anuencia, la colaboración y la complicidad de
las élites criollas.
En una segunda instancia, y una vez conseguidos estos
objetivos políticos se profundiza y consolida la acción del
Banco Mundial y su propuesta de "reforma estructural". Es una
estrategia que empieza a clarificarse fundamentalmente desde
inicios de los noventa. El énfasis inicial de la reforma
estructural estará en las políticas de privatización, y
conjuntamente con éstas se impondrían las políticas de
liberalización y desregulación.
Una economía que ha sido vulnerada por las políticas de
ajuste, que ve crecer dramáticamente la fragilidad de sus
indicadores económicos claves, como la tasa de inflación, la
devaluación, el desempleo, las tasas de interés, etc., que
sabe que los recursos que financien su desarrollo ahora
dependen exclusivamente de los mercados privados de capitales,
y que estos capitales son por naturaleza especulativos, es una
economía, o, más bien, un país, con poca capacidad de decisión
soberana sobre su desarrollo, con poca capacidad de
negociación, con un espacio de decisión limitado y con
necesidades urgentes de financiamiento.
La actuación del FMI ha vulnerado de tal manera a ese país,
que parecería en realidad de que se ha tratado de una especie
de estrategia de ablandamiento. Sobre esa vulnerabilidad
trabaja el Banco Mundial en su "reforma estructural". El
Banco Mundial conoce que a la par que se ha vulnerado la
estructura económica, los costos de esta crisis han sido
trasladados hacia los más pobres. El discurso del Banco
Mundial toma en cuenta justamente a esos pobres para legitimar
su actuación. El Banco Mundial elabora un discurso crítico
desde los indicadores sociales que muestran el deterioro de
las condiciones de vida, parecería incluso que toma distancias
con el FMI, pero no hay que llamarse a engaño, su respuesta
está dada de antemano: esos países son pobres porque no
aplicaron las reformas estructurales, o porque no lo hicieron
de una manera profunda y radical.
Empero, esas reformas estructurales así como las políticas de
ajuste generan rechazos, protestas, movilizaciones. La
historia de América Latina, y de otros países del globo, están
marcadas por ellas. Las resistencias sociales que se susciten
serán luego absorbidas, neutralizadas, controladas desde las
reformas institucionales y políticas de la teoría del "buen
gobierno", vale decir, la gobernabilidad. Así, el círculo se
cierra. La estrategia es perfecta. Los puntos de fuga
parecen no existir. El FMI ha aprendido la lección: la
economía es siempre un asunto político, y la política siempre
releva del poder.
Las imposiciones del FMI y el Banco Mundial, siempre buscan un
mínimo de legitimidad, una apariencia de consenso, un
simulacro de democracia. Si el FMI actúa, propone, monitorea,
evalúa a un país, en función de un recetario previamente
establecido, es porque en realidad éste ha acudido en búsqueda
de un financiamiento excepcional para equilibrar sus cuentas
externas. Su argumento es que si el país hubiese mantenido
una "disciplina fiscal", un manejo "coherente" de sus cuentas
internas y de sus equilibrios, entonces no habría necesitado
del FMI. Este argumento traslada la responsabilidad de la
crisis al país que la sufre y no al entorno que la genera. Es
la crisis del país lo que le obligaría a éste a redactar un
"memorando de entendimiento" con el FMI, también conocido como
"Carta de Intención", y en el cual se explicitan los objetivos
macroeconómicos que son absolutamente coherentes con aquellos
criterios establecidos por el Consenso de Washington.
Ahora bien, estas "Cartas de Intención" en realidad son
redactadas por el staff del FMI, y contemplan una serie de
medidas económicas, cuyo objetivo central siempre es el
incremento de la fiscalidad, a fin de obtener mayores recursos
que permitan el pago del servicio de la deuda externa, una
fiscalidad que en lo fundamental descansa sobre los más
pobres. A través de estas medidas se justifican los
diferentes préstamos que el FMI hace a los países, y que
pueden ser stand by, de facilidad ampliada, etc., dependiendo
del monto, de la coyuntura y de los intereses que están en
juego. Las medidas económicas que propone el FMI son las
mismas independientemente del país, de su estructura
poblacional, productiva, geográfica. En realidad, el FMI no
se hace mayores problemas en designar un conjunto de medidas
diferentes para cada país. Para el FMI todos los problemas de
los países por definición son los mismos y por lo tanto
ameritan el mismo recetario.
EL FMI no se molesta en conocer la realidad de los países a
los cuales hace sus recomendaciones, su campo epistemológico
es absolutamente cerrado y parte de una hipostaziación de la
realidad: si la realidad se resiste a sus propuestas, tanto
peor para ella. Esta hipóstasis de la realidad por la
doctrina, en realidad evoca una estrategia de poder. Según
esta estrategia, las respuestas están antes que las preguntas,
porque el mercado como locus histórico en realidad es una
axiomática, y los axiomas no se discuten. Para el FMI da lo
mismo la situación de un país como Brasil que Guinea; Rusia o
Etiopía tienen el mismo rango dentro de su campo epistémico.
El FMI no hace economía, hace ideología disfrazada de
economía, validada desde el campo de la economía pero que
funciona más como discurso de poder. El FMI adopta "el mismo
enfoque ante cualquier circunstancia", dice Sitglitz, ex
economista jefe del Banco Mundial.
A diferencia del FMI, el Banco Mundial, en cambio, tiene un
acervo más elaborado en lo que tiene que ver con el
desarrollo, y por ello su acción resulta más estratégica y
también más compleja. El Banco Mundial por su parte, y
concomitante a los préstamos de ajuste estructural, ha
elaborado lo que ellos denominan "Estrategia de Asistencia
para el país" (Country Asistence Strategy, CAS). De la misma
manera que las "Cartas de Intención", esta Estrategia de
Asistencia, también se discute, y aprueba con el país
receptor.
En esta Estrategia de Asistencia se detallan las líneas de
crédito, los sectores en los que se va a trabajar, los
compromisos que asume el gobierno, los tiempos en los que se
realizarán los desembolsos, las garantías de cumplimiento,
etc. Lo que no consta en estos documentos es la fiscalización
social a estos préstamos: ¿qué pasa con el país si los
programas de mitigación de la pobreza del Banco Mundial no dan
ningún resultado? La respuesta está en que el país tiene que
pagar esa deuda, independientemente de los resultados que se
generen.
En la inmensa mayoría de los casos, los programas del Banco
Mundial ni mitigan, ni reducen, ni alivian las condiciones de
pobreza, generalmente las empeoran. Y es que los programas de
desarrollo del Banco Mundial, son programas cerrados, en los
que el país receptor tiene una mínima ingerencia. A la par de
los programas de mitigación de la pobreza, el Banco Mundial
financia los estudios que posibilitan la privatización de las
políticas públicas, de los recursos naturales, de las empresas
estatales, de los servicios públicos, etc. El país que recibe
un préstamo bajo la figura de la Estrategia de Asistencia,
termina más pobre, más endeudado, más vulnerable y en vías de
desmantelar su Estado.
Ahora bien, un análisis detenido del CAS, conjuntamente con
los préstamos de ajuste estructural del FMI nos demuestran una
metodología básica que armoniza, coordina y estructura dos
tiempos al tiempo que establece una estrategia política:
El corto y mediano plazo: con objetivos básicamente
macroeconómicos, y cuyo compromiso fundamental le corresponde
al FMI. El núcleo conceptual de esta fase es el discurso de
la "estabilización". El argumento que legitima la actuación
sobre este corto plazo hace referencia a la "crisis fiscal"
debida a una supuesta irresponsabilidad del gobierno en el
gasto del Estado, que ha generado un déficit fiscal, el mismo
que a su vez ha presionado sobre la tasa de inflación y la
tasa de interés, para remediar esta situación y lograr la
"estabilidad", el FMI propone medidas económicas, como:
reformas tributarias, incrementos de impuestos, devaluaciones
de la moneda, recortes de gasto social, eliminación de
programas de ayuda y protección social, etc. El núcleo
simbólico sobre el cual se estructura el discurso que legitima
las medidas es la noción del equilibrio: supuestamente las
medidas recomendadas por el FMI restaurarán el equilibrio
económico, y una vez restaurado este equilibrio la economía
empezaría su proceso de crecimiento, de ahí el énfasis por la
"estabilización". El núcleo estratégico es el discurso de la
crisis avalizado por las cifras de la inflación, la
devaluación, el déficit fiscal, el déficit externo,
principalmente.
El mediano y largo plazo: que busca reformas profundas dentro
del Estado y la sociedad. Sus objetivos son las reformas a
las instituciones del Estado, sobre todo a aquellas que tienen
incidencias económicas, a los marcos regulatorios, a los
marcos jurídicos, y a los marcos institucionales. Apunta
también a promover reformas en los mercados de trabajo, a
través de la flexibilización laboral, en los mercados
financieros, en el sector público, en las inversiones
públicas, en las empresas del Estado, etc. El núcleo
conceptual que legitima a esta fase es el discurso de la
"reforma estructural". El núcleo simbólico sobre el cual se
estructura este discurso es el de la modernización, que apela
a la eficiencia y eficacia del sector privado. El núcleo
estratégico es el discurso de la pobreza y el deterioro de las
condiciones de vida, de ahí que uno de los componentes
esenciales de trabajo del Banco Mundial sean los programas de
mitigación o alivio a la pobreza. Este tiempo está armonizado
con las políticas de ajuste. Para recibir la "ayuda" del
Banco Mundial, el país deberá en lo posible suscribir un
acuerdo con el FMI
Estos dos tiempos se correlacionan con una estrategia política
que es aquella del "buen gobierno" (gobernabilidad), que a su
vez contempla varias reformas de tipo institucional,
normativo, legal, e incluso constitucional, que buscan la
operativización del ajuste y la reforma estructural. Esta
estrategia política también incorpora a su interior una serie
de procesos: de desmovilización, y disuasión a través del
mecanismo del Diálogo, de legitimación a través de la "lucha
en contra de la corrupción", de concertación a través de los
programas de mitigación de la pobreza, de convergencia a
través del involucramiento de la cooperación exterior, etc.
El proceso de "estabilización y ajuste macroeconómico" es
relativamente más manejable porque depende del poder
constitucional que tenga el Gobierno, y, básicamente, la
figura del Presidente de la República. La conflictividad no
está en la capacidad discrecional de adoptar, ejecutar e
imponer medidas, sino en la capacidad de negociar y
neutralizar a sectores de la sociedad que podrían obstaculizar
e incluso impedir la adopción de tales medidas. Un régimen
presidencialista tendría aparentemente mayor capacidad de
decisión y de gestión de este tipo de medidas por sobre la
estructura del régimen político, incluida la clase política.
El Presidente no tiene que rendir cuentas a nadie por la
adopción de un paquete de impuestos que sustenten la política
fiscalista de la "estabilización".
El proceso de "reforma estructural" es el más complejo, el más
difícil y el más problemático, porque las reformas rebasan el
ámbito de decisión del Gobierno y en realidad se convierten, o
deben convertirse, en políticas de Estado. El Gobierno tiene
que negociar con el régimen político la reforma estructural, y
además con actores y clases sociales generalmente reacias a
esta negociación. Pero tanto estos actores como la clase
política tienen otras agendas, otros tiempos y otras
prioridades que no necesariamente coinciden con aquellas de la
"reforma estructural", además que una negociación con estos
sectores obliga a una mayor transparentación de los términos
del debate, lo que suscita la emergencia de nuevos sectores
que disputan esas "reformas estructurales".
La "reforma estructural" es un proceso de largo aliento que
debe ser minuciosamente establecido, coordinado, monitoreado.
La "reforma estructural" en realidad es el eje del nuevo
modelo tanto económico como social. Su ámbito de acción es
vasto e implica una transformación profunda y radical tanto de
la sociedad cuanto del Estado, en realidad, es un nuevo modelo
de "desarrollo" el que está en juego, modelo de desarrollo más
en el sentido simbólico del término que en el sentido clásico,
y más como una estrategia de poder, que como una opción de
crecimiento y bienestar. Aquí constan estrategias como la
privatización de las políticas públicas, las de
"flexibilización de los mercados" sobre todo del mercado
laboral, constan también todas las políticas de
liberalización, desregulación, desreglamentación y
privatización. No hay sector alguno que escape a esta
estrategia.
Hasta ahora tanto el FMI como el Banco Mundial han realizado
una tarea formidable en su proyecto de lograr una gran
transformación neoliberal del mundo. Contra la opinión de
todo el mundo, contra las decisiones de múltiples espacios
sociales, contra la crítica de vastos sectores que incluyen a
voces de su misma elite teconoburocrática, contra los
indicadores sociales que muestran crecimientos dramáticos y
alarmantes de la pobreza y la miseria en el mundo, contra los
indicadores ambientales que amenazan con una catástrofe de
magnitudes desconocidas, estas instituciones siguen empeñadas
en su cruzada neoliberal con una devoción y una ortodoxia que
recuerda a los misioneros de la edad media.
Su parusía es aquella del capital. El poder de convicción de
su discurso se basa en el poder económico que los sustenta.
No están preocupados de la verdad ni de la democracia. No les
importa tampoco las debilidades estructurales de su discurso
económico. Saben que el poder no radica en la fuerza de sus
ideas, sino en el poder al que representan y para el cual
trabajan.
https://www.alainet.org/es/articulo/108421
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