Cómo queda el mundo debajo de los escombros de la guerra de intervención contra Irak?

16/06/2003
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Son muchos los escombros que han de hallarse bajo las bombas criminales que se arrojaron sobre Irak, unos insospechados y relativamente nuevos y otros que se habían ya desmoronado desde hace tiempo, y cuyas cenizas se suman ahora a los despojos que nos entrega esta nueva guerra imperialista. ¿Cómo queda el mundo? En efecto, el mundo ha cambiado después de Irak. Pero si observamos con esmero el fenómeno, y con una cierta perspectiva que nos proporciona el paso de los días, podremos concluir tal vez que no se modificó tan drásticamente sino que simplemente se acentuaron, hasta la irracionalidad más completa, las tendencias dominantes desde hace un buen número de décadas. No hay novedad en que la hiperpotencia ejerza una vez más su poder Imperial, que se ha aplicado inexorablemente siempre que ha hecho falta, por ejemplo después de la Segunda Guerra Mundial. Todo indicaría que la llamada Guerra Fría se construyó en todas sus piezas desde las oficinas de la Casa Blanca, el Departamento de Estado y el Pentágono. Nada más conveniente para el complejo militar-industrial que cimentar un estado de "guerra perpetua" que le entregara constantes ganancias multibillonarias. ¿O alguien piensa que la Unión Soviética, con sus 20 millones de víctimas en la guerra y su infraestructura destruida, habría de iniciar una aventura militar que amenazara realmente la estabilidad y "organización" del mundo acordada después de la derrota de Hitler? ¿Estados Unidos necesitaba una bomba de hidrógeno después de su despliegue nuclear sobre suelo japonés, o más bien necesitaba impulsar una nueva carrera armamentista que multiplicara espectacularmente las ganancias de sus corporaciones? Se podrían ampliar casi al infinito los ejemplos de "guerras construidas" y de "tensiones" buscadas por el Imperio, a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, que abrieron la llave de las ganancias de su establecimiento corporativo. Las tensiones alrededor de Berlín, las guerras de Corea y Vietnam, las acometidas contra Centroamérica y Granada en los años 80, la satanización de la Unión Soviética por Ronald Reagan y la Guerra del Golfo emprendida por Bush padre, son apenas unas cuantas muestras de la "necesidad" del Imperio de encontrar enemigos afuera como el modo más eficaz de lograr la cohesión interna. Cuestión que no se inscribe en la sicología de los pueblos, sino en los estados de cuenta de sus corporaciones. A lo largo de cincuenta años la "Guerra Fría" impuesta fue uno de los pretextos más lucrativos para el complejo militar-industrial de Estados Unidos. Más cerca de nosotros, América Latina ha sido escenario de las tensiones urdidas y de los controles impuestos por el Imperio. Desde el derrocamiento del "comunista" Jacobo Arbenz en Guatemala en 1954, pasando por los golpes de Estado en Colombia (Rojas Pinilla), en Venezuela (Pérez Jiménez), en Brasil (una junta militar), la invasión en República Dominicana, hasta el asesinato de Salvador Allende en Chile, en 1973, y las dictaduras militares en Uruguay y Argentina, nos encontramos con que el anticomunismo y la Guerra Fría han sido instrumentos metódicos para apuntalar los intereses de las corporaciones y de sus representantes en el gobierno estadounidense. El más grande negocio concebible. No se trata por supuesto, para ellos, de "defender las libertades y la democracia" en abstracto, sino más bien las libertades de sus negociantes y la democracia de un sistema que se ha olvidado radicalmente "del pueblo, para el pueblo y por el pueblo", como fue definida por los llamados Padres Fundadores en 1789. Se trata de una de las más grandes traiciones y mentiras en la historia de la humanidad. Terminados los regímenes soviéticos de Europa oriental, el Imperio pasó algunos años cosechando los frutos de su estratégico triunfo. Abrir al mercado y a los inversionistas privados los amplios territorios de Estados antes definidos por "economías centrales", y ampliar mundialmente las posibilidades de su expansión económica -la globalización de la economía (y de las comunicaciones, y por tanto de la publicidad)-, fue su tarea primordial. Pero claro, le hacía falta "armar" otra cruzada internacional que le otorgara nuevo y rotundo sustento "ideológico" (publicitario) a su expansión militar y económica. Este pretexto le fue plenamente otorgado el 11 de septiembre de 2001 con el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York y al Pentágono en Washington. Por cierto, cada vez son más insistentes las voces y estudios que señalan si no una complicidad directa, sí el disimulo y la astucia de los órganos de inteligencia del gobierno estadounidense que, no obstante multitud de advertencias, "dejaron hacer y dejaron pasar" lo que resultó uno de los acontecimientos más significativos de la historia contemporánea. Sin excluir la posibilidad de responsabilidades más directas, que inevitablemente se conocerán al paso de los años. Uno de los acontecimientos más significativos de la historia mundial. Y el pretexto soñado para volver a construir la ideología y la publicidad de una nueva guerra permanente a cargo del Imperio, que encarnó en la "guerra contra el terrorismo" que inevitablemente será "difícil" y "larga", según declaró Bush hijo desde la misma Casa Blanca. Otra vez estaba en movimiento el aparato de poder y la economía del Imperio encontrando los espacios de su expansión y dominio militar. Un buen número de analistas penetrantes, entre otros Noam Chomsky, dijeron desde el primer momento que la "guerra contra el terrorismo", dirigida contra Osama Bin Laden, resultaba una destemplada patraña si en primer término se proponía ocupar territorios y controlar Estados, como Afganistán. El embuste siguió al embuste y después se puso en la lista de los potenciales terroristas a Irak y a su dictador Saddam Hussein. Ya conocemos en todo caso los asideros publicitarios: "las armas de destrucción masiva del dictador" y "los peligros que corre el mundo democrático". Y el colmo de los cinismos: "una guerra para liberar a los iraquíes y llevarles la democracia", a sangre y fuego. (A recordar: tanto Bin Laden como Hussein fueron agentes de la CIA en los años 80. Y también: el olvido a estas alturas de Osama Bin Laden y de las armas de destrucción masiva de Hussein, que no han sido halladas por ningún lado). El fondo de la cuestión parece cada vez más claro: desde el punto de vista estratégico y militar, tanto la invasión a Afganistán y después a Irak asegura al Imperio posiciones que se consideran inexpugnables, en un previsible horizonte de tiempo. La presencia militar de Estados Unidos en Europa, ampliada hacia el este con los nuevos participantes en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) -Hungría, la República Checa, Polonia-, se prolonga al Medio Oriente (Israel) y ahora a Asia Central: Irak y Afganistán. (Por cierto, ¿qué enemigo tiene al frente en estos tiempos la OTAN? ¿Se justifica aún la existencia de esa alianza militar?). En todo caso, las depauperadas economías de los nuevos participantes se debilitarán aún más con su "obligación" de comprar armas a los fabricantes corporativos de Estados Unidos. ¿Tiene algún sentido lógico y moral esta situación? No, salvo el interés y la codicia del complejo militar-industrial estadounidense. Y la lógica suprema del Imperio: ocupar militarmente los flancos sur de Rusia y China y el flanco norte de la India, países que, sumados, representan más de la tercera parte de la población de la tierra. Impresionante el esquema ¿no es así? Además, por supuesto, el control de varios de los más ricos mantos de hidrocarburos del mundo, y la construcción de los oleoductos hacia el sur que también estarán controlados por Estados Unidos y sus corporaciones del petróleo, en las cuales tienen intereses directos tanto la familia Bush como varios de sus principales funcionarios: el Vicepresidente Dick Cheeney, Condolezza Rice, Donald Rumsfeld, John Aschcroft y otros. Una de las cuestiones más preocupantes es que las acciones de dominio del Imperio se efec-túan según planes rigurosamente formulados: en septiembre de 2002 el Presidente Bush entregó al congreso de su país un documento sobre "La Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos", que se refiere tanto a la política interna como externa de ese país, y que resulta un prototipo de texto imperial para "justificar" sus aventuras militares. Se trata, como es evidente, de un documento ideológico en el peor sentido de la palabra: se expresa allí la determinación del gobierno Bush de convertirse no sólo en policía planetario, sino en la instancia última del poder político, económico y militar en el mundo. Y no sólo eso: Estados Unidos se erige en tribunal supremo de las relaciones sociales, incluyendo los valores, creencias, formas de cultura y de vida que habrán de prevalecer obligatoriamente urbi et orbi. Se trata de una afirmación rotunda del poder de los consorcios internacionales y de sus modos de operar, de un verdadero Manifiesto económico-político y militar del capitalismo, envuelto apenas en el papel celofán de una retórica democrática y defensora de los derechos humanos, ya que sabemos bien que las libertades humanas, la democracia y el desarrollo, para los dueños de la Casa Blanca y Wall Street, sólo tienen concreción como libertad para las empresas. La intervención gubernamental y los proteccionismos indispensables únicamente pueden ser utilizados por ellos, no por ningún otro gobierno. Uno de los alegatos centrales del documento tiene que ver con la posibilidad de "ataques preventivos", que fue una de las "novedades" internacionales de la invasión a Irak y que contradice flagrantemente las disposiciones de autodefensa a que se refiere la Carta de Naciones Unidas, que aluden a un "ataque inminente" o "real". Para Estados Unidos, en adelante, será suficiente la "sospecha" de una amenaza para actuar militarmente. Se trata de la construcción de un poder Imperial e imperialista que los propagandistas del sistema procuran que se vea como algo "deseable" para todos. Se trata de que el imperialismo de Estados Unidos se considere como el mejor destino al que pueden aspirar los pueblos, razas, religiones y culturas, y los sistemas políticos y económicos. Pero además se trata de que se vea ese imperialismo como algo "necesario", como el destino ineludible y más alto a que pudieran aspirar los humanos. Un profesor conservador de Harvard, Michael Ignatieff, escribió que los propios estadounidenses ven a este nuevo imperialismo más como una carga que como una fortuna, ya que "constituirse en Imperio es más que ser la más poderosa nación o la más odiada. Significa forzar el orden mundial para servir a los intereses americanos. Y eso significa imponer las reglas que desea Estados Unidos (en todo, desde el mercado hasta las armas de destrucción masiva), al mismo tiempo que se exceptúa a sí mismo de su sometimiento a otras normas (por ejemplo el Protocolo de Kyoto sobre Medio Ambiente o la Corte Penal Internacional), por juzgarlas contrarias a sus intereses". Estas son algunas de las reglas de la campaña mediática (sin excluir escuelas y universidades) a que está sometido el pueblo estadounidense y zonas muy importantes del mundo. Líneas políticas, ideológicas y estratégicas que el establishment corporativo en Estados Unidos busca que sean irreversibles, más allá de los gobiernos demócratas o republicanos del futuro (que, en definitiva, obedecen a los mismos "principios" e intereses, con diferencias de circunstancia más que de sustancia). Por supuesto, el escandaloso fariseísmo de las palabras estalla ruidosamente y exhibe su doble rostro: el de la explotación y subordinación de los otros, el del desprecio al derecho y el del recurso a la fuerza cuando el imperio encuentra resistencia a sus demandas, el de la violencia para imponer sus "creencias" e intereses. Sin olvidar que, para el Imperio, el derecho internacional y las organizaciones mundiales y regionales sólo tienen valor cuando se pliegan a su voluntad y se exhiben como manipulables. El "suave" Imperio se torna implacable y cruento cuando se trata de sus intereses. Otros de los escombros que quedaron sepultados bajo las bombas y los ejércitos de ocupación a Irak han sido, por supuesto, las normas del derecho internacional y la Carta de Naciones Unidas. En estos últimos meses y semanas, para no ir más lejos, el Imperio se ha distinguido por su desprecio a la norma internacional y por su abierta violación a la Carta de Naciones Unidas. Además del genocidio cometido, la invasión a Irak vulneró definitivamente la autoridad del Consejo de Seguridad y de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), ya que el Imperio se arroga unilateralmente (subjetivamente) el derecho a decidir la guerra o la paz, rompiendo una norma de hace casi seis décadas que deposita en ese Consejo la única autoridad legítima para autorizar una intervención armada internacional (salvo el caso de flagrante agresión que obligue al agredido a responder en defensa propia, que también ha de ser convalidada por el Consejo). Ahora el Imperio decide sobre la paz y la guerra atendiendo a sus intereses y ambiciones. Estados Unidos y la "coalición" no sólo actuaron sin el acuerdo del Consejo de Seguridad sino, precisamente, estando en marcha el proceso pacífico de desarme a Irak (vía los inspectores), que el propio Consejo había acordado en noviembre último. Tal violencia de la norma internacional subraya el carácter arbitrario y unilateral del ataque. No obstante, conforme al gang en el poder de George W, Bush, el Consejo de Seguridad no asumió su responsabilidad y por eso decidió Estados Unidos actuar "para salvar el orden internacional". En ese sofisma el sentido común se invierte y es el delincuente quien salva la ley, aún cuando sus acciones no sean autorizadas por la instancia única de legitimación de las acciones militares en el mundo. El llamado "fracaso de la diplomacia", en buena lógica, no significa otra cosa que el Imperio colocándose por arriba de la comunidad de naciones. Si recibe su incondicional apoyo y se declaran sumisos, el Imperio tolera a otros Estados; de otra forma los atropella, ofende y hasta destruye. Estados Unidos asume el significado profundo de la política según el nazi-fascismo: la relación amigo-enemigo que se decide unilateralmente y condiciona las "guerras preventivas". El poderío militar de Estados Unidos significa una permanente intimidación a la comunidad internacional y la capacidad global de amenazar, presionar y extorsionar a otros Estados. Por supuesto, el mundo globalizado de carácter neoliberal, en manos de las corporaciones y de sus empleados gubernamentales, se dobla ahora en una "globalización del terror bélico". Pero también la expansión de ese poderío militar y de la "guerra contra el terrorismo" ha vulnerado gravemente el sistema de los derechos humanos efectivos, desde luego en Estados Unidos. La creación de tribunales militares y la detención ilegal de ciudadanos "sospechosos" hoy se convierte en práctica diaria en ese país. Las ambiciones imperiales atropellan en primer lugar a la propia ciudadanía y a la de otras regiones del mundo. Ya lo hemos dicho: la operación planetaria de dominio del Imperio utiliza un amplio aparato publicitario y de información global. En vista de la enorme tecnología desarrollada en el campo de las comunicaciones, la eficacia de ese control despótico encarna uno de los mayores peligros para la civilización: el mundo es bombardeado a diario por la mentira y por un lenguaje que ha perdido toda significación, y que únicamente puede ser leído en las claves de los intereses del Imperio. Aparato publicitario que penetra también en el mundo de la cultura y la creación intelectual. Las creaciones intelectuales son objetos de compra-venta, y su rango se mide por el impacto mercantil y no por la calidad de su contenido. El Imperio procura a toda costa apoderarse del alma y el pensamiento de sus súbditos y sometidos. Pero debe decirse que los dirigentes del Imperio han iniciado el camino de un aislamiento universal que será su cruz y calvario. En primer lugar respecto a la opinión mundial que inicia otro ciclo intenso de repudio a la violencia, a la arbitrariedad y a los afanes de dominio imperial, y no sólo por parte de la opinión pública más general sino también por la más concreta de un buen número de Estados, partidos políticos y organizaciones sociales a lo largo y ancho del mundo. Los crímenes actuales del Imperio han resultado en el debilitamiento de Naciones Unidas, en la división de la Unión Europea y de la OTAN, en el repudio del mundo árabe y de las otras grandes potencias del Este y del extremo oriental: Rusia, India, China, sólo para mencionar los más notables. La arrogancia del Imperio representa para el mundo un peligro intolerable y será combatido tercamente en todas las regiones del planeta (sin excluir la proliferación de nuevas acciones terroristas). Se ve claramente ahora: la "coalición" invasora de Irak procura reducir a la ONU al rango de mero cuerpo técnico de servicios humanitarios. Ningún papel relevante para el organismo en el tema de la "reorganización" política de Irak. Y tampoco, por supuesto, en su reconstrucción material (los negocios son de las empresas de la hiperpotencia, que no permitirá siquiera a sus socios-subordinados en la aventura beneficiarse del pastel). Es claro que el incremento en flecha de los presupuestos en armamentos beneficia a unos cuantos consorcios, así como la llamada "reconstrucción" material de Irak. Por lo demás, resulta evidente que la política de control planetario de Bush subraya el abandono de los problemas internos de su país, que necesariamente afectarán a la población de menores ingresos, a pesar de que el complejo militar-industrial se lleve la "tajada del león" en los contratos que se derivan de esta guerra. El incremento del desempleo en Estados Unidos es uno de los mayores problemas a que se enfrenta el gobierno de George W. Bush, así como los cortes drásticos a los presupuestos en educación y salud. Desafortunadamente muchas voces que debían protestar por esta situación se hallan ahora silenciadas por el miedo a parecer antipatriotas. Los "halcones" del gobierno Bush y sus aliados en el Congreso han liquidado una tras otra las propuestas para mejorar los niveles de vida de los estadounidenses y, al contrario, los han debilitado gravemente. La sombra de las dificultades económicas se suma a la realidad del desastre político y moral de los actuales dirigentes de la Casa Blanca, y los coloca en el peor de los mundos. Con un poco de perspectiva, las mayorías de los ciudadanos estadounidenses, cuando conozcan los costos de esta guerra innecesaria, infinitamente superiores a los cálculos iniciales, en todos los planos, incluidos sus propios niveles de vida y el desprestigio mundial, podrían deparar a Bush hijo el mismo destino que corrió Bush padre, al que hace diez años decidieron no reelegir, a pesar de su victoria en "Tormenta del Desierto". Claro está que la construcción de los pretextos para una "guerra perpetua", como vimos al inicio de este ensayo, ha representado desde hace décadas una de las operaciones más jugosas y redituables de las corporaciones del Imperio y sus gobiernos. La "guerra perpetua" consiste en el montaje permanente de "enemigos amenazadores" que ponen en "peligro" la integridad de Estados Unidos y de los estadounidenses, y por extensión del "mundo libre y la democracia". Han sido recientemente Afganistán e Irak..., que apenas son los primeros de la lista, y que todo indica serán seguidos en el futuro por otros de los integrantes del "Eje del Mal". En la década de los ochenta "Satán" y sus agentes encarnaban en la Unión Soviética y en los demás países de economías centralizadas. Ahora el "Eje del Mal" se ha disminuido ya en número con las invasiones a Irak y Afganistán, pero quedan otros: Siria, Irán, Corea del Norte, Libia, Somalia..., y por supuesto Cuba. En la "lógica" del Imperio nada indica que pondrá un alto a sus pretensiones de dominio sino que seguirá adelante irrefrenablemente. ¿Los próximos?: Siria e Irán, para que el Imperio consume su control del Medio Oriente y de Asia Central estableciendo un continuo que iría del Mediterráneo a los grandes depósitos de hidrocarburos en Asia central y, militar y políticamente, para terminar su asedio por el sur a Rusia y China y por el norte a la India. Por supuesto, el caso de Corea presenta dificultades adicionales por su vecindad con China. Por lo pronto pudiera llegarse a una provisional negociación política que impida, en un plazo previsible, la "liquidación" de Corea del Norte, y es que son muchos los intereses económicos que vinculan a China y a Estados Unidos; en el mediano y corto plazo no parece factible que se llegue a un ajuste de cuentas en la frontera del país más poblado de la tierra. Con Siria e Irán la cuestión pudiera plantearse con relativa brevedad, aprovechando el impulso de los "halcones" que presentarían estos "casos" como una extensión de la guerra contra Irak. Por supuesto, ya se han puesto a circular los previsibles argumentos: Siria almacena armas de destrucción masiva, químicas y biológicas, además de que patrocina a grupos terroristas del Medio Oriente como Hamas y Hezbollah. Resulta además intolerable que sea gobernada por un dictador antidemocrático que, por añadidura, ejerce el intervencionismo del Estado en la economía. Otro tanto se elabora ya respecto a Irán, señalándose sus vínculos con Al-Qaeda y su colaboración con la resistencia en Irak. No son operaciones que se puedan construir de la noche a la mañana pero, una vez tomada la decisión, recibirán todo el "vapor" publicitario que conocemos, con la participación abrumadora de los medios de comunicación. La verdad es lo de menos, lo importante es construir la verdad a fuerza de repetir embustes con la ayuda de las imágenes que transmiten los satélites a todos los puntos de la tierra. Cuba parecería salir del esquema estratégico general de dominio en el Medio Oriente y en Asia Central. Pero por otros motivos cobra una relevancia singular dentro de los proyectos agresivos del Pentágono. En primer término por tratarse de un viejo diferendo que, desde hace más de cuarenta años, no han podido "resolver" los sucesivos gobiernos del Imperio, no obstante la aplicación de una política permanentemente agresiva y violatoria del derecho internacional. El bloqueo económico y los actos de terrorismo, incluyendo innumerables proyectos magnicidas, han caracterizado el perpetuo propósito de reconquista y recolonización de la isla por parte del poder estadounidense. Detrás de esta insidia se encuentra uno de los lobbys con mayor fuerza en las últimas décadas en Estados Unidos: el de los inmigrantes cubanos con principal residencia en Miami. Grupo mafioso y activo que ha logrado situar a representantes suyos en puestos importantes del gobierno Bush, y que parecen tener luz verde para realizar su cometido, con apoyo de los jefes de la Casa Blanca. No en balde el fraude electoral que llevó a Bush hijo a la presidencia se consumó principalmente en Florida, con el evidente apoyo del gobernador, hermano del Presidente. Los más agresivos grupos de Miami le exigen ahora a George W. el pago por las triquiñuelas que lo ayudaron a escalar a la presidencia. Es significativo que recientemente el Departamento de Estado volviera a insistir en la inclusión de Cuba entre los "Patrones del Terrorismo Mundial", que por cierto ya mereció una rotunda refutación punto por punto por parte del gobierno de Cuba. Se ha suscitado, otra vez, una agria polémica de carácter político e intelectual en torno al go-bierno de Fidel Castro, por las condenas de cárcel y aun penas de muerte que se aplicaron recientemente en la isla conforme a sus disposiciones legislativas. Creo sin embargo que la cuestión -con respeto a las opiniones sobre este caso de quienes militan en contra de los designios imperiales- trasciende ese punto, con toda la importancia que se atribuya a los hechos. Lo que verdaderamente está en la orden del día es el peligro inminente de "otra" aventura estadounidense que incluya una posible inter- vención militar en Cuba. Tal es la situación y el peligro real a que nos enfrentamos los latinoamericanos y todos los hombres de buena fe en el mundo. ¿Qué se pretende hacer con Cuba? ¿Enviar un proconsul a la manera de Afganistán e Irak? ¿Se trata de destruir los avances sociales de la Revolución Cubana en nombre de los mercaderes de Miami y de las corporaciones de Estados Unidos? ¿Se procura otra vez convertir a Cuba en un prostíbulo de ese país, con el poder entregado a las mafias de todo tipo? Hoy la defensa de Cuba significa la defensa de la soberanía de un Estado libre de América Latina, y es la defensa de su autodeterminación. Tal es el punto de inflexión y la verdadera batalla que se efectúa y que sin duda se efectuará en los días, meses y años por venir. No nos equivoquemos. Sí, expresemos nuestras opiniones libremente pero sin perder de vista que se trata de un nuevo intento de dominación por parte del Imperio, y que en ello se juega también el futuro de las naciones latinoamericanas. Al terminar estas líneas me doy cuenta que he dibujado un panorama mundial bastante som-brío que habría resultado de la invasión a Irak, confirmándose la voluntad permanente de dominio mundial del gobierno de Estados Unidos. Es así y no debe asombrarnos. Muchas veces en la historia han surgido imperios..., pero también han terminado y a la postre fracasado. A lo largo de la historia el hombre ha demostrado que los intereses concentrados y las circunstancias lo convierten provisionalmente en esclavo, pero por un tiempo limitado que, precisamente en la historia, resulta transitorio. Hay muchos signos de que lo mismo ocurrirá en el caso de un Imperio que tiene en sus manos los más extremos avances de la tecnología militar y comunicacional, y la mayor concentración imaginable de recursos económicos y financieros. La historia, sin embargo, no ha llegado "a su fin", como lo han sostenido algunos voceros del mismo Imperio. Que precisamente por sus desmesuradas ambiciones ha propiciado ya en el mundo una ola de críticas y una dura oposición en ascenso. La avalancha de la opinión pública mundial condena los designios imperiales del gobierno de Estados Unidos, y George W. ha logrado el milagro de que gente de todos los continentes de las más diversas ideologías, religiones y clases sociales se le opongan militantemente. Ha logrado el milagro de unificar en contra suya a la humanidad entera. Resulta que el mundo, a pesar de la masiva coordinación de los aparatos publicitarios de las corporaciones y del gobierno del Imperio, y de la fastidiosa repetición de slogans y falsedades, sigue siendo tan plural y diverso como era de esperarse en una humanidad que cuenta ya con más de 6 mil millones de personas. Esa reacción nos muestra que el Imperio se ha topado con una resistencia inesperada que honra al mundo y a la humanidad. Ante el espectáculo de una invasión genocida hemos visto también que, en las calles de prácticamente todas las ciudades del planeta, se expresa poderosamente el repudio a la agresión y al crimen, haciéndonos ver que la dignidad, la ver-güenza y el honor siguen siendo marcas indelebles de lo mejor del género humano, y que el intento de uniformar a la sociedad es una de las tentativas frustradas y más viciosas de que se tenga noticia en la historia. Los hombres y las mujeres de todas partes no están regimentados por los grandes intereses económicos y políticos, ni han perdido su integridad moral. Al contrario, la reacción de repulsa se expresa en el hecho de que millones y millones de mujeres y hombres de todo el mundo afirman su dignidad y honor, y la indestructible variedad de su palabra y sentimientos, y que están lejos de haber sido esclavizados por los aparatos publicitarios y de comunicación. Las mujeres y hombres de hoy se salvan por su oposición a cualquier forma de opresión e indignidad; en suma: por la libertad efectiva que encarna la más alta expresión de la condición humana. El repudio político y moral y el desprestigio son pues cosechas que recoge la aventura guerrerista del Imperio, que en apariencia seguirá afirmándose durante un tiempo pero que en el corazón de la historia desaparecerá más temprano que tarde de cualquier escenario, en bien de la humanidad. Y en esta tarea el pueblo de Estados Unidos jugará un papel primordial. Este levantamiento unánime contra el crimen y la prepotencia nos reconcilia con nuestro tiempo y nos permite pensar que los escenarios cambiarán y que serán para el bien de todos. Este levantamiento masivo de pueblos y opiniones en rechazo de la dominación Imperial se convertirá cada vez con mayor fuerza en acción política liberadora, y eso no deja de ser alentador en nuestros días. http://www.revistarebeldia.org/revistas/007/art07.html
https://www.alainet.org/es/articulo/107729
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