Cómo queda el mundo debajo de los escombros de la guerra de intervención contra Irak?
16/06/2003
- Opinión
Son muchos los escombros que han de hallarse bajo las bombas
criminales que se arrojaron sobre Irak, unos insospechados y
relativamente nuevos y otros que se habían ya desmoronado desde hace
tiempo, y cuyas cenizas se suman ahora a los despojos que nos
entrega esta nueva guerra imperialista.
¿Cómo queda el mundo? En efecto, el mundo ha cambiado después de
Irak. Pero si observamos con esmero el fenómeno, y con una cierta
perspectiva que nos proporciona el paso de los días, podremos
concluir tal vez que no se modificó tan drásticamente sino que
simplemente se acentuaron, hasta la irracionalidad más completa, las
tendencias dominantes desde hace un buen número de décadas.
No hay novedad en que la hiperpotencia ejerza una vez más su poder
Imperial, que se ha aplicado inexorablemente siempre que ha hecho
falta, por ejemplo después de la Segunda Guerra Mundial. Todo
indicaría que la llamada Guerra Fría se construyó en todas sus
piezas desde las oficinas de la Casa Blanca, el Departamento de
Estado y el Pentágono. Nada más conveniente para el complejo
militar-industrial que cimentar un estado de "guerra perpetua" que
le entregara constantes ganancias multibillonarias. ¿O alguien
piensa que la Unión Soviética, con sus 20 millones de víctimas en la
guerra y su infraestructura destruida, habría de iniciar una
aventura militar que amenazara realmente la estabilidad y
"organización" del mundo acordada después de la derrota de Hitler?
¿Estados Unidos necesitaba una bomba de hidrógeno después de su
despliegue nuclear sobre suelo japonés, o más bien necesitaba
impulsar una nueva carrera armamentista que multiplicara
espectacularmente las ganancias de sus corporaciones?
Se podrían ampliar casi al infinito los ejemplos de "guerras
construidas" y de "tensiones" buscadas por el Imperio, a lo largo de
la segunda mitad del siglo XX, que abrieron la llave de las
ganancias de su establecimiento corporativo. Las tensiones alrededor
de Berlín, las guerras de Corea y Vietnam, las acometidas contra
Centroamérica y Granada en los años 80, la satanización de la Unión
Soviética por Ronald Reagan y la Guerra del Golfo emprendida por
Bush padre, son apenas unas cuantas muestras de la "necesidad" del
Imperio de encontrar enemigos afuera como el modo más eficaz de
lograr la cohesión interna. Cuestión que no se inscribe en la
sicología de los pueblos, sino en los estados de cuenta de sus
corporaciones. A lo largo de cincuenta años la "Guerra Fría"
impuesta fue uno de los pretextos más lucrativos para el complejo
militar-industrial de Estados Unidos.
Más cerca de nosotros, América Latina ha sido escenario de las
tensiones urdidas y de los controles impuestos por el Imperio. Desde
el derrocamiento del "comunista" Jacobo Arbenz en Guatemala en 1954,
pasando por los golpes de Estado en Colombia (Rojas Pinilla), en
Venezuela (Pérez Jiménez), en Brasil (una junta militar), la
invasión en República Dominicana, hasta el asesinato de Salvador
Allende en Chile, en 1973, y las dictaduras militares en Uruguay y
Argentina, nos encontramos con que el anticomunismo y la Guerra Fría
han sido instrumentos metódicos para apuntalar los intereses de las
corporaciones y de sus representantes en el gobierno estadounidense.
El más grande negocio concebible.
No se trata por supuesto, para ellos, de "defender las libertades y
la democracia" en abstracto, sino más bien las libertades de sus
negociantes y la democracia de un sistema que se ha olvidado
radicalmente "del pueblo, para el pueblo y por el pueblo", como fue
definida por los llamados Padres Fundadores en 1789. Se trata de una
de las más grandes traiciones y mentiras en la historia de la
humanidad.
Terminados los regímenes soviéticos de Europa oriental, el Imperio
pasó algunos años cosechando los frutos de su estratégico triunfo.
Abrir al mercado y a los inversionistas privados los amplios
territorios de Estados antes definidos por "economías centrales", y
ampliar mundialmente las posibilidades de su expansión económica -la
globalización de la economía (y de las comunicaciones, y por tanto
de la publicidad)-, fue su tarea primordial. Pero claro, le hacía
falta "armar" otra cruzada internacional que le otorgara nuevo y
rotundo sustento "ideológico" (publicitario) a su expansión militar
y económica. Este pretexto le fue plenamente otorgado el 11 de
septiembre de 2001 con el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York
y al Pentágono en Washington.
Por cierto, cada vez son más insistentes las voces y estudios que
señalan si no una complicidad directa, sí el disimulo y la astucia
de los órganos de inteligencia del gobierno estadounidense que, no
obstante multitud de advertencias, "dejaron hacer y dejaron pasar"
lo que resultó uno de los acontecimientos más significativos de la
historia contemporánea. Sin excluir la posibilidad de
responsabilidades más directas, que inevitablemente se conocerán al
paso de los años.
Uno de los acontecimientos más significativos de la historia
mundial. Y el pretexto soñado para volver a construir la ideología y
la publicidad de una nueva guerra permanente a cargo del Imperio,
que encarnó en la "guerra contra el terrorismo" que inevitablemente
será "difícil" y "larga", según declaró Bush hijo desde la misma
Casa Blanca. Otra vez estaba en movimiento el aparato de poder y la
economía del Imperio encontrando los espacios de su expansión y
dominio militar.
Un buen número de analistas penetrantes, entre otros Noam Chomsky,
dijeron desde el primer momento que la "guerra contra el
terrorismo", dirigida contra Osama Bin Laden, resultaba una
destemplada patraña si en primer término se proponía ocupar
territorios y controlar Estados, como Afganistán. El embuste siguió
al embuste y después se puso en la lista de los potenciales
terroristas a Irak y a su dictador Saddam Hussein. Ya conocemos en
todo caso los asideros publicitarios: "las armas de destrucción
masiva del dictador" y "los peligros que corre el mundo
democrático". Y el colmo de los cinismos: "una guerra para liberar a
los iraquíes y llevarles la democracia", a sangre y fuego. (A
recordar: tanto Bin Laden como Hussein fueron agentes de la CIA en
los años 80. Y también: el olvido a estas alturas de Osama Bin Laden
y de las armas de destrucción masiva de Hussein, que no han sido
halladas por ningún lado).
El fondo de la cuestión parece cada vez más claro: desde el punto de
vista estratégico y militar, tanto la invasión a Afganistán y
después a Irak asegura al Imperio posiciones que se consideran
inexpugnables, en un previsible horizonte de tiempo. La presencia
militar de Estados Unidos en Europa, ampliada hacia el este con los
nuevos participantes en la Organización del Tratado del Atlántico
Norte (OTAN) -Hungría, la República Checa, Polonia-, se prolonga al
Medio Oriente (Israel) y ahora a Asia Central: Irak y Afganistán.
(Por cierto, ¿qué enemigo tiene al frente en estos tiempos la OTAN?
¿Se justifica aún la existencia de esa alianza militar?). En todo
caso, las depauperadas economías de los nuevos participantes se
debilitarán aún más con su "obligación" de comprar armas a los
fabricantes corporativos de Estados Unidos. ¿Tiene algún sentido
lógico y moral esta situación? No, salvo el interés y la codicia del
complejo militar-industrial estadounidense.
Y la lógica suprema del Imperio: ocupar militarmente los flancos sur
de Rusia y China y el flanco norte de la India, países que, sumados,
representan más de la tercera parte de la población de la tierra.
Impresionante el esquema ¿no es así? Además, por supuesto, el
control de varios de los más ricos mantos de hidrocarburos del
mundo, y la construcción de los oleoductos hacia el sur que también
estarán controlados por Estados Unidos y sus corporaciones del
petróleo, en las cuales tienen intereses directos tanto la familia
Bush como varios de sus principales funcionarios: el Vicepresidente
Dick Cheeney, Condolezza Rice, Donald Rumsfeld, John Aschcroft y
otros.
Una de las cuestiones más preocupantes es que las acciones de
dominio del Imperio se efec-túan según planes rigurosamente
formulados: en septiembre de 2002 el Presidente Bush entregó al
congreso de su país un documento sobre "La Estrategia de Seguridad
Nacional de Estados Unidos", que se refiere tanto a la política
interna como externa de ese país, y que resulta un prototipo de
texto imperial para "justificar" sus aventuras militares. Se trata,
como es evidente, de un documento ideológico en el peor sentido de
la palabra: se expresa allí la determinación del gobierno Bush de
convertirse no sólo en policía planetario, sino en la instancia
última del poder político, económico y militar en el mundo. Y no
sólo eso: Estados Unidos se erige en tribunal supremo de las
relaciones sociales, incluyendo los valores, creencias, formas de
cultura y de vida que habrán de prevalecer obligatoriamente urbi et
orbi.
Se trata de una afirmación rotunda del poder de los consorcios
internacionales y de sus modos de operar, de un verdadero Manifiesto
económico-político y militar del capitalismo, envuelto apenas en el
papel celofán de una retórica democrática y defensora de los
derechos humanos, ya que sabemos bien que las libertades humanas, la
democracia y el desarrollo, para los dueños de la Casa Blanca y Wall
Street, sólo tienen concreción como libertad para las empresas. La
intervención gubernamental y los proteccionismos indispensables
únicamente pueden ser utilizados por ellos, no por ningún otro
gobierno. Uno de los alegatos centrales del documento tiene que ver
con la posibilidad de "ataques preventivos", que fue una de las
"novedades" internacionales de la invasión a Irak y que contradice
flagrantemente las disposiciones de autodefensa a que se refiere la
Carta de Naciones Unidas, que aluden a un "ataque inminente" o
"real". Para Estados Unidos, en adelante, será suficiente la
"sospecha" de una amenaza para actuar militarmente.
Se trata de la construcción de un poder Imperial e imperialista que
los propagandistas del sistema procuran que se vea como algo
"deseable" para todos. Se trata de que el imperialismo de Estados
Unidos se considere como el mejor destino al que pueden aspirar los
pueblos, razas, religiones y culturas, y los sistemas políticos y
económicos. Pero además se trata de que se vea ese imperialismo como
algo "necesario", como el destino ineludible y más alto a que
pudieran aspirar los humanos.
Un profesor conservador de Harvard, Michael Ignatieff, escribió que
los propios estadounidenses ven a este nuevo imperialismo más como
una carga que como una fortuna, ya que "constituirse en Imperio es
más que ser la más poderosa nación o la más odiada. Significa forzar
el orden mundial para servir a los intereses americanos. Y eso
significa imponer las reglas que desea Estados Unidos (en todo,
desde el mercado hasta las armas de destrucción masiva), al mismo
tiempo que se exceptúa a sí mismo de su sometimiento a otras normas
(por ejemplo el Protocolo de Kyoto sobre Medio Ambiente o la Corte
Penal Internacional), por juzgarlas contrarias a sus intereses".
Estas son algunas de las reglas de la campaña mediática (sin excluir
escuelas y universidades) a que está sometido el pueblo
estadounidense y zonas muy importantes del mundo. Líneas políticas,
ideológicas y estratégicas que el establishment corporativo en
Estados Unidos busca que sean irreversibles, más allá de los
gobiernos demócratas o republicanos del futuro (que, en definitiva,
obedecen a los mismos "principios" e intereses, con diferencias de
circunstancia más que de sustancia). Por supuesto, el escandaloso
fariseísmo de las palabras estalla ruidosamente y exhibe su doble
rostro: el de la explotación y subordinación de los otros, el del
desprecio al derecho y el del recurso a la fuerza cuando el imperio
encuentra resistencia a sus demandas, el de la violencia para
imponer sus "creencias" e intereses. Sin olvidar que, para el
Imperio, el derecho internacional y las organizaciones mundiales y
regionales sólo tienen valor cuando se pliegan a su voluntad y se
exhiben como manipulables. El "suave" Imperio se torna implacable y
cruento cuando se trata de sus intereses.
Otros de los escombros que quedaron sepultados bajo las bombas y los
ejércitos de ocupación a Irak han sido, por supuesto, las normas del
derecho internacional y la Carta de Naciones Unidas. En estos
últimos meses y semanas, para no ir más lejos, el Imperio se ha
distinguido por su desprecio a la norma internacional y por su
abierta violación a la Carta de Naciones Unidas. Además del
genocidio cometido, la invasión a Irak vulneró definitivamente la
autoridad del Consejo de Seguridad y de la Organización de las
Naciones Unidas (ONU), ya que el Imperio se arroga unilateralmente
(subjetivamente) el derecho a decidir la guerra o la paz, rompiendo
una norma de hace casi seis décadas que deposita en ese Consejo la
única autoridad legítima para autorizar una intervención armada
internacional (salvo el caso de flagrante agresión que obligue al
agredido a responder en defensa propia, que también ha de ser
convalidada por el Consejo). Ahora el Imperio decide sobre la paz y
la guerra atendiendo a sus intereses y ambiciones.
Estados Unidos y la "coalición" no sólo actuaron sin el acuerdo del
Consejo de Seguridad sino, precisamente, estando en marcha el
proceso pacífico de desarme a Irak (vía los inspectores), que el
propio Consejo había acordado en noviembre último. Tal violencia de
la norma internacional subraya el carácter arbitrario y unilateral
del ataque. No obstante, conforme al gang en el poder de George W,
Bush, el Consejo de Seguridad no asumió su responsabilidad y por eso
decidió Estados Unidos actuar "para salvar el orden internacional".
En ese sofisma el sentido común se invierte y es el delincuente
quien salva la ley, aún cuando sus acciones no sean autorizadas por
la instancia única de legitimación de las acciones militares en el
mundo. El llamado "fracaso de la diplomacia", en buena lógica, no
significa otra cosa que el Imperio colocándose por arriba de la
comunidad de naciones. Si recibe su incondicional apoyo y se
declaran sumisos, el Imperio tolera a otros Estados; de otra forma
los atropella, ofende y hasta destruye. Estados Unidos asume el
significado profundo de la política según el nazi-fascismo: la
relación amigo-enemigo que se decide unilateralmente y condiciona
las "guerras preventivas".
El poderío militar de Estados Unidos significa una permanente
intimidación a la comunidad internacional y la capacidad global de
amenazar, presionar y extorsionar a otros Estados. Por supuesto, el
mundo globalizado de carácter neoliberal, en manos de las
corporaciones y de sus empleados gubernamentales, se dobla ahora en
una "globalización del terror bélico".
Pero también la expansión de ese poderío militar y de la "guerra
contra el terrorismo" ha vulnerado gravemente el sistema de los
derechos humanos efectivos, desde luego en Estados Unidos. La
creación de tribunales militares y la detención ilegal de ciudadanos
"sospechosos" hoy se convierte en práctica diaria en ese país. Las
ambiciones imperiales atropellan en primer lugar a la propia
ciudadanía y a la de otras regiones del mundo.
Ya lo hemos dicho: la operación planetaria de dominio del Imperio
utiliza un amplio aparato publicitario y de información global. En
vista de la enorme tecnología desarrollada en el campo de las
comunicaciones, la eficacia de ese control despótico encarna uno de
los mayores peligros para la civilización: el mundo es bombardeado a
diario por la mentira y por un lenguaje que ha perdido toda
significación, y que únicamente puede ser leído en las claves de los
intereses del Imperio. Aparato publicitario que penetra también en
el mundo de la cultura y la creación intelectual. Las creaciones
intelectuales son objetos de compra-venta, y su rango se mide por el
impacto mercantil y no por la calidad de su contenido. El Imperio
procura a toda costa apoderarse del alma y el pensamiento de sus
súbditos y sometidos.
Pero debe decirse que los dirigentes del Imperio han iniciado el
camino de un aislamiento universal que será su cruz y calvario. En
primer lugar respecto a la opinión mundial que inicia otro ciclo
intenso de repudio a la violencia, a la arbitrariedad y a los afanes
de dominio imperial, y no sólo por parte de la opinión pública más
general sino también por la más concreta de un buen número de
Estados, partidos políticos y organizaciones sociales a lo largo y
ancho del mundo.
Los crímenes actuales del Imperio han resultado en el debilitamiento
de Naciones Unidas, en la división de la Unión Europea y de la OTAN,
en el repudio del mundo árabe y de las otras grandes potencias del
Este y del extremo oriental: Rusia, India, China, sólo para
mencionar los más notables. La arrogancia del Imperio representa
para el mundo un peligro intolerable y será combatido tercamente en
todas las regiones del planeta (sin excluir la proliferación de
nuevas acciones terroristas).
Se ve claramente ahora: la "coalición" invasora de Irak procura
reducir a la ONU al rango de mero cuerpo técnico de servicios
humanitarios. Ningún papel relevante para el organismo en el tema de
la "reorganización" política de Irak. Y tampoco, por supuesto, en su
reconstrucción material (los negocios son de las empresas de la
hiperpotencia, que no permitirá siquiera a sus socios-subordinados
en la aventura beneficiarse del pastel). Es claro que el incremento
en flecha de los presupuestos en armamentos beneficia a unos cuantos
consorcios, así como la llamada "reconstrucción" material de Irak.
Por lo demás, resulta evidente que la política de control planetario
de Bush subraya el abandono de los problemas internos de su país,
que necesariamente afectarán a la población de menores ingresos, a
pesar de que el complejo militar-industrial se lleve la "tajada del
león" en los contratos que se derivan de esta guerra. El incremento
del desempleo en Estados Unidos es uno de los mayores problemas a
que se enfrenta el gobierno de George W. Bush, así como los cortes
drásticos a los presupuestos en educación y salud.
Desafortunadamente muchas voces que debían protestar por esta
situación se hallan ahora silenciadas por el miedo a parecer
antipatriotas. Los "halcones" del gobierno Bush y sus aliados en el
Congreso han liquidado una tras otra las propuestas para mejorar los
niveles de vida de los estadounidenses y, al contrario, los han
debilitado gravemente.
La sombra de las dificultades económicas se suma a la realidad del
desastre político y moral de los actuales dirigentes de la Casa
Blanca, y los coloca en el peor de los mundos. Con un poco de
perspectiva, las mayorías de los ciudadanos estadounidenses, cuando
conozcan los costos de esta guerra innecesaria, infinitamente
superiores a los cálculos iniciales, en todos los planos, incluidos
sus propios niveles de vida y el desprestigio mundial, podrían
deparar a Bush hijo el mismo destino que corrió Bush padre, al que
hace diez años decidieron no reelegir, a pesar de su victoria en
"Tormenta del Desierto".
Claro está que la construcción de los pretextos para una "guerra
perpetua", como vimos al inicio de este ensayo, ha representado
desde hace décadas una de las operaciones más jugosas y redituables
de las corporaciones del Imperio y sus gobiernos. La "guerra
perpetua" consiste en el montaje permanente de "enemigos
amenazadores" que ponen en "peligro" la integridad de Estados Unidos
y de los estadounidenses, y por extensión del "mundo libre y la
democracia". Han sido recientemente Afganistán e Irak..., que apenas
son los primeros de la lista, y que todo indica serán seguidos en el
futuro por otros de los integrantes del "Eje del Mal". En la década
de los ochenta "Satán" y sus agentes encarnaban en la Unión
Soviética y en los demás países de economías centralizadas. Ahora el
"Eje del Mal" se ha disminuido ya en número con las invasiones a
Irak y Afganistán, pero quedan otros: Siria, Irán, Corea del Norte,
Libia, Somalia..., y por supuesto Cuba.
En la "lógica" del Imperio nada indica que pondrá un alto a sus
pretensiones de dominio sino que seguirá adelante irrefrenablemente.
¿Los próximos?: Siria e Irán, para que el Imperio consume su control
del Medio Oriente y de Asia Central estableciendo un continuo que
iría del Mediterráneo a los grandes depósitos de hidrocarburos en
Asia central y, militar y políticamente, para terminar su asedio por
el sur a Rusia y China y por el norte a la India. Por supuesto, el
caso de Corea presenta dificultades adicionales por su vecindad con
China. Por lo pronto pudiera llegarse a una provisional negociación
política que impida, en un plazo previsible, la "liquidación" de
Corea del Norte, y es que son muchos los intereses económicos que
vinculan a China y a Estados Unidos; en el mediano y corto plazo no
parece factible que se llegue a un ajuste de cuentas en la frontera
del país más poblado de la tierra.
Con Siria e Irán la cuestión pudiera plantearse con relativa
brevedad, aprovechando el impulso de los "halcones" que presentarían
estos "casos" como una extensión de la guerra contra Irak. Por
supuesto, ya se han puesto a circular los previsibles argumentos:
Siria almacena armas de destrucción masiva, químicas y biológicas,
además de que patrocina a grupos terroristas del Medio Oriente como
Hamas y Hezbollah. Resulta además intolerable que sea gobernada por
un dictador antidemocrático que, por añadidura, ejerce el
intervencionismo del Estado en la economía. Otro tanto se elabora ya
respecto a Irán, señalándose sus vínculos con Al-Qaeda y su
colaboración con la resistencia en Irak. No son operaciones que se
puedan construir de la noche a la mañana pero, una vez tomada la
decisión, recibirán todo el "vapor" publicitario que conocemos, con
la participación abrumadora de los medios de comunicación. La verdad
es lo de menos, lo importante es construir la verdad a fuerza de
repetir embustes con la ayuda de las imágenes que transmiten los
satélites a todos los puntos de la tierra.
Cuba parecería salir del esquema estratégico general de dominio en
el Medio Oriente y en Asia Central. Pero por otros motivos cobra una
relevancia singular dentro de los proyectos agresivos del Pentágono.
En primer término por tratarse de un viejo diferendo que, desde hace
más de cuarenta años, no han podido "resolver" los sucesivos
gobiernos del Imperio, no obstante la aplicación de una política
permanentemente agresiva y violatoria del derecho internacional. El
bloqueo económico y los actos de terrorismo, incluyendo innumerables
proyectos magnicidas, han caracterizado el perpetuo propósito de
reconquista y recolonización de la isla por parte del poder
estadounidense.
Detrás de esta insidia se encuentra uno de los lobbys con mayor
fuerza en las últimas décadas en Estados Unidos: el de los
inmigrantes cubanos con principal residencia en Miami. Grupo mafioso
y activo que ha logrado situar a representantes suyos en puestos
importantes del gobierno Bush, y que parecen tener luz verde para
realizar su cometido, con apoyo de los jefes de la Casa Blanca. No
en balde el fraude electoral que llevó a Bush hijo a la presidencia
se consumó principalmente en Florida, con el evidente apoyo del
gobernador, hermano del Presidente. Los más agresivos grupos de
Miami le exigen ahora a George W. el pago por las triquiñuelas que
lo ayudaron a escalar a la presidencia. Es significativo que
recientemente el Departamento de Estado volviera a insistir en la
inclusión de Cuba entre los "Patrones del Terrorismo Mundial", que
por cierto ya mereció una rotunda refutación punto por punto por
parte del gobierno de Cuba.
Se ha suscitado, otra vez, una agria polémica de carácter político e
intelectual en torno al go-bierno de Fidel Castro, por las condenas
de cárcel y aun penas de muerte que se aplicaron recientemente en la
isla conforme a sus disposiciones legislativas. Creo sin embargo que
la cuestión -con respeto a las opiniones sobre este caso de quienes
militan en contra de los designios imperiales- trasciende ese punto,
con toda la importancia que se atribuya a los hechos. Lo que
verdaderamente está en la orden del día es el peligro inminente de
"otra" aventura estadounidense que incluya una posible inter-
vención militar en Cuba. Tal es la situación y el peligro real a que
nos enfrentamos los latinoamericanos y todos los hombres de buena fe
en el mundo. ¿Qué se pretende hacer con Cuba? ¿Enviar un proconsul a
la manera de Afganistán e Irak? ¿Se trata de destruir los avances
sociales de la Revolución Cubana en nombre de los mercaderes de
Miami y de las corporaciones de Estados Unidos? ¿Se procura otra vez
convertir a Cuba en un prostíbulo de ese país, con el poder
entregado a las mafias de todo tipo?
Hoy la defensa de Cuba significa la defensa de la soberanía de un
Estado libre de América Latina, y es la defensa de su
autodeterminación. Tal es el punto de inflexión y la verdadera
batalla que se efectúa y que sin duda se efectuará en los días,
meses y años por venir. No nos equivoquemos. Sí, expresemos nuestras
opiniones libremente pero sin perder de vista que se trata de un
nuevo intento de dominación por parte del Imperio, y que en ello se
juega también el futuro de las naciones latinoamericanas.
Al terminar estas líneas me doy cuenta que he dibujado un panorama
mundial bastante som-brío que habría resultado de la invasión a
Irak, confirmándose la voluntad permanente de dominio mundial del
gobierno de Estados Unidos.
Es así y no debe asombrarnos. Muchas veces en la historia han
surgido imperios..., pero también han terminado y a la postre
fracasado. A lo largo de la historia el hombre ha demostrado que los
intereses concentrados y las circunstancias lo convierten
provisionalmente en esclavo, pero por un tiempo limitado que,
precisamente en la historia, resulta transitorio. Hay muchos signos
de que lo mismo ocurrirá en el caso de un Imperio que tiene en sus
manos los más extremos avances de la tecnología militar y
comunicacional, y la mayor concentración imaginable de recursos
económicos y financieros. La historia, sin embargo, no ha llegado "a
su fin", como lo han sostenido algunos voceros del mismo Imperio.
Que precisamente por sus desmesuradas ambiciones ha propiciado ya en
el mundo una ola de críticas y una dura oposición en ascenso. La
avalancha de la opinión pública mundial condena los designios
imperiales del gobierno de Estados Unidos, y George W. ha logrado el
milagro de que gente de todos los continentes de las más diversas
ideologías, religiones y clases sociales se le opongan
militantemente. Ha logrado el milagro de unificar en contra suya a
la humanidad entera. Resulta que el mundo, a pesar de la masiva
coordinación de los aparatos publicitarios de las corporaciones y
del gobierno del Imperio, y de la fastidiosa repetición de slogans y
falsedades, sigue siendo tan plural y diverso como era de esperarse
en una humanidad que cuenta ya con más de 6 mil millones de
personas. Esa reacción nos muestra que el Imperio se ha topado con
una resistencia inesperada que honra al mundo y a la humanidad.
Ante el espectáculo de una invasión genocida hemos visto también
que, en las calles de prácticamente todas las ciudades del planeta,
se expresa poderosamente el repudio a la agresión y al crimen,
haciéndonos ver que la dignidad, la ver-güenza y el honor siguen
siendo marcas indelebles de lo mejor del género humano, y que el
intento de uniformar a la sociedad es una de las tentativas
frustradas y más viciosas de que se tenga noticia en la historia.
Los hombres y las mujeres de todas partes no están regimentados por
los grandes intereses económicos y políticos, ni han perdido su
integridad moral. Al contrario, la reacción de repulsa se expresa en
el hecho de que millones y millones de mujeres y hombres de todo el
mundo afirman su dignidad y honor, y la indestructible variedad de
su palabra y sentimientos, y que están lejos de haber sido
esclavizados por los aparatos publicitarios y de comunicación. Las
mujeres y hombres de hoy se salvan por su oposición a cualquier
forma de opresión e indignidad; en suma: por la libertad efectiva
que encarna la más alta expresión de la condición humana.
El repudio político y moral y el desprestigio son pues cosechas que
recoge la aventura guerrerista del Imperio, que en apariencia
seguirá afirmándose durante un tiempo pero que en el corazón de la
historia desaparecerá más temprano que tarde de cualquier escenario,
en bien de la humanidad. Y en esta tarea el pueblo de Estados Unidos
jugará un papel primordial.
Este levantamiento unánime contra el crimen y la prepotencia nos
reconcilia con nuestro tiempo y nos permite pensar que los
escenarios cambiarán y que serán para el bien de todos. Este
levantamiento masivo de pueblos y opiniones en rechazo de la
dominación Imperial se convertirá cada vez con mayor fuerza en
acción política liberadora, y eso no deja de ser alentador en
nuestros días.
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