Robo de alma

06/03/2003
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Lo opuesto del retrato que revela es aquello que oculta. Peor todavía, aquello que ejecuta la más cruel de las rapiñas: el robo de alma. Contaba Orlando Villas Boas que, entre nuestros indígenas, el robo de alma era la más temida entre las maldades cometidas por los espíritus de la selva, pues extraía del guerrero su arma principal: la identidad. Para evitarlo, toda la aldea se enlazaba en torno al cuerpo vaciado, en un ritual de rememoración en que la vida, las creencias y los sentimientos de la víctima era repasados ininterrumpidamente, hasta devolverle la esencia sustraída. Conocemos al ministro de la Seguridad Alimentaria y del Combate al Hambre, José Graciano da Silva, desde hace más de 15 años. Compartimos con él el orgullo de haber ayudado a elegir, junto con 53 millones de brasileños, un presidente obrero, nordestino, retirado, que vendió maníes (cacahuetes) y lustró zapatos por las calles. Orgullo seguramente compartido por todos los brasileños, en especial por los nordestinos. Como profesor e investigador de la Unicamp, y asesor de Lula desde 1982, el ministro Graciano ha dedicado su vida a entender las desigualdades sociales y regionales del Brasil; a descifrar la dinámica económica perversa a la que ellas están ligadas; a buscar en el conocimiento y en la acción política las alternativas para construir un Brasil único, de todos los brasileños. Una acción distinta del apartheid que nos violeta y nos humilla ante el futuro y la civilización. Ésa ha sido su ética y su práctica. Al definir el combate al hambre y a la pobreza como prioridades máximas de su gobierno, el presidente Lula dio a José Graziano la misión de implantar y coordinar el Programa Hambre Cero. Es quizás el gran desafío nacional del siglo 21. El que puede cambiar la faz del país. Hoy, la vida de 46 millones de brasileños es un haz de incertidumbres ligado a una renta per capita inferior a $ 1.08 al día (por tanto por debajo de la línea de la pobreza del Banco Mundial). Prácticamente la mitad de ese Brasil habita en pequeños núcleos urbanos del nordeste; y el otro 50 % está concentrado en bolsones de miseria de los grandes conglomerados metropolitanos. Para reintegrar ese Brasil a la ciudadanía, el programa Hambre Cero prevé cerca de 40 acciones. Desde las de emergencia, como el carnet de alimentación, hasta las estructurales, como la intensificación de la reforma agraria, alfabetización y fomento de la agricultura familiar. Incluye además iniciativas específicas para pequeñas localidades y áreas metropolitanas, como restaurantes populares y bancos de alimentos. Para exhortar a los dirigentes empresariales de São Paulo a que se comprometieran en esa corriente, el ministro Graziano estuvo en la Fiesp el 7 de febrero. Fue a proponerles que las grandes industrias firmen acuerdos con pequeños municipios del semiárido nordeste. No como un gesto de filantropía esporádica o asistencialismo fugaz. Al contrario. Lo que le llevó a la Fiesp fue el entusiasmo ante una idea desarrollada por el Instituto Ethos de São Paulo, incorporado ya al Hambre Cero. Se trata de comprometer a un empresario en una acción duradera, unos cuatro años, durante los cuales las necesidades más acuciantes de mil localidades –las más pobres del país, gran parte de ellas debido a la sequía- serían mapeadas y equipadas con planificación, recursos y solidaridad. Al concluir su exposición de casi media hora el ministro enfatizó que es fundamental implantar las bases de la ciudadanía allí donde su ausencia todavía es fácilmente recuperable, generando oportunidades, renta y empleo, que pueda generar dinámicas locales sustentables. Por desgracia, al advertir que la omisión ante ese cuadro obligaría a las elites a continuar usando carros blindados en las metrópolis del Sudeste, el ministro lo hizo en forma rápida, apresurada, al final de una exposición cuyo tiempo había expirado. Sacada de su contexto, y divulgada con tintes de sensacionalismo, sonó como si se hubiese establecido una relación causal entre migración de nordestinos y violencia urbana. Decididamente, no fue ésa la sustancia de su intervención; no es ése su pensamiento; no es su práctica política, ni su trayectoria intelectual. En pocas palabras, no es su identidad. Dividir una biografía y su obra y reconstruirla a partir de un tropiezo verbal es apenas un falso modo de ocultamiento. No es un retrato sino una mancha. La raíz de la violencia que nos asusta está en la exclusión social. Todos lo sabemos. Lo sabe el ministro José Graziano, hasta con mayor autoridad, en vista de que él es uno de los principales estudiosos de los desequilibrios agrícolas y sociales del país. A todos los que, por no conocerle, y sustraídos del contexto respectivo, vieron en la frase del ministro la mancha del prejuicio, les reconocemos el derecho a la indignación. Pero nuestro testimonio trata de demostrar que no es justo que se practique a partir de ahí el ejercicio kafkiao de trasformar a una persona en su opuesto. Tiene razón, pues, quien ve en este desafío una maratón de largo alcance. Pero que ya comenzó. La lucha contra el hambre puede funcionar como un atajo capaz de sacudir los pilares de la pobreza y anticipar el reencuentro del Brasil consigo mismo. Pero a fin de que el futuro no sea mera repetición del pasado, es vital que la sociedad se comprometa en esa gran trasformación. Éste fue el núcleo del mensaje trasmitido por el ministro Graziano en su exposición en la Fiesp. Que refleja no sólo una filosofía de gobierno, sino la identidad del ministro y del intelectual que conocemos y respetamos. Ignorarla es peor que dejar de informar; es cometer un perverso robo de alma. Y no sólo contra él, sino contra todos los brasileños que luchamos por construir un solo país, libre de cualquier tipo de segregación y prejuicio. * Oded Grajew y Freo Betto son asesores del presidente Lula. Traducción de José Luis Burguet.
https://www.alainet.org/es/articulo/107080?language=es
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