En nombre de Dios

15/01/2009
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Las guerras religiosas dominaron el escenario político europeo desde la Edad Media hasta el siglo XX. Las conquistas coloniales de España y Portugal, con su cortejo de muertes y miseria, se hicieron en nombre de la salvación de las almas ateas a ser convertidas. Se trataba de expandir el objetivo inicial de las Cruzadas. Estas se confrontaron con la expansión victoriosa del Islam, convertido en el mayor imperio de la Edad Media. La rebelión protestante dio origen a muchas otras guerras en contra de la dominación papal que se materializaba en el imperio de Felipe II. Los siglos de la ilustración empezaron a conocer las guerras no religiosas en Europa. La revolución francesa impuso el materialismo progresista que respaldó las guerras napoleónicas. La Inglaterra protestante oficializó su religión e impuso un imperio liberal que era dirigido por una reina anglicana. Además de los católicos irlandeses que jamás aceptaron esta imposición, vimos a los pueblos más diversos aceptar convivir con esta institucionalidad liberal que actuaba en nombre del laicismo pero que se conciliaba con la estructura religiosa. La primera y la segunda guerras mundiales no aparecían claramente como guerras religiosas pero los lideres religiosos locales siempre bendijeron a sus tropas. Después de la II Guerra Mundial se montó una nueva "cruzada" religiosa. El Occidente cristiano se opuso al Oriente materialista y ateo en la guerra fría. Pero ni el Occidente era claramente cristiano ni el Oriente era claramente ateo. Había que excluir la India, los pueblos islámicos y los budistas japoneses y de otros países que solo hace poco fueron considerados ateos por el Papa con una gran dosis de razón. Un caso interesante ha sido el del Islam. En la posguerra se desarrolló en el Oriente Medio el pan arabismo de Nasser y del Partido Socialista Árabe (el Bahat) al cual se juntaron otros movimientos laicos (que ya habían triunfado en Turquía en los años 20s). La victoria de la Revolución Islámica en la Persia no islámica, apoyada por la CIA y los intereses norteamericanos, transformada en Irán por el gobierno del Ayatolá Komeini, empezó a generar un nuevo cuadro en el Oriente Medio a partir de 1979. Esta situación se agravó a partir de la invasión de Afganistán por las tropas soviéticas. Los servicios de inteligencia norteamericana, unidos a las monarquías de Arabia Saudita y de los Emiratos Árabes, resolvieron estimular un movimiento alternativo al pan arabismo considerado demasiado radical y pro-soviético o por lo menos Tercer Mundista. El apoyo del gobierno americano abierto a Saddan Hussein en contra del Irán en la guerra entre los dos países se siguió al apoyo menos evidente pero también público a Bin Laden y a los Talibans para unificar la oposición islámica a la ocupación soviética, apoyada por laicos liberales nacionalistas y pan árabes. Es impresionante notar la irresponsabilidad de este coktail ideológico estimulado por la CIA y las autoridades diplomáticas norteamericanas. Pero el enemigo era el ateismo soviético que se encontraba arriba de cualquiera otra amenaza. Los soviéticos desistieron de la ocupación del Afganistán y retiraron sus tropas anticipando el movimiento general de retiro de sus tropas de Europa Oriental y de la antigua Unión Soviética hacia la Rusia que preparaba su conversión en una nación de porte medio, sin mayor misión en la humanidad. Se trataba, como lo planteó el entonces ministro de relaciones exteriores, Eduard Shevardnadze, "de retirar cualquier pretexto para el militarismo norteamericano". Todo indica que Shevardnadze era un ingenuo. A los Estados Unidos le faltará siempre un enemigo. Y si no se trata de los ateos soviéticos (que buscaron desesperadamente restablecer la religión ortodoxa en su país para reforzar la hegemonía rusa), se puede perfectamente sustituirlos por los "fanáticos islámicos". Saddan Hussein, que dirige un gobierno laico y antifundamentalista fue el primero enemigo retirado de este mundo islámico a ser demonizado. Una guerra en contra de él marcó el inicio de un nuevo ciclo de confrontación entre la civilización cristiana y otras potencias democráticas en contra del fundamentalismo islámico. Este argumento fundamentó la guerra con el antiguo aliado de Irak, que la administración demócrata disminuyó. Pero la retomada del poder por los republicanos en 2001 pusieron en marcha otra vez los elementos de este conflicto entre civilizaciones. Los antiguos aliados se rebelaron en contra de sus principales protectores y Bin Laden y los Talibanes se aliaron para destruir por el terror los infieles norteamericanos que los abandonaron cuando cumplieron el objetivo de expulsar a los soviéticos de Afganistán. ¿Cómo manejar la nueva situación en la cual la guerra se define claramente entre dos agrupaciones religiosos, monoteístas, fundamentalistas religiosos, creyentes de que Dios (el único) los respalda directamente en su acción militar? Nunca faltaron personas para creer en los motivos más absurdos para justificar las ambiciones económicas y geopolíticas de los belicosos grupos en el poder en las varias regiones del mundo. Muchos son los intelectuales, artistas, políticos y líderes religiosos que se dedicaron a justificar los halcones en todos lados de las luchas armadas. Dios es un mal argumento en una guerra entre fundamentalismos religiosos. Marx afirmaba en sus ensayos de juventud que todas las religiones ridicularizaban los dioses y los dogmas de las religiones ajenas, consideradas creencias bárbaras. Esto es verdad sobretodo para las religiones monoteístas. Es pues muy difícil a un ente racional apoyar este tipo de guerras religiosas. En el momento presente el Papa y casi todos los líderes importantes ya se pronunciaron contra la guerra desautorizando aquellos que la apoyan en nombre de Dios. Esta es una situación nueva. Nuevo es también el enorme movimiento mundial por la paz que se yergue antes de la guerra, antes de que sus compatriotas empiecen a morir. Esta es una situación nueva en la historia de la humanidad por la extensión planetaria del movimiento por la paz, por el compromiso de los artistas, periodistas, personalidades, políticos y religiosos en contra la guerra. Hay una esperanza en el aire. Dios parece protestar junto con los millones que se inmovilizan en las calles de todo el mundo para decirlo con toda fuerza: "no utilicen mi Santo Nombre en vano", mucho menos para justificar la destrucción y muerte de millares o quizás millones de inocentes. *Theotonio dos Santos es profesor titular de la Universidad Federal Fluminense y Coordinador de la Cátedra y Red UNESCO – Universidad de las Naciones Unidas sobre Economía Global y Desarrollo Sostenible. Su libro más reciente es "Teoría de la Dependencia: Balance y Perspectivas", Editora Plaza & Janés
https://www.alainet.org/es/articulo/107033
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