Todos estamos llamados a ser hermanos

Proclama sobre la paz del Vaticano II

10/02/2003
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Sé que apelar, en estos momentos, a la paz suena a ilusión. No sólo porque la realidad inmediata nos diga que lo que se avecina es la guerra, sino porque hay intelectuales que califican de simplistas e irresponsables a las posiciones pacifistas. Nos vamos a encontrar con una de la más duras experiencias de nuestra vida y, acaso, se pongan a prueba nuestras convicciones y nuestras reservas de esperanza. ¿Será preciso pensar que esta guerra se va a hacer posible porque en la vida cotidiana de estos últimos decenios hemos ido erosionando las bases de una convivencia ética, alimentada del respeto, de la justicia y del amor a las personas y los pueblos? Sea como sea, y consciente de que la indignación y el dolor se nos convierte en impotencia, no podemos dejar de sintonizar con el clamor de esa conciencia universal que, desgarradoramente, aún siendo contundentemente mayoritaria, va a sentirse humillada por la imposición de un poder endiosado. Y, tratándose de un clamor universal, en que lo cristiano va inextricablemente unido con lo humano, vuelvo a recordar entre utópico y decepcionado, la proclama que el concilio Vaticano II lanzó sobre la paz, hace ya casi 50 años, con el transfondo rojinegro, de una guerra que sembró tristeza, ruina y llanto en el mundo. PROCLAMA POR LA PAZ DEL VATICANO II (Me limito a indicar que los párrafos siguientes son una transcripción casi literal del documento Gaudium et Spes, Nº 77 al 93, siendo más de mi cosecha el ordenamiento dado). Los cristianos, al anunciar que "son bienaventurados los que construyen la paz" conectan con los anhelos más profundos de la humanidad. La familia humana es cada vez más consciente de su unidad y está convencida de que un mundo más humano será imposible sin una conversión de todos a la verdad de la paz. La humanidad debe liberarse de la antigua esclavitud de la guerra La crueldad de la guerra reviste hoy tal magnitud en sus avances y refinamientos técnocientíficos que pueden llevar a los que luchan a una barbarie sin precedentes y a cometer delitos y determinaciones verdaderamente horribles. Por parte de no pocos responsables de la vida política, se parte del supuesto de que la acumulación de armas es necesaria para aterrar a los adversarios y se está acrecentando "la plaga de la carrera de armamentos, las más grave de la humanidad y que perjudica a los pobres de una manera intolerable. Al gastar inmensas cantidades en tener siempre a punto nuevas armas, no se pueden remediar tantas miserias del mundo entero. En vez de restañar verdadera y radicalmente las disensiones entre las naciones, otras zonas del mundo quedan afectadas por ellas. El mantenimiento de la antigua esclavitud de la guerra es un escándalo". La verdadera naturaleza de la paz " La paz, que nace del amor la prójimo, es fruto de la justicia , requiere respeto a los demás hombres y pueblos y exige un ejercicio apasionado de la fraternidad. La paz surge de la mutua confianza de los pueblos y no del terror impuesto por las armas. La paz exige de todos ampliar la mente más allá de las fronteras de la propia nación, renunciar al egoísmo nacional y a la ambición de dominar a otras naciones, alimentar un profundo respeto por toda la humanidad". Los gobernantes trabajarán en vano por la paz mientras no pongan todo su empeño en erradicar "los sentimientos de hostilidad, de menosprecio y de desconfianza, los odios raciales y las ideologías obstinadas , que dividen a los hombres y los enfrentan entre sí". Educadores y responsables de la opinión pública "tienen como gravísima obligación formar las mentes de todos en nuevos sentimientos pacíficos". Es un deber de todos el proceder a un cambio de los corazones , que nos haga fijar los ojos en el orbe entero. Los caminos de la paz Para edificar la paz se requiere ante todo que se desarraiguen las causas de las discordias entre los hombres, que son las que alimentan las guerras. Deben desaparecer las injusticias, que brotan en gran parte de las excesivas desigualdades económicas y el deseo de dominio y del desprecio por las personas. -"No hay que obedecer las órdenes que mandan actos que se oponen deliberadamente al derecho natural de gentes y sus principios, pues son criminales y la obediencia ciega no puede excusar a quienes las acatan. Entre estos actos hay que enumerar ante todo aquellos con los que metódicamente se extermina a todo un pueblo , raza o minoría étnica: hay que condenar tales actos como crímenes horrendos. Los Estados pueden invocar el derecho a la legítima defensa cuando es de justicia, tras haber agotado todos los otros medios, pero una cosa es utilizar la fuerza militar para defenderse con justicia y otra muy distinta querer someter a otra naciones. La potencia bélica no legitima cualquier uso militar o político de ella". -La cooperación internacional en el orden económico exige acabar con una serie de dependencias inadmisibles, introducir cambios en las estructuras actuales del comercio mundial, regular las relaciones económicas según justicia, conseguir que estas relaciones atiendan al bien de los más pobres hasta lograr ellos mismos el desarrollo de su propia economía, acabar con las pretensiones de lucro excesivo, las ambiciones nacionalistas, el afán de dominación política, los cálculos de carácter militarista y las maquinaciones para difundir e imponer las ideologías. Otro mundo con paz es posible Debemos procurar, por tanto, con toda nuestras fuerzas preparar una época en que, por acuerdo de las naciones, pueda ser absolutamente prohibida cualquier guerra. Esto requiere el establecimiento de una autoridad pública universal reconocida por todos, con poder eficaz para garantizar la seguridad, el cumplimiento de la justicia y el respeto de los derechos. Todos necesitamos convertirnos con espíritu renovado a la verdad de la paz. Jesús de Nazaret, al hacer del amor universal la clave de su vida, luchó por la unidad de todos los hombres, dio muerte al odio, sobrepasó todo particularismo y acabó con toda discriminación. Los cristianos, conscientes de que los pobres hacen las veces de Cristo, cooperen de corazón en la cooperación del orden internacional con la observancia auténtica de las libertades y la amistosa fraternidad de todos. "Que no sirva de escándalo a la humanidad el que algunos países, generalmente los que tiene una población cristiana sensiblemente mayoritaria, disfrutan de la opulencia , mientras otros se ven privados de lo necesario para la vida y viven atormentados por el hambre, las enfermedades y toda clase de miserias". El respeto de la dignidad humana, el ejercicio de la fraternidad universal, la convocación de todos a una convivencia en la justicia, la libertad, el diálogo y la cooperación, brota en nosotros como un imperativo del amor, que nos remite a Dios como principio y fín de todos. Y todos, en consecuencia, estamos llamados a ser hermanos. Benjamín Forcano, Teólogo
https://www.alainet.org/es/articulo/106916
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