La esperanza como actitud crítica
20/03/2009
- Opinión
La esperanza es una de las tres virtudes teologales, junto a la fe y al
amor. Rima con confianza, término que deriva de fe: quien cree, espera; y
quien espera, cree.
Vivimos un momento nuevo de la historia del Brasil. Con la elección de
Lula la esperanza venció al miedo. No sabemos todavía cómo será el
gobierno del PT, pero hay esperanza de que priorice las cuestiones
sociales y reduzca significativamente las desigualdades que caracterizan
al Brasil.
Para Jesús la esperanza se pone allá al frente, en el Reino de Dios, que
señala el fin y la plenitud de la historia, y no en la cúspide, en cuanto
postura verticalista de quien ignora la existencia de este mundo o la
rechaza. Hoy día la expresión Reino de Dios tiene una connotación difusa,
metafórica. Sin embargo se puede imaginar lo que significaba hablar de
eso en pleno reinado de César. No cabe duda de la resonancia política del
término, pues Jesús se atrevió a anunciar otro Reino que no era el de
César y por ello pagó con su vida.
Hoy la esperanza tiene una connotación secular: la utopía. Es curioso
observar que, antes del Renacimiento, no se hablaba de utopía. Ésta
resultó de la desacralización del mundo, de la muerte de los dioses y,
por tanto, de la necesidad de proyectar o visualizar el mundo futuro. En
la medida en que el ser humano, con la llegada de la modernidad, comenzó
a dominar los recursos técnicos y científicos que interfieren en el curso
de la naturaleza y perfeccionan nuestra convivencia social, surge la
necesidad de prever el modelo ideal, así como el artista que hace una
escultura traza en su cabeza o en el papel el diseño de la obra
terminada. Como afirmó Ernst Bloch, la razón no puede florecer sin
esperanzas, y la esperanza no puede hablar sin razón.
El marxismo fue la primera gran religión secular, capaz de introducir la
esperanza en una sociedad ideal. Él introdujo en la cultura occidental la
conciencia histórica, la percepción del tiempo como proceso histórico,
hasta el punto de que el ser humano pasó a prefigurar su existencia no ya
en referencia a los valores subjetivos sino al devenir, luchando contra
los obstáculos que, en el todavía no, impiden la realización de lo que se
espera como ideal liberador.
Para el cristiano la utopía del Reino supera las utopías seculares, sean
éstas políticas, técnicas o científicas. Se espera en este mundo la
realización plena de las promesas de Dios, lo que plenifica y transfigura
el mundo. Así, a la luz de esas promesas citadas en la Biblia, el
cristiano mantiene siempre una postura crítica frente a toda realización
histórica, así como ante los modelos utópicos. El hombre nuevo y el mundo
nuevo son resultado del esfuerzo humano a través del don de Dios que, en
última instancia, los llevan a su ápice. En otras palabras, quien espera
en Cristo no absolutiza nunca una situación adquirida o que se pretende
conquistar. Todo avance es relativo y por eso mismo susceptible de
mejoramiento, hasta que la Creación retorne al seno del Creador. Pues
Dios realiza progresivamente, en la historia humana, la salvación.
La esperanza se basa en la memoria. Quien espera recuerda y conmemora.
Nuestro Dios no es uno más del olimpo panteísta. Es un Dios que tiene
historia y hace memoria: Yavé, el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob.
Es esa memoria la que alimenta la conciencia crítica, conciencia de la
diferencia, de la inadecuación, del todavía no. Pues la utopía cristiana
se sustenta en las promesas de Dios. Por eso la esperanza cristiana no
teme a lo negativo, a las vicisitudes históricas, al fracaso. Es una
esperanza crucificada, que se abre a la perspectiva de la resurrección.
En esperanza ya somos salvados. Ver lo que se espera ya no es esperar;
¿cómo se puede esperar lo que ya se ve? Esperar cosas que no vemos
significa tanto constancia como esperanza (Rom 8, 24-25). Como dice la
Carta a los Hebreos, la fe es un modo de poseer ya aquello que se espera,
es un medio de conocer realidades que no se ven (11,1). Si la fe ve lo
que existe, la esperanza ve lo que existirá, decía Péguy. Y añadía: el
amor sólo ama lo que existe, pero la esperanza ama lo que existirá... en
el tiempo y por toda la eternidad.
La esperanza es el caminar en la fe hacia su objeto. La fe nos da la
certeza de que Jesús venció a la muerte; la esperanza, el aliento de que
venceremos a los signos de muerte: la injusticia, la opresión, el
prejuicio, etc. Ese proceso no es continuo, pues somos prisioneros de la
finitud, aun portando la Infinitud en nuestros corazones. Por eso nuestro
caminar está entreverado de dudas y dolores, conquistas y alegrías, pero
sabe que, si va por los senderos del amor, tiene a Dios como guía.
(Traducción de José Luis Burguet)
https://www.alainet.org/es/articulo/106656
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