El Movimiento de los Sin Tierra y la Iglesia
18/11/2002
- Opinión
La Iglesia católica está en el origen del MST y de los movimientos
sociales que actúan hoy en Brasil. Para la mayoría de la población la
religiosidad cristiana constituye el sustrato de su visión del mundo, de
su modo de encarar la vida, el mundo y la historia. En otras palabras, la
ideología de nuestro pueblo se teje con categorías religiosas. Nunca
conocimos el desencantamiento del mundo de que hablaba Max Weber al
analizar la modernidad europea.
Después de la Segunda Guerra Mundial llegó al Brasil el catolicismo
social, sobre todo el de inspiración francesa, estimulando los
movimientos de Acción Católica. El profetismo de dom Helder Camara jugó
un papel decisivo para que la Iglesia en nuestro país se aproximase
progresivamente a los pobres. A comienzos de los años 60 surgieron las
Comunidades Eclesiales de Base, núcleos populares de nutrición de la fe y
de movilización por los derechos sociales. Regidas por el método
Ver/Juzgar/Actuar, la articulación entre fe y derechos sociales produjo
la matriz que sirvió de piedra angular a la Teología de la Liberación.
Sin embargo, la Teología de la Liberación es un hecho segundo. El hecho
primero es la práctica de los pobres en su intento por superar el estado
de opresión en que viven.
En 1964 el Brasil cayó en manos de una dictadura militar. Aunque la
Iglesia católica saludó al nuevo régimen que, a su modo de ver, iba a
librar al país del peligro comunista, pronto la defensa de los derechos
de los pobres dio inicio a una escalada de confrontaciones entre el
Gobierno y la Iglesia. Obispos, sacerdotes, religiosas y laicos fueron
perseguidos, torturados, encarcelados, exiliados y/o asesinados. Yo mismo
pasé cuatro años en las cárceles de la dictadura. Esa bienaventuranza de
la persecución desembocó en una mayor proximidad entre los movimientos
pastorales de la Iglesia católica y los movimientos sociales.
En los años 70 las Comunidades Eclesiales de Base se constituyeron en
semillero de movimientos sociales, animando la organización de mujeres,
jóvenes, precaristas, desempleados, sin-tierra y sin-techo. La Comisión
Pastoral de la Tierra logró que los campesinos, organizados en la lucha
por sus derechos, reconocieran que no bastaba con reivindicar la reforma
agraria, sino que era preciso comenzar a realizarla. Sobre todo a exigir
el cambio del modelo económico neoliberal, dependiente y excluyente, que
el FMI impuso a nuestro país. Surgió así el MST, al lado de tantos otros
movimientos, como la CUT (Central Única de Trabajadores) y la CMP
(Central de Movimientos Populares).
La Iglesia católica no pretende manipular los movimientos sociales, ni
mucho menos confesionalizarlos. Contribuye a que se organicen y sean
autónomos, laicos, manteniendo con las pastorales sociales vínculos de
trabajo en proyectos de interés común, como el rescate de la ética en la
política, y en momentos cruciales de la coyuntura nacional, como la
convocatoria del Plebiscito de la Deuda Externa en el año 2000 y sobre el
ALCA en el 2002. Se dan la mano también en torno a la agenda social de la
Conferencia de obispos, como en los casos de la Campaña de la
Fraternidad, en Cuaresma, que todos los años adopta un tema social, el
Grito de los Excluidos, cada 7 de setiembre, fecha de la independencia
del Brasil, y la defensa de los derechos humanos.
La Iglesia católica del Brasil no quiere ser una especie de partido
político confesional, ni pretende sustituir la acción del Estado. Antes
bien quiere ser fiel al Evangelio de Jesús, que vino para que todos
tengan vida y vida abundante (Juan 10,10). La vida es el don mayor de
Dios. En un continente y en un país bajo estructuras de muerte, luchar
por la vida es estar al lado de quienes son involuntaria e injustamente
privados de acceso a los bienes materiales capaces de asegurar una
existencia libre y feliz.
Para la fe cristiana los movimientos sociales son las herramientas con
las cuales se construye, en la historia humana, el Reino de Dios. Sin la
mediación de esos movimientos la promesa del Reino se vuelve una utopía,
y la desigualdad social un castigo perenne para tantos como, en América
Latina, nacieron sin recibir de la lotería biológica el premio de una
vida digna.
(Traducción de José Luis Burguet)
https://www.alainet.org/es/articulo/106654?language=es
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