Balance de la Cumbre de Johanesburgo
17/09/2002
- Opinión
Treinta años después de la Conferencia de Estocolmo, y diez después
de la de Río, Johanesburgo se quedó en meras declaraciones retóricas.
Los acuerdos de la Cumbre de Johanesburgo se reducen a una
Declaración Política y a un Plan de Acción, llenas de buenas
intenciones sobre la reducción del número de personas en el mundo que
no tienen acceso al agua potable, la biodiversidad y los recursos
pesqueros, y sin objetivos para promover las energías renovables. Los
documentos aprobados en la Cumbre no contienen compromisos concretos,
ni fondos nuevos y adicionales, por lo que puede hablarse de fracaso.
El hecho más positivo es el anuncio de la ratificación del Protocolo
de Kioto por varios países, por lo que éste finalmente podrá ser
ratificado, dejando aún más aislado a EE UU.
Los abucheos a Colin Powell, dirigidos realmente contra el gran
ausente, George W. Bush, identificaron claramente al verdadero
culpable del fracaso de la Cumbre de la Tierra de Johanesburgo. El
gobierno de George W. Bush se ha negado a ratificar el Protocolo de
Kioto y el Convenio de Biodiversidad, dedica apenas el 0,10% de su
PIB a la ayuda oficial al desarrollo (en su casi totalidad armas para
Israel y Colombia), no cumple sus compromisos financieros con la ONU
y ha tratado de debilitarla una y otra vez. Desde el primer momento
la administración de George W. Bush trató por todos los medios de
hacer fracasar la Cumbre de Johanesburgo, y dado el enorme poder de
la única superpotencia, los resultados están a la vista. En este
contexto la Unión Europea no ha podido y/o querido asumir el
liderazgo necesario.
Del fracaso de Johanesburgo nadie debe alegrarse, aunque era de
esperar.
Los grandes problemas de hoy no son ni el terrorismo ni Sadam Husein.
Son la brutal degradación del medio ambiente y las enormes
desigualdades mundiales. Johanesburgo debería haber servido para
paliarlas algo. Pero el mundo no se acaba con este fracaso, que debe
servir de aliciente para sentar las bases de aquellas políticas que
realmente supongan avances en la erradicación de la pobreza, la
disminución de las desigualdades y el freno de la degradación
ambiental.
No basta con quejarse por los malos resultados. Las Conferencias como
las de Johanesburgo plasman una determinada correlación de fuerzas en
un momento dado. Lo que hay que hacer es cambiar esa correlación, y
en las próximas cumbres los resultados serán otros.
De Río a Johanesburgo
La Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sostenible, que se celebró en
Johanesburgo (Suráfrica) entre el 26 de agosto y el 4 de septiembre,
reunió a dirigentes mundiales, activistas y representantes de
empresas, 10 años después de Río.
La Conferencia sobre Medio Ambiente y Desarrollo que se celebró en
Río del 3 al 14 de junio de 1992, como Johannesburgo, llegó demasiado
tarde como para impedir los problemas que pretendía resolver,
ignorando el principio de precaución, pero demasiado pronto como para
alcanzar acuerdos satisfactorios, a pesar de dos largos años de
negociaciones.
Río-92 se celebró veinte años después de la Conferencia de Estocolmo
de 1972. Treinta años después de Estocolmo y 10 de Río, los problemas
sociales y ambientales, lejos de solucionarse, se han agravado. La
población supera los 6.200 millones de habitantes, el doble que en
1972, y hoy 800 millones de personas viven en la extrema pobreza. Las
proyecciones muestran que la población mundial llegará a los 8.000
millones de habitantes para 2025 y a los 9.300 millones de habitantes
para 2050, para estabilizarse en los 12.000 millones de personas a
finales del siglo XXI.
El 15% de la población mundial vive en países de altos ingresos y a
ella corresponde el 56% de todo el consumo del mundo, mientras que al
40% más pobre de la población mundial, que vive en países en
desarrollo, corresponde únicamente el 11% del consumo. El promedio de
gastos de consumo de una familia africana se ha reducido en un 20% en
comparación con 25 años atrás.
La tasa de pobreza general en los países en desarrollo, basada en un
umbral de pobreza de 1 dólar de ingresos al día, se redujo del 29% en
1990 al 23% en 1998. El número total de personas que viven en la
pobreza por ingresos se redujo sólo de cerca de 1.300 millones a
1.200 millones.
Hay 815 millones de personas desnutridas en el mundo, y 777 millones
de ellas viven en los países en desarrollo. Las cifras están
reduciéndose en Asia, pero aumentan en África.
Cada año se pierden 14,6 millones de hectáreas de bosques y miles de
especies, reduciendo y erosionando irreversiblemente la diversidad
biológica. La capa de ozono, a pesar del Protocolo de Montreal, no se
recuperará hasta mediados del siglo XXI. El dióxido de carbono
presente en la atmósfera (370 partes por millón) se ha incrementado
en un 32% respecto al siglo XIX, alcanzando las mayores
concentraciones en los últimos 20 millones de años, y hoy añadimos
anualmente a la atmósfera más de 23.000 millones de toneladas de CO2,
acelerando el cambio climático. Se prevé que las emisiones de dióxido
de carbono aumenten en un 75% entre 1997 y 2020. Cada año emitimos
cerca de 100 millones de toneladas de dióxido de azufre, 70 millones
de óxidos de nitrógeno, 200 millones de monóxido de carbono y 60
millones de partículas en suspensión, agravando los problemas
causados por las lluvias ácidas, el ozono troposférico y la
contaminación atmosférica local.
El accidente de Chernóbil, la proliferación nuclear y la acumulación
de residuos radiactivos, son ejemplos de los riesgos de la energía
nuclear.
El posible conflicto entre dos potencias nucleares, como India y
Pakistán, por Cachemira, o de Oriente Próximo, donde Israel posee
cerca de 100 bombas atómicas, son ejemplos de que aún no ha
desaparecido la amenaza nuclear.
El consumo mundial de energía supera los 9.000 millones de toneladas
equivalentes de petróleo, y más de 680 millones de vehículos, la
mayoría en el Norte, circulan por costosas infraestructuras. Mientras
cerca de dos mil millones de personas carecen de electricidad. La
dependencia del petróleo es la causa última de la guerra que viene,
la de EE UU contra Irak.
La pesca excesiva, el sobrepastoreo, el consumo de leña, el empleo de
plaguicidas y abonos, la contaminación, la producción de residuos y
el crecimiento de las áreas metropolitanas, destruyen los recursos a
un ritmo nunca conocido. Los cultivos transgénicos, inexistentes en
1992, hoy superan los 45 millones de hectáreas, y han surgido nuevas
amenazas, como la nanotecnología y la ingeniería genética aplicada a
los seres humanos.
Desapareció el conflicto Este-Oeste, pero los gastos militares apenas
se han reducido, e incluso han aumentado tras los atentados del 11 de
septiembre, con una única superpotencia, EE UU, mientras han
estallado numerosos conflictos y sobre todo se han ahondado las
diferencias entre el Norte y el Sur, así como las desigualdades
dentro de cada país. La ideología neoliberal pretende erigirse en el
pensamiento único, dictando las políticas económicas de todos los
países, a pesar de su enorme fracaso en todo el Tercer Mundo, y de la
situación que padece más del 80% de la población mundial.
El Norte consumista y desarrollado no quiere asumir sus
responsabilidades en la destrucción ambiental y en la explotación de
los pueblos del Sur, negándose a hacer ninguna concesión sustancial
(deuda externa, transferencia de tecnología, comercio internacional,
ayuda al desarrollo, reducción de las emisiones de CO2), y a cambiar
su insostenible modo de vida.
A las élites que gobiernan el Sur tampoco les interesa que algo
cambie.
Ellas son el Norte del Sur, y no están dispuestas ni a redistribuir
más equitativamente la renta y la tierra, ni a democratizar sus
países, ni a respetar los derechos humanos, ni a acabar con la
corrupción, ni a frenar la destrucción de sus ecosistemas.
La "Carta de la Tierra" quedó reducida en Río a un prólogo
descafeinado y sin valor normativo. Los fondos para implantar la
Agenda 21 son raquíticos, y para colmo el Banco Mundial es el
organismo encargado de su gestión. La Cumbre de Monterrey no logró
aumentar la Ayuda Oficial al Desarrollo al 0,7% del PIB de los países
industrializados, ni tampoco hubo avances en Johanesburgo.
Pero el hecho más significativo desde la Cumbre de Río es la creación
de la Organización Mundial de Comercio y la aceleración de la
globalización económica, eliminando las trabas al comercio mundial de
mercancías y servicios, sin consideración por la degradación
ambiental, las crecientes desigualdades y la destrucción de empleos
en las economías del Tercer Mundo.
El Convenio sobre el Cambio Climático, debido a la presión del
gobierno estadounidense, no contempló en 1992 ningún compromiso firme
para estabilizar las emisiones de los gases causantes del efecto
invernadero, y las mismas inconsistencias afectan al Convenio sobre
Diversidad Biológica. No obstante, hay que destacar algunos pasos
positivos, como el Protocolo de Kioto en 1997 (que debería
ratificarse y entrar en vigor tras los avances de Johanesburgo, y a
pesar de la oposición de EE UU), el Protocolo de Bioseguridad (al que
también se opone EE UU), la firma de un Convenio sobre
Desertificación y la creciente organización de la sociedad civil en
torno a las ONG y a los movimientos sociales. El auge de la energía
eólica y solar es otro indicador claro de que es posible también otro
futuro energético, sin nucleares ni combustibles fósiles, a pesar de
que en Johannesburgo no se fijó ninguna meta.
El mundo, la biosfera en la que vivimos, no puede soportar por mucho
más tiempo el actual modelo de desarrollo insostenible, con las
terribles desigualdades sociales y la degradación ambiental. Río,
¿sirvió para algo? A riesgo de pecar de optimismo, cabe afirmar que
Río supuso un avance en la conciencia colectiva. Johanesburgo,
independientemente de sus escasos resultados concretos, tendrá
efectos similares.
La Cumbre de Johanesburgo
Uno de los objetivos de la Cumbre de Johanesburgo era la ratificación
de varios tratados internacionales: Protocolo de Kioto, Protocolo de
Cartagena sobre Bioseguridad, el Tratado Internacional sobre Recursos
Genéticos de Plantas para la Alimentación y la Agricultura, el
Convenio de Estocolmo sobre Contaminantes Orgánicos y Persistentes
(COP), el Convenio de Rotterdam sobre consentimiento previo informado
antes de exportar ciertos productos químicos peligrosos y
plaguicidas, el acuerdo de la ONU sobre recursos pesqueros que
incluye varios planes de la FAO, el Convenio de Basilea sobre el
transporte de residuos tóxicos y el Convenio europeo de Aarhus sobre
el acceso a la información, que debería globalizarse. Los avances
fueron escasos, excepto en pesca y en el protocolo de Kioto.
Kofi Annan, Secretario General de las Naciones Unidas, resumió los
progresos que esperaba ver en Johanesburgo en cinco esferas: 1. Agua
y el saneamiento: Poner el agua potable al alcance de por lo menos
1.000 millones de personas que carecen de agua apta para el consumo y
proveer de saneamiento adecuado a 2.000 millones de personas.
2. Energía: Dar acceso a la energía a 2.000 millones de personas que
carecen de servicios modernos de energía; promover las fuentes de
energía renovables; reducir el consumo excesivo y ratificar el
Protocolo de Kioto para abordar la cuestión del cambio climático. La
población de los países industrializados consume 10 veces más energía
por habitante que la población de las regiones en desarrollo.
3. Salud: Abordar los efectos de los materiales tóxicos y peligrosos;
reducir la contaminación del aire, que mata a tres millones de
personas todos los años, y la incidencia del paludismo asociada con
el agua contaminada y la falta de saneamiento.
4. Productividad agrícola: Trabajar para revertir la degradación de
las tierras, frenar la erosión y la desertificación, que afecta
aproximadamente a los dos tercios de las tierras agrícolas del mundo.
5. Diversidad biológica y ecosistemas: Revertir los procesos que han
destruido aproximadamente la mitad de los bosques tropicales húmedos
y los manglares de la Tierra, amenazan al 70% de los arrecifes de
coral y están diezmando las pesquerías. Más de 11.000 especies están
amenazadas de extinción, más de 800 ya se han extinguido y otras
5.000 podrían extinguirse, a menos que se adopten las medidas
adecuadas.
Los progresos reales en todas las áreas citadas han sido ínfimos.
Protocolo de Kioto
El Protocolo de Kioto de diciembre de 1997 concluyó con la adopción
de un acuerdo de reducción de emisiones de gases de invernadero por
los 39 países industrializados. El Protocolo entrará probablemente en
vigor dentro de unos meses, a pesar de la negativa del Presidente
George W.
Bush a ratificarlo, y obligará a limitar las emisiones conjuntas de
seis gases de invernadero. En conjunto la reducción global acordada
es de un 5,2% para los países industrializados. Estados Unidos es el
gran responsable del cambio climático, pues con sólo el 4,6% de la
población mundial, emite el 24% del CO2 mundial (más de 20 toneladas
por habitante y año), y sus emisiones han aumentado un 22% entre 1990
y 2000, mientras que en Alemania se han reducido un 19%. Los
gobernantes de EE UU no quieren reducir las emisiones domésticas, y
pretenden con todo tipo de artimañas (negativa a ratificar el
Protocolo, sumideros, mecanismos de flexibilidad) seguir con su
insostenible modo de vida consumista y despilfarrador, a costa de
afectar de forma irreversible al clima del planeta, y sobre todo a
las poblaciones más pobres del Tercer Mundo.
Para que el Protocolo de Kioto entre en vigor tiene que ser
ratificado por un número suficiente de países desarrollados, que en
conjunto sean responsables del 55% de las emisiones. A pesar de que
EE UU, con el 36,1% de las emisiones en 1990 de los países del Anexo
I, casi tiene poder de veto, la práctica totalidad de los otros
países lo ratificarán y entrará en vigor. Pero Kioto debe ser sólo un
primer paso, porque para evitar que el cambio climático adquiera
proporciones peligrosas se deberían reducir las emisiones actuales en
más de un 60%.
Reducción de la pobreza
La erradicación del hambre y la pobreza son dos derechos humanos
fundamentales. La creación y la financiación de una acción pública
para garantizar tales derechos apenas progresa y la Meta del Milenio
de la ONU de reducir la pobreza mundial a la mitad antes de 2015 está
muy lejos de convertirse en realidad. En Johannesburgo no hubo ningún
progreso real.
El 20% más rico de la población mundial ganaba 30 veces más que el
20% más pobre en 1960. En 1990 la proporción era de 60 a 1, y en 1997
la diferencia era de 74 a 1, según el PNUD. El siglo XX ha acentuado
la desigualdad, en vez de reducirla. En 1820 la proporción era de 3 a
1, de 7 a 1 en 1870, de 11 a 1 en 1913, y de 74 a 1 en 1997, es
decir, hoy las desigualdades son mayores que nunca. El 1% de la
población mundial tiene el 57% de la renta, lo que quiere decir que
apenas 70 millones de ricos tienen más ingresos que 6.100 millones de
personas. Y este es el verdadero problema. La gran tarea pendiente es
la redistribución más igualitaria de la renta, en el mundo y dentro
de cada país.
La globalización pivotada y gobernada por el Fondo Monetario
Internacional, el Banco Mundial, la Organización Mundial de Comercio
y la OCDE, no contempla ningún mecanismo de redistribución de la
renta. La mitad de la población mundial, más de 3.000 millones de
personas, viven con menos de dos dólares diarios, mientras las 225
personas de mayor fortuna poseen un patrimonio equivalente a la renta
de 2.500 millones de personas, y la fortuna de las 15 personas más
ricas supera al PIB del conjunto de los países del África
subsahariana.
Para paliar el desastre de la globalización de la pobreza, se han
propuesto algunas medidas, como la condonación de la deuda externa de
los países más pobres y el aumento de la Ayuda Oficial al Desarrollo
(AOD), hasta alcanzar el 0,7% del PIB de los países ricos. Las
remesas de los emigrantes (unos 110.000 millones de dólares anuales)
superan en más del doble a toda la Ayuda Oficial al Desarrollo.
Agenda 21
La Agenda 21 se ha visto entorpecida por cuatro factores principales,
según la ONU:
*Un enfoque fragmentado que ha permitido que las políticas y los
programas aborden cuestiones económicas, sociales y ambientales, pero
no de una manera integrada;
*La utilización excesiva de recursos que los ecosistemas no pueden
soportar;
*Una ausencia de políticas coherentes en las esferas de las finanzas,
el comercio, las inversiones y la tecnología, y de políticas
proyectadas con una visión a largo plazo;
*La falta de recursos para ejecutarla. Los países en desarrollo han
tenido dificultades en obtener nuevas tecnologías e inversiones
privadas de los países desarrollados, y la ayuda al desarrollo se ha
reducido en el último decenio.
En general, los intentos para impulsar el desarrollo humano y para
detener la degradación del medio ambiente, no han sido eficaces
durante la pasada década. Los escasos recursos, la falta de voluntad
política, un acercamiento fragmentado y no coordinado, y los
continuos modelos derrochadores de producción y de consumo, han
frustrados los esfuerzos de poner en ejecución el desarrollo
sostenible, o el desarrollo equilibrado entre las necesidades
económicas y sociales de la población, y la capacidad de los recursos
terrestres y de los ecosistemas para resolver necesidades presentes y
futuras. La Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) ha disminuido de 58.300
millones de dólares corrientes en 1992 a 53.100 millones en el año
2000. La AOD, en proporción al Producto Interior Bruto (PIB) de los
países de la OCDE, bajó del 0,35% en 1992 al 0,22% en el año 2000.
España en la Cumbre de Johanesburgo
España no ha hecho los deberes y ha jugado un papel secundario en la
preparación de la Cumbre de Johanesburgo durante la presidencia de la
UE. En este sentido cabe destacar que el gobierno de Aznar ha
relegado a un tercer plano todo el proceso preparatorio, como
demuestran las Cumbres de Barcelona en marzo o la de Sevilla en junio
de 2002, o la propia ausencia del presidente Aznar por razones
privadas. El desinterés es manifiesto, más allá de las políticas de
imagen sin base real. La ayuda española al desarrollo apenas llega al
0,2 del PIB.
Además la gestión de Aznar y el PP se ha caracterizado por la
ausencia total de diálogo con la sociedad civil (nunca ha reunido el
Consejo Asesor de Medio Ambiente), la no inclusión de representantes
de las ONG en la delegación oficial como sucedió en Río, la ausencia
de toda política real para cumplir el protocolo de Kioto a pesar de
que las emisiones ya duplican las autorizadas, la no aprobación de la
Estrategia Española para la Conservación y el Uso Sostenible de la
Diversidad Biológica y los 12 planes sectoriales previstos y la
elaboración de una Estrategia Española de Uso Sostenible sin
presupuestos ni actuaciones concretas. El gobierno del PP no ha dado
ningún paso para avanzar hacia una fiscalidad ecológica, y ha
bloqueado las iniciativas en este sentido en el marco de la Unión
Europea. España ya ha ratificado el Protocolo de Kioto, pero sin
embargo las emisiones de gases de invernadero han aumentado un 33,7%
entre 1990 y 2000, y en el año 2001 ya superan el 35%.
La Cumbre de Johanesburgo debería haber unido la equidad social con
la sostenibilidad ambiental, sin descuidar ambos aspectos, pero cayó
en una retórica vacía, sin llegar a compromisos concretos, sobre todo
de recursos financieros. Además se sigue sin avanzar hacia el
desarrollo de una fiscalidad ecológica, sin la cual es imposible dar
pasos reales hacia la sostenibilidad, y un impuesto internacional
sobre las transacciones en divisas (la tasa Tobin) para financiar los
programas de erradicación de la pobreza en los países en desarrollo.
Sitio oficial de la Cumbre de Johanesburgo en la web:
www.johannesburgsummit.org
*José Santamarta Flórez es director de World Watch. Fue representante
de las ONG en las dos cumbres anteriores, Nairobi (1982) y Río
(1992). worldwatch@nodo50.org http://www.nodo50.org/worldwatch
https://www.alainet.org/es/articulo/106391?language=en
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