América Latina después de las Torres: Mirada desde el Sur
11/09/2002
- Opinión
Nada nueva ha parido el último año en el continente. Pero todas las
tendencias que se venían perfilando se han intensificado hasta hacer
estallar crisis nacionales y amenazan con sumir a toda la región en la
inestabilidad y el desorden.
Con razón se sostiene que las Torres Gemelas se cayeron sobre el pueblo
palestino. Este acierto se basa en el hecho indudable de que fue el primer
ministro israelí, Ariel Sharon, quien mejor aprovechó la ocasión que le
brindaron los ataques del 11 de setiembre para implementar su política de
militarización del conflicto. Sharon no se cansó de repetir, a lo largo
de todo un año, que no existe la menor diferencia entre Bin Laden y Al
Qaeda y la Intifada palestina.
Con ese argumento, que la política de atentados indiscriminados contra la
población civil judía contribuye a hacer creíble, los halcones de Israel
consiguieron fortalecer sus apoyos entre sus pares estadounidenses y
hasta cierta neutralidad benevoloente de buena parte de los países
europeos. Fuera de duda, el pueblo palestino ha sido el más afectado por
el nuevo clima mundial que ya se respiraba antes de los atentados, pero
que cobró nuevo impulso a raíz de ellos.
Sin embargo, la nueva situación afecta a todos los pueblos del Tercer
Mundo y de forma particular a los de América Latina. Como amplias zonas
del planeta, unos cuantos países al sur del Río Bravo sufren el creciente
desinterés de las potencias centrales que ya no aspiran siquiera a
mantenerlos como reservorios de materias primas, cada vez menos
necesarias ante los desarrollos científicos recientes que tienden a
utilizar una gama cada vez menor de recursos naturales.
En pocos años, según todos los expertos, las empresas multinacionales
estarán en condiciones de producir insumos sin recurrir a materias primas
del mundo natural, en base al desarrollo de una nueva generación de
tecnologías, las nanotecnologías, capaces de producir cambios en el mundo
no animado modificando el componente molecular de algunos elementos.
Estas vienen a completar las biotecnologías que han sido capaces de
modificar la naturaleza, creando desde productos transgénicos hasta
animales clonados.
Así las cosas, son cada vez más las zonas y regiones del continente
latinoamericano que han sido abandonadas a su suerte, después de
esquilmarlas convenientemente, lo que significa dejarlas en manos de sus
voraces elites.
Polarizacion regional
El agravamiento del conflicto colombiano y la inestabilidad en Venezuela
son quizá los dos ejemplos más visibles, en la región, de la creciente
polarización mundial posterior al 11 de setiembre. Ciertamente, el Plan
Colombia cobró renovados bríos y Washington decidió que ya era hora de
quitarle el taparrabos, declarando que efectivamente se trata, antes que
nada, de un plan con objetivos de carácter militar.
Los estrategas han definido, hace ya cierto tiempo, que el Plan Colombia
es la continuación casi natural del Plan Puebla-Panamá. La zona que va
desde la Amazonía hasta la zona de Puebla, en México, es la más rica del
mundo en cuanto a biodiversidad. El dominio de esta zona le permitiría a
Estados Unidos un casi monopolio del control de la vida y de la
producción de vida. Pero en esa zona están concentrados también los
recursos petroleros del continente. Por primera vez en su historia la
superpotencia depende del petróleo importado. En pocos años, dos de cada
tres barriles que se consuman en Estados Unidos serán importados. En la
región del Plan Puebla-Panamá y del Plan Colombia (México, Colombia,
Ecuador, Venezuela y América Central) hay recursos petrolíferos que le
permitirían empatar con los de Medio Oriente.
A este conjunto de intereses se suma la búsqueda de un nuevo canal
interoceánico -ya que el de Panamá se encuentra saturado y no permite,
además, el paso de los superpetroleros y grandes portacontenedores-,
probablemente en la zona del istmo de Tehuantepec. Por último, aparece la
necesidad de extender la zona de maquilas desde la frontera con México
hacia el sur, ya que en las viejas fábricas maquiladoras los trabajadores
comienzan a organizarse con la consiguiente disminución de las ganancias.
La zona maquiladora, controlada por Estados Undios, es clave para
mantener a largo plazo la capacidad del capital multinacional de competir
con los productos fabricados en China y otros países emergentes, donde
los salarios son considerablemente más bajos y no existen restricciones
laborales ni medioambientales.
México fue el país al que la administración Bush prestó atención
inmediatamente después de los atentados, cerrando un acuerdo que
garantiza tanto el suministro de petróleo como la disposición de sus
elites de cumplir el papel asignado por Washington. Los problemas serios
empiezan más al sur.
Colombia es el escenario mayormente complejo a mediano plazo, desde el
punto de vista militar. Además de sus reservas petrolíferas, tiene una
situación geopolítica privilegiada: salida a dos océanos y frontera común
con cinco países clave que pueden ser desestabilizados por la llegada
masiva de refugiados. El triunfo del ultraderechista Alvaro Uribe es una
buena señal para Washington, ya que es el tipo de político que está
llamado a cumplir el papel de guerrero guardando las formas mínimas del
ejercicio democrático. Por primera vez llega al gobierno un hombre de los
paramilitares, dispuesto a hacer la guerra a cualquier precio. Se trata
de un viraje de largo aliento en la sociedad colombiana, que no saldrá
sin traumas de esta experiencia militarista. El caso colombiano ilustra
sobre cómo el nuevo escenario mundial es propicio para una radicalización
de los grupos dominantes, funcional a la estrategia actual del Pentágono,
pero con raíces profundas en cada una de las sociedades.
El otro buen ejemplo es Venezuela. Que se trata de un país clave en la
estrategia estadounidense, y que se pretende derribar a Hugo Chávez, no
cabe la menor duda. El golpe de abril está ahí, como prueba irrefutable.
Pero el caso es otro. No basta con que Washington aliente a los
recalcitrantes venezolanos a dar un golpe, ganar la calle y derribar a un
presidente legítimo. Lo nuevo es que hay una derecha política, social y
cultural con apoyo de masas, poderosa y combativa, apoyada en el
empresariado, el sindicalismo y una parte de la clase obrera (sector
privilegiado en países donde dos tercios de la población sobrevive en la
informalidad).
Esta nueva derecha, reclutada entre las clases medias, que odia a los
pobres y no dudaría un instante en echárselos a los leones, es un
producto cultural del neoliberalismo. Sus puntos de referencia están en
el "sueño americano", imitan a los ricos, quieren parecerse a los
poderosos, miran con horror la posibilidad de caer en las amarguras que
da la pobreza, son ambiciosos y consumistas y tienen poca estima por las
tradiciones culturales de sus propios países. Tanto en Colombia como en
Venezuela son un sector político-social en alza. No creen en la
democracia más que como pantalla para consumo externo y se asientan en
las peores tradiciones clientelares y caudillistas. Esta es la base
social en la que se apoyan los halcones de Washington para dominar el
continente.
Sobre la base del Plan Colombia, el Pentágono ha diseñado un proyecto de
expansión regional, tanto militar como económico y político, que tiene
uno de sus ejes de expansión en Ecuador, donde se ha instalado la base
militar de Manta y desde hace dos años se procedió a la dolarización de
la economía. El segundo paso, a través de la promoción de la Comunidad
Andina (CAN), es el control de Perú y Bolivia. En el primero, la política
de privatizaciones ha sufrido reveses por las revueltas populares, y en
Bolivia se acaricia el proyecto de controlar un gasoducto que tendrá
salida al océano Pacífico.
Hundir al MERCOSUR
La crisis argentina es uno de los principales éxitos de la política de
Bush destinada a imponer el ALCA. De un solo golpe consiguió herir de
gravedad al MERCOSUR y poner a Brasil contra las cuerdas. Resta decidirse
nada menos que el tipo de gobierno que tendrá Brasil a partir de
noviembre, factor que puede llegar a perturbar toda la región. En todo
caso, sea José Serra o José Inazio Lula da Silva quien finalmente se
cruce la banda presidencial, el choque de ese país con el proyecto de
implementar el ALCA, a partir de 2005, es un hecho.
La burguesía brasileña y las elites dirigentes son las únicas de la
región que han comprendido que el futuro del país depende de negociar con
Estados Unidos en condiciones de soberanía, preservando la poderosa
industria nacional. En caso contrario, el país caería en poco tiempo en
una situación de crisis social e ingobernabilidad similar a la de
Argentina. Pero se trata de una nación tres veces más grande y cuatro
veces más poblada, cuya desestabilización arrastraría a todo el
subcontinente.
Ante la crisis argentina, Brasil sigue buscando socios en el resto del
continente y ve con buenos ojos las intenciones de la Unión Europea de
firmar un acuerdo con el MERCOSUR como forma de compensar la hegemonía
estadounidense. Pero de continuar la situación de inestabilidad e
indefinición en Argentina será muy difícil que el MERCOSUR pueda repechar
su crisis y evitar que se aceleren los tiempos de su desintegración.
Eliminada la barrera del mercado regional, el proyecto ALCA podría
imponerse sin mayores obstáculos. Si se concreta, se trataría entonces de
un mercado de 800 millones de habitantes y un producto bruto de 11
billones de dólares. El ALCA estaría así en condiciones de pesar en el
mundo e imponer condiciones al resto de los países, aún cuando la
economía estadounidense siga sin dar señales de poder competir ni con la
europea ni con la asiática. Y esa es, precisamente, una de las claves que
impulsa el 11 de setiembre: la utilización cada vez más desembozada del
poderío militar para afianzar la hegemonía de la superpotencia e imponer
las reglas del juego económico. La estrategia económica es la que
complementa la estrategía militar y de seguridad y se pone al servicio de
ella para dominar el patio trasero.
Puede argumentarse que una hegemonía asentada en el poderío militar pero
sustentada en una economía debilitada, no puede mantenerse mucho tiempo.
Al menos así parecían funcionar los viejos imperialismos, que dominaban
amplias regiones del planeta en las que extraían los recursos naturales
que necesitaba la industria nacional que, efectivamente, era la más
desarrollada del planeta. Ahora las cosas funcionan de otra forma. El
dominio del mundo es un objetivo por sí mismo, para cuyo sustento se
diseñan desde las relaciones internacionales hasta las relaciones
económicas.
El retorno de los Virreinatos
El 11 de setiembre acelera la crisis de la democracia y acrecienta la
debilidad de los estados nacionales. La reciente intervención del
embajador de Estados Unidos en la campaña electoral boliviana, asegurando
que de triunfar el líder indígena Evo Morales su país retiraría la ayuda
y se generaría una difícil situación, es apenas una muestra de lo que
puede venir. Meses atrás, en la campaña electoral nicaragüense, el
embajador estadounidense en Managua torció el empate entre el candidato
conservador y el sandinista a favor del primero.
No son casualidades ni expresiones extemporáneas sino un retorno a la
política de medio siglo atrás: la intervención desembozada y abierta en
los asuntos nacionales. Estos hechos, sumados a la proliferación de bases
militares en puntos estratégicos de la región, revelan que se busca la
subordinación sin más de toda América Latina. El objetivo parece
consistir en proceder a una profunda reorganización del continente, con
gobiernos dóciles, estados nacionales que actúen como guardianes de los
intereses de las multinacionales (el "derecho" de las multinacionales
consagrado en el NAFTA suplanta a las constituciones nacionales) que
tendrán así un amplio, cautivo y dócil mercado y un acceso ilimitado a
los recursos naturales.
Este objetivo sólo cierra con la implementación de fuerzas de seguridad
nacionales enfocadas a controlar y reprimir a los disidentes, los
díscolos o quienes cuestionen los intereses de la superpotencia. Para
Washington los temas vinculados a las inversiones y al comercio son parte
de su política de seguridad nacional. De modo que quienes cuestionen esa
política, aunque utilicen los métodos de Mahatma Gandhi, serán
considerados irremisiblemente como terroristas. En este sentido, las
democracias son un estorbo. ¿Quién se acuerda ya de los parlamentos
nacionales? Han sido vaciados de contenido, dejaron de ser los espacios
en los que se tomaban decisiones para limitarse a aprobar cuestiones que
se deciden en otros espacios. Las democracias, como quedó claro en el
proceso que llevó a George W Bush a la Casa Blanca, han sido reducidas a
meros mecanismos, gimnasias electorales periódicas.
El segundo aspecto de este retorno a la lógica colonial es el papel del
ejército imperial, presto a actuar en el caso de que las guardias
nacionales sean desbordadas por la creciente revuelta de sociedades cada
vez más empobrecidas. El Plan Colombia enseña hasta qué punto los
ejércitos pueden ponerse en pie y debilitarse según convenga a los
intereses de Washington. En tres escasos años el ejército colombiano
duplicó la cantidad de personal en armas de que dispone, algo que no
había sucedido en cuarenta años de guerra. Nicaragua sirve de ejemplo de
cómo la guerra de baja intensidad es capaz de hundir a un país a tal
punto que demorará, si alguna vez lo consigue, varias generaciones en
recuperarse.
Es que el propio concepto de país (o sea un espacio geográfico soberano y
autogobernado) ha dejado de ser funcional en esta etapa del capitalismo.
Argentina es la mejor muestra de ello. Hasta poco tiempo atrás, casos
como el argentino estaban reservados a las que se consideraban
"repúblicas bananeras", o sea pequeños países pobres, sin industria y
dependientes de algún monocultivo. Pero nunca había sucedido, por lo
menos en América Latina, algo similar con la que fuera una gran nación
industrial. Lo peor es que las elites no perdieron nada. Tienen sus
capitales a buen recaudo. Tampoco perdió nada el capitalismo con el
cierre de cientos de fábricas y el hundimiento de una poderosa industria.
Las fábricas, como los capitales, son capaces de volar a lugares más
seguros, a sitios donde no haya restricciones legales ni masas
dispuestas a hacer valer sus derechos.
En esta guerra no declarada, que se intensifica desde el 11 de setiembre
de 2001, los perdedores son los millones de viejos y nuevos pobres. Si la
Argentina de los años 50 podía jactarse de que los pobres eran una
fracción muy pequeña de la población, hoy más de la mitad de los
argentinos fueron hundidos en la pobreza. Es el precio de la
reestructuración de los negocios, o de "los mercados". Mañana, esos
mismos desarrapados, o sus hijos y sus nietos, serán bombardeados con
sugestivas propagandas que les dirán qué mercancías deben comprar y dónde
deben hacerlo, para mejor y más fluida valorización del capital. Hasta
que, una vez más, alguien empiece a hablar de "derechos" o de
"alternativas" a un mundo que seguirá siendo invivible.
https://www.alainet.org/es/articulo/106367
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