Sobre la brutalidad "antiterrorista" de Bush & Co.
10/07/2002
- Opinión
Como consecuencia de las crecientes revelaciones acerca de los informes
y las advertencias recibidas desde múltiples fuentes por el gobierno de
Estados Unidos, antes del 11 de septiembre de 2001, sobre la
posibilidad de ataques terroristas de envergadura sobre su territorio,
una polémica ha recrudecido y ha llegado hasta los círculos
institucionales de ese país. Tres son las preguntas: ¿Era posible
prestar atención a esas advertencias y prevenir los ataques? ¿Fue la
incompetencia de los servicios de inteligencia lo que les impidió
procesar e interpretar esa información o es que no había posibilidad
material de hacerlo? ¿O, peor todavía, hubo una conspiración dentro del
propio gobierno para permitir que los ataques se produjeran y
capitalizar para su política interna y externa sus traumáticos efectos
sobre la población?
Las dimensiones que hoy adquiere esta discusión en aquel país indican
un comienzo de crisis en el apoyo interno ampliamente mayoritario
alcanzado por la política de guerra del presidente Bush después del 11
de septiembre.
Fuera de Estados Unidos, esas informaciones no han hecho más que
acrecentar el recelo, la reticencia o la desconfianza silenciosa de
muchos gobiernos de los cinco continentes hacia el curso aventurero de
la Casa Blanca y el Pentágono. Pero muy pocos entre ellos, si es que
alguno, han tratado de razonar y explicar con claridad esas
percepciones a sus pueblos.
Conveniencia, temor o diplomática precaución dictan tales silencios.
"En Washington están fuera de si. Esperemos a que se les pase: así
como están, son muy peligrosos", sería una paráfrasis adecuada de los
comentarios que circulan en esos medios.
Sin embargo, la discusión tiene extrema importancia, porque ya ha ido
más allá de los ambientes opuestos a la política de Washington y se
está instalando en donde mayor efecto puede tener: en la opinión
pública estadounidense. Pues si de alguna parte puede surgir la fuerza
que detenga el actual curso hacia nuevas guerras es desde adentro de
Estados Unidos. Si ese cambio no llegara a producirse, lo peor sería
inevitable.
En numerosos sectores de la izquierda y del nacionalismo en América
Latina y en otros continentes, la hipótesis de la conspiración interior
como explicación de los atentados del 11 de septiembre tuvo desde el
primer momento muchos partidarios. Esa hipótesis ha ganado adeptos en
los actuales debates incluso en Estados Unidos. Sólo conjeturas y
deducciones, pero ninguna prueba de hechos se ha presentado hasta ahora
en su favor. Lo peligroso es cuando sus defensores saltan, sin
mediaciones, de la hipótesis a la afirmación terminante, con lo cual la
discusión queda cerrada. El Internet, donde hay de todo, alberga una
entera galaxia de esta variante.
Me parece mucho más verosímil -y comprobable- la hipótesis de la
incompetencia, la rivalidad y la ineficiencia de los servicios de
inteligencia, sobre todo frente a desafíos que escapan totalmente a su
capacidad de razonamiento y discernimiento y convierten al incalculable
cúmulo de información que cada día reciben en una maraña abrumadora e
indescifrable para ellos. Las revelaciones en cascada que ahora surgen
en la disputa interior del establishment estadounidense fortalecen esta
interpretación.
Cualquier investigador serio sabe que no es la cantidad de información
sino la capacidad y la percepción del investigador para ordenarla,
razonarla y comprenderla lo que le concede sentido, coherencia y valor
explicativo. No hay maravilla tecnológica que pueda reemplazar a esa
capacidad humana cuando ésta se embota o decae por ineptitud
intelectual o relajamiento moral en quienes la dirigen. Los redactores
de discursos no pueden sustituir la vaciedad del pensamiento. El
pasado 8 de junio el gobierno de La Habana, por boca del presidente
Fidel Castro, intervino en aquella discusión. Después de señalar el
silencio de tantos gobiernos del mundo ante la política de Washington,
el presidente cubano dijo: "Ante tanta cobardía, muchos pueblos del
mundo pondrán sus mayores esperanzas en el propio pueblo
norteamericano. Es el único que puede frenar y poner una camisa de
fuerza a los fanáticos del poder, la arbitrariedad y la guerra".
A continuación, Fidel Castro descartó en forma terminante la hipótesis
conspirativa como explicación de los hechos. Cito sus palabras: "No me
pasa ni un segundo por la mente que alguien deliberadamente, sea cual
fuere su cargo, por ansia de popularidad, poder o cualquier otro
objetivo, pudiéndolo impedir, permitiera el horrendo crimen de las
Torres Gemelas".
Concentró su crítica, en cambio, en la política de George W. Bush
inmediatamente posterior a los atentados: "Pienso que quien ejerce el
cargo de presidente de Estados Unidos ha cometido serios errores en el
manejo de la situación posterior al trágico hecho". Por la seriedad de
dichas apreciaciones, conviene citar textualmente sus términos:
"No debió nunca sembrar el pánico en el pueblo norteamericano.
"No debió perder la serenidad.
"No debió adoptar decisiones precipitadas sin reflexionar siquiera
sobre opciones posibles, quizás mucho más prometedoras, que habrían
contado con el apoyo unánime de todos los gobiernos, las más
influyentes religiones y las corrientes políticas fundamentales de
izquierda y derecha.
"No debió declarar enemigos, ni mucho menos terroristas, a más de la
mitad de los países del tercer mundo.
"No debió seguir una línea que multiplicará el número de personas
fanáticas y suicidas en el mundo, complicando seriamente la lucha
contra el terrorismo. Lo ocurrido en Palestina lo demuestra: por cada
palestino asesinado, el número de suicidas se incrementó de forma
impresionante, lo que condujo el problema a un callejón sin salida
visible.
"No debió ocultar los informes de inteligencia que llegaron a su poder,
en especial el del 6 de agosto, lo que da lugar a especulaciones y
dudas de todo tipo."
A través de su servicio diplomático y de otras múltiples y a veces
insospechadas fuentes, Fidel Castro está bien informado de los debates
y opiniones en curso en los ambientes políticos y de gobierno de otras
naciones. Resulta obvio que esos comentarios de su discurso del 8 de
junio van dirigidos a esos ambientes, y no en especial a quienes son
sus partidarios. Son razonamientos que reflejan o recogen lo que en
esos medios se dice en voz baja y en confianza, mirando antes a los
costados para que no escuche nadie que después vaya con el cuento a
quien todos sabemos.
El presidente cubano se hace intérprete del silencio de los otros y se
mete de lleno en la polémica. Acosado por el imperio y amenazado por
nuevas dificultades económicas, habla como en los momentos en que uno
no tiene nada que perder, salvo la confianza de la propia gente. No
hace falta ser su partidario para darse cuenta de que, en esta precisa
cuestión, esos razonamientos requieren ser escuchados y debatidos.
https://www.alainet.org/es/articulo/106121?language=es
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