Desde las ruinas de Yenín, la verdad sobre una atrocidad
20/04/2002
- Opinión
Todavía hay que recuperar a todos los muertos de las putrefactas ruinas
del campo de refugiados de Yenín, pero ya ha comenzado una nueva
batalla. Está siendo librada no con balas, sino con palabras.
Israel ha lanzado una inmensa campaña de publicidad para contrarrestar
la cólera de la comunidad internacional ante los eventos de la quincena
pasada. El premio –en última instancia– es la historia misma.
La tarea de Israel ha sido facilitada por los funcionarios palestinos
que se apresuraron a hablar de una "masacre" – una afirmación que no ha
sido probada.
Las huestes de portavoces del gobierno de Israel y sus medios han
aprovechado esas afirmaciones para montar una coartada que equivale a
decir, que como no hay prueba de una masacre, no hay nada por lo que
tengan que responder. Es lo mismo que si se llama a un policía a
investigar un asesinato y que encuentre sólo una violación –y se pase a
ignorar todo el crimen.
Sin embargo ya se sabe bastante sobre lo que sucedió en Yenín como para
decir que Israel ha cometido una atrocidad horripilante.
Israel despachó el 2 de abril su ejército al campo de refugiados con la
misión de desarraigar "la infraestructura terrorista". No cabe duda que
el laberinto de moradas del campo, que albergaba a unas 13.000
personas, era un bastión de Hamás, Fatah y Yihád Islámica – grupos que
han enviado a numerosos atacantes suicidas a cometer asesinatos en
Israel.
El ejército –que llegó con helicópteros Apache, tanques, bulldozers e
infantería – se encontró con una imprevista y encarnizada resistencia.
Murieron veintitrés soldados israelíes, de los cuales 13 murieron en
una emboscada el 9 de abril. El ejército respondió arrasando cientos de
hogares, muchos con gente en su interior. El ejército israelí dice que
advirtió a los civiles antes de aplanar las casas. Los periodistas han
encontrado a palestinos del campo que recibieron advertencias y a otros
que no las recibieron.
Amnistía Internacional tiene una compilación de declaraciones recogidas
por un experto en el derecho internacional. Dice que hay un patrón
entre los testigos que dicen que las casas fueron arrasadas con grandes
cantidades de civiles en su interior, que no tuvieron la opción de
evacuarlas. Citando esos testimonios, Derrick Pounder, profesor de
medicina forense de la Universidad de Dundee, ha llegado a la
conclusión que los informes de grandes cantidades de muertos civiles
son "altamente creíbles".
Tampoco cabe duda que las fuerzas armadas israelíes bloquearon durante
seis días el acceso de las ambulancias del Comité Internacional de la
Cruz Roja y de la ONU, impidiendo que recogieran cuerpos, que
auxiliaran a los heridos y que dieran ayuda a cientos de civiles
traumatizados –incluyendo niños– que habían permanecido dentro del
campo.
Israel impuso esa prohibición cuando existía todos los motivos del
mundo para pensar que habían cuerpos en vida bajo los escombros. Había,
y sigue habiendo, una cantidad desconocida de cadáveres no recuperados,
su presencia es evidenciada por el espantoso hedor que emana de las
ruinas.
Los palestinos hablan de otras atrocidades, con diferentes grados de
plausibilidad. Hay historias persistentes, como el caso de Jamal
Mahmoud Fayed, un hombre discapacitado mental de unos 30 años. Los
testigos dicen que fue matado en su hogar después que el conductor del
bulldozer ignoró las súplicas de su familia de que se detuviera.
Persisten las afirmaciones de una fosa común y de ejecuciones –
denegadas por Israel.
Cuando The Independent visitó la devastada escena el lunes, Kamal Anis
nos llevó a un túmulo. Insistió que era el sitio en el que vio que el
ejército derribaba una casa sobre una tumba con 30 personas.
Sentado sobre el montón de polvo que solía ser su casa, el señor Anis
nos describió ayer cómo los soldados israelíes le ordenaron a la gente
que saliera de sus casas. Uno de los residentes, Jamal al-Sbagh era
sordo.
Anis dijo que los soldados ordenaron que todos los hombres se
desvistieran. El señor Sbagh no pudo oír la orden. Parece que uno de
los soldados israelíes pensó que estaba desobedeciendo deliberadamente
y que inmediatamente lo mató a tiros.
Un diplomático extranjero superior ha entrevistado a unos 40
sobrevivientes heridos, exclusivamente testigos de primera mano. Dice
que sus relatos incluyen a un individuo que trataba de rendirse al que
le dispararon; a personas que estaban dentro de sus casas, las que
fueron derribadas sobre ellos, y en un caso un soldado que lanzó una
granada de concusión dentro de una pieza llena de gente después de
haber encendido el gas. Es seguro que resultará que algunas de estas
historias resultarán ser inexactas. Pero, ¿está mintiendo toda esa
gente? ¿Y qué pasa con el ejército israelí? Siempre ha insistido que
hace todos los esfuerzos posibles por evitar víctimas civiles. Y sin
embargo su historial de los últimos 18 meses es de persistentes ataques
contra civiles palestinos, incluyendo niños. El tema ahora es si
tendrán éxito los que quieren rescribir la historia para ocultar las
atrocidades de Yenín. Tal vez sea así.
Hace un año, Israel lanzó su primera "incursión" a la Franja de Gaza.
Los estadounidenses se enfurecieron y Mr. Sharon retiró sus fuerzas
dentro de 24 horas. El Primer Ministro de Israel ignora ahora los
insistentes pedidos de EE.UU. para que abandone las áreas administradas
por los palestinos; el ejército va y viene a su gusto.
En junio del año pasado, Israel lanzó sus primeros ataques con F-16
contra Cisjordania y el mundo se horrorizó correspondientemente. En
estos días, los ataques de los F-16 apenas provocan un levantamiento de
cejas. Tal vez pronto consideraremos que la muerte y la devastación en
Yenín también es aceptable. El Presidente George Bush ha allanado el
camino, refiriéndose a Mr. Sharon –cuando ya emergían los horrores de
Yenín– como "un hombre de paz".
Israel pretende que es víctima de una doble moral. Sus funcionarios
dicen con razón que los grupos palestinos que envían a atacantes
suicidas a matar y mutilar a israelíes no se preocupan para nada de las
Convenciones de Ginebra. Pero es difícil utilizar el terrorismo de
Hamás para justificar el terrorismo de un estado soberano que pregona a
los cuatro vientos sus valores democráticos.
Israel también sabe que la verdadera cantidad de muertos no será jamás
conocida (se piensa que la lista de residentes en Yenín de la ONU es
inexacta). Sus funcionarios siempre estarán en condiciones de
cuestionar cualquier lista de los desaparecidos, de los presuntos
muertos, que se presente.
El jueves, después de ver la devastación en Yenín, Terje-Roed Larsen,
el enviado de la ONU en el Oriente Próximo, declaró que era "una mancha
que vivirá eternamente en la historia de Israel".
Apenas había pronunciado esas palabras, cuando comenzaron los ataques
personales. El señor Larsen era un "partidario entusiasta de Yasir
Arafat," declaró el periódico israelí Ma'ariv. ¿E Israel? Era la
víctima de "odio, hostilidad y de críticas vacías. sin base".
Que se lo digan a la gente que estaba excavando ayer con sus manos
desnudas en los escombros de Yenín.
Phil Reeves en Jerusalén y Justin Huggler en Yenín, 20 de abril de 2002
Phil Reeves The Independent
Traducido por Germán Leyens
https://www.alainet.org/es/articulo/105983
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