y la profundización de la democracia
Venezuela: Un diálogo por la inclusión social
30/04/2002
- Opinión
Quienes suscribimos este documento tenemos no pocas diferencias teóricas y
políticas. Pese a ellas, coincidimos en algunos principios, diagnósticos y
preocupaciones que nos invitan a expresarnos juntos, para intentar incidir en el
curso de acontecimientos políticos desarrollados en el país en los últimos meses y
agravados especialmente con el fallido golpe de Estado de la segunda semana de
abril.
Coincidimos en que los principios de "justicia social" y "democracia" son
interdependientes. No concebimos una verdadera democracia con los alarmantes
índices de exclusión social que actualmente existen en el país, al tiempo que
estamos convencidos de que para lograr mayores niveles de justicia social es
necesario profundizar tanto la participación como la institucionalidad democrática.
Por tal razón, insistimos en que todo cambio a producir en el país debe partir del
estricto respeto a la expresión democrática de la sociedad y a la institucionalidad
establecida en la Constitución de 1999.
Coincidimos en diagnosticar que, más allá de sus simpatías o antipatías por el
gobierno nacional, la mayoría de la población no se siente representada por los
sectores más radicalizados del espectro político (afectos o adversos al gobierno
nacional), en tanto expresan una imposibilidad de resolver o administrar las
diferencias a través de los canales democráticos establecidos en la legalidad, sin
componendas de elites y con participación popular en el debate de los principales
problemas del país. Ese rechazo mayoritario de la sociedad, que es transversal al
enfrentamiento entre gobierno y oposición, constituye una reserva democrática que
puede y tiene que permitir conjurar los riesgos autoritarios provenientes de ambos
bandos.
En consecuencia, los abajo firmantes nos comprometemos, juntos y por separado,
desde distintos espacios sociales, políticos, laborales, comunicacionales o
académicos, a estimular un diálogo que, sin desconocer la inevitabilidad de los
conflictos que genera todo proceso de cambios, en particular en una sociedad
surcada por múltiples exclusiones, intente superar la polarización política extrema
y permita pensar y ejecutar programas estatales y sociales para hacer efectivos los
postulados de participación y justicia social que son parte de la Constitución
aprobada por mayoría en 1999. Como aporte inicial de esta iniciativa hacemos
público el presente documento.
Sobre la violencia en el clima político: entre torpezas y autoritarismos
Desde los meses finales de 2001 hemos sido testigos de un acelerado proceso de
deterioro del ambiente político del país, caracterizado por el fortalecimiento de
amenazas violentas a la institucionalidad democrática. Los trágicos hechos de la
segunda semana de abril no fueron más que un punto álgido en este proceso que
todavía dista de resolverse.
Con la aprobación en noviembre de 2001 de 49 leyes por parte del Ejecutivo
Nacional, mediante el recurso de la ley Habilitante, diversos sectores de la
sociedad o bien no se sintieron debidamente consultados o bien sintieron algunos de
sus intereses directamente afectados. Esta situación interna coincidió con un
endurecimiento del contexto internacional a raíz de los atentados terroristas del
11 de septiembre en Nueva York y Washington. En ambos ámbitos el gobierno nacional
incurrió en notables torpezas políticas. En el caso de las leyes aprobadas con la
Habilitante el gobierno no aprovechó la oportunidad de propiciar un debate público
con todos los sectores involucrados (empresariales y no empresariales), sobre las
orientaciones, metas y objetivos de aquellas leyes fundamentales para el desarrollo
del nuevo andamiaje institucional del país, lo que probablemente hubiera reducido
la magnitud de los conflictos a posteriori y aumentado la calidad de las leyes.
Anteriormente las fuerzas oficialistas habían procedido a designar los poderes
públicos sin apegarse plenamente a los procedimientos de consulta a la sociedad
establecidos en la constitución. Esto minó desde su nacimiento la legitimidad de
esos vitales poderes. En sus relaciones con el resto del mundo, si bien la caída
de los precios del petróleo justificaba plenamente las visitas del presidente
Chávez a países productores, miembros o no de la Opep, declaraciones de
representantes del Ejecutivo, incluido el propio presidente, carecieron del tacto
necesario en un momento de extrema sensibilidad por parte de las fuerzas
hegemónicas en el mundo. Aunque la autonomía de la política exterior frente a
estas fuerzas es una reivindicación fundamental de cualquier Estado que, como el
nuestro, tenga a la autodeterminación como un principio constitucional, también lo
es el cuidado de las alianzas comerciales de las cuales Venezuela obtiene sus
principales ingresos.
En medio de esas torpezas, hasta principios del mes de abril, las fuerzas de la
oposición de todo signo, respaldadas por los principales medios de comunicación,
fueron ampliando sus espacios de acción y movilización. El 10 de diciembre
organizaron un paro cívico nacional, el 23 de enero protagonizaron una concurrida
marcha en defensa de "la democracia y la libertad" consideradas amenazadas por este
gobierno, el 4 de febrero convocaron a una jornada de luto, el 27 de febrero la
CTV, en compañía de Fedecámaras y otros sectores de la oposición, organizaron otra
marcha en conmemoración de un nuevo aniversario del Caracazo. También hemos
presenciado cacerolazos, apagones de luz, concentraciones en la Plaza Francia de
Altamira, al este de Caracas, y manifestaciones frente a la residencia
presidencial. En respuesta a las movilizaciones de la oposición, los sectores que
apoyan al gobierno también habían desplegado una intensa actividad de calle. A la
manifestación convocada por la oposición el 23 de enero, respondieron con una
también multitudinaria marcha el mismo día y el 4 de febrero realizaron otra mayor
aún. El 27 de febrero también hubo una contramarcha que recorrió la ciudad de
Caracas de este a oeste y culminó en un mitin con la presencia del presidente.
La realización de estas acciones de protesta en apoyo a las diversas visiones de
país que existen en la sociedad sin que hasta esa fecha se hubiese producido
represión policial, parecía expresar un importante avance en la madurez del modelo
político. Sin embargo, la conflictividad no sólo se estaba expresando en acciones
de calle, sino también en múltiples discursos, algunos de los cuales constituían
amenazas de vulneración a la institucionalidad democrática y al sistema de derechos
a ella aparejado. Observábamos con profunda consternación hechos de violencia que
comenzaban a manifestarse como mecanismo de resolución de conflictos. Preocupaba
la realización, y sobre todo sus posibles consecuencias, de "juicios populares"
contra los "enemigos políticos" de la "revolución", que a diferencia de meros
tribunales de opinión, que sí serían espacios legítimos de participación política,
estarían acompañados, según amenazaron inicialmente sus propulsores, del recurso a
la violencia. Más grave que lo anterior fue el uso de asesinos a sueldo para
enfrentar conflictos agrarios contándose ya con tres víctimas fatales y cerca de
quince heridos entre dirigentes campesinos que han mostrado su respaldo a la Ley de
Tierras. A estos hechos se sumaban las amenazas de muerte recibidas tanto por
sectores que disienten del oficialismo como por sectores del movimiento popular que
lo acompañan; las declaraciones públicas de militares activos de distintas fuerzas,
en diversos escenarios y con distintos tonos, llegando a exigir la renuncia o
destitución del Presidente; los llamados de sectores oficialistas a que se decreten
estados de excepción en circunstancias no proporcionales a esa medida y los
llamados que realizan a la FAN, sectores civiles de oposición, para que los "ayuden
a salir de Chávez".
La cobertura de estos eventos por parte de los principales medios privados de
comunicación siempre fue claramente sesgada. Según los medios, la relevancia de
los actos de las fuerzas opositoras siempre sobrepasaron a las manifestaciones de
apoyo al gobierno. Se presentaban las acciones de la oposición como expresión
auténtica de la "sociedad civil", mientras que las de simpatizantes del gobierno
como propias de "turbas" y "hordas". Se potenciaba el discurso de los sectores
radicalizados de ambos bandos y se reducían aquellos que llaman a la ponderación y
al diálogo, contribuyendo con ello a aumentar la sensación de zozobra en la
población. Aunque con signo distinto, esta ausencia de pluralidad informativa, no
es distinta en los medios estatales.
Pese a que ciertamente han existido elementos cuestionables en el discurso
gubernamental que pueden entenderse como violatorios de algunas garantías de la
libertad de expresión, la magnificación de tal tema y su exclusivo tratamiento
desde la perspectiva empresarial han querido minimizar la responsabilidad de los
medios de comunicación en el deterioro del clima político. La existencia de
agendas claramente políticas en la información transmitida ha despojado a los
ciudadanos de su derecho a estar debidamente informados y es un factor coadyuvante
del clima de violencia. Todo ello, al construir una visión distorsionada de la
realidad, acarrea nefastas consecuencias sobre la calidad de la democracia en
Venezuela. Una democracia sana requiere como condición ineludible de medios de
comunicación plurales, responsables y democráticos.
Este clima de polarización creciente condujo a los deplorables acontecimientos de
principios de abril. Montados sobre el conflicto de la gerencia de Pdvsa con el
gobierno nacional, la CTV y Fedecámaras convocaron inicialmente a un paro nacional
de 24 horas el día 9, para extenderlo luego por 24 horas adicionales y finalmente
transformarlo en una huelga general. Durante el tercer día de paro, las fuerzas de
la oposición llevaron a cabo una multitudinaria manifestación cuyo destino inicial
estaba programado que fuese la sede de Pdvsa en Chuao en el este de la ciudad de
Caracas. Al alcanzar este punto, afianzados por lo numeroso de la movilización,
los organizadores decidieron continuar con su acción de protesta y conducir la
marcha hasta el palacio presidencial de Miraflores en el centro de la ciudad.
Mientras esta movilización se desarrollaba, alrededor del palacio presidencial se
habían venido congregando miles de personas para expresar sus simpatías por el
presidente Chávez. En esta oportunidad, a diferencia de lo ocurrido con las dos
marchas del 23 de enero, no se tuvo la precaución de mantener separados las
manifestaciones opositoras y partidarias al gobierno. Una correcta actuación de
los organismos de seguridad hubiese podido impedir, por medios legítimos y
resguardando la integridad de los manifestantes, que las dos movilizaciones se
encontraran. Esto no ocurrió. Por otra parte, de manera irresponsable por decir
lo menos, los organizadores de la marcha opositora, al desviar su curso,
propiciaron un enfrentamiento que no podía sino terminar en hechos de violencia.
Los resultados de esa violencia enlutan hoy a Venezuela. Los más de una decena de
venezolanos fallecidos y más de un centenar de heridos ha sido una muestra de las
indeseables consecuencias de la polarización política que vive el país.
Esos hechos de violencia desembocaron en el golpe militar del 11 de abril.
Amparados en el argumento de que Chávez había ordenado reprimir con el uso de la
violencia a la manifestación pacífica que se dirigía a Miraflores, personeros de la
más alta graduación de La Fuerza Armada Nacional, detuvieron al presidente Chávez.
En horas de la madrugada del día viernes el inspector de la Fuerza Armada, general
en jefe Lucas Rincón Romero anunció al país la renuncia del Presidente. Luego se
demostraría que tal renuncia nunca ocurrió. Horas más tarde, los oficiales
sublevados propiciaron la instalación del gobierno transitorio presidido por el
empresario Pedro Carmona Estanga. En poco más de un día, este gobierno, por su
ilegitimidad, ilegalidad y errores propios, perdió el apoyo de sectores militares
que en un principio lo habían apoyado y concitó el rechazo de otros militares que
nunca lo apoyaron. Principales protagonistas en la restitución de la
institucionalidad fueron los sectores populares movilizados desde pocas horas de la
caída del gobierno de Chávez. Primero frente al Fuerte Tiuna, lugar inicial de
reclusión del presidente, y más tarde ante el palacio presidencial cientos de miles
de venezolanos, sin que fuesen convocados por medio de comunicación alguno, se
fueron congregando para reclamar la vuelta de Chávez. Hay que destacar que durante
estos acontecimientos los hechos represivos, que sumaron a las del día once un
número aún mayor de víctimas, si bien mostraron el rostro de violencia del gobierno
de facto, no llegaron a ser masivos y generalizados. De haber ocurrido lo último
estaríamos hoy llorando una masacre de enormes proporciones. Estas víctimas, como
las del día 11, también reclaman investigación y justicia.
Durante esos días de abril, el comportamiento de los principales medios de
comunicación, anteriormente ya criticado, se exacerbó. El once estuvieron
sistemática y sostenidamente promocionando la manifestación de la oposición en
marcha, convirtiéndose en su principal medio de convocatoria. Los hechos de
violencia que hoy toda Venezuela deplora, fueron presentados, con pocas
excepciones, de manera uniforme y radicalmente sesgada. Venezuela reclama que los
hechos de violencia sean esclarecidos y todos los responsables, independientemente
de su ubicación política, sean sometidos a proceso judicial que culmine en
sanciones adecuadas y en reparaciones a las víctimas y sus familiares. Pero lo que
ya es del conocimiento público contradice sustancialmente la versión inicial que se
nos presentó. Es pronto para saber a ciencias cierta lo que realmente ocurrió.
Pero no nos queda duda que la verdad de lo ocurrido es más compleja que la primera
versión y que existen responsabilidades múltiples. Esa versión sesgada de los
hechos, difundida internacionalmente, sirvió de sustento al golpe militar y
constituyó un elemento táctico de la estrategia que condujo a la ruptura del hilo
constitucional..
A lo largo de los días viernes y sábado esos mismos medios de comunicación hicieron
una cadena del silencio. Las nutridas y variadas protestas que ocurrían en la
ciudad de Caracas y otras del interior del país no fueron noticia. Durante dos
días el derecho a la información nos fue conculcado.
Aunque ha habido importantes llamados a la reflexión y la tolerancia, la aguda
polarización política no ha sido desmontada. La recuperación de un clima que
permita el debate y confrontación de ideas y propuestas que sea constructivo para
el país es hoy una urgente necesidad.
Antecedentes: de la crisis de gobernabilidad al incipiente proceso de cambios
democráticos por la inclusión social
La masacre de El Amparo en octubre de 1988 y el Caracazo de febrero y marzo de 1989
mostraron con todo su dramatismo y costo en vidas humanas, la erosión que una ya
larga década de deterioro socioeconómico había producido en las instituciones de la
democracia venezolana. Estos eventos y las respuestas a ellos de parte de las
elites hicieron evidente para la mayoría de los venezolanos el inevitable e
inminente colapso del viejo sistema de partidos que ocurriría poco después. Desde
entonces, con más fuerza que antes, la sociedad venezolana viene construyendo un
proceso político y social, en parte reactivo y en parte orgánico, que reivindica la
necesidad de cambios por una mayor justicia e inclusión social a través de la
profundización de la democracia. Ese proceso, en el que se inserta la transición
que hoy vivimos, es anterior al chavismo y cabe esperar que le sobrevivirá.
Desde fines de la década de los setenta el modelo de desarrollo por sustitución de
importaciones sostenido por la renta petrolera inició su declinación, sin que hasta
la fecha haya sido remplazado por una alternativa exitosa que permita recobrar el
crecimiento económico y detener y revertir el deterioro de las condiciones de vida
de la mayoría de la población. Para conjurar este declive, en tres oportunidades
se han ensayado programas de reestructuración y ajuste macroeconómico de
orientación neoliberal que han tenido en común su corta duración y que no han
logrado detener la recesión y deterioro de las condiciones de vida de la mayoría
sino que, muy por el contrario, han contribuido a profundizar ese deterioro.
El empobrecimiento brutal, creciente y sostenido de la mayoría de la población
venezolana se pone de manifiesto con cualquiera de los indicadores comúnmente
usados para evaluar la situación socioeconómica en el país. El empleo informal ha
pasado del 41% en 1983 a 52% el pasado año. La reducción del empleo formal ha
afectado principalmente al sector público, que absorbía en 1983 el 23% de la
población económicamente activa y en el 2001 se redujo a sólo el 15%. El desempleo
abierto de 10% subió a 13,5%, llegando en el año 1999 a un pico de 14,5%. La
inflación acumulada desde 1979 alcanza la astronómica cifra de ¡39.380%!, llegando
en el año 1996, con la aplicación de la Agenda Venezuela, a superar el 100%. Según
cifras proporcionadas por Cepal en su último informe anual, la tendencia al
empobrecimiento de la sociedad venezolana ha sido sostenida. Para 1990 el
porcentaje de familias venezolanas en situación de pobreza fue de 34% y en
indigencia 12%. Los mismos datos para el año 1999 son de 44% y 19%
respectivamente. Ambos indicadores, pobreza e indigencia, son superiores a los
promedios para el conjunto de la América Latina.
La búsqueda de salidas a esta situación es parte de la explicación de los triunfos
electorales de Rafael Caldera en 1993 y de Hugo Chávez Frías en 1998. En ambas
oportunidades el bipartidismo tradicional fue electoralmente derrotado, prefiriendo
los venezolanos candidatos presidenciales con un claro discurso anti neoliberal y
que representaban opciones de relevo al erosionado sistema de partidos, mucho más
radical en el caso de Chávez. Las promesas electorales antineoliberales de Rafael
Caldera sucumbieron pronto ante el discurso del "realismo político", mientras que
poco se avanzó en el rediseño del andamiaje institucional. La ausencia de salidas
durante su mandato contribuyó a que se produjera el cambio en la hegemonía
política. La transición que hoy vivimos tiene en estos hechos una referencia
simbólica fundamental.
Tres años de gobierno de Chávez
Desde diciembre 1998 se han realizado en Venezuela seis procesos electorales de
legitimación de poderes públicos y en todos ellos el triunfo de las fuerzas
políticas y sociales que acompañan al presidente ha sido contundente. Los procesos
electorales son medulares para el juego democrático y fundamento de la legitimidad
institucional. Ellos no pueden ser rebatidos con resultados de encuestas de
opinión que están, en el mejor de los casos, concebidas únicamente para pulsar el
estado anímico de la población en un momento determinado y no están sometidas a
ningún tipo de control por parte de la sociedad. Más grave aún, en este momento
las encuestas también forman parte de la polarización política. Esos resultados
electorales han estado, además, respaldados por una activa y masiva actividad de
calle de los sectores afectos al gobierno. Si bien la popularidad del Presidente
ha disminuido en los meses recientes, como ocurre con todo presidente en ejercicio,
nos parece incuestionable que sigue contando con una popularidad significativa.
El proyecto político liderado por el presidente Chávez contempló desde sus inicios
la propuesta de convocar a una Asamblea Nacional Constituyente, como uno de los
pilares para alcanzar las transformaciones prometidas. En el mismo primer año de
gobierno, esa Asamblea fue convocada y en ella se elaboró y aprobó una nueva
constitución para la hoy llamada República Bolivariana de Venezuela. Si bien esta
aprobación representó un innegable triunfo político para las fuerzas agrupadas
alrededor del presidente Chávez, la manera como se manejaron tanto la elección de
sus miembros como la segunda mitad de los debates en el seno de la Asamblea misma,
limitaron la representatividad de toda la sociedad.
En 1999, múltiples movimientos sociales plantearon, sin éxito, la necesidad de un
"proceso popular constituyente", entendido como una suma de espacios permanentes de
debate en el ámbito parroquial, municipal y estadal que establecieran vínculos con
la Asamblea. Tal proceso hubiera dejado un saldo enorme de educación política en
la población, en cuanto a conciencia de derechos y conocimiento de vías e
instituciones para hacerlos exigibles y justiciables. De haberse realizado,
hubiera, además, dado una legitimidad incuestionable al proceso. Se desperdició
entonces, la posibilidad de, democráticamente, avanzar en la construcción de una
visión de país compartida por vastos sectores sociales. No ha sido ésta la única
vez que, en aras de satisfacer intereses políticos de corto plazo, una oportunidad
privilegiada es sacrificada o escasamente desarrollada. Otra sería desperdiciada,
como se ha dicho, en el año 2001 al aprobar, con la Ley Habilitante y sin mayor
debate público, importantes leyes. El deterioro político actual, sin duda se
incuba en estas prácticas políticas reñidas con el estímulo al ejercicio pleno de
la participación democrática.
Reconociendo debilidades en el proceso de elaboración y aprobación del nuevo texto
constitucional, es innegable que en él hay importantes fortalezas. Se amplían,
complejizan y actualizan los derechos humanos que, no por casualidad, conforman el
Título más discutido de la Constitución, con mayor participación de movimientos
sociales vinculados al tema y mayor nivel de aceptación tanto por sectores adversos
como afines al oficialismo.
Por primera vez se reconocen e incorporan a la constitución los derechos de los
pueblos indígenas saldando una vieja deuda de la sociedad venezolana al incluir en
su seno a estos pueblos y otorgarles rango de plena ciudadanía. Se reconocen
también los derechos ambientales y se amplía el conjunto de los derechos sociales.
Se sientan las bases para la transformación del Poder Judicial y se reorganizan los
poderes públicos para incorporar el Poder Ciudadano, integrada por la Fiscalía, la
Procuraduría y la novedosa figura de la Defensoría del Pueblo. Se inauguran formas
participativas del ejercicio de la democracia con la incorporación al texto
constitucional de diversas modalidades de referendo que permiten consultar a la
población sobre asuntos de elevado interés público, revocar el mandato de
funcionarios electos y aprobar o derogar algunas leyes. Igualmente, se reconocen
mecanismos vinculantes de participación directa como las asambleas de ciudadanos y
los cabildos abiertos. Incorpora también algunas novedades en materia económica
que podrían apuntar hacia la construcción de alternativas al capitalismo
neoliberal. Se concede, por ejemplo, el derecho a los trabajadores y las
comunidades a desarrollar asociaciones de carácter social y participativo
orientadas a mejorar la economía popular y alternativa. A las comunidades
indígenas se les reconoce la propiedad colectiva de sus tierras y el derecho a
mantener y promover prácticas económicas propias basadas en la reciprocidad, la
solidaridad y el intercambio.
Hay también aspectos preocupantes en la nueva constitución. Se debilita la
subordinación de lo militar a lo civil, quedando el primero únicamente bajo la
sujeción del Presidente de la República, quien mantiene su condición de Comandante
en Jefe de la Fuerza Armada Nacional. La Fuerza Armada pierde su característica de
"no deliberante", se elimina la prohibición de ejercer simultáneamente la autoridad
militar y civil por un mismo funcionario y se le asigna a esta institución una
participación activa en el desarrollo nacional. Con ello, se facilita la
participación directa en la vida política de quienes tienen que administrar la
violencia estatal. Por otra parte, se amplía el periodo presidencial y se permite
la reelección inmediata lo cual debilita la alternabilidad y fortalece los peligros
de personalismos autoritarios, en un país de fuerte tradición caudillesca. A esto
se aúna una concentración de facultades en la figura del presidente lo que conspira
en contra del necesario equilibrio de los poderes públicos.
En cuanto al desempeño económico de estos tres años de gobierno de Chávez, cabe
destacar la puesta en práctica de una nueva orientación en política petrolera que,
con el fortalecimiento de sus vínculos con la Opep, se anotó rápidamente
importantes éxitos en la recuperación de los precios internacionales de nuestro
principal producto de exportación. Ese incremento en los precios de exportación,
redundó en un importante incremento en los ingresos fiscales de origen petrolero
que han estado en la base de la modesta recuperación de los principales indicadores
macroeconómicos. Según cifras del Banco Central, en el año 2000 la economía creció
en un 3,2% del PIB y en el 2001 en 2,7%. En el año 2000, la inflación descendió a
14,2% y en el 2001 a 12,3%. Estas últimas cifras son las más bajas registradas en
los últimos 15 años. La cuenta corriente ha sido superavitaria y las reservas
internacionales satisfactorias. El déficit fiscal bajó de 2,6% del PIB en 1999 a
1,8% en 2000, pero en 2001 subió nuevamente para colocarse en un 4% del PIB. Sin
embargo, esta política económica también produjo una sobrevaluación del bolívar,
conllevando a un incremento en las importaciones y en la salida de capitales,
disminuyendo con ello las posibilidades de generar empleo. También se observó una
disminución en las inversiones, La diversificación de la economía y la
industrialización de la actividad petrolera, pasos estructurales fundamentales para
la superación de la pobreza, tampoco se han incentivado suficientemente.
En términos sociales, a lo largo de estos tres años se ha producido un importante
cambio en la concepción de las políticas vinculadas con los servicios de salud y
educación pública, que han superado el regresivo enfoque privatista de la década
anterior. Este cambio de concepción ha generado algunas mejorías en la situación
de estos servicios, aumentado la cobertura de la atención médica gratuita y
aumentado y recuperado la matrícula en todos los niveles educativos del sector
oficial. Sin embargo, no termina de resolverse el deterioro en la prestación de
estos servicios. Persisten en éstas y otras áreas sociales, severos problemas de
gestión y en algunos casos, como el combate al dengue en el área de la salud
pública, se vieron en 2001 y principios de 2002 dramáticos retrocesos.
Las políticas de control de la inflación, junto a los decretos de aumento de
salarios, permitieron una leve recuperación del poder adquisitivo de la población.
Como consecuencia de esto, los indicadores que miden el estado nutricional y de
consumo de alimentos en la población también han mejorado levemente. El déficit
nutricional en el año 2001 registró un descenso del orden del 1% y el consumo de
alimentos una recuperación de alrededor del 5,6%. Sin embargo, es de señalar, que
las tasas de desempleo e informalidad siguen siendo elevadas, correspondiéndose
prácticamente con la situación existente cuando en 1998 Chávez ganó las elecciones
presidenciales.
La posible continuación de las modestas y claramente insuficientes tendencias de
mejoría económica y social en el 2002 se ven amenazadas por la situación que en el
ámbito internacional ha desencadenado el ataque terrorista del 11 de septiembre en
los EEUU. El impacto de estos hechos fue casi inmediato en el mercado petrolero.
El año pasado cerró con un declive en los precios, que si bien han alcanzado ahora
una cierta estabilidad, pareciera que no volverán a alcanzar en el futuro próximo
los promedios de los dos años anteriores. Esto, junto con la agudización de la
turbulencia política interna y el fallido golpe militar, junto a la falta de
previsiones en materia económica, repercute desfavorablemente en las perspectivas
económicas y sociales venezolanas del 2002.
Con sus aciertos y desaciertos, con sus torpezas y logros políticos, estos tres
años de gobierno de Chávez contienen potencialmente el inicio de un proceso de
transformación con justicia social e inclusión de sectores populares
tradicionalmente marginados de la sociedad venezolana. El proyecto de país
esbozado en la Constitución de 1999, pese a sus fallas y riesgos, se orienta en esa
dirección. Sin embargo, estas transformaciones están más presentes en la retórica
del presidente y algunos de sus colaboradores que en el desempeño gubernamental
efectivo. Ante esa retórica, sectores de la sociedad venezolana que perciben que
sus intereses están siendo amenazados, reaccionan en consecuencia. Adicionalmente,
la retórica del presidente y sus colaboradores, con frecuencia agresiva y
beligerante, tiene también un fuerte componente autoritario que despierta legítimos
rechazos de sectores comprometidos con los cambios en democracia al ver amenazada
la posibilidad de avanzar en la inclusión social y respeto a los derechos sociales.
En su retórica, ha sido común la satanización de críticas legítimas provenientes
tanto de la oposición, como de sus propios aliados y de sectores autónomos. El
tratar como enemigos a todos los que lo han adversado ha conducido a la
radicalización de la oposición y a la reducción de la base de alianzas del
gobierno. Todo ello contribuye con el clima de polarización política extrema que
amenaza al proceso de democratización.
Después del golpe, Chávez y buena parte de sus colaboradores han prometido
rectificar sus posturas anteriores y propiciar el diálogo sobre diversos asuntos
públicos. Sectores de la oposición se han expresado en la misma dirección. Es
responsabilidad de todos que estos ofrecimientos de un nuevo clima germinen y se
desarrollen. La iniciativa de este documento y el compromiso que con él adquirimos
quiere ser una contribución en esta dirección.
Es imperativo subrayar que el llamado al diálogo y la construcción de consensos no
depende únicamente del gobierno. Requiere igualmente de una voluntad de
rectificación por parte de todos los sectores de la oposición. La disposición al
diálogo tampoco puede querer decir que como única vía de demostrar la sinceridad de
su disposición a éste, el gobierno tenga que renunciar al programa de cambios y las
políticas que obtuvieron el respaldo mayoritario de la población en sucesivos
procesos electorales. Diálogo no puede querer decir el regreso a políticas
neoliberales, o como algunos voceros opositores han planteado, la “autonomía de
Petróleos de Venezuela”, la apertura petrolera o un “giro de 180 grados” en las
políticas económicas. En sucesivas elecciones la población votó no sólo por unas
personas determinadas, sino igualmente optó por un conjunto de opciones de
políticas públicas.
Salidas indeseables a la polarización
La situación arriba descrita, agudizada por el fallido golpe militar, ha colocado
al país en una coyuntura de indeseable polarización política y riesgo franco de
violencia abierta, ante la cual se abren distintas opciones para superarla o
profundizarla. Hoy más que nunca el curso que termine por imponerse va a depender
de la posición y acción que la mayoría de los venezolanos y venezolanas adoptemos.
Las opciones que a nuestro juicio están a la vista son:
El golpe de estado anti-chavista. Desde hacía meses venían circulando en
Caracas y otras ciudades del país toda suerte de rumores sobre la inminencia de un
pronunciamiento de fuerza de sectores militares opuestos al gobierno. Antes del
golpe, a propósito de los pronunciamientos públicos de militares activos y de los
llamados a una huelga general, esos rumores se intensificaron. Sectores civiles de
la oposición fueron y siguen siendo los principales promotores de tal salida y
algunos medios también parecen haberla y seguirla propiciado. Ha sido sorprendente
la frecuencia con que se ha escuchado hablar, con desparpajo en los medios de
comunicación, de un "gobierno provisional", del "ejercicio del derecho a la
rebelión" o llamados a la Fuerza Armada a que "tome una actitud decidida frente a
la coyuntura". Se trataba, sin duda, de eufemismos para propiciar la ruptura del
hilo constitucional. El fracaso del golpe de Estado del 11 de abril no cancela la
posibilidad de nuevos intentos. De hecho, todo parece indicar que la maquinaria
golpista sigue montada y que un nuevo intento podría ser aún más sangriento.
Cualquier salida no democrática es inaceptable, por principios y porque nos
conducirá, como vislumbramos el 12 y 13 de abril, a situaciones mucho más graves
que la que se intenta superar. Resolver las deficiencias de nuestra democracia
sólo puede lograrse profundizando la democracia. Nuestra propia historia y la de
América Latina nos lo recuerdan a gritos. Las dictaduras militares vienen siempre
acompañadas de violaciones a los derechos humanos, cercenamiento de libertades,
corrupción e ineficiencia pública. En definitiva regímenes de profunda
arbitrariedad e injusticia social.
El auto golpe. Tan inaceptable como la salida anterior sería un
pronunciamiento de fuerza desde el gobierno. La idea del autogolpe ha sido
acariciada en distintas oportunidades por sectores cercanos al gobierno. Muy
graves fueron, por ejemplo, las declaraciones de los últimos días de diciembre del
pasado año, cuando se amenazó con cerrar la vía democrática si las fuerzas que
apoyan al gobierno perdían la mayoría en la Asamblea Nacional o las repetidas
amenazas de decretar estados de excepción en circunstancias que no son
proporcionales a tal medida. Nos preocupa que los acontecimientos de la segunda
semana de abril puedan revivir esta tentación. Pretender llevar adelante un
proyecto de cambios bajo la conducción de un gobierno autoritario desvirtuaría lo
que en su momento despertó grandes esperanzas en vastos sectores de la población.
Consubstancial a cualquier proyecto de cambios que procure incorporar a los
excluidos, superar la pobreza, garantizar la defensa de los derechos humanos y
consolidar la tolerancia y la paz, es la profundización de la democracia. No es
posible construir justicia social sin democracia, así como no es posible construir
verdadera democracia sin justicia social. Los derechos civiles y políticos no son
un obstáculo a los derechos sociales, sino una de sus tantas condiciones de
posibilidad.
Salida "institucional" de Chávez a corto plazo. Entre sectores de la
oposición persiste la idea de salir de Chávez en el corto plazo por una vía
denominada por sus promotores “institucional”. Se expresa esta salida de diversas
formas: presionar por la renuncia del presidente, convocar a una asamblea
constituyente plenipotenciaria, exigir un referéndum consultivo en el corto plazo,
un juicio que lo inhabilite. Tiene en común con la salida autoritaria anti-
chavista que ve la solución al deterioro político casi exclusivamente en la salida
del presidente. También coinciden ambas en no diferenciar entre encuestas de
opinión y elecciones nacionales. Quienes sostienen esta posición parecen estar
convencidos que la mayoría del país comparte sus criterios. La marcha opositora
del 11 de abril los reafirma tanto en esa convicción, como en su creencia en que
una transición política a un gobierno post chavista podría ser poco traumática.
Esta opción se presenta a sí misma, en contraste con la autoritaria, como una
posición sensata y democrática. Es un desatino olvidar los seis procesos
electorales para la legitimación de poderes públicos, en los que Chávez y los
sectores que lo apoyan obtuvieron un sólido respaldo. Esto, que es medular para el
juego democrático y centro de la legitimidad institucional, no puede ser puesto al
mismo nivel que unos resultados de encuestas de opinión. Adicionalmente, aunque la
mayoría de los medios persistentemente se hayan negado a registrarlo adecuadamente,
las movilizaciones más recientes en respaldo al Presidente han sido significativas.
El desenlace de los acontecimientos de la segunda semana de abril tuvo en la
multitudinaria movilización popular un actor estelar. A la luz de los resultados
electorales y de estas movilizaciones, el presidente continúa gozando de
legitimidad y respaldos sólidos en los sectores populares, aunque se evidencia un
resquebrajamiento de los apoyos que tuvo en sectores medios.
Desconocer estas realidades y tratar de homologar la situación en la cual se
destituyó a Carlos Andrés Pérez en 1993 con la que actualmente tiene el primer
mandatario es un craso error. A diferencia de Chávez hoy, Pérez había visto
destruidas sus bases de legitimidad entre otras cosas por la aplicación de un
paquete de ajuste contrario a sus promesas electorales, por la respuesta
autoritaria de su gobierno ante el Caracazo que significó cientos de muertes y por
los dos fallidos golpes militares de 1992.
Quienes propugnan por la salida del presidente en el corto plazo también se
caracterizan por carecer de una propuesta conjunta de futuro. La oposición ha
mostrado ser muy heterogénea, dispersa y sin liderazgo ni programa común. Lo que
ha sido uno de sus principales éxitos, la marcha del 23 de enero, es ilustrativo de
esta situación. Para lograr la masiva participación, los promotores tuvieron que
acordar que no habría intervenciones finales ni consignas comunes más allá de la
oposición a Chávez. El 11 de abril se repitió la misma historia. El fallido golpe
de Estado en todo su dramatismo, mostró las divergencias en el frente opositor y la
dificultad de alcanzar acuerdos mínimos de acción distintos a su oposición a
Chávez.
El primer documento programático que la oposición le presenta al país es el llamado
"Pacto de Gobernabilidad" hecho público el 5 de marzo, firmado por organizaciones
de empresarios y trabajadores, con el aval moral de la iglesia católica. Valioso
en reconocer que la superación de la pobreza y la exclusión social son aspectos
prioritarios de cualquier propuesta política que se ofrezca al país y en la
insistencia al respeto de "los principios básicos de la actual Constitución",
adolece desde su nacimiento de un doble discurso. En efecto, durante el acto de su
presentación, varios de los actores que lo promovieron o celebraron, hablaron
claramente de un "gobierno transitorio" y solicitaron "ayuda a la Fuerza Armada"
para superar la crisis. Con esto, el "Pacto de Gobernabilidad" quedó evidenciado
como una excusa democrática de algunos sectores sociales que están dispuestos a
apelar a mecanismos antidemocráticos. En la primera oportunidad de ponerlo en
práctica, uno de sus principales signatarios, el presidente de Fedecámaras, se
encargó de arrojarlo al cesto de la basura.
La salida democrática
Pese a que las opciones anteriores hasta ahora han sido las más visibles y han
mostrado las trágicas consecuencias que le pueden acarrear al pueblo venezolano, la
sociedad afortunadamente está lejos de agotarse en ellas. El comportamiento de los
venezolanos en las últimas décadas y años indica que lo más deseable para la
mayoría sería una salida democrática y sin violencia, que profundizara los cambios.
La sociedad ha dado pasos importantes en esta dirección, como lo demuestran el
cambio en paz, tanto del sistema político como de las viejas elites, la elaboración
de una nueva constitución que goza de creciente legitimidad, los esfuerzos por
incorporar a la sociedad a sectores históricamente excluidos y los pasos, con
resultados desiguales, en la construcción de una nueva institucionalidad. La
conducta de muchos sectores, partidarios y opositores del gobierno, durante los
acontecimientos recientes son una reafirmación de esta posición.
Para esta vía lo relevante y prioritario no es la permanencia o salida de Chávez,
sino continuar en el proceso de profundización de los cambios, ahondando en la
participación democrática que permita la construcción de un proyecto alternativo de
sociedad. Desde esta perspectiva, más importante que las personas que estén
circunstancialmente en el poder, es la capacidad del pueblo organizado para
conducir la acción de este o cualquier otro gobierno en la dirección de satisfacer
y respetar los derechos y necesidades de la población. Ello implica una percepción
distinta de los tiempos y las urgencias. Activar la participación organizada de
los diversos sectores de la sociedad para construir una visión compartida de futuro
y organizaciones políticas que la expresen, requiere de tiempo. Con este
horizonte, el inmediatismo pierde todo sentido. El apego y acatamiento de la
constitución que todos los venezolanos nos dimos en 1999, incluidos los
procedimientos en ella contemplados para su propia modificación, tiene que ser un
compromiso inequívoco inicial de todos.
Sin embargo, los acontecimientos del once de abril y días siguientes sí nos
reclaman, a todos, retornar a un clima de tolerancia, reconocimiento y respeto del
“otro”. Las víctimas de los hechos de esos días exigen una investigación imparcial
y exhaustiva. Las responsabilidades, respetando todas las garantías procesales,
deben ser establecidas claramente. La impunidad de los delitos cometidos en abril
socavaría severamente el incipiente proceso de cambios existente en el país.
También es urgencia del momento que la mayoría de los ciudadanos, que deseamos
justicia social, paz y democracia, ejerzamos nuestros derechos y deberes, y
ocupemos el espacio público que hoy está copado por los extremos de los sectores
políticamente polarizados y que, como hemos vivido, son capaces de destruir los
logros colectivos alcanzados en las últimas décadas. Estos sectores polarizados
serán neutralizados en la medida en que todos hagamos presencia para participar en
el proceso de construcción del país equitativo, democrático y solidario que
demostramos querer como proyecto para el siglo XXI. Ampliar el espacio democrático
aislando las posiciones extremas de la polarización, ponerle límites y crear
orientación y sentido a los procesos de cambio es la tarea de hoy. Con la
participación individual y colectiva de todos vamos a superar, sin violencia, el
actual deterioro del clima político.
Después del golpe del día once a la sociedad venezolana se le abre una nueva
oportunidad de avanzar en su proceso democrático de cambios sin exclusiones y con
mayor justicia social. Repetimos lo que señalamos al principio de este documento,
este proceso debe conducirse con estricto apego a la institucionalidad establecida
en la constitución de 1999. Democracia no es sólo un conjunto de principios
generales, sino también las normas y los procedimientos que posibilitan que esos
principios se materialicen y que están contenidos en la Carta Magna. En este
contexto, un diálogo social fructífero requiere definir una agenda para el debate
público. La Comisión de la Verdad para investigar y aclarar los hechos del día
once y siguientes es un paso inicial de primera importancia. Igualmente forman
parte de esa agenda un conjunto de temas vitales para la viabilidad de nuestra
democracia en el corto plazo. La supervisión de la sociedad sobre los medios de
comunicación, la participación plural en la conducción del proceso de cambios, el
fortalecimiento de los poderes públicos así como de las instituciones de mediación
y representación, el compromiso de quienes representan los más amplios intereses
que conviven en la sociedad de respetar y jugar de acuerdo a las reglas
transparentes de los procedimientos democráticos. De la capacidad que como
sociedad mostremos para abordar esa agenda y avanzar en su resolución dependerá el
futuro de la democracia en Venezuela.
Ignacio Ávalos
Antonio González
Edgardo Lander
Luis E. Lander
Margarita López Maya
Dick Parker
Magdalena Valdivieso
Gioconda Espina Caracas, 1 de mayo de 2002
Antonio González
Edgardo Lander
Luis E. Lander
Margarita López Maya
Dick Parker
Magdalena Valdivieso
Gioconda Espina Caracas, 1 de mayo de 2002
https://www.alainet.org/es/articulo/105904