Cultura de paz
25/03/2002
- Opinión
La cultura dominante, hoy mundializada, se estructura alrededor de la
voluntad del poder que se traduce como voluntad de dominación de la
naturaleza, del otro, de los pueblos y de los mercados. Esa es la lógica de
los dinosaurios que creó la cultura del miedo y de la guerra. Las fiestas
nacionales y sus héroes están ligados a los hechos de guerra y de violencia.
Los medios de comunicación llevan al paraxismo la magnificación de todo
tipo de violencia, bien simbolizada por el "exterminador del futuro".
En esta cultura, el militar, el banquero y el especulador valen más que el
poeta, el filósofo o el santo. En los procesos de socialización formal e
informal, ella no crea mediaciones para una cultura de paz. Y siempre de
nuevo remite a la pregunta que, de forma dramática, Einstein formuló a Freud
en los tiempos de 1932: ¿es posible superar o controlar la violencia?
Freud, muy realista, responde: "Es posible para los hombres controlar
totalmente el instinto de muerte... Hambrientos pensamos en el molino que
tan lentamente muele, que podríamos morir de hambre antes de recibir la
harina".
Sin detallar el asunto, diríamos que por detrás de la violencia funcionan
poderosas estructuras. La primera de ellas es el caos siempre presente en
el proceso cosmogénico; la evolución incluye violencia en todas sus fases.
Posiblemente la inteligencia nos fue dada también para ponerle límites y
conferirle un sentido constructivo.
En segundo lugar, somos herederos de la cultura patriarcal que instauró la
dominación del hombre sobre la mujer y creó las instituciones del
patriarcado asentadas sobre mecanismos de violencia como el Estado, las
clases, el proyecto de la tecno-ciencia, los procesos de producción como
objetivación de la naturaleza y su sistemática depredación.
Esa cultura patriarcal gestó, en tercer lugar, la guerra como forma de
solución de los conflictos. Sobre esta vasta base se formó la cultura del
capital, hoy globalizada; su lógica es la competencia y no la cooperación,
por eso, genera permanentemente desigualdades, injusticias y violencias.
Todas estas fuerzas se articulan estructuralmente para consolidar la cultura
de la violencia que nos deshumaniza a todos. A esa cultura de violencia hay
que oponer la cultura de la paz. Hoy ella es imperativa.
Es imperativa, porque las fuerzas de la destrucción están amenazando, por
todas partes, el pacto social mínimo sin el cual retornamos a niveles de
barbarie. Es imperativa porque el potencial destructivo ya montado puede
amenazar toda la biosfera e imposibilitar la continuidad del proyecto
humano. O limitamos la violencia y hacemos prevalecer el proyecto de la paz
o conoceremos, al límite, el destino de los dinosaurios.
¿Dónde buscar las inspiraciones para una cultura de paz? Más que
imperativos voluntaristas, es el propio proceso antropogénico el que nos
provee indicaciones objetivas y seguras. La singularidad del 1% de carga
genética que nos separa de los primates superiores reside en el hecho de que
nosotros, a diferencia de ellos, somos seres sociales y cooperativos. Al
lado de estructuras de agresividad, tenemos capacidad de afectividad,
compasión, solidaridad y amor. Hoy es urgente que desentrañemos tales
fuerzas para conferir un rumbo más positivo a la historia. Toda demora es
insensata.
El ser humano es el único ser que puede intervenir en los procesos de la
naturaleza y codirigir la marcha de la evolución. El fue creado creador.
Dispone de recursos de reingeniería de la violencia mediante procesos
civilizatorios de contención y uso de la racionalidad. La competitividad
continúa valida pero no en el sentido de lo mejor ni de destrucción del
otro. Así todos ganan y no sólo uno.
Hace mucho que filósofos de la talla de Martin Heidegger, rescatando una
antigua tradición que remonta a los tiempos de César Augusto, ven en el
cuidado la esencia del ser humano. Sin cuidado él no vive ni sobrevive.
Todo precisa de cuidado para continuar existiendo. Cuidado representa una
relación amorosa con la realidad. Donde rige el cuidado de unos hacia
otros, desaparece el miedo, origen secreto de toda violencia.
La cultura de la paz comienza cuando se cultiva la memoria y el ejemplo de
figuras que representan el cuidado y la vivencia de la dimensión de la
generosidad que nos habita, como Gandhi, Mons. Helder Cámara, Luther King y
otros. Importa que hagamos las revoluciones moleculares (Gatarri),
comenzando por nosotros mismos. Cada uno establece como proyecto personal y
colectivo la paz como método y como meta, paz que resulta de los valores de
la cooperación, del cuidado, de la compasión y de la amorosidad, vividos
cotidianamente.
* Leonardo Boff, teólogo brasileño, es escritor y autor de A oração de S.
Francisco, uma mesagem de paz para o mundo atual.
https://www.alainet.org/es/articulo/105723
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