La globalización del riesgo
13/11/2001
- Opinión
"Vivir es peligroso", afirma Riobaldo, el personaje central de la novela de
Guimaraes Rosa, Gran Serton: Veredas, una de las obras maestras de la literatura
brasileña. Y nunca una frase dicha desde uno de los tantos rincones olvidados
de las áreas rurales del mundo subdesarrollado (el seco nordeste brasileño) ha
adquirido tanto significado para tanta gente en tan poco tiempo. El 11 de
septiembre de 2001 pasará a la historia como la fecha en que el proceso de
universalización de la "sociedad del riesgo", el término creado por U. Beck
(1986) en su despiadado análisis de la civilización industrial contemporánea,
cerró su ciclo. Hoy, junto a las mercancías y las informaciones ya
globalizadas, es decir, distribuidas por todos los rincones del mundo, se ha
esparcido un nuevo producto: el riesgo. "Todo lo que se gana de poder por medio
del llamado progreso técnico y económico -afirma Beck- se ve eclipsado cada vez
más por la producción de riesgos". Y estas inseguridades y peligros no aparecen
espontáneamente. Provienen de las dos principales irracionalidades que hoy
padece el mundo contemporáneo: la dilapidación de la naturaleza (crisis
ecológica) y la explotación y marginación de miles de millones de seres humanos
(crisis social).
En 1992 escuché sorprendido las palabras del entonces presidente del Banco
Mundial (BM) durante la inauguración del primer congreso internacional de
economía ecológica en Washington, reconociendo sin cortapisas la existencia de
una profunda crisis ecológica de escala global. Casi una década después vuelven
a azorarme las declaraciones de James Wolfensohn, el actual presidente del BM:
lo que se ha vuelto evidente es que el 11 de septiembre "... la pobreza de un
lugar del mundo se trasladó en forma de violencia a otro lugar del mundo". La
aseveración anterior es todo menos que trivial, a pesar de provenir de uno de
los personajes más poderosos del orbe, y por lo contrario encierra una visión de
consecuencias profundas. Lo que se reconoció una década atrás con la crisis
ecológica, vuelve a confirmarse mediante los efectos provenientes de la
despiadada desigualdad económica y social: que ya estamos habitando un solo
mundo. Que hoy en día la antigua percepción de que el espacio social y
geográfico estaba formado de estancos separados y distantes (regiones, países,
territorios) se ha vuelto insostenible y que es justamente eso, una visión
obsoleta, es decir inservible ya para interpretar la realidad presente.
La globalización del riesgo nos viene a recordar que el mundo, que el espacio
social mundializado, ya es sólo uno, de la misma manera que la sociedad y la
naturaleza no son ya sino las dos caras o los dos componentes de un mismo
proceso. Y es que no es sólo el "resurgimiento islámico", como nos ilustró
Samuel Huntington en El choque de civilizaciones (1997), lo que se ha puesto en
juego.
Más allá de las particulares connotaciones ideológicas, económicas o militares
que adquiere la nueva guerra, existe un hecho incontrovertiblemente inédito: hoy
ya es posible mediante la oferta tecnológica, informática y cultural que
facilita la globalización de los medios trasladar el riesgo que entraña la
pobreza del África subsahariana, el Medio Oriente o Centroamérica hasta Nueva
York, Londres o Tokio. El terrorismo, como antes los flujos de migrantes, se ha
convertido por desgracia en el agente globalizador de la crisis social de la
especie humana.
Esta globalización de la inseguridad que ha seguido un camino ascendente en las
últimas décadas, cobra sentido en dos vertientes: en su dimensión ecológica a
través de los nuevos fenómenos de escala global tales como la destrucción de la
capa de ozono, el incremento de las temperaturas (1998 fue el año más caliente
según lo registrado) y sus potenciales consecuencias (como la subida del nivel
del mar por el derretimiento de los cascos polares), el incremento en el número
y la intensidad de los huracanes y la proliferación incontrolada de la
contaminación de agua, costas, aire y alimentos.
En su vertiente social, el mundo se fue haciendo cada vez más peligroso en tanto
la injusticia, la marginación y la desigualdad se multiplicaban a la par del
incremento demográfico de las mayorías. Las proyecciones estadísticas del BM
(entidad no precisamente subversiva o extremista) son sencillamente lapidarias:
hacia 2025 la población de los países ricos será la misma, mientras que la del
resto, la mayor parte de la cual sobrevive con uno o dos dólares al día, se
incrementará en ¡2 mil millones! Si no se modifican de golpe las actuales
situaciones, las nuevas armas del terrorismo que se incuban en las regiones
pobres del mundo (y en las que la guerra química y biológica se vislumbra de
manera angustiante), terminarán extendiendo la sociedad del riesgo hasta los
últimos bastiones y baluartes de la población privilegiada. Nadie puede hoy
soslayar la posibilidad nada remota de que así como un microbio arrasa a las
masas más empobrecidas, desinformadas y desprotegidas del mundo (en África han
muerto 17 millones de personas a causa del SIDA y viven infectadas más de 25
millones), las poblaciones privilegiadas de Occidente se enfrenten a un
microorganismo esparcido intencionalmente.
Frente a las evidencias de globalización de los efectos de la doble crisis
(ecológica y social), ya cada vez menos podrán ignorar, soslayar o negar que
todos nos hemos vuelto "ciudadanos globales". Es decir, que lo que afecta a un
sector o a una esfera de la sociedad globalizada repercute en el resto y
viceversa. La estrecha interdependencia que la ecología política reveló entre
los fenómenos sociales y los de la naturaleza, también ha comenzado a
confirmarse, por una u otra vía, entre los diversos sectores del conglomerado
humano. La lección capital del mundo globalizado es que más allá de lo que cada
quien piense, crea o sienta, existe una identidad y un destino común. Avanzamos
entonces hacia una responsabilidad globalmente compartida y por lo mismo hacia
la necesidad de encontrar con urgencia una ética de la solidaridad y de la
supervivencia. Y más nos vale, porque si vivir el hoy es peligroso, la
perspectiva futura no resulta nada halagüeña: cada vez menos ciudadanos lograrán
evadir esta terrible circunstancia.
Víctor M. Toledo: Investigador del Instituto de Ecología de la UNAM
https://www.alainet.org/es/articulo/105543
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