FMI: Poder y verdad en la economía mundial
03/01/2002
- Opinión
El FMI es una institución que adecua los requerimientos de la ciencia,
del conocimiento y de la verdad, al poder. No se trata para el FMI de
comprender la crisis económica del sistema y sobre esa comprensión
articular medidas, estrategias y políticas tendientes a superarlas.
Se trata de adecuar la realidad a esquemas previamente establecidos.
En términos epistemológicos, el FMI realiza una hipóstasis de la
realidad, una suplantación de lo existente por sus conceptos
económicos.
Pero, ¿de dónde nace y cómo se formula esa concepción teórica del FMI?
Una primera aproximación a nivel metodológico está en la adaptación de
la teoría cuantitativa de la moneda, desarrollada hace más de tres
siglos por el filósofo inglés David Hume. Según esta teoría existiría
una relación directa en el corto plazo entre la cantidad de moneda
existente en el mercado y el índice de precios. Si la cantidad de
moneda se incrementa, se incrementará también el índice de precios
(inflación). Se supone, asimismo, que la única posibilidad del
incremento de moneda se debe a una mayor emisión monetaria por parte
de la autoridad pública, de ahí el énfasis especial que se hace sobre
el déficit fiscal.
Es sobre esta base metodológica que dos economistas del FMI de
mediados del siglo XX (Alexander y Pollock), crearon un modelo para
economías abiertas que ha sido el eje teórico, hasta nuestros días del
marco conceptual y analítico del FMI. Luego de la publicación en 1936
de la Teoría General, de Keynes, se consideró que la teoría
cuantitativa, que entonces había sido matematizada por el estadístico
inglés Irving Fisher, en realidad era una tautología. La moneda, para
Keynes, estaba en relación con la propensión al consumo, las
expectativas de los inversores en base a futuras ganancias por el
incremento de la demanda, y por la preferencia de la liquidez de los
agentes económicos. A partir de allí se dio un rico debate sobre la
economía y sus posibilidades normativas y analíticas. En ese debate
aunque en una línea diferente, aportó el pensamiento económico
posmarxista a entender las causas de la crisis y las dinámicas de la
acumulación capitalista a escala global.
Una segunda dimensión del pensamiento del FMI, y que empata con las
corrientes del neoliberalismo en boga es que hace del mercado el locus
histórico por excelencia. El mercado permitiría la realización de las
utilidades de los agentes premiando a los más eficaces. A la
dimensión del mercado como nuevo mecanismo de regulación social y de
asignador de recursos, habría que añadirle la sobrecarga que se hace
sobre el Estado y su rol en la economía. Para las tesis monetaristas,
el Estado es culpable de la inflación por cuanto emite moneda sin
respaldo, es culpable de las distorsiones en el mercado por su
política de subsidios, es culpable de las ineficiencias de la economía
por su participación en empresas, sectores y actividades que deberían
ser emprendidas por agentes privados. En definitiva, el marco teórico
y conceptual del FMI, se reduce a una reformulación de las tesis
neoclásicas de la economía.
Es por ello que hasta antes de la crisis de la deuda latinoamericana
de 1982, el FMI siempre había guardado un perfil bajo, en términos
académicos y en propuestas normativas. Desde su creación hasta esa
fecha, el FMI se había revelado incapaz de detener las sucesivas
devaluaciones de las monedas europeas. Cuando Nixon decretó la
inconvertibilidad del dólar en 1971, muchos pensaron que el FMI había
llegado a su fin. La decisión de Nixon significó la ruptura del
sistema monetario internacional que había sido definido en la
conferencia de Bretton Woods (USA) en 1944, la misma que había creado
al FMI y a un sistema de bancos y agencias para la reconstrucción y el
desarrollo, que habrían de llamarse más tarde como Banco Mundial.
Pero el FMI sobrevivió a la crisis de Bretton Woods, y se reveló como
la agencia más propicia para obligar a los países latinoamericanos a
pagar la deuda externa y a reestructurar sus economías en función del
pago de esa deuda. En ese sentido el FMI cumplió un rol estratégico y
clave preservando los intereses de los Estados Unidos y de la banca y
la finanza americana.
En agosto de 1982, cuando México, a la sazón con una deuda externa de
100 millardos de dólares, se declaró en la imposibilidad de cumplir
con el servicio de la deuda externa, el departamento de Estado y el
tesoro americano no encontraron mejor instrumento que el FMI para
imponer al país un duro paquete de ajuste. El supuesto teórico que
legitimó y justifico el ajuste, fue su noción de una teoría
cuantitativa de la moneda para economías abiertas, que en la jerga de
los economistas se conoce como ajuste monetario en balanza de pagos.
En realidad se trata de hacer una relación contable entre los ingresos
de un país y sus gastos. Si el país gasta más de lo que tiene,
entonces tiene que reducir su consumo y al mismo tiempo tiene que
incrementar sus ingresos. Así, el FMI terminó recomendando
devaluaciones cuando en su protocolo de creación se prohibía
expresamente la recomendación de devaluar la moneda de los países
signatarios. Pero no se trata tanto de la validez teórica o la
justeza epistemológica de las categorías o sus teorías económicas, en
realidad de lo que se trata para el FMI es de responder a los
requerimientos del poder político, económico y militar de los Estados
Unidos.
En ese sentido, el FMI no es una institución que esté preocupada por
aportar a la discusión académica y el debate científico en el campo de
la economía. Su preocupación central radica en la capacidad política
de someter a directrices económicas determinadas a regiones enteras
del planeta. Una capacidad que se ha visto acrecentada a partir de la
connivencia entre el FMI, los intereses del G-7, las empresas
multinacionales y los mercados internacionales de capitales
financieros.
Así, el FMI le toma la posta a las bancas de inversión, que por otra
parte han desarrollado uno de los conceptos económicos si no
teóricamente importantes al menos políticamente claves como el
concepto de “riesgo-país”, para realizar una calificación política a
aquellos países que desean colocar bonos o atraer inversión
extranjera.
Los economistas del FMI saben que la fuerza de sus dictados no está en
su justeza teórica o en su reflexión académica, sino en la fuerza real
de los gobiernos del G-7, así como aquella de los capitales
financieros especulativos. De ahí que el FMI sea una de las
instituciones con más equívocos y desaciertos en el campo de la
política económica.
En efecto, cuando América Latina empezó una política de sustitución de
importaciones bajo un esquema teórico y conceptual desarrollado desde
la CEPAL, el PIB por habitante en la región creció en un 75% en el
periodo de 1960-1980. En cambio, cuando la región impuso las
políticas de ajuste recomendadas por el FMI, la década de los ochenta
fue denominada como la “década perdida” para el desarrollo económico,
y en el periodo que va de 1980 al 2000, el PIB por habitante en
América Latina, apenas creció en un 6%.
Otro dato que es revelador de la miopía del FMI, consta en su informe
anual de 1998. En este documento, el FMI señala las dificultades de
los mercados de capitales y anuncia una posible crisis financiera en
... Turquía! Cuando en mayo de ese mismo año, la crisis financiera se
había producido ya en el sudeste asiático, golpeando con fuerza a
Tailandia, Malasia, Indonesia, Corea del Sur, y extendiéndose en 1999
a Rusia, Brasil y Ecuador.
Por ello no es de sorprender esa posición, que puede ser calificada de
cobarde, que adopta el FMI tratando de desmarcarse de
responsabilidades con la reciente crisis argentina. Si la Argentina
entró en una crisis tan profunda se debe justamente a que aplicó con
todo rigor las propuestas, recomendaciones y estrategias sugeridas por
el FMI. Así, pues, es conveniente preguntarse por la pertinencia y la
conveniencia de una institución tan adscrita al poder, tan dogmática y
tan poco fiable en sus análisis y propuestas en política económica.
https://www.alainet.org/es/articulo/105504
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