Dos prioridades mesoamericanas: soberanía alimentaria y soberanía laboral
25/11/2001
- Opinión
Hambre y éxodo, dos palabras que resumen la problemática mayor del Sur
mexicano y de Centroamérica.
La cintura del continente está habita por una población de damnificados
crónicos siempre al filo del desastre. En una región pródiga y de lluvias
abundantes, donde por lo general son posibles dos cosechas anuales, la
combinación de sequía circunstancial y persistente caída de los precios del
café incuba hambrunas multitudinarias. Pero las calamidades no son
coyunturales sino de estructura y en mesoamérica hay quince millones de
personas que no comen como debe ser, dos terceras partes de las cuales se
encuentran en el campo. Según la Organización de las Naciones Unidas para la
Agricultura y la Alimentación (FAO), una quinta parte de los mesoamericanos
están desnutridos, porcentaje que casi duplica el de toda América Latina. Con
el agravante de que mientras que en el subcontinente el índice disminuyó dos
puntos en la última década, en los países del istmo se incrementó en dos
puntos porcentuales.
La mesoamericana es también una humanidad peregrina. Las tierras que
conocieron el esplendor y la caída de la civilización maya se están vaciando
de nueva cuenta en una catástrofe civilizatoria de la misma magnitud.
Desahuciados en sus patrias, los centroamericanos emprenden la larga marcha
al norte, aunque los nicaragüenses más pobres apenas tienen fuerzas para
emigrar a Costa Rica o Panamá. Y el tránsito es arduo y mortífero también en
tierras del hermano mayor, cuya "alianza estratégica" con los estadounidenses
a transformado en cancerbero. Aun así, una tercera parte de los salvadoreños
logró escapar y vive en el extranjero, mientras que México ya es un pueblo
binacional, pues el más reciente censo de Estados Unidos indica que habitan
ahí casi 22 millones de personas de origen mexicano.
Si éxodo y hambruna nos definen, dos son también las prioridades
mesoamericanas insoslayables: soberanía alimentaria y soberanía laboral.
Soberanía alimentaria no significa sólo garantizar estratégicamente la
producción y el abasto de productos básicos, significa también, y sobre todo,
asegurar a todos los mesoamericanos el ingreso que les permita acceder con
dignidad a una alimentación adecuada y suficiente. Pero en nuestros países
sucede lo contrario. Así, en el último lustro del siglo XX México importó 80
millones de toneladas de granos básicos y la dependencia alimentaria se
incremento en 30%, al mismo tiempo que se perdían millones de empleos
agrícolas. En concreto: para 1999 dependíamos de Estados Unidos para el 60%
del arroz, la mitad del trigo, el 43% del sorgo, el 23% del maíz y casi la
totalidad de la soya. En el caso de Guatemala, la caída de la producción
cerealera durante los noventa fue del 40%, y la inseguridad alimentaria y
nutricional es severa en Nicaragua, Honduras y El Salvador.
Soberanía laboral significa que todos los nacidos en la región encuentren en
ella opciones de trabajo dignas, seguras y bien remuneradas, de modo que la
ocasional migración sea opción enriquecedora y no compulsión de la pobreza.
Pero en mesoamérica los buenos empleos son una especie en extinción, de modo
que durante el último cuarto de siglo se desató el éxodo laboral. En México,
mientras que en la década de los sesenta migraron 270 mil, en la de los
ochenta lo hicieron 2.5 millones, casi diez veces más, y en los noventa los
trashumantes ya fueron 3 millones. Así, en el arranque del milenio uno de
cada doscientos hogares mexicanos depende de las remesas que envían los
migrados.
Soberanía alimentaria y soberanía laboral son dos caras de una misma moneda:
sin trabajo digno no hay ingreso suficiente y sin ingreso hay hambre,
desesperanza, migración. Y en una región fuertemente agraria y con notable
presencia campesina, como continua siendo mesoamérica, las dos caras del
problema son también las dos caras de la solución; pues si la miseria y el
éxodo resultan de la crisis de la economía agrícola y en particular de la
campesina, el remedio está en reactivar y reorientar de la pequeña y mediana
producción rural, tanto alimentaria como de materias primas.
Quizá esta no es toda la solución, pero sin duda es una parte sustantiva. Sin
impulsar la agricultura y en particular el sector campesino y asociativo, el
sureste no tiene remedio. No hay que subestimar la importancia de la
inversión en nuevas empresas, que buena falta nos hacen y serán bienvenidas
siempre y cuando respeten normatividades ambientales y laborales, pero lo
prioritario en mesoamérica es apoyar la producción realmente existente
revirtiendo la crisis en que se encuentra.
Ante todo, hay que rescatar la rama de la actividad económica de la que
depende primordialmente nuestra soberanía laboral y alimentaria, la
producción que más empleo e ingreso genera en mesoamérica: la economía
campesina tradicional conformada por la milpa, la huerta y el traspatio.
Los hombres de maíz, de quienes hablaba con admiración el antropólogo Morley
refiriéndose a los mayas, siguen siendo hombres de maíz; grano del que
anualmente se cosechan en la región unos diez millones de toneladas, y que
junto con medio millón de toneladas de frijol, más las frutas, animales y
hortalizas de la huerta y el traspatio, a lo que se añaden la artesanía, la
recolección, la caza y la pesca rivereña, entre otras labores domésticas,
sustentan mal que bien la alimentación de los mesoamericanos. En el caso de
México, aunque están a leguas de los rendimientos del maíz de riego de
Sinaloa, las milpas temporaleras de los estados del centro y sur producen las
tres cuartas partes de nuestra cosecha, y organizan la economía de unos tres
millones de productores.
El maíz es cultura y proporciona el 70% de las calorías que reciben las
familias rurales; pero también es materia prima de productos crecientemente
globalizados como la tortilla, que hoy se produce en Estados Unidos, Europa,
Asia y Australia, y genera 5 mil millones de dólares anuales a una sola
empresa establecida en EEUU. Por si fuera poco, la milpa y la huerta, bien
manejadas, preservan una parte sustantiva de nuestra biodiversidad silvestre
y domesticada, reproduciendo cientos de variedades de plantas que mesoamérica
entregó al mundo y sustentan tanto nuestra identidad cultural como nuestra
diversidad culinaria.
Sin duda la milpa tradicional tiene problemas: la productividad está
estancada, pues el cultivo se extendió sobre tierras forestales sin vocación
maicera y las parcelas sobrexplotadas se erosionaron, perdieron fertilidad y
demandan dosis crecientes de fertilizante; además la roza-tumba-quema mal
practicada, ocasiona destructivos incendios. Pero todo esto tiene remedio.
Soluciones que ya se están aplicando, como la roza-tumba-pica o la
incorporación de leguminosas, que restauran la fertilidad y contrarrestan las
plagas sin necesidad de recurrir al fuego, y la labranza de conservación que
preserva los suelos y aumenta los rendimientos.
Así pues, restringir drásticamente las importaciones de maíz y otros granos
básicos al tiempo que se vitaliza y reorienta la agricultura campesina de
bienes alimentarios, es uno de los ejes estratégicos del desarrollo
incluyente y justiciero del sureste.
Pero si la milpa, la huerta, el traspatio y en general la producción
campesina de alimentos básicos, fortalecen nuestro mercado interno, tanto
local como regional y nacional, la globalidad es canija y también importa
amarrar nuestra inserción en el mercado externo.
En mesoamérica hay una actividad productiva que aprovecha extraordinariamente
las ventajas comparativas trasformándolas en competitivas, una labor que
genera riqueza y proporciona unos cinco millones de empleos entre directos e
indirectos, una producción globalizada y exportadora orientada a nichos de
mercado exclusivos y de altas cotizaciones relativas que mete divisas y medio
nivela nuestra deficitaria balanza comercial; una producción con tecnología
de punta pero sustentable. Esta bendición es el café.
Porque, contra lo que dijo el responsable del PPP, Florencio Salazar, la
mayoría de los huerteros mexicanos no produce garbanza (aunque los
consumidores mexicanos sí la tomemos en el desayuno y en la cena pues la
absurda norma nacional permite vender como café una mezcla con hasta 30% de
impurezas); al contrario, la mayor parte del café mexicano es lavado, de
altura y está clasificado dentro de los "otros suaves" de calidad semejante a
la colombiana. Y de parecida condición es el aromático que se cosecha en los
países centroamericanos. Aunque, hoy por hoy, ninguno tenga precio.
Sin duda hay mucho que hacer en el mundo y en particular en mesoamérica, para
reestructurar la producción cafetalera, pero el grano amargo es vocación
natural de amplias zonas de la región y reactivarlo es otro de los ejes
prioritarios de un PPP realmente comprometido con el desarrollo popular.
Y lo que decimos del café podría extenderse a la caña de azúcar, el cacao y
la copra, a las frutas, bienes comerciales y exportables que a la vez son de
producción mayoritariamente campesina. Cultivos que sin duda enfrentan
problemas, pero corresponden a nuestras vocaciones agroecológicas y merecen
ser reanimados y reestructurados.
Estas prioridades hay que agregar el fomento a los proyectos comunitarios de
manejo sustentable de los bosques. Línea estratégica si las hay, pues además
de detener y revertir la pérdida de superficie silvícola, proporciona
invaluables servicios ambientales y ayuda a preservar la tierra, el agua, el
aire, el clima y la biodiversidad. Y la conservación no se logra decretando
vedas sobre las forestas existentes y plantando seudobosques artificiales sin
diversidad biológica; pero sin duda se consigue cuando quienes ahí viven
aprovechan la diversidad biológica existente de manera múltiple y
sustentable, como lo hacen ya numerosas comunidades del sureste, como las de
la Sierra Juárez, en Oaxaca, y las de el Sur de Quintana Roo.
¿Porqué estás evidentes prioridades del sureste no parecen serlo de los
megaplanes que conforman el PPP? Incluso en la perspectiva netamente
gerencial al uso, si queremos apoyar a empresarios emprendedores, insertos en
la globalización, que transforman ventajas comparativas en competitivas,
integrados horizontal y verticalmente, que articulan producción primaria,
industrialización y mercadeo, que operan agroindustrias sofisticadas y
uniones de crédito, que se mueven como peces en el agua en el mercado de
futuros pues operan con bienes bursatilizados. Si queremos apoyar a
empresarios hechos y derechos ¿Porqué no respaldamos estratégicamente a las
empresas cafetaleras del sector social, o a las mieleras, las cacaoteras, las
silvícolas...? ¿Porqué no diseñamos un plan de desarrollo para Centroamérica
y el sureste mexicano sustentado en la producción campesina, tanto
alimentaria de mercado interno como agroexportadora? ¿Porqué el PPP
prácticamente no los toma en cuenta?
Quizá por que siendo empresarios son también pobres, campesinos e indios.
Lástima.
https://www.alainet.org/es/articulo/105478?language=es
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