Organizaciones colectivas frente al terrorismo de mercado

13/11/2001
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  • Opinión
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Antes de la caída de las Torres Gemelas el mundo ya era irrespirable. Y muchos periodistas y sus organizaciones –al igual que millones de trabajadores- denunciábamos diferentes violaciones a los derechos humanos, enfrentándonos al terrorismo de mercado. Ahora, tras el ataque al interior de la más grande potencia mundial, los dueños del dinero amenazan con quemar la tierra y sus adyacencias. Defender nuestras organizaciones para la lucha política es un imperativo. El imperio contraataca Las imágenes de la CNN repasaron una y otra vez los destrozos, sin muertos. Y reiteraron a un Bush, perplejo y amenazante al mismo tiempo. Las Torres Gemelas fueron pulverizadas y el Pentágono perdió su virginidad. Luego, Bush nos dijo que acababa de dar comienzo la guerra del siglo XXI. Aunque eso, tal cual otras manipulaciones políticas e informativas, no es rigurosamente cierto. El terror y la guerra existían antes del 11 de septiembre. A no ser que creamos – como parece creerlo el señor presidente- que el fuego abrazador del exterminio se inicia cuando las llamas recalientan las puertas de su propia mansión. Antes de la voladura de “las Gemelas” y de la estocada al Pentágono, el mundo se presentaba aterrador y asfixiante, al menos para tres cuartas partes de la humanidad. Los conflictos bélicos eran mucho más que escaramuzas de baja intensidad y el mapa del genocidio, por aplicación planificada del modelo neoliberal, registraba centenares de millones de cadáveres. Muchos de los cuales no tuvieron siquiera una bolsa plástica donde caerse muertos. Todo parece indicar ahora que Estados Unidos, más acá o más allá de Osama bin Laden -quien encaja como anillo al dedo en el escenario de la agitación mediática- , acelerará su aspiración estratégica: ejercer el máximo control global durante este siglo. Intención indisimulada por sus políticos -republicanos y demócratas- y sus banqueros, militares, intelectuales, religiosos y científicos en el transcurso del siglo pasado. Queda por verse, entonces, cómo y cuánto se agilizarán las tareas de seguidismo por parte de Estados y gobiernos acostumbrados a ir detrás de la máquina que tira del tren capitalista. Y resta saber, además, cómo habrá de sobrevivir el imperio, enmascarando la mayor debilidad que lo aqueja: su propia naturaleza. Por lo pronto está en marcha una fabulosa ofensiva propagandística que convoca a los “buenos” a edificar los muros culturales, económicos-financieros, informáticos y comunicacionales que se requieran, en aras de defender al dios de Occidente y a su representante en la tierra: Estados Unidos. En el vértigo del nuevo tiempo los dueños del dinero correrán de prisa para amarrar los “acuerdos” comerciales que afirmen la dependencia de los ya dependientes y coloque contra las cuerdas a los que se resistan. Por caso, en el actual dibujo geopolítico de nuestro continente, la consumación del ALCA tomará vuelo rápido en la escala de prioridades. La gran apuesta de Bush padre, en los años 90 -un mercado único desde Alaska a Tierra del Fuego- fue retomada por Bush hijo, a los pocos días de asumir las riendas de la Casa Blanca. Hoy, exacerbando el orgullo americano y parado sobre los gigantescos escombros de Manhattan, el presidente de Estados Unidos se mostró decidido a avanzar. Y sus asesores saben cómo hacerlo, no sólo en lo que refiere a Afganistán. Los propósitos anteriores a los atentados terroristas en Nueva York y Washington no han variado: ocupación territorial, penetración cultural y comercial, dominación política, imposiciones económicas y financieras y represión a quien se oponga. La ya existente expansión de las fuerzas armadas de Estados Unidos en distintos países latinoamericanos, encuentra, en medio de los ecos que dejaron las derrumbadas torres, campo propicio para el trazado de la vía rápida hacia el control global. Y el ALCA es, en ese sentido, un camino interesante para achicar distancias. Eso es lo que viene. Y con ello: más desocupación, menos salarios, más superexplotación de mano de obra, más hambre, menos salud, menos viviendas, menos educación. En pocas palabras: más terrorismo de mercado. Más genocidio. Más organización más lucha política Repetiremos aquí planteos ya formulados. Y, ante los peligros crecientes para los trabajadores de prensa en particular y los trabajadores en general, reforzamos conceptos que proponen un periodista dispuesto a oponerse a la lógica dominante involucrado en la lucha política, social y cultural, no únicamente desde la tarea profesional. Y más que eso: subrayamos definiciones que convocan a los periodistas-trabajadores de prensa a debatir cuáles deberían ser los compromisos a asumir colectivamente en la lucha política, social y cultural: ante un capitalismo insaciable y terrorífico que compromete el futuro de la humanidad a corto plazo. Puntos de referencia Según se deduce de la dimensión del problema a resolver por parte de los sectores progresistas de la sociedad mundial, ante la ferocidad capitalista, la lucha no admite hoy el devaneo individualista de aquellos profesionales de la prensa que, por derecha o izquierda, se suponen la conciencia crítica de la realidad desde un laboratorio teórico. Jamás trasladado a la lucha concreta. La lucha tampoco admite a los profesionales que se suponen la conciencia crítica de las organizaciones colectivas, en tanto esas organizaciones hayan promovido, una y otra vez, condiciones subjetivas para denunciar y enfrentar –en orden con su real capacidad de fuerza- las políticas de dominación vigente. No es tiempo – nunca lo fue- en esta tremenda lucha, llena de exigencias y adversidades, para dar lugar a los infantilistas de izquierda, ni dentro de las organizaciones colectivas de periodistas-trabajadores de prensa, ni fuera de ellas. La lucha no admite, por supuesto, el ombliguismo corporativo desde donde los periodistas-trabajadores de prensa lleven adelante concepciones extremadamente autónomas, a punto tal de terminar impidiéndose un fluido ejercicio de políticas de alianzas, en línea con las exigencias de una etapa que requiere de la mayor unidad posible. La unidad de todos los afectados por el sistema capitalista, por el modelo neoliberal, por los planes económicos que nos imponen los gobiernos de la región. Hablamos de unidad con dirección política. Y de dirección política dispuesta a combatir, a un mismo tiempo, contra los planes de explotación y exclusión impuestos por el sistema y contra los voluntaristas que les exigen a sus organizaciones lo que son incapaces siquiera de cuestionarle al sistema, desde un proceso de construcción organizada y no a través de actos de histeria discursiva. La lucha no admite, además, según entendemos quienes hemos sostenido el nacimiento, el desarrollo y la instalación de una organización de periodistas en el conflicto político, social y cultural de un país –en este caso la Argentina- que la unidad a la que aspiramos sea tan amplia que al cabo se terminen mimetizando entre nosotros los cómplices de aquellos que violaron y violan los derechos humanos, no sólo de los periodistas. Esta lucha, entonces, requiere por sobre cualquier manifestación individualista y pretensión corporativa sectaria: entender la magnitud del reto. Por eso, entre otras cuestiones es arcaico en el terreno de los periodistas organizados la discusión de: Colegios o Sindicatos. Cuando lo que está en juego, lo que se reclama es organización para la lucha y lucha para defender todo tipo de organización colectiva comprometida en la defensa de los intereses de los explotados. El imperio está dispuesto a arrasar con todo lo que se resista y nuestras fuerzas, con déficits organizativos, sometidas a fuertes condicionamientos económicos y con manifiestas debilidades en el campo de la comunicación y en lo que concierne a la instalación del mensaje masivo en el marco de la lucha de ideas, deben cuidarse de no caer en la trampa de la ansiedad cortoplacista. Vencer a quienes no resisten la idea del hombre organizado El desafío organizativo de todos los periodistas, incluso de los que hasta aquí han sido indiferentes y de los que machacan, oportunistas, contra las organizaciones colectivas que han denunciado al neoliberalismo y luchado contra él durante más de una década, ya no se limita a la defensa de una organización sectorial. Sino a sumar esfuerzos, inteligencia, militancia y aportes, a la construcción de una fuerza superior. Que excede en mucho los límites de demarcación de lo que se considera hoy la actividad profesional y gremial de los periodistas, de los comunicadores y del propio gremio de prensa. Una fuerza obligada a trascender los márgenes de un solo gremio, o de un puñado de gremios de la misma rama de la producción; o de gremios de distintas ramas de la producción, o de distintos gremios y de diferentes sectores sociales. La construcción de una fuerza superior, de la envergadura que nos exige el reto en esta colosal batalla, trasciende lo mucho que se proponga, incluso, un solo país. Esto puede que sea la medida de la construcción que nos debemos formular. Con lo cual, además, podremos ilustrarnos más y mejor respecto de por qué un sector de la corporación periodística debe salir cuanto antes de la creencia ingenua, absurda y simplista, de que cualquiera de las organizaciones colectivas que represente a la corporación está en condiciones, o en su defecto debería estar en condiciones, por sí y sin más, de vencer a los patrones de la comunicación. De derrotar a los barones de los oligopolios y monopolios informativos y comunicacionales y a sus correspondientes mafias comerciales, judiciales y políticas, en cada conflicto puntual y en el total del conflicto ideológico y de intereses antagónicos entre las clases. Quizás convenga señalar que cuando hablamos de medios de comunicación de masas, encuadrados dentro de los factores de poder decisivos, estamos diciendo a esta altura del proceso de dominación: que constituyen pilares esenciales en la conformación de las actuales dictaduras económicas y financieras regadas por el mundo. Determinantes de la dinámica capitalista. De una dinámica: criminal, salvaje, inhumana y terrorista. La defensa de las organizaciones colectivas –incluidas las de prensa- de reconocido compromiso de resistencia y hoy dispuestas a ampliar la fuerza del campo popular en la lucha contra el imperialismo no admiten –por todo lo aquí dicho- el espontaneismo, el infantilismo y a los individualistas. No admite a los que son funcionales a las necesidades del sistema en esta etapa. En la defensa y en el desarrollo de nuestras organizaciones colectivas debe manifestarse el aporte del intelectual orgánico. Cualquier otra variante suena a atajo para encubrir profundas claudicaciones detrás de discursos de fuerte tono combativo. Porque al igual que el sistema existen periodistas que no resisten la idea del hombre organizado. Como dijera el presidente de la Asamblea Nacional de Cuba, Ricardo Alarcón, en su intervención en el Foro Social Mundial 2001, celebrado en Porto Alegre, en enero de este año: “Por mucho que hable de la libertad y el libre flujo de las ideas el capitalismo neoliberal sufre una incurable agorafobia. No resiste la idea del hombre organizado, reunido, actuando como un conjunto coherente y motivado. Era sobre individuos aislados, entes separados, sin sindicatos, partidos, o periódicos que los agruparan, que Brzezinski pronosticaba se “podría manipular las emociones y controlar la razón” y realizar el verdadero “sueño americano”, el de “fabricar el consentimiento”? JC Camaño: Secretario Adjunto de la Utpba, secretario general de la Felap y secretario de Relaciones Internacionales de la CTA
https://www.alainet.org/es/articulo/105397
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