La potencia versus las convicciones

17/10/2001
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El día del inicio de los bombardeos de EEUU y Gran Bretaña sobre Afganistán, la TV no podía ser más decidora de la confrontación que ahora tiene en vilo a la humanidad. La primera potencia mundial, tal como frente a Irak, hizo un despliegue de poderío militar. Usama Bin Ladin, en cambio, en un video para la TV, sorprendió por no ser el terrorista exaltado que se esperaba sea. Fue sereno y tranquilo. Las brutales acciones terroristas son en negro y blanco; pero ni los terroristas ni sus causas son tan simples. De todo punto de vista los terroristas nos queman los esquemas, los negros y blancos. El fenómeno es más complejo. Ladin habló de ofensas acumuladas durante años, de burlas y oprobio vividos por los pueblos árabes, de los muertos que no cuentan, de injusticias acumuladas sin defensores públicos; en suma, decía que para "nosotros" no hay voces de defensa. Esta es otra fuerza, la de las convicciones y pasiones que pueden ser extremas, al punto de que mucha gente está dispuesta a ofrecer su vida abierta y conscientemente. Es una fuerza que difícilmente se controla con armas ni es el simple fruto del dinero. Al contrario, éstos pueden darle un nuevo y difuso empuje, no apoyado en fuerzas poderosas y sofisticadas, sino en la insospechada astucia criolla del dominado y del pobre. Robert Risk, especialista del mundo árabe en el diario inglés The Independant, quien ha hecho un seguimiento por años de Bin Ladin, relata a una persona modesta, reflexiva, austera y generosa con sus millones. Cuenta también el relato de un general ruso encargado de Afganistán quien no pudo con el saudí ante la imposibilidad de corromper a la gente de su alrededor. Lo mismo lo ha experimentado la CIA, a pesar de sus ingentes recursos. Los implicados en los atentados de los aviones o en su preparación, no son gente que haya vivido ostentosamente, algunos, a pesar de provenir de familias pobres, no han hecho uso de recursos para sus parientes. El cabecilla de uno de los atentados a las torres de Nueva York recibió cien mil dólares unos meses antes para los preparativos, que se supone implican el mantener a todo un grupo y diversos gastos; la víspera del atentado devolvió cinco mil dólares sobrantes, no a su familia sino a su organización. Mucha gente que ha puesto el dinero como norma suprema de la vida, no entiende así a estas personas y sigue pensando que la fuerza y la destrucción de fortunas que respaldarían a la organización del terror terminaría con esta. Pocas cosas son tan erradas como pensar que las convicciones de esta naturaleza, por exacerbadas sean, terminen de este modo. Estas rebasan las conyunturas y las personas, pues son las causas que las crean las que las alimentan. Las protestas multitudinarias en varios países, no todos árabes, en plena coyuntura de afirmación y reconocimiento del poderío de los EEUU, son reveladoras. Lo que hacen los bombardeos es, por un lado, afirmar el poder de la potencia (bajo la forma del castigo ejemplar) a la par con consolidar la hegemonía de EEUU, y por otro, crear nuevas justificaciones para incrementar las convicciones que no desaparecen con los castigos sino que los consideran una nueva ofensa que da razón a la indignación y consolida la animadversión o el odio. Si tomamos distancia de la propaganda de guerra no resulta tan simple explicar los actos de terror por el fanatismo religioso -que desde luego está presente- ni por el descalabro mental de un número de personas que no parece ser tan minoritario como esperaríamos, ni son estas personas tan desequilibradas como se quiere que sean. La misma religión conoce de sus cambios. El Islam, igual que los cristianismos, han conocido momentos de encierros rituales, de valoración de textos y dogmatismo, y otros de profetismo y de renovación, por ejemplo. Es aparentemente la misma religión pero es el contexto el que permite o lleva a que se acentúe a uno u otro aspecto. Ni todos los Islam son los mismos, ni los que ahora reivindican la "guerra santa" lo han hecho siempre. Son las vivencias las que han llevado a este auge de un lenguaje guerrerista, que se consideraba desaparecido, y que sorprende más por el hecho de presentarse en un país como Afganistán, antaño uno de los más liberales del mundo musulmán. Nadie debería entonces sorprenderse que, en similares condiciones, también entre los católicos se llegaría a algo similar. La prueba no está muy lejos con los acontecimientos de los últimos 15 años en Europa del Este. La religión ha servido ahora para dar fuerza al mundo musulmán, en particular a los árabes, a su abortada salida del mundo colonial, la cual no ha transcurrido sino apenas el tiempo de dos generaciones. Tiempo demasiado corto para borrar el pasado y demasiado largo para las nuevas generaciones que sólo conocen regímenes sin éxito en resolver la pobreza, en dar nuevas identidades y proyectos de futuro. Estas generaciones más bien han acumulado frustraciones ante nuevas imposiciones de los intereses petroleros y del retaceo de territorios hechos según los intereses de Occidente, entre los cuales sobresale la imposición de Israel sin resolver el problema palestino. La región ha vivido casi siempre en guerra después de las revueltas de independencia; situación más que suficiente para destruir las economías, la vida social y los valores que alimentan las relaciones entre los seres humanos. No es de sorprender que la religión sea un refugio. Y lo es cuanto más que estos países conocen también un proyecto de occidentalización como una simple imposición que borra sus culturas y valores, sin innovación para ser parte de un proyecto de renovación de sus pueblos. La protesta actual es la mayor bofetada a este ímpetu unilateral de pensar que la modernización capitalista es la única vía y que su triunfo es el progreso para todos. Nunca antes el mundo ha estado tan polarizado entre ricos y pobres como ahora. La nueva modernización liberal resulta ser una de las más injustas de la historia. Ante la globalización actual, que construye un gobierno más internacionalizado, tenemos ahora una protesta también transestatal, pues la protesta islámica abarca varias regiones y países, condiciones sociales y concepciones políticas. Mal se podrá frenar con la fuerza esta indignación vuelta convicción, ya no sólo como hasta recientemente, por la conciencia de que existen derechos sociales, sino ahora fortalecida por convicciones religiosas que tienen la magia de presentar a los hechos sociales como fatalidad y al comportamiento humano como designio divino. Esta primera gran protesta radical del sur del planeta contra la visión unilateral de Occidente, sobre todo de EEUU, debe llevar a redefinir esa modernización, buena para una minoría y negativa para la mayoría, y su sistema internacional tan desigual y jerárquicamente comandado por un país; cuan necesarios resultan los contrapesos. Hay que dar un sentido a tanto muerto y no justificar con ellos la simple venganza e imposición.
https://www.alainet.org/es/articulo/105364

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