Los sueños de la razón producen monstruos
Los pueblos Záparas y la modernidad
28/05/2001
- Opinión
El 18 de mayo de 2001, la Unesco realizó la proclamación del Pueblo Zápara,
de Ecuador y Perú, como parte del Patrimonio Oral e Inmaterial de la
Humanidad. Un jurado internacional de 18 miembros y encabezado por el
escritor español Juan Goytisolo, analizó 32 candidaturas y finalmente
escogieron 19 de ellas para ser proclamadas como Patrimonio Oral e
Inmaterial de la Humanidad. Entre las propuestas que se recogieron constan
también la lengua, música y danza de los Garipuna de Belice, el carnaval de
Oruro, de Bolivia, entre otros.
El caso de los pueblos Zápara merece una especial atención, sobre todo en
momentos en los que la globalización parece convertirse más en un destino
que en una opción. En efecto, la proclamación de los pueblos Záparas como
Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad, declarado por la Unesco, abre
la posibilidad de ampliar y profundizar un debate necesario: aquel del
diálogo entre las culturas, un diálogo que nos remite a la discusión de la
modernidad como proyecto de civilización con rasgos autoritarios.
Una primera lectura de esta proclamación, es el hecho de que los pueblos
Záparas son la constatación de que el avance de la modernidad implica la
desaparición del Otro. Los Záparas son un pueblo que no solo ha sido
acosado por las empresas petroleras, o las empresas madereras, o los grandes
proyectos de desarrollo como las enormes centrales hidroeléctricas, su
acoso, en realidad es más profundo y quizá más desgarrador, más doloroso,
más complejo y que de una manera u otra nos involucra a todos. Es el acoso
de todo un proyecto de civilización, en la ocurrencia, el nuestro.
Los Záparas han sido acosados por un proyecto civilizatorio que después de
Weber hemos adscrito a la razón y que lo hemos llamado como "modernidad".
Un proyecto que implica una determinada forma de comprender, actuar y ser en
el mundo. Que nació desde las entrañas del mundo feudal europeo, como parte
de una promesa, pero también como forma de una amenaza. El proyecto de la
razón que emergió en esa coyuntura se quiso asumir como un proyecto
ontológico. Desde aquel culto a la Diosa Razón que Robespierre solemnizó
durante El Terror, en la revolución francesa, hasta aquella crítica hecha
por el Círculo de Frankfurt, se ha tratado de considerar que la razón que
emergía desde el mundo feudal era en realidad una apuesta humana, una
apuesta ontológica. El Iluminismo hacía de su razón la única posibilidad de
humanización para el hombre.
Pero esta razón, esta racionalidad es instrumental y está sometida a la
condición de mercancía en el universo capitalista, cuestionaban los teóricos
de la Escuela de Frankfurt, desde una vertiente que no negaba provenir de
Marx. Para Marx, por ejemplo, la liberación del trabajo enajenado del
capitalismo, era la liberación del hombre mismo, era la liberación de su
historia. Los límites de la liberación humana se establecían dentro de un
marco epistemológico creado desde el Iluminismo y la formación de la
modernidad occidental. La razón se hacía autoreferencial, es decir, para
criticarla había que asumir las mismas formas de racionalidad que se estaban
criticando.
Pero es justamente en nombre de esa razón, que el proyecto civilizatorio de
la modernidad se ha impuesto por todo el mundo. Y no ha sido una imposición
que apele a la tolerancia, al respeto, la comprensión, al mutuo
reconocimiento; por el contrario, siempre ha apelado a la violencia, a la
fuerza, a la conquista para imponerse, para justificarse, para someter.
Los Záparas, hace algunos años uno de los pueblos más extensos de la selva
amazónica, ahora se han reducido a unos trescientos entre Ecuador y Perú; de
ellos, apenas un grupo de cinco o seis personas, casi todos ancianos, hablan
corrientemente su lengua materna. Ellos son la evidencia de ese avance
incontenible de la modernidad. En su piel se ha ido inscribiendo esa
voluntad de poder de la que hablaba Nietzsche refiriéndose al proyecto de la
razón.
Este proceso etnocida, de la que los Záparas son la evidencia, se ha
agravado estos últimos años impulsado por la ideología de la globalización.
En efecto, la desaparición de etnias, pueblos, naciones indígenas
ancestrales y manifestaciones culturales atávicas, ha sido más intensas en
estos últimos años de globalización que en todos los quinientos años
posteriores a la conquista europea. La ideología de la globalización hace
tabula rasa de la Diferencia.
Su apuesta a la eficiencia, que no es más que el retorno al proyecto
original del hombre económico de Bentham, Smith, y Mill, se constituye en
una amenaza de tipo epistemológico para todos aquellos que son radicalmente
diferentes a las coordenadas del proyecto de la modernidad. A medida que la
globalización se extiende, se profundiza y se radicaliza, los pueblos y
naciones ancestrales corren más peligro y se vuelven más vulnerables. El
discurso de la globalización los fragiliza por cuanto les plantea la opción
de integrarse perdiendo su identidad, o ser excluidos en nombre de la
competitividad y la eficiencia.
Una segunda aproximación a la proclamación hecha por la Unesco, nos da
cuenta que en la realidad y en el mundo que vivimos y desde el cual formamos
nuestros criterios fundamentales de vida y de convivencia humana, ha
existido, y existe, una política de exterminio, de negación a la Diferencia,
a la Alteridad. Una política que puede revestir las características
dramáticas del genocidio a los pueblos y naciones ancestrales, como sucedió
con las dictaduras guatemaltecas de los años setenta y ochenta, o las
características de una desaparición más gradual, más "refinada", como es el
caso de la integración sin concesiones a la "civilización" occidental que
diariamente se pregona en el mundo urbano. Para sobrevivir hay que
occidentalizarse. Quizá el profesor norteamericano Noam Chomsky tenga razón
cuando titula a uno de sus libros: "Año 501: La conquista continúa". La
desaparición gradual de los pueblos Zápara, es la contraparte visible de la
desaparición de los yanomani, de lo tupinikim, de los tupi-guaraníes, de los
tagaeri, etc.
Una tercera interpretación, asimismo contradictoria y paradójica, estriba en
el hecho de que después de la proclamación hecha por la Unesco, los pueblos
Záparas son más vulnerables que nunca. Ahora son parte de la atención
mundial. Es cierto que la intención de la Unesco es la de protegerlos. De
hecho, uno de los responsables del evento, Koochiro Matsuura, propone una
segunda etapa por la cual se creen instrumentos normativos para la
Conservación del Patrimonio Mundial Oral e Intangible de la Humanidad. Pero
ahora los pueblos Záparas están en medio de los reflectores de la prensa
mundial. Esta proclamación los ha convertido en parte de aquello que Guy
Debord llamaba la sociedad del espectáculo. Hasta el mes de abril eran
desconocidos, ahora en virtud de esta proclamación se convierten en el
centro de un debate estridente y a la vez silente. Su presencia recién
descubierta nos dice que quizá Rousseau no se había equivocado del todo con
su noción del "buen salvaje". Los pueblos Zápara están allí, pero no para
cuestionar esa matriz de violencia, autoritarismo y prepotencia que es
inherente a la modernidad. Ahora están allí para reclamar atención y
dedicación de los "organismos pertinentes del Estado".
No se asume la presencia de un pueblo milenario, como es el caso de los
Záparas, para establecer un verdadero diálogo entre culturas diferentes. No
se aprovecha la oportunidad para debatir sobre los contenidos reales de
nuestra racionalidad, sobre el mundo que estamos creando, sobre las
posibilidades que estamos realizando. El haber sido declarados como
patrimonio intangible de la Humanidad, paradójicamente, fragiliza a los
pueblos Zápara. Los hace parte de las políticas de desarrollo. Los
involucra en un mundo que siempre se ha presentado como hostil hacia ellos,
y del cual no saben cómo defenderse.
https://www.alainet.org/es/articulo/105192
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