Conciencia negra y proceso de liberación
23/02/2001
- Opinión
(Si no soy negro por raza, puedo ser negro por opción política, quiere decir,
que sin ser negro puedo asumir la causa de libertad de los negros, defender
el derecho de sus luchas, reforzar, como se pueda, su organización y sentirme
aliado en la construcción de un tipo de sociedad que vuelva cada vez más
imposible la discriminación racial y la opresión social y que vea como
riqueza la diferencia y la acoja como complemento.)
Por todos lados emerge la conciencia negra, en sectores importantes, de los
60 millones de negros que componen la población brasileña. La irrupción de
esa conciencia tiene dos significados fundamentales:
* el primero detecta el pecado original que subyace a toda nuestra sociedad;
el mecanismo de violencia organizada que preside nuestras relaciones
sociales, volviendo ilusoria nuestra democracia racial.
* el segundo reclama el rescate de una identidad negada y, al mismo tiempo,
hace una poderosa reafirmación de una cultura silenciada cuyos valores deben
entrar en un proyecto colectivo que supere las contradicciones y antagonismos
presentes, hoy en una perspectiva nacional y mundializada. Consideramos cada
uno de esos significados claves.
Conciencia negra como negación de la negación
La conciencia negra nos da cuenta de los cinco "no" históricos de que los
negros en general los pobres y marginados son víctimas.
El primer "no" viene del proceso colonial. Ser colonia significa: ser
reducido a no-pueblo, no tener autonomía como pueblo; no tener un proyecto
propio, una historia independiente y una identidad propia. Es existir para
los otros, producir para otros y entregar la vida y la muerte en las manos
del invasor.
El segundo "no" viene de la esclavitud: es ser hecho no-persona, pieza, cosa,
ser bestial (expresiones cotidianas en el lenguaje de los esclavistas;
alguien arrancado de su continente, Africa, tratado como animal, sin ningún
derecho, hecho instrumento de riqueza de los señores y que, después de
explotado durante 8-10 años (ese era el tiempo de vida útil del esclavo),
quedaba fuera y sustituido por otro.
El tercer "no" resulta de la exclusión social: es ser hecho no-ciudadano. De
la senzala(*), fue arrojado directamente a la favela, sin ninguna
compensación o pedazo de tierra o casa o instrumento para comenzar a
trabajar.
El cuarto "no" proviene del racismo: es ser hecho no-digno, no-inteligente,
no-puro, ser inferior y despreciable, por el hecho de ser negro de raza y de
color oscuro.
Por fin, el quinto "no" deriva de la marginalización religiosa: es ser
considerado no-hijo de Dios, pues es ser considerado como hijo de la
maldición de Caín y presa del demonio; la esclavitud social, se decía, es
expresión de la esclavitud sobrenatural a la que están sujetos los africanos
por causa del color de su piel.
Esos "no" provocaron una pasión colectiva de un pueblo, que supera las
estaciones del viacrucis del Hijo de Dios; un sufrimiento generalizado tan
grande que casi mató, en los negros, la conciencia de ser personas.
Y a pesar de eso, los negros resistieron a todo y ahí están en nuestra
sociedad, con una esperanza y una fe que confunden la sensatez de la razón.
Por causa de ellos, nos rehusamos a aceptar que el cúmulo de sufrimiento no
tenga un valor universal y no traiga lecciones para toda la humanidad, a
condición que los negros y negras hablen, testimonien, y animen una lucha
para que nunca más en la humanidad se perpetre semejante deshumanidad sobre
nadie y sobre ningún pueblo o etnia.
La conciencia negra mantiene viva esa memoria passionis y nos enciende la
mala conciencia necesaria de que nosotros somos los causantes de las
inequidades que los afligen. Y que tenemos el deber de la reparación
histórica y de hacer, juntos, una justicia que todavía no llegó.
La esclavitud deshumanizó a todos. Deshumanizó a los señores de esclavos.
Vivieron la esclavitud con un permanente síndrome de miedo de revueltas, de
envenenamientos, de asesinatos de patrones, de hijos, de asaltos a sus
mujeres. Los esclavos eran casi siempre mucho más numerosos que los blancos.
En Salvador y en la capitanía de Sergipe, por allá en 1824, eran 666 mil
esclavos y 192 mil blancos libres. En 1818, en todo Brasil, 50,6% de la
población estaba compuesta por negros esclavos. Para infligir la violencia
que impusieron a los negros, tuvieron que reprimir su capacidad de
comprensión, de humanidad, de compasión. Por eso, hasta hoy las clases
dominantes, herederas del orden esclavista, están llenas de prejuicios de que
los negros, los mulatos, en fin, los pobres, nada valen, deben ser tratados
con violencia y dureza; los salarios de hambre son entendidos como
manifestación de generosidad, y no un deber de justicia, pues los negros,
según ellos, deben simplemente trabajar para los otros, como siempre
trabajaron. Aún hoy, son los últimos en ser admitidos en algún empleo y los
primeros en ser dimitidos.
La esclavitud deshumanizó mucho más a los negros. Bajo esa violencia,
internalizaron dentro de sí al opresor; para sobrevivir tuvieron que asumir
la religión, las costumbres, la lengua de sus opresores; tuvieron que
desarrollar la estrategia del disimulo, para nunca decir no y, al mismo
tiempo, poder conseguir un derecho o un objetivo que de otra forma jamás
alcanzarían; para ascender en la sociedad dominada por los blancos, muchos
tuvieron que emblanquecer su modo de ser y de pensar; tuvieron que negarse a
sí mismos, como cultura y como etnia; a fuerza de ser inferiorizados y
negados, acabaron perdiendo el auto-estima y las dimensiones de su
extraordinario papel civilizador en la construcción de Brasil.
La conciencia negra, con sus varios movimientos, no nos deja olvidar esa
anti-realidad. Destruye el mito de una democracia racial, de una
benevolencia y endulzamiento en las relaciones sociales brasileñas; ellas
son, en la perspectiva de las víctimas, duras, crueles y sin piedad.
Es mérito de los varios movimientos negros -desde el Frente Negro Brasileño,
de los años 30, del Teatro Experimental del Negro, de los años 40-50 (con
Abadias do Nascimento), y del Movimiento Negro Unificado contra la
Discriminación Racial (con Lelia Gonzáles, Abdias do Nascimento y otros), de
los años 70, de la Unión y Conciencia Negra, de los años 80, y otros-
plantear permanentemente la cuestión negra como una cuestión no resuelta en
la conciencia colectiva brasileña.
Conciencia negra y liberación para un proyecto democrático multiétnico
La segunda misión de la conciencia negra es más constructiva y promisoria:
rescatar la identidad humillada y contribuir a un proyecto de liberación
global, pan-humanista, pluricultural, multiétnico, ecuménico y democrático.
Enfaticemos apenas algunos puntos.
- Rescatar la memoria histórica a partir de la senzala
Tarea urgente y todavía no totalmente realizada constituye el rescate de la
historia del sufrimiento y de las luchas de liberación, hecho a partir de la
perspectiva del senzala y en el espíritu de los quilombos. La mayoría de las
investigaciones sobre la cuestión negra viene escrita por la mano blanca; por
tanto, en la perspectiva de la casa-grande, con una epistemología marcada por
los intereses de los agentes de la dominación y de sus aliados. Además, en
gran parte, es una ciencia arqueológica, en el sentido de interesarse por el
pasado de la esclavitud y no percibir la vigencia del esclavismo tardío que
continúa hasta los días de hoy, en el tipo de relación social de exclusión a
que están sujetos los negros en la sociedad dominante de los blancos. Se
trata también de una ciencia, en gran parte, sin praxis política de
liberación. No se trata solo de saber sobre el negro, sino principalmente de
valorizar el saber del negro, saber acumulado de resistencia, de lucha, de
prácticas organizativas y de sueños presentes en el quilombaje. Importa
devolver al negro el discurso, su capacidad de nombrarse, de elaborar la
conciencia de sí para sí mismo, como momento de una conciencia para el otro,
de rescatar las matrices de su experiencia histórica de sufrimiento y de
libertad.
El rescate de la conciencia histórica significa un momento de lucha de
liberación de los negros, y no apenas una tarea iluminista y académica. Es
un momento de constitución del sujeto de la liberación que se da cuenta de su
inserción inicua en la historia de la barbarie blanca, para extroyectarla de
dentro de sí y elaborar una práctica que la supera y le arranca las
condiciones históricas de su reproducción.
La historia contada por la mano negra no es solo una historia contra el
blanco; es una historia propia, que no se confunde con la historia de sus
opresores y esclavistas, aunque esté ligada dialécticamente a ella.
A partir de esos postulados, se percibe que los primeros luchadores de la
libertad en Brasil no fueron los blancos oprimidos, no fueron los
inconfidentes u otros. Fueron los negros. Desde el inicio de la
introducción de la esclavitud, en 1538, y definitivamente a partir de 1549,
hubo, de forma continua, persistente y nacional, las revueltas, las fugas y
los quilombos (el primero data de 1559, en Pernambuco), éstos, por decenas,
en casi todos los Estados donde fortalecía la esclavitud. El más importante
de ellos se llamó República de los Palmares (1628-1695), ocupando un área de
27 mil kilómetros cuadrados, en lo que hoy es Sergipe, con 20 a 30 mil
habitantes distribuidos en 16 aldeas. La práctica de liberación de los
quilombos, con su ejemplo de dinamismo económico, de relaciones de producción
comunitaria, de armonía social y de expresión religiosa sin casta sacerdotal
y de comunión colectiva con lo sobrenatural, debe ser rescatada como valor de
animación para las luchas de los negros de hoy.
Enseguida, importa reconocer que los negros fueron los que construyeron
prácticamente todo lo que se construyó en este país. Fueron los únicos que
trabajaron de verdad, porque los señores solo comandaban y recogían,
perezosamente, el fruto del trabajo esclavo de los negros. En las guerras,
fueron los que más lucharon. En la Guerra del Paraguay, gran parte de la
clase señorial cobardemente desertó de sus deberes militares. En su lugar,
mandaron a sus esclavos; éstos, en número de cerca de 100 mil, murieron en
los frentes de batalla, y otros millares, de malaria y de desnutrición.
Muchos, al volver, fueron traicioneramente re-esclavizados.
A pesar de eso, ellos, que tanto trabajaron, llevan el defecto de ser
perezosos y poco afectos al trabajo serio.
Los negros tuvieron una gran función civilizadora, dieron contribuciones
preciosas en los hábitos familiares, en la religiosidad, en las costumbres,
en la lengua, en la agricultura, en la medicina, en la culinaria, en la
música, en la visión del mundo, cargada de sentido ecológico y místico, bajo
las condiciones más inhumanas que podemos imaginar.
- Recuperar la cultura negra
No existe una cultura substancialmente definida por sí y en sí. Una cultura,
así como una identidad cultural, se instaura a partir de una relación de
oposición. Es en la diferenciación con otros que un grupo humano se entiende
y se define. El niño elabora su yo a partir de la confrontación con los
padres y otros familiares.
El hombre solo se descubre como tal bajo los ojos de la mujer, y viceversa.
Así, también la conciencia negra emerge cuando se da cuenta de su
sufrimiento, producido por la cultura blanca. Elabora un proyecto de
resistencia, descubre aliados que, aunque diferentes, se unen contra un
opresor común. La negritud, en los años 30, cuando surgió en el Caribe (Aimé
Césaire y León Damas) y en Francia, respectivamente, y en Africa (Léopold
Senghor y su grupo de Manifiesto de Legítima Defensa, en 1932), quería
reafirmar los valores de la cultura negra. Black is beautiful y I, too, am
America, del gran poeta negro norteamericano Lanston Hughes, muestran ese
lado antiracista del movimiento. Quieren reafirmarse como negros y
norteamericanos o brasileños o caribeños. No quieren ser discriminados por
el hecho de ser negros. Quieren ser aceptados como negros, en la positividad
de esa diferencia. Ayudan, con sus valores, a construir la nación.
Esa postura es correcta. Pero la cultura es algo más. En la confrontación
con otros, descubre que ser negro es una forma singular de estar en el mundo.
En verdad, se debería hablar en plural, de las varias culturas negras,
porque abarcan varias naciones, con lenguas, tradiciones, metafísicas y
religiones diferentes. Pero ellas tienen eso en común: no son culturas
occidentales. Trabajan otro tipo de racionalidad, otra relación con el
cuerpo, otras emociones, elaboran diferentemente el imaginario, la
comprensión de la vida, de la muerte y la relación con los ancestros.
Especialmente, dan otra centralidad a la dimensión mística y religiosa del
ser humano. Todas las culturas negras son profundamente religiosas, de una
religiosidad cósmica y holística. Recuperar la cultura significa rescatar la
legitimidad de sus formas de habitar el mundo, de comer, de vestirse, de
bailar, de realizar sexualidad y el amor, y de rezar. Es un esfuerzo para no
dejarse asimilar de forma ingenua por la cultura dominante. Pero permitir un
diálogo fecundo con ella a partir de las matrices propias de la cultura de
los negros.
- Mantener viva la dimensión ético-moral
El rescate de la cultura y de la memoria de los negros no es solo un asunto
de historia, sino de justicia. Importa no olvidar jamás la constatación de
que la cultura occidental blanca y el tipo de lectura que se hace del mensaje
cristiano en ella encarnada siempre se caracterizaron por la utilización
indiscriminada de la violencia en la relación con los otros diferentes. Hubo
siempre una dificultad casi insuperable de acoger la alteralidad racial y las
diversidades religiosas. Estas fueron casi siempre o destruidas o
incorporadas de forma subalterna y dominada. Los negros son las víctimas más
trágicas de esa estrategia hasta los días de hoy.
Por eso, cabe continuamente denunciar ese virus devorador presente en el
paradigma occidental y mantenerlo bajo vigilancia, para que no continúe con
su obra avasalladora. Por otra parte, importa recoger las pocas expresiones
de condena de la esclavitud, como los jesuítas Miguel García (1583) y Gonçalo
Leite (1586), luego castigados con la transferencia a Portugal; las
manifestaciones de solidaridad con los esclavos en la fase tardía de la
esclavitud, como los gestos de Antônio Bento y sus caifases, que ayudaban a
montar quilombos; la importancia de las confradías, como la de Nuestra Señora
de los Remedios; la procesión del esclavo torturado y otras.
Pero, principalmente, se debe martillar en la tecla de la reparación
histórica mediante la reforma agraria, que debería favorecer preferentemente
a negros y mestizos; una política de urbanización de las favelas, donde
habitan las poblaciones negras; una estrategia de educación y salud que los
atendiese, pues son relegados a la desatención; una estrategia de generación
de empleos que se abra principalmente a ellos; el camino de la
profesionalización y de la participación en todos los estratos de la
sociedad. Esa deuda, las naciones otrora esclavistas jamás pagaron a alguien
de los descendientes negros.
Pertenece también a la lucha ético-moral la reivindicación del respeto por el
ethos negro, o sea, por la forma singular como organizan la vida social, con
sus costumbres, su erótica, su sentido de integración del ser humano,
diferente de aquel occidental y blanco; su comprensión del trabajo, la
producción y el descanso y la inserción del factor lúdico-musical y religioso
en todas las esferas de la experiencia humana.
- Reconocer la legitimidad de la experiencia religiosa afro-brasileña
Este punto es de fundamental, pues la religión constituyó el principal
soporte de resistencia y alimento de esperanza para todos los esclavos. La
religión trabaja el sentido de los sentidos; mejor que las ciencias y la
filosofía, devuelve al ser humano el sentimiento de comunión con la totalidad
de los seres, aquello que nos re-liga a todo y confiere a la caminata humana
un rumbo promisorio. Tal vez ninguna experiencia religiosa aproxima tanto
los seres humanos a la divinidad que aquella afro-brasileña. El cristianismo
reconoce la encarnación como hecho kairológico solo a Jesús de Nazaret. En
el candomblé, cada uno puede ser "cavalo"(**), sujeto receptor de la
divinidad en su propio cuerpo. Personas que nada cuentan socialmente,
anónimos y despreciados por la política, oídos por nadie y considerados como
ceros económicos son importantes en el momento en que se encuentran en sus
terrenos o en sus comunidades eclesiales de base. Aquí son escuchados por
nadie más que por el propio Dios. Se sienten dignos de establecer una
relación con el Supremo Valor y recuperan así su humanidad sagrada y tan
vilipendiada.
Las iglesias cristianas tienen hasta hoy una deuda no pagada a los esclavos
latinoamericanos y brasileños. No les anunciaron un Jesucristo libertador.
La catequesis fue entregada a los señores de esclavos.
Los misioneros, hasta hace poco, interpretaron las religiones afro-brasileñas
como magia y posesión demoníaca; por tanto, como algo que está bajo el
dominio de la perversidad. Debían ser, según ellos, combatidas y eliminadas;
movilizaron el Estado y la Policía para perseguirlos y destruirlos, sea el
vudú de Haití, las santerías de Cuba, el sanghô en Trinidad Tobago, el
candomblé y la umbanda en Brasil. Convertirse al cristianismo significaba,
en la perspectiva de los negros, negar Africa y renunciar a las raíces
étnicas; en una palabra, matar el alma de la resistencia y de la liberación.
El sincretismo que hicieron fue una estrategia de resistencia a ese tipo de
exigencia suicida, forma de ocupación de los espacios del sagrado católico o
protestante, para sobrevivir y alimentar su esperanza de liberación. De ahí
la importancia de la temática del Exodo y de la Tierra Prometida, de Jesús
como Siervo sufridor, la búsqueda del Nuevo Israel y de la Nueva Jerusalén,
de la libertad de todos, hermanos y hermanas, que se percibe en las canciones
y en el ideario del sincretismo religioso de matriz negra, particularmente
norteamericana.
En ese sentido, podemos hablar como los teólogos de la black theology: Dios
se hizo negro, o sea, él se identificó con la pasión de los esclavos, así
como se identificó, en la versión del Evangelio de San Mateo (Mt. 25,45), con
los hambrientos, sedientos y desnudos.
- Articular lo étnico con lo social: negro y oprimido
La lucha de los negros no puede restringirse a la valorización de la cultura
como proyecto político y al rescate de la identidad racial. Tal lucha podría
crear guetos, favorecería el neocolonialismo de las clases dominantes,
confinando los negros en sus zonas y reservas. Faltaría un elemento clave
para toda la liberación: la solidaridad con otros oprimidos. En verdad, los
negros no son solo discriminados en razón de la raza y de su anti-historia de
esclavos, sino son también socialmente oprimidos y hasta excluidos. Hay aquí
cuestión de clase social junto con aquella de raza.
No articular raza con clase es caer en una trampa que solo favorece a los que
juegan con la división de los oprimidos. Por eso, importa siempre articular
el estudio de los actores sociales colectivos (negros, en este caso) con el
sistema que los oprime y excluye. En otras palabras, urge siempre mantener
juntas la dimensión subjetivo-colectiva, que significa la búsqueda de la
identidad racial y cultural, con la dimensión objetivo-colectiva, que es la
función social de resistencia, protesta y liberación. Quedar solamente en la
liberación de la opresión económica y política, sin percibir la dimensión
racial y cultural negra, es perder la singularidad de la lucha de los negros;
quedar solamente en la liberación racial y cultural, sin darse cuenta de la
liberación económica y política es quedar a medio camino. El negro puede
ascender en la clase social, en la ciencia y en las artes, pero continúa
siendo discriminado en razón de su raza y de su historia.
Proyecto de una nueva democracia multiétnica, igualitaria, solidaria,
ecológica, pluralista y espiritual
Solamente en una sociedad democrática basada en la participación, en la
búsqueda de niveles cada vez más altos de igualdad societaria, en la
valoración de las diferencias, en el sentido de la solidaridad y en la
acogida de la comunicación intersubjetiva y en el aprecio de lo religioso y
de lo espiritual como dato antropológico de base, se puede esperar una
liberación contra los prejuicios, discriminaciones y exclusiones que sufren
millones de negros en Brasil y en el mundo. Los negros pueden traer una
contribución inestimable a la construcción de una nueva sociedad democrática,
porque, históricamente, para sobrevivir, tuvieron que bambolearse, crear
habilidades y gestos, sincretizarse, resistir para mantener valores
fundamentales y protestar hasta la muerte contra el secuestro de la libertad.
El sufrimiento los hizo maestros de la sobrevivencia y de la vida; la
capacidad de crear nexos por todos los lados, de vincular todo a lo sagrado y
así conferir a la historia un aura promisoria de que siempre hay lugar para
la esperanza contra todas las desesperanzas, actitudes esas imprescindibles
para la construcción no ideológica de una democracia racial y pan-humanista.
La mayoría de los negros no tiene conciencia de que su cultura y sus
religiones los ayudaron a mantener la dignidad mínima; no está informada de
su alto papel civilizador en Brasil. La esclavitud produjo en ellos la
pérdida del auto-estima; por eso, tienden a considerar que su cultura y sus
religiones son marginales por el hecho de que ellos también se descubrieron
socialmente marginados. En verdad, son culturas ricas y religiones de gran
complejidad y profundidad teológica, reveladoras del misterio divino donde
deriva la fuerza de la integración humana.
La democracia será el espacio para la convivencia de todas las etnias, de
todas las lecturas del mundo, de todas las experiencias de lo sagrado y de lo
divino. La república negra de los Palmares trató de realizar ese sueño, pues
en ella no se encontraban solamente negros fugitivos, sino también campesinos
empobrecidos, blancos marginados, mestizos discriminados, cristianos y hasta
frailes franciscanos. Todos compartían un sueño de libertad en la
convivencia de todas esas diferencias.
Hoy no entendemos más la sociedad sin su dimensión ecológica. Pertenece a la
integralidad de la democracia la exigencia de que ella incluya como
ciudadanos con derechos a la existencia y al respeto los elementos cósmicos,
los animales, las aves, las plantas, las aguas, los suelos y las montañas,
compañeros de viaje de los seres humanos. El ser humano vive la relación con
los otros, en la interacción personal; vive la dimensión social con los otros
en instituciones que deben ser justas y participativas, dentro de una
naturaleza respetada e integrada que garantice una buena calidad de vida a
todos y permita una experiencia globalizadora del ser humano con la totalidad
del Universo. La democracia debe ser sociocósmica. Solo así el ser humano
reconoce la solidaridad existente entre todos los seres de la creación y su
inserción en la inmensa corriente de vida y en el proceso evolutivo que llegó
hasta él y que prosigue abierto hacia adelante. La cultura negra expresó
maravillosamente esa dimensión cósmica. Los orixás(***) se manifiestan en
las fuerzas de la naturaleza y la propia naturaleza es vivida en su
interioridad espiritual, cargada de energías y de mensajes.
Hay, hacia adelante, un largo camino para construir tales relaciones. Ellas
deberán ser conquistadas por el grupo negro con la solidaridad de otros
oprimidos y de tantos otros aliados. Solo así sus derechos serán
garantizados y preservados, de hecho, y tendrán condiciones de contribuir con
su inmenso acervo de sufrimiento a un país donde sea menos difícil la
solidaridad y la amistad, para no decir el amor.
Esa colaboración de las poblaciones negras gana dimensión mundial. La
mundialización a la que estamos asistiendo solo será un crecimiento en la
etapa de la hominización y de la humanización de las relaciones entre los
diferentes si tiene como palanca los valores a que nos referimos arriba.
Caso contrario, estaremos todos en las redes de una nueva colonización
mundial, a partir de una fuerza imperial que impone a todos su singularidad
como expresión de una falsa universalidad.
Notas:
(*) Senzala: conjunto de casas destinadas a los esclavos en una hacienda o
casa señorial
(**) "cavalo": individuo que recibe la capucha de paja que representa el dios
de las dolencias.
(***) orixás: divinidad africana de las religiones afro-brasileñas
*Leonardo Boff, uno de los principales exponentes de la Teología de la
Liberación, es profesor emérito de la Universidad del Estado de Río de
Janeiro.
https://www.alainet.org/es/articulo/105094?language=en
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