¿Estamos en guerra?
13/02/2001
- Opinión
La desmesura de la respuesta gubernamental a la protesta indígena de estos
días hace que cualquier calificativo luzca limitado, incompleto. ¿Cómo
nombrar las acciones en contra de miles de niñas, niños, mujeres y hombres
refugiados en la Universidad Politécnica Salesiana, en Quito, que fueron
sometidos a un implacable cerco policial, al bombardeo con gases, a la
suspensión de servicios básicos, al bloqueo alimentario?
Pero más allá de la indignación, quizá debamos convenir en que estos hechos
no hacen más que revelar la naturaleza del momento económico, de la crisis
que asfixia al país. Si se ha encarado la situación con medidas y términos
de guerra, será porque en efecto estamos ante una guerra económica. No es
desde luego una guerra entre pares, entre contendores en similitud de
condiciones. Es una cruzada de los poderosos por el despojo total, por la
apropiación de todo cuanto puede ser explotado para incrementar fortunas
grupales o personales, no en una lógica de producción sostenible, sino de
agotamiento de recursos.
Sólo en este contexto se explica la magnitud del empobrecimiento de los
últimos dos años, período en que se han producido unos 2.000 nuevos pobres
por día. Iguales proporciones de guerra ha tomado el éxodo poblacional, que
tiene cada vez más rostro femenino (67%). Así también, y como contraparte,
adquieren sentido los absurdos extremos de concentración, ostentación y
prepotencia.
El bloqueo alimentario impuesto a la gente refugiada en la UPS simboliza o
resume el carácter violento que ha alcanzado este proceso de polarización
económica. De llevar esta lógica militar hacia los casos de saqueo y
corrupción que han asolado el país en los últimos tiempos, ¿qué clase de
bloqueo habría que aplicar a sus autores?
En esta guerra se ha proclamado que lo concerniente a la economía es
innegociable, negando así todo derecho en este campo a la mayoría de la
población. Estamos en el extremo de las definiciones de quiénes son actores
económicos, de quiénes hacen economía y pueden opinar sobre ella. En esta
sui-géneris concepción se deja fuera a la mayoría de quienes trabajan y
producen bienes y servicios. Desde luego quedan fuera las mujeres, más aún
las mujeres indígenas, aunque se trate de las personas que realizan las
jornadas más largas de trabajo, especialmente en actividades agropecuarias a
las que se dedican 8 de cada 10 de ellas, en labores de hasta 10 horas
diarias que llegan a 16 al sumarse las actividades domésticas.
Actoras con voz propia
En los últimos días las mujeres han sido una vez más protagonistas. No como
se insiste en nombrarlas: las mujeres de, las acompañantes de, las
"utilizadas" para junto con los niños hacer escudos humanos, sino como
actoras con voz propia, con presencia propia, con una larga historia de
trabajo intenso y no retribuido. Las indias, en nuevo ejemplo de fortaleza
y dignidad, llegaron a Quito y estuvieron en los caminos del país para
expresar que la sobrevivencia y la pobreza son problemas económicos
prioritarios, que las políticas económicas las afectan directamente y que
tienen algo que decir al respecto.
El gobierno -y éste no es una excepción- en el mejor de los casos alcanzó a
verlas como merecedoras de cocinas de kérex -sin reparar siquiera en las
reiteradas alertas técnicas sobre peligrosidad y contaminación-. No las vió
como productoras, como agentes económicas ubicadas en el área estratégica de
producción de alimentos para consumo interno. No ve que las desventajas
acumuladas sitúan a las mujeres indígenas, paradójicamente, en el grupo con
menos acceso a recursos productivos como son la propiedad de la tierra y el
crédito, con menores ingresos.
Una artificiosa división entre lo económico y social abona a estas
exclusiones e injusticias. La economía se afirma como el territorio
exclusivo de grandes empresarios, corporaciones, multilaterales y gobierno,
en tanto que temas de propiedad, ingresos, acceso a recursos, trabajo,
siendo estrictamente económicos, han sido sistemáticamente derivados al
campo de lo social, convertidos en "problemas" sociales, que se atienden con
recursos marginales, con una recurrente visión de dádiva o beneficencia,
retroalimentada a través de gestos oficiales. Recordemos, por ejemplo, cómo
se convirtió en evento destacado en el 2000 un viaje de la presidenta del
Instituto Nacional del Niño y la Familia (INNFA) a los Estados Unidos para
recabar donativos que totalizaron la suma de 32 mil dólares!
Dos décadas de reiterada y equívoca aplicación de políticas de ajuste están
en el corazón del empobrecimiento y la crisis que llegan ya a amenazar la
viabilidad del país. Estas políticas, teñidas de corrupción y saqueo, han
implicado también la presencia de un Estado máximo para los ricos y mínimo
para los pobres (según acertada definición de varios participantes en el
Foro Social Mundial, realizado en Porto Alegre hace unos días).
Lo que reclaman mujeres y hombres indígenas, reflejando una posición sin
duda mayoritaria, es un cambio sustancial de esas políticas, el fin de la
guerra económica. Esto no se dará con imposibles compensaciones sociales, o
con medidas focalizadas, sino adoptando al fin una perspectiva de justicia y
derechos económicos para todas y todos.
* Mujeres Transformando la Economía, núcleo Ecuador.
https://www.alainet.org/es/articulo/105062?language=es
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