Instituciones financieras en el banquillo

09/10/2000
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Praga, la capital de la República Checa, fue la sede de la 55 reunión anual de gobernadores del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM). Estaba previsto que el evento se extienda del 19 al 28 de septiembre, pero terminó un día antes en vista de la magnitud de las protestas contra la globalización económica que regentan estos organismos, cuyos máximos representantes, mal que bien, tuvieron que reconocer que ha llegado la hora de reformar ambos entes financieros y priorizar el combate a la pobreza. "El FMI debe ser una institución abierta, que de manera permanente aprenda del diálogo y sepa adaptarse continuamente a las cambiantes circunstancias", sostuvo el director gerente del FMI, Horst Köler. Mientras el presidente del BM, James D. Wolfensohn, por su parte, señaló: "nuestro principal objetivo es elevar la calidad de vida y reducir la pobreza a través de un crecimiento sostenido y equitativo... [por lo que] estamos cambiando la institución para hacerla más efectiva, transparente y sujeta a la rendición de cuentas". Pero, resaltaron los dos, todo ello en el marco de la globalización. El que los representantes máximos de los dos organismos financieros internacionales se hayan hecho eco en sus discursos centrales de cuestionamientos de quienes precisamente en esos momentos eran fuertemente reprimidos por la Policía checa, sin duda mucho tiene que ver con la necesidad de "salvar la cara" ante las manifestaciones de descontento social que, cada vez con mayor fuerza, se han venido registrando en los últimos encuentros de quienes dirigen las finanzas mundiales, pero también con las crecientes dudas sobre la viabilidad de sus políticas, incluso dentro de sus propios rangos. Por más de dos décadas, los poderes mundiales se han ocupado de promocionar, de manera amplia y profusa, la ilusión de una globalización benigna que estaba llamada a redimir los males que padece la humanidad, para lo cual los gobiernos y ciudadanos debían pagar el precio de subordinarse a las reglas del libre mercado. Si bien no se correspondía con los hechos, parecía dotada de un efecto mágico inquebrantable. Las voces críticas o eran satanizadas o condenadas a prácticamente predicar en el desierto ante el infranqueable muro que entorna al mundo mediático. En 1998, no obstante, se abrió una brecha: una acción convergente de denuncia pública impulsada por coaliciones y redes sociales logró bloquear el Acuerdo Multilateral de Inversiones (AMI) que se estaba cocinando bajo el mayor secreto en la Organización de Cooperación y de Desarrollo Económicos (OCDE). Un año después, a fines de noviembre, unas 50 mil personas llegadas de diversos países del mundo se manifestaron en las calles de Seattle, EE.UU., y lograron que colapse la reunión ministerial de la Organización Mundial del Comercio. Sonó el "timbrazo", como diría Bill Clinton. A fines de enero del presente año la protesta se hizo escuchar en Davos, Suiza, contra el Foro Económico Mundial; luego fue en Washington contra la reunión de primavera del FMI y el BM; después, en julio, en Okinawa contra la Cumbre del Grupo de los Siete (G-7); y, en septiembre, llegó a Praga. Ante la evidencia de que se ha llegado a un punto en el que las reuniones de los organismos internacionales precisan de una protección de seguridad cada vez más extremas para contrarrestar el rechazo ciudadano, el Presidente del Banco Mundial ya se anticipó a señalar que: "el tamaño y la periodicidad de estas reuniones necesitan una revisión". Si bien hasta ahora lo que se ha producido es sobre todo una yuxtaposición de organizaciones, movimientos, entidades y personas con posiciones incluso contradictorias, no es menos cierto que en este caminar se ha venido configurando un espacio donde se afirma la convicción de que "otro mundo es posible" frente a la dictadura del mercado, cuyos contornos van en aumento y sus críticas adquieren mayor resonancia, cuanto más que muchas de ellas están siendo corroboradas en instancias políticas e incluso en el seno mismo de tales organismos. Misión no cumplida En noviembre de 1998, el Congreso estadounidense conformó una comisión bipartita, presidida por Allan Meltzer, con el mandato de analizar al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial y formular las recomendaciones del caso, cuyo informe fue sancionado favorablemente en el seno de la comisión en marzo pasado. Entre otros puntos, el informe propone una profunda reorganización de las dos instituciones financieras que incluya una transferencia de muchas de sus atribuciones actuales a organismos regionales de desarrollo. Además recomienda la anulación sin condicionamiento alguno de la deuda de los países pobres más endeudados, luego de constatar que el BM ha fracasado en su misión de reducir la pobreza en el mundo. A una similar constatación llegó el profesor Ravi Kanbur tras sus indagaciones sobre la situación de la pobreza en el Globo que le encomendó el propio Banco Mundial. El estudio fue presentado formalmente a inicios de septiembre como "Informe sobre el Desarrollo Mundial 2000/2001: Lucha contra la pobreza", pero con modificaciones y censura de los acápites más críticos de la versión original. Kabur fue objeto de presiones, particularmente estadounidenses, para que modifique su reporte, pero se resistió y, posteriormente, presentó su renuncia al BM. Las secciones objeto de censura se refieren a la constatación de que el crecimiento no se ha traducido en la disminución de la pobreza y de las inequidades sociales y que las políticas de redistribución de la riqueza han jugado un rol vital en el incremento de ellas. Como también, a los cuestionamientos a las reformas del libre mercado -pilares de las políticas del FMI y el BM- por los perjuicios causados a los pobres en muchos países. Y además, a la responsabilidad de la rápida apertura de los mercados financieros en la crisis registrada en Asia hace tres años, y a las recomendaciones para que los países establezcan controles para frenar los flujos del capital especulativo. El "insider" En su edición correspondiente al pasado mes de abril, The New Republic incluyó un artículo de Joseph Stiglitz ("Lo que aprendí de la crisis económica mundial"), quien hasta noviembre del 99 se desempeñó como Jefe de Economistas y Vice-presidente del BM, en el cual da cuenta de la errada intervención del FMI ante "la más grave crisis económica global de la mitad de la centuria", que tuvo como epicentros al Este de Asia y Rusia para luego migrar a Brasil. "A principios de los 90 -anota-, los países del Este de Asia habían liberado sus mercados financieros y de capital, no porque ellos lo necesitaban para atraer más fondos, sino a causa de las presiones internacionales, incluyendo algunas del Departamento del Tesoro de EE.UU. Estos cambios provocaron el flujo de capitales de corto término; ésto es, el tipo de capital que busca el alto retorno al próximo día, semana o mes, en oposición de las inversiones de largo plazo en campos como la industria". En Thailandia, país donde se inició la crisis, acota, este capital de corto plazo ayudó a inflar una insostenible burbuja especulativa que explotó. La crisis se expandió a la región, sostiene Stiglitz, por la ceguera del FMI que pretende aplicar "la misma medicina a cada nación que se presenta a sus puertas". Y que en las circunstancias no se percató de que "el problema no se produjo por gobiernos imprudentes, sino por la imprudencia del sector privado -banqueros y prestamistas- que había apostado a la burbuja especulativa". "Oficialmente, por supuesto, el FMI no 'impone' nada. El 'negocia' las condiciones para recibir ayuda. Pero todo el poder en las negociaciones están de un lado, el del FMI, y es muy raro que el Fondo otorgue tiempo suficiente para construir un amplio consenso o incluso abrir consultas sea con los parlamentos o la sociedad civil", señala. Y continúa: "cuando el FMI decide asistir a un país, envía una 'misión' de economistas. Estos economistas frecuentemente carecen de una vasta experiencia en aquel país; ellos tienen más posibilidad de conocer de primera mano sus hoteles cinco estrellas que los pueblos de ese país". Posteriormente se refiere al caso de Rusia, donde "luego de la caída del Muro de Berlín, emergieron dos escuelas de pensamiento sobre la transición de Rusia a una economía de libre mercado". Una que destacaba la importancia de la infraestructura institucional en la economía de mercado y se inclinaba por una transición gradual. La otra -impulsada por macroeconomistas con una fe absoluta en el mercado que desconocían la historia o los detalles de ese país y creían no necesitarlos- que se inclinaba por una terapia de choque, bajo el supuesto de que ésta funciona en todos los países en transición. Lamentablemente para Rusia, dice Stiglitz, se impuso la segunda, con el respaldo del FMI y el Departamento del Tesoro de los EE.UU., lo cual "permitió a un pequeño grupo de oligarcas obtener el control total de los activos del país... cuando al gobierno le empezó a faltar dinero para el pago de las jubilaciones, los oligarcas estaban transfiriendo a cuentas bancarias de Chipre y Suiza el dinero obtenido con el pillaje de los activos y la venta de los recursos naturales del país. EE.UU. estuvo implicado en estos espantosos mecanismos". Y tanto este país como el FMI continuaron insistiendo que el empobrecimiento de Rusia se daba "no por exceso de terapias sino por la falta de choques". No obstante, añade, "en el curso de los 90 la economía rusa continuó en proceso de implosión. Mientras a fines del período soviético solo el 2% de la población vivía en la pobreza, con la 'reforma' ésta subió al 50%, con más de la mitad de niños viviendo bajo la línea de pobreza... Hoy, la nación está corroída por enormes desigualdades y la mayor parte de los rusos, resentidos con la experiencia, han perdido la confianza en el libre mercado". Para Stiglitz, los malos modelos económicos utilizados por el FMI en realidad no son sino un síntoma del problema real: el secreto. De ahí su conclusión final: "si las personas en quienes depositamos nuestra confianza para conducir una economía global -en el seno del FMI y del Tesoro estadounidense- no inician un diálogo y toman las críticas en serio, las cosas continuarán de mal en peor".
https://www.alainet.org/es/articulo/104890
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