Acción social, movimientos sociales, lucha popular
28/08/2000
- Opinión
Aunque la expresión 'acción social' tiene historia en el discurso
sociológico, aquí la empleamos en su sentido amplio de esfuerzo por cambiar
las instituciones económico/sociales y político/culturales. La clave de
esta descripción reside en la noción de incidencia. Una acción es social
por su incidencia, o sea porque llega, toca o cae sobre una situación,
institución o lógica social (estructura) y contribuye a su transformación.
Un acto de un individuo, por ejemplo una huelga de hambre, puede constituir
una acción social si contribuye a detener o transformar el curso de otras
iniciativas sociales gestadas desde posiciones de poder, como el trámite de
una ley, el reclutamiento obligatorio o el incumplimiento de una promesa
electoral. Una acción social tiene carácter popular cuando su incidencia
busca una transformación liberadora.
Además de su relación central con la noción de 'incidencia', la acción
social supone algún tipo, mínimo o avanzado, de organización. La
organización es necesaria para alcanzar la incidencia buscada, pero también
para maximizar (obtener el mayor provecho) el empleo de recursos y, sobre
todo, cuando se trata de una acción popular, para asegurar la coherencia
entre medios y fines. La organización de la acción social puede tener como
protagonista a un solo individuo, como en el caso de la huelga de hambre o
de una objeción de conciencia, pero su incidencia depende del concurso de
otros actores. Si la huelga de hambre es silenciada por los medios masivos
e ignorada en los círculos políticos o no es potenciada por las acciones de
otros sectores (marchas, bloqueos, paros, agitación, etc.), no pasará de ser
un esfuerzo individual. La organización puede derivarse, por tanto, del
protagonista de la acción o de la acción complementaria de otros actores
directa o indirectamente interesados en la transformación de una situación,
institución o lógica social.
Acción liberadora
La acción social popular es liberadora porque se orienta contra una lógica
de dominación, no sólo contra una situación que se estima negativa o
impropia. En esta transición entre siglos, por ejemplo, se han reavivado
acciones en muchos países latinoamericanos contra el pago de la deuda
externa. Esta demanda no se limita a denunciar el carácter materialmente
impagable de la deuda (con sus intereses) y la exacerbación de las
injusticias sociales y dependencia que su obligación de pago implica, sino
que procura tanto la anulación, o al menos una moratoria, de la deuda como
la transformación de las condiciones estructurales del intercambio
internacional que llevan a las sociedades/economías latinoamericanas y
caribeñas a endeudarse. De lo que se trata es no sólo de sacarse la deuda
de encima (porque, literalmente, mata), sino de quebrar la lógica que
produce las situaciones de endeudamiento impagable y, con ello, el
sometimiento de los deudores a los acreedores.
Luego, ante el endeudamiento externo una acción social puede orientarse a
demandar la anulación total o parcial de la deuda (o su moratoria) sin tocar
las lógicas económicas y políticas que han conducido a la situación que se
denuncia. La acción podría tener éxito y la deuda ser condonada, pero las
estructuras que conducen al endeudamiento no serían alteradas y la situación
de deuda y subordinación volvería, después de un tiempo, a producirse. Hace
poco, precisamente, se reunieron en Washington (asediados por protestas
multitudinarias contra la globalización globalista y neoliberal en curso)
los dirigentes del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial para
acordar un 'alivio' de la deuda en algunos de los países más pobres. Este
alivio consiste básicamente en someterlos con mayor disciplina, a cambio de
'ayuda' financiera, a la globalización globalitaria y, especialmente, en
exigirles el cumplimiento de la 'receta' (ajuste estructural) del FMI:
control de la inflación, aumento de las reservas internacionales (derivadas
de una mayor exportación y orientadas hacia el pago (imposible) de la deuda)
y apertura a la inversión extranjera directa. Esto quiere decir que se
'remedia' el endeudamiento de esos países acentuando la estructura
internacional de dependencia que gestó inicialmente el problema. La ini-
ciativa del FMI y del Banco Mundial constituye un tipo de acción social,
pero no exactamente popular y liberadora.
Una acción social popular contra la deuda se orientaría no sólo para exigir
su anulación, sino para transformar las estructuras económicas (1) que
hicieron posible esa deuda y las estructuras e instituciones políticas (2)
que potencian y sancionan su reproducción. Una acción social popular es,
por ello, inevitablemente política.
Autoconstitución de identidad
La acción social popular contra el pago (imposible) de la deuda no puede
limitarse a ser únicamente un evento o suceso. Contiene, porque intenta
alterar estructuras y lógicas de dominio, la tendencia a transformarse en
una movilización social. Un Movimiento Social contra el Pago (imposible) de
la Deuda se expresa mediante acciones sociales con incidencia (agitación,
propaganda, jornadas de reflexión, marchas, bloqueos, etc.), pero no se
agota en ellas. Un movimiento social es más que sus acciones sociales,
aunque su incidencia se derive de ellas. ?Qué es 'lo más' que contiene un
movimiento social respecto de sus acciones? Lo más obvio es su continuidad,
es decir su permanencia relativa. Esto quiere decir que la movilización
social propia de un movimiento busca no sólo incidir con sus acciones, sino
convocar y acumular fuerzas de modo de poseer cada vez una mayor capacidad
de incidencia. Cuando se trata de 'convocar' y 'acumular' es preciso
alcanzar un discernimiento respecto de a quiénes (y con qué y en qué
circunstancias) es posible convocar y a quienes no es posible ni convocar ni
sumar. Un movimiento social debe identificar, por consiguiente, con la
mayor precisión posible, qué estructuras y lógicas de dominación golpea, qué
situaciones las representan y qué sectores las personifican en una sociedad
caracterizada por el conflicto de intereses y posiciones. Para llevar a
cabo estas identificaciones, un movimiento social debe aprender a pensar su
realidad social y asumir que esta realidad contiene su propia movilización
(sus acciones) como uno de sus factores de cambio.
Un movimiento social popular es impensable sin reflexión propia. Esta
reflexión le significa desafíos organizacionales. Debe no sólo realizar
acciones (moverse) con incidencia, sino que estas acciones deben permitirle
acumular fuerzas al mismo tiempo que golpean situaciones (corto plazo) y
estructuras y lógicas sociales (alcance estratégico). En ese despliegue
complejo el movimiento debe ir ganando (o construyendo) su identidad social.
Los movimientos sociales populares deben ir autoconstituyendo su identidad
en su movilización de lucha porque parte de ésta consiste en rechazar
radicalmente la identificación que el sistema les ha asignado. En el
ejemplo anterior, el sistema económico/político determina a la gente como
deudora eterna, es decir, por culpable sometida eternamente a la presión
usurera internacional y nacional. La gente que se mueve contra el pago de
la deuda lucha, entonces, para ser, económica, política y culturalmente,
seres humanos libres y ciudadanos autónomos (responsables y participativos).
Como se advierte, un Movimiento contra el Pago (imposible) de la Deuda no
se agota en acciones contra ese pago.
Enfatizando el punto de la autoconstitución de identidad, propio de los
movimientos sociales populares, es posible ilustrar esta exigencia con otras
movilizaciones en curso:
- las luchas (acciones) de mujeres con teoría de género (feminismo de la
diferencia) rechazan la identificación que les procuran las lógicas de
dominio masculino y patriarcal y buscan constituir y apropiarse de una
identidad de género (proceso) que van obteniendo con su resistencia y lucha;
- las luchas de los pueblos originarios de América por autonomía,
territorialidad, reconocimiento y acompañamiento social y humano, rechazan
la identificación etnocéntrica y racista que les entrega el sistema y
también su legalización bajo la forma de una 'ciudadanía igual' que
invisibiliza las dominaciones y discriminaciones de que son objeto;
- las luchas de los pequeños campesinos rechazan la identificación con que
el mercado de las grandes corporaciones tecnocráticas los segrega y disuelve
como ?productores ineficientes? e ?irracionales? en el mismo proceso que
reivindican la producción campesina como un procedimiento culturalmente
(humanamente) eficiente y ambientalmente sostenible;
- las resistencias de los creyentes religiosos antiidolátricos rechazan la
identificación que les proporcionan tanto el sistema social (la expresión de
fe como una experiencia 'privada') como sus instituciones eclesiales que los
remiten a ser 'laicos' (o sea legos, es decir ignorantes y sin poder) y no
seres humanos con fe religiosa, o sea capaces de convocar, mediante sus
acciones creadoras y libres, la presencia de Dios en las instituciones
sociales y religiosas.
Parte de la fuerza de los movimientos sociales populares reside precisamente
en este proceso de rechazo de la identificación asignada y en su búsqueda y
autoconstitución de identidad mediante la lucha contestataria y
transformadora. En estos despliegues se realiza el sentido (carácter,
alcance) de los movimientos populares.
El Grito de los Excluidos
También en este período, y con antecedentes principalmente brasileños, se
organiza en América Latina el Grito de los Excluidos. La referencia inicial
es a los 'socioeconómicamente más empobrecidos', es decir a quienes la
lógica del mercado capitalista segrega del consumo dejándolos en sus últimos
circuitos (el mercado de los harapos desechados, de la búsqueda del sustento
en los basureros, de la mendicidad e informalidad miserables, de la paupe-
rización rural, etc.). El Grito... puede ser entendido como un suceso que
hace presente la existencia de gente condenada a la miseria, que denuncia la
injusticia inherente a esa existencia y que reclama el final de la
exclusión. Si es así, la campaña del Grito... conduce a determinadas
acciones sociales determinadas por una incidencia puntual y no estructural.
Pero el Grito de los Excluidos puede ser asumido, también, como una
movilización social popular contra las estructuras de exclusión, lucha que
incorpora, asimismo, las situaciones de objetivación e inferiorización
socioeconómica pero las articula con otras formas de exclusión. Aquí, la
movilización se hace para crear las condiciones en que todos, cualesquiera
sea su posición social (anciano, niño, mujer, indígena, obrero, empresario,
profesionista, campesino, etc.), tengan la capacidad y necesidad de
expresarse como sujetos. Una movilización de este tipo no puede agotarse en
un suceso o evento porque, entre otras cosas, implica una vigilancia
permanente para resguardar los logros (y empujar por más) que se vayan
obteniendo en las estructuras educativas, de género, socioeconómicas,
políticas, culturales, etc. Por definición, el Grito de los Excluidos
debería tener la forma de una movilización social permanente. Y, aunque el
término esté desgastado y desacreditado, hasta el punto de excitar la burla,
revolucionaria.
Ahora, una movilización social puede contener diversos movimientos populares
(y, ocasionalmente, no populares) y dar pie a muy variadas acciones sociales
que se orientan a incidir en planos distintos, aunque no estancos, de la
realidad: circuitos municipales, estatales, nacionales e internacionales
(geopolíticos), para citar las divisiones administrativas de México, pero
también los planos de la pareja, de la familia, del barrio o de la colonia,
de las iglesias, de los medios masivos, etc. Y el punto en el que cada
acción (o movimiento) busca incidir, puede ser también variado: la exclusión
en la familia, en la relación de pareja, en la iglesia, en los empleos
asalariados e informales, en la política, en la cultura, en la división
social del trabajo, en la administración de la economía libidinal, en la
geopolítica, etc. Como se advierte, existe mucha distancia entre entender
el Grito de los Excluidos o como evento que se materializa en una denuncia
(que puede tomar la forma de un conglomerado festivo) o como una
movilización social que incorpora y articula movimientos sociales con sus
reivindicaciones particulares y específicas en una lucha por transformar
todas las formas de la discriminación y el autoritarismo que gestan las
situaciones de exclusión.
Proceso de conversión
Tal vez convenga aquí recapitular lo avanzado añadiendo algunas notas
nuevas:
a) hemos distinguido entre acción social, movimiento social y movilización
social; la última puede contener diversos movimientos (de mujeres, de
pueblos originarios, de homosexuales, de jóvenes, de creyentes religiosos
antiidolátricos, etc.) y dar pie a muchas y diversas acciones sociales. La
existencia posible de varios movimientos sociales y de muchas acciones
eventuales, privilegia aquí la noción de 'articulación'. Una movilización
social, como la del Grito de los Excluidos o por el No pago de la Deuda, es
articulada, no unificada. Pretender la unidad de una movilización social
implica hacerle perder la fuerza y constancia de su pluralismo específico al
mismo tiempo que se ofrece la oportunidad para hegemonías, liderazgos y
coordinaciones (burocráticas) sin base efectiva. En el otro polo,
participar en una movilización social sin articulación, reduce y debilita el
movimiento a acciones aisladas (destruyendo la noción de proceso), con
incidencia puntual o efímera. La articulación propia de una movilización
social exige un vigoroso esfuerzo organizativo;
b) hemos caracterizado la acción popular (y, con ello, el movimiento y
movilización populares) por su sentido liberador; esto significa que las
acciones populares se orientan contra diversas estructuras, lógicas y
situaciones de imperio o dominación y buscan configurar situaciones animadas
por lógicas en las que el sujeto humano sea posible. Ahora, una acción que
se desea liberadora puede fracasar: quienes se oponen a ella pueden ser más
y estar mejor armados; o, realizada con éxito la acción, se encuentra con
que no conduce a las situaciones de liberación esperadas porque ella
conlleva efectos no deseados que fortalecen nuevas (y a veces peores)
dominaciones que tienden anular la meta pretendida (3). Lo que distingue a
una acción popular, entonces, no es su éxito inmediato. No existe una
marcha o sentido progresivo de la historia que asegure que las luchas
populares triunfarán finalmente porque son liberadoras y humanizantes. Por
ello, el éxito inmediato de una lucha popular (acción, movimiento o
movilización) no está dado por el logro efectivo de la meta, sino por los
rasgos del proceso (testimonio) de lucha. Esto quiere decir que el
testimonio de lucha, el despliegue del combate mismo, debe permitir la
constitución de autonomía y autoestima entre quienes combaten, autonomía
(libertad) y autoestima (disfrute, goce, identidad) que se expresan al
interior de una cultura del acompañamiento y reconocimiento social y humano
gestada por la participación efectiva de todos los que luchan. No se
malentienda: no se trata de no desear el logro de la meta y de no hacer el
mayor esfuerzo para alcanzarla. Pero el triunfo se nutre más del testimonio
socio/humano de lucha que de la mera victoria. Todo triunfo popular avisa,
por su testimonio, por su coherencia entre lo que se desea, se dice y se
hace, una nueva cultura, un nuevo sentido para lo humano.
Sintetizando el ultimo párrafo: una acción social popular tiene carácter
liberador en un doble sentido: porque golpea y transforma lógicas e
instituciones que generan y reproducen sometimiento, y porque se configura
mediante un proceso (organización, testimonio) de conversión hacia la
producción de autonomía (libertad) y autoestima (goce, identidad) propios
del sujeto humano. Este esfuerzo de conversión es decisivo para conformar
una acción, movimiento o movilización populares.
Leer las raíces
Conviene, quizás, dedicar todavía un espacio a los movimientos sociales.
?Qué decíamos es 'lo más' que poseen los movimientos sociales populares
respecto de la acción social? Lo más obvio, contestábamos, es la
continuidad. La continuidad se expresa como memoria de lucha, como
acumulación y como autoproducción de identidad. La memoria de lucha es una
forma de lectura de las raíces (lugares sociales) que posee todo movimiento
social. Las raíces son los lugares sociales estructurales forjados por la
dominación y desde los que se gesta, como irritación, protesta y
resistencia, el movimiento contestatario. Para el obrero urbano su raíz
social se configura mediante el conflicto objetivo y subjetivo de clases.
?Qué es lo que le impide, en cuanto obrero, ser sujeto, o sea autónomo y
libre y darse autoestima (gratificarse) en el proceso de trabajo? Para la
mujer, en cuanto mujer, es la discriminación de género, masculina y
patriarcal, cuya matriz es la economía libidinal (administración social del
goce). La pregunta es siempre la misma: ?qué es lo que le impide, qué
relacionalidad la bloquea para ser persona autónoma, completa, en cuanto
mujer? Los jóvenes encuentran su raíz social en la dominación
adultocéntrica, expresión también de la administración libidinal. Los
creyentes religiosos en el Dios de la Vida tienen su raíz social en las
lógicas y estructuras idolátricas (sociales y eclesiales) mediante las
cuales se fetichiza, somete, ensimisma y ritualiza su experiencia de fe.
Los pueblos originarios de América encuentran sus raíces en la
discriminación socio/cultural y racial etnocéntrica, en la división social
del trabajo y en las formas jurídicas de la dominación que los relegan a ser
rurales empobrecidos, despreciadas singularidades urbanas y, en el mejor de
los casos, ciudadanos de segunda o tercera clase. No intentamos abarcar
aquí todas las raíces sociales populares.
'Leer las raíces' significa dar contenido a una memoria de lucha. La raíz
no es un dato, sino una lectura hecha desde las necesidades del combate.
Las raíces cambian de sentido de acuerdo al despliegue (desidentificación,
autoproducción de identidad) del movimiento social. Puesto que las raíces
sociales populares son plurales, plurales también son los destacamentos o
movimientos populares. De aquí la inconveniencia de tratar de unificarlos.
En este caso, la unión hace la debilidad, porque se pone en peligro la
lectura particular de la raíz social. La articulación, en cambio, hace la
fuerza, porque respeta esa lectura particular y específica que es la memoria
de lucha.
Para un movimiento social, campesino, por ejemplo, la necesidad de la
acumulación de fuerza se sigue de su voluntad de incidir. La capacidad
popular de incidencia no se deriva mecánicamente de un mayor número, sino de
la calidad popular de los convocados y movilizados. Esta calidad es función
de la lectura apropiada de raíces, de la coherencia entre lo que se dice y
se hace, de la capacidad organizativa para hacer que cada quien de su aporte
a las acciones y procesos y del discernimiento y sabiduría respecto de
contra qué estructuras y lógicas y personificaciones se lucha hoy y cuál es
la relación entre el combate del día, el que vendrá mañana, el horizonte
estratégico del movimiento y su utopía. Todo movimiento social popular se
da (construye) una utopía que es la expresión imaginaria de lo que más
desea, aunque no pueda realizarlo. La utopía anima porque es la expresión
imaginaria de las raíces. La organización materializa y maximiza el
rendimiento de ese ánimo (temple) de luchar hasta el fin.
En la literatura sociológica (Weber, Parsons, Touraine), suele asociarse
fuertemente la acción social con la comunidad de valores. Para los
movimientos contestatarios, como son los movimientos populares, los valores
'comunes' son tanto el resultado de descubrimientos (develamientos) sociales
como de logros personales en la pugna por la desidentificación. Los valores
populares son relacionalidades ligadas con procesos de búsqueda
(desencuentro/encuentro) y no pueden ser proclamados independientemente de
las relacionalidades de lucha. Los valores, como proceso, surgen del
combate mismo. Dicho sumariamente: los movimientos sociales populares
constituyen su propio espacio epistémico (de producción de conocimiento
útil), moral (de comportamiento legítimo) y estético (de construcción y
apropiación de belleza). Es en este sentido que se autoproducen
responsables (autónomos, libres) y signos de una nueva cultura (nueva manera
de producir humanidad).
Notas:
1) Habría que reconfigurar, por lo menos, el intercambio internacional
desigual que castiga a las economías exportadoras de materias primas y
productos agrícolas, liquidar el mito del 'comercio libre' que incluye la
desregulación para las economías de la periferia y el proteccionismo para
las economías centrales, recaracterizar y regular la 'inversión' extranjera
directa en las economías de la periferia, reglamentar las transferencias de
capital/dinero desde estas últimas a los centros por concepto de ganancias e
intereses y suprimir el control monopólico y oligopólico de la tecnología,
del acceso a la prospección y explotación de recursos, y de la
administración y mercadeos internacionales. En síntesis, habría que
configurar un nuevo orden económico internacional en donde el crédito no
pueda ser políticamente transformado en una relación de sometimiento.
2) Básicamente se debería recaracterizar la geopolítica entendida hasta hoy
como la capacidad de los Estados/economías poderosos para imponer
condiciones a los Estados/economías débiles y refuncionalizar, en el mismo
sentido, los organismos internacionales (Naciones Unidas, FMI, BM, BID, OMC)
tornándolos democráticos y transparentes de modo que puedan expresar y
servir efectivamente a las necesidades de la población mundial, incluyendo
en ellas las derivadas de la reproducción del ambiente natural. La
recaracterización de la geopolítica conduciría a un efectivo nuevo orden
político internacional y mundial.
3) Existen suficientes movilizaciones populares fracasadas en América
Latina que deben ser asumidas como momentos en un camino que no
necesariamente conduce a la victoria final. Chile se dio electoralmente un
Gobierno popular en 1970. La experiencia fue brutalmente colapsada en 1973.
El pueblo de Nicaragua se dio un gobierno popular mediante un proceso
revolucionario armado cuya primera fase culminó en 1979. La conspiración
imperial, internacional y local, frustró ese proyecto. Esos y otros
procesos constituirían derrotas absolutas si no fuesen críticamente
incorporadas a la memoria de lucha de los pueblos y a su imaginario de
victoria.
Referencias:
Hinkelammert, F.J.: ??Hay una salida al problema de la deuda externa??, en
El Huracán de la Globalización, DEI, San José de Costa Rica, 1999.
Touraine, Alain: Producción de la Sociedad, Instituto de Investigaciones
Sociales UNAM/Instituto Francés de América Latina, México, 1995.
* Helio Gallardo, chileno, es catedrático de la Universidad de Costa Rica.
Su última publicación es Abisa a los compañeros pronto, Ediciones Perro
Azul, San José, C.R., 2000.
https://www.alainet.org/es/articulo/104849
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