Una estrategia de prevención integral

30/06/1997
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Cuando se habla de SIDA no sólo se habla de enfermedad, causas y consecuencias biológicas. Se habla de las reacciones que se generan a nivel social e individual y que obstaculizan las acciones efectivas para la prevención. El SIDA trae consigo el replanteamiento de dos tabúes sociales, marcados por la censura y vedados por planteamientos morales rígidos: la sexualidad y la muerte, que se mencionan entre líneas, de lo que se habla y no se habla, y a los cuales la mayoría de las personas no se atreven a enfrentar. Con el afán de prevenir la enfermedad, se han diseñado estrategias dirigidas a educar a las personas sobre los alcances del VIH/SIDA y los modos de transmisión y prevención, sin tomar en cuenta las necesidades y los miedos reales del grupo al que se está dirigiendo la intervención. La mayoría de las personas maneja efectivamente la información referente al SIDA, y hasta se ha logrado hablar del preservativo como un medio eficaz para la prevención, sin que ello provoque morbo o burla; sin embargo, en términos generales, los índices de contagio de la enfermedad van en aumento. Esto no significa que el manejo de la información no sea un factor necesario; lo es, pero no suficiente para lograr cambios en las actitudes de las personas hacia la prevención. Visión integral Se necesita un modelo de prevención que contemple de forma integral a las personas, tomando como base sus necesidades, su condición social y sus miedos; que aborde el tema de la sexualidad a partir de las vivencias particulares, desde un encuadre que permita la expresión abierta y reflexiva de las personas. Nos enfrentamos con una sociedad caracterizada por una doble moral y por la institucionalización de pensamientos y orientaciones conservadoras respecto de la sexualidad. Es necesario superar las nociones tradicionales de salud y prevención encaminadas hacia el control y la supervisión, en manos de expertos/as que se han convertido en especialistas del comportamiento social e individual. La salud, desde una perspectiva integral, contempla la reflexión individual sobre las verdaderas necesidades y recursos con que se cuenta y, sobre todo, la responsabilidad personal ante las condiciones de riesgo que cada quien enfrenta. Un programa de salud preventiva supone el desarrollo de una serie de premisas que puedan ser adaptadas a las características socio-culturales específicas de diversos grupos, contempla la participación activa de la comunidad y permite desarrollar estrategias de acuerdo con sus propias posibilidades y percepciones de la realidad. ¿Qué obstaculiza la prevención? 1. La tendencia a la clasificación de grupos por sexo, raza u orientación sexual, propicia la protección de personas pertenecientes a los modelos socialmente aceptados y fomenta la discriminación hacia quienes se considera extraños a ellos. Esto ha derivado en la creación de una serie de estereotipos en torno al SIDA, que lo relacionan con la homosexualidad, la prostitución y la drogadicción, de ahí que un gran sector de la población no se sienta identificado con el riesgo de contagio por VIH. 2. Existen barreras políticas y sociales que interfieren en la aplicación de técnicas que permitan, principalmente a la juventud, apropiarse de su sexualidad y de su cuerpo. Existe la tendencia mojigata a visualizar la sexualidad como un tabú: su conocimiento incentivaría a la juventud a practicarla. 3. Las diferencias de género hacen vulnerables a hombres y mujeres. Mientras que los hombres pasan el test de masculinidad -relaciones múltiples-, bajo una concepción machista que no permite visualizar la necesidad del preservativo para la protección; a las mujeres, se les ha negado el poder de tomar decisiones respecto de su sexualidad. Abrir espacios neutrales, donde se lleven a reflexión los factores que influyen en el ejercicio de una sexualidad segura, permitirá a las personas trabajar en forma más directa en la visualización de su realidad y en la construcción de los elementos de poder requeridos para enfrentar los cambios que se consideren necesarios. Se trata de una revolución interior, en donde se replanteen las verdaderas necesidades, deseos y expectativas. Esta situación, a la larga y paulatinamente, podría redundar en un cambio global de la sociedad. El preservativo, en la práctica sexual con penetración, es el único medio disponible para la prevención. A partir de esta realidad se han diseñado estrategias de intervención que suponen la existencia de una opinión pública masculina formada en el convencimiento de la necesidad del uso del condón. Las posibilidades de realización de esta estrategia de protección dependen, en realidad, de la capacidad de "negociación" de las mujeres. Está muy de moda hablar de la "negociación": se enseña a las mujeres formas de negociar, más bien de convencer al varón para que acceda a usar el preservativo. En términos prácticos una negociación se lleva a cabo cuando dos personas, en igualdad de condiciones, realizan una transacción; cuando existe una condición de subordinación de por medio, no se puede hablar de negociación, sí de ruegos y súplicas. Así no se empodera a nadie, así se reafirma y legitima el papel subordinado de las mujeres. Establecer un programa de acción preventiva que contemple las necesidades reales del grupo al que va dirigido, que suponga flexibilidad de criterios tomando en cuenta las especificidades del grupo en cuestión, sentará las bases para el desarrollo de formas de intervención que generen un impacto real y provoquen la reflexión sobre las condiciones sociales que normatizan y obstaculizan la percepción de las necesidades individuales. * Katia Castellón: Directora del Programa de Educación del Instituto Latinoamericano de Prevención y Educación en Salud - ILPES -, Costa Rica * Este documento es parte de La cara Socio-económica del Sida Serie Aportes para el Debate No. 5.
https://www.alainet.org/es/articulo/104800

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