Espacios públicos, vidas privadas
11/05/1999
- Opinión
La representación de las mujeres tiene que ver con quién es elegido y aun en
los escenarios más optimistas sigue tratándose de una élite política. Esto
no impide que importe, pero para la mayoría de las feministas las cuestiones
de la democracia han tenido un alcance más amplio, que gira en torno a temas
previos sobre qué deberían significar "política" y "político".
La significancia que el feminismo adjudica a las distinciones entre lo
público y lo privado debería estar ya clara, porque la frontera (si la hay)
es impugnada continuamente y la mayoría argumenta que se debería redefinir la
relación. Para decirlo en un tono bastante más dramático, el movimiento de
mujeres ha reivindicado que "lo personal es político". El movimiento de
mujeres ha hecho temas públicos de muchas prácticas proclamadas demasiado
triviales o privadas para la discusión pública: el significado de las
palabras, la violencia doméstica contra las mujeres, la agresión sexual a las
mujeres y niñez, la división sexual del trabajo doméstico y así
sucesivamente.
Cosas que se solían descartar por triviales ya no se pueden contemplar como
la consecuencia azarosa de una opción individual, porque están estructuradas
por relaciones de poder. Cosas que alguna vez se velaron en los secretos de
la existencia privada son y deben ser de interés público. La división sexual
del trabajo y la distribución sexual del poder son parte de la política tanto
como las relaciones entre las clases o las negociaciones entre las naciones,
y lo que sucede en la cocina y en el dormitorio clama por cambios políticos.
La distinción convencional entre lo público y lo privado evoca una imagen de
lo público, como si éste ocupara un lugar específico: las grandiosas cámaras
de la asamblea nacional; las versiones a esta escala del ayuntamiento local.
Y aunque los científicos sociales han jugado ocasionalmente con la idea de
que la política existe allí donde hay conflicto -una noción más tensa, que
podría adaptarse a algunos de los intereses del movimiento de mujeres-, la
mayoría de ellos cae en la circularidad.
La política se trata de decisiones públicas y ocurre en el espacio público.
Se refiere a ministerios y gabinetes, parlamento y consejos; significa
partidos y grupos de presión, funcionarios y tribunales. Bajo la rúbrica de
la opinión pública, el concepto puede estirarse hasta abarcar los medios de
comunicación, la cultura política, las escuelas. Pero la política no es una
cuestión de quien cuida a los niños y quién sale a trabajar, o de quién
dirige la reunión y quién hace el té; éstos son asuntos privados.
En la medida de los cambios que el feminismo ha contribuido a realizar, mi
contraste ya suena forzado, y si vuelvo a erigir algún monumento antiguo es
sólo para derrumbarlo. La desafiante noción de que todo es político también
tiene amplia circulación hoy, tal vez el sustantivo aún se vincula a lugares
definidos, mientras que el adjetivo ?irá a cualquier parte?. Esto es más
extraordinario cuando consideramos el contexto del que proviene "lo personal
es político".
Inicialmente fue una respuesta a los políticos hombres en los movimientos por
los derechos civiles y socialistas/radicales: activistas cuya concepción de
la política era demasiado grande como para admitir la pertinencia de
intereses meramente sexuales.
La frase "liberación de las mujeres" al principio se adoptó con una intención
suavemente satírica. Liberación era la palabra del momento y al aplicarse a
sí mismas un término usualmente reservado para los pueblos heroicos que
luchan contra la agresión imperialista, las mujeres tenían la esperanza de
establecer paralelos que ningún buen militante podía negar.
Y los negaron, entre explosiones de risa y bromas condescendientes, y fue
contra este telón de fondo que las mujeres necesitaban reivindicar sus
intereses como "políticos". Atacando los evasivos horizontes de sus
camaradas de otro tiempo, anunciaban que la liberación de las mujeres de su
opresión es un problema tan válido para la lucha política como cualquiera de
los que los nuevos políticos estuvieran considerando. Los problemas de las
mujeres también son políticos.
Lo "político" que estas mujeres reclamaban no era el mundo de las elecciones,
de los gobiernos o de las teorías del Estado. La política funcionaba como el
signo taquigráfico de todas aquellas estructuras (en el lenguaje de la época
serían instituciones) de explotación y opresión contra las que se ha de
librar una lucha. Al describir lo personal como político, las mujeres
impugnaban a los activistas que se habían burlado de sus intereses
"triviales".
Sí importaba que las mujeres fueran tratadas como objetos sexuales para ser
consumidos por los hombres más poderosos. Sí importaba que las esposas
tuvieran que complacer a sus maridos porque no podían ganar suficiente para
vivir solas. Sí importaba que las organizaciones, cuya retórica iba de una
gran proclamación de la libertad a otra, se negaran a considerar las
desigualdades de las mujeres. Los hombres tenían poder sobre las mujeres y
allí donde había opresión, entraba la política.
Más allá de su temprana historia en le radicalismo de los años sesenta, lo
personal es político acabó asumiendo todo un complejo de significados. En
sus formas más combativas disolvió toda distinción entre lo público y
privado, personal y político, y vino a considerar todos los aspectos de la
existencia social como una expresión indifernciada del poder masculino.
Esta fue la versión más asociada con el feminismo radical, donde el poder
patriarcal acabó contemplándose como la forma primordial de opresión (o
primordial o por lo menos con un estatus igual a la de clase), y se
identificó la hasta entonces esfera privada de la reproducción como la sede
de ese poder.
Política y poder acabaron entonces por significar casi lo mismo. En Sexual
Politics (1970), por ejemplo, Kate Millet definió el poder como la esencia de
la política y el gobierno patriarcal como "la institución mediante la cual la
mitad de la población femenina es controlada por la mitad que es masculina".
Esto refiere a una institución, pero no se trata de una institución
localizada en un lugar particular, se está muy lejos de cualquier institución
convencional de poder.
Para otras feministas, lo anterior era un derrumbe temible de lo público y lo
privado. Desplegaron "lo personal es político" con un efecto más sensato, y
lo utilizaron no para reclamar una identidad, sino una relación entre las
esferas. El punto clave es que no se puede tratar a lo público y lo privado
como dos mundos aparte, como si uno existiera en un ritmo independiente del
otro.
Por lo tanto, una batería de políticas públicas (sobre vivienda, por ejemplo,
seguridad social , educación) hacen entrar a golpes las relaciones en el seno
de la familia y el hogar hasta que adoptan una forma adecuada, y a la
inversa, las relaciones en el lugar de trabajo y en la política están
moldeadas por las desigualdades del poder sexual. Desde esta perspectiva, es
una tontería pensar en lo "personal" como algo fuera de la política, o
concebir la política como inmune a la sexualidad y los intereses "privados".
Y cuando la distinción se emplea para negar la responsabilidad social sobre
lo que sucede detrás de las llamadas puertas privadas, no sólo es una
tontería, sino algo directamente opresivo.
Sobre "lo personal es político" se puede hacer diversas inflexiones y cada
una de ellas tiene implicaciones en el modo de concebir la democracia. Como
mínimo, se incorporan nuevos temas a la agenda política y en muchos casos
esta redefinición de lo que cuenta como intereses públicos ha transformado
para la mujeres las oportunidades de llegar a ser políticamente activas. La
política que alguna vez pareció definida por abstracciones ajenas se
reconfiguró para incluir la textura de la vida cotidiana, ofreciendo lo que
fue para muchas una primera apertura al debate "político".
Cuando el feminismo enfocó hacia la familia y el hogar, indagó los lugares en
los que ocurre la política, extendiendo la demanda de democracia hasta
abarcar muchos más ámbitos. El feminismo traslada la atención a la esfera de
la vida cotidiana y amplía el significado de la democracia para incluir la
desigualdad doméstica, la identidad, el control sobre la sexualidad, el
desafío a la representación cultural, el control de la comunidad sobre la
seguridad social estatal y un acceso más igualitario a los recursos públicos.
Cuando se redefine la política, también se redefine la democracia.
Pero decir que el feminismo cuestiona, transforma y en algunos casos disuelve
la relación entre lo público y lo privado más bien es dar por sentadas muchas
cosas. Al valorar las implicaciones para la teoría y la práctica de la
democracia es necesario considerar cuál es la variante implicada. En su
reciente libro sobre el movimiento de las mujeres en Inglaterra, Sheila
Rowbotham observa que "lo personal es político" hacía su aparición en
virtualmente cada esquina, resultando un tema más penetrante de lo que se
había imaginado.
La gama misma de asociaciones confiere un carácter pesadillesco a la frase,
particularmente si una la compone (como yo opté por hacerlo) para que abarque
el mimo espectro de posibilidades que la compuesta más teóricamente, de que
debemos volver a pensar la relación entre lo público y lo privado.
Anne Philips es politóloga británica. El presente texto es un extracto de
Engendering Democracy, Oxford/97
https://www.alainet.org/es/articulo/104621?language=en
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