Economía global y exclusión social

13/07/1999
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Hay muchas razones para inquietarse sobre el futuro del mercado de trabajo y el crecimiento de la exclusión a inicios del próximo siglo, especialmente en la periferia del capitalismo. El paradigma del empleo está en profundos cambios. Los desajustes causados por la exclusión de parte creciente de la población mundial de los beneficios de la economía global y la progresiva concentración de la renta, se constituyen en el gran problema de las sociedades actuales, sean pobres o ricas. La exclusión social ha aumentado. Ella significa la concretización de la amenaza de una continua marginalización de grupos integrados, hasta hace poco, al patrón de desarrollo. Mientras tanto, la revolución de las tecnologías de información y comunicación eleva las aspiraciones de consumo de gran parte de la población mundial, incluso de los excluidos. El proceso de globalización también reduce progresivamente el poder de los Estados, restringiendo su capacidad de operar sus principales instrumentos discrecionales. Las fronteras nacionales son, en todo momento, transpuestas y encaradas como meros obstáculos a la libre acción de las fuerzas del mercado. Se esta formando un nuevo paradigma del empleo, más flexible, precario y desprovisto de las garantías de estabilidad, asociadas al patrón convencional. El sentimiento de desamparo es reforzado por el hecho de que el Estado -identificado desde la post-guerra como el guardián de las garantías sociales- está pasando por una fuerte reestructuración y rediscutiendo su función. Los impactos del proceso de globalización no son iguales, aún en el ámbito de los países desarrollados. Diferentes patrones de desarrollo o estrategias de ajuste estructural han tenido efectos diferentes en el patrón de exclusión social, ya que una misma tasa de crecimiento económico puede ser objeto de distintas formas de distribución de los beneficios. @STIT = Pobreza y desempleo: referentes de la exclusión En este texto escojo la pobreza -entendida como la incapacidad de satisfacer las necesidades básicas- como elemento referencial de la exclusión social. Y defino la pobreza como la dificultad de acceso real a los bienes y servicios mínimos adecuados a una sobrevivencia digna. Eso incluye necesariamente las necesidades físicas elementales como la nutrición, vestido y salud. Pero debería abarcar, también, tareas sociales más complejas, las funciones no-pagadas que la sociedad tiene derecho a esperar de sus miembros, tales como cuidar a los hijos, discapacitados, participar en movimientos políticos, etc. Desde mi punto de vista, la naturaleza del empleo disponible en la economía global es la clave para entender el problema de la exclusión. De allí la prioridad que doy al análisis de la nueva lógica de las cadenas productivas y de las modificaciones profundas que ella ha provocado en el paradigma del empleo. Las contradicciones El capitalismo actual es alimentado por la fuerza de sus contradicciones. La primera es la que llamo dialéctica de la concentración versus fragmentación. De un lado, la enorme escala de inversiones, necesarias al liderazgo tecnológico de productos y procesos, continuará forzando una concentración que habilitará como lideres de las principales cadenas de producción apenas a un conjunto restringido a algunas centenas de empresas mundiales. Simultáneamente, ese proceso radical en búsqueda de eficiencia y conquista de mercados obliga a la creación de una onda de fragmentación -terciarizaciones, franquicias e informalización- que abre espacio para una gran cantidad de empresas menores, que alimentan la cadena productiva con costos más bajos. La otra contradicción es la dialéctica de la exclusión versus inclusión. A medida que excluye progresivamente puestos formales del mercado de trabajo, el proceso de globalización estimula flexibilización e incorpora la precarización como parte de su lógica. En cuanto selecciona, reduce, califica -y por tanto excluye- en el tope, la nueva lógica de las cadenas incluye en la base a trabajadores con salarios bajos y contratos flexibles, cuando no informales. En la medida que el proceso de la producción global opera ganancias continuas en los productos mundiales, reduciendo su precio y mejorando su calidad, acaba incluyendo nuevos segmentos del mercado a su cadena. Los principales actores que rigen la economía global -las grandes corporaciones- toman sus decisiones buscando maximizar su condición de competencia y buscando la mayor tasa de retorno sobre los recursos de los inversionistas. En ese ambiente, las pequeñas y medianas empresas mantendrán aún un espacio importante. Estarán, sin embargo, básicamente subordinadas a las decisiones estratégicas de las grandes multinacionales, buena parte de ellas integradas a sus cadenas productivas. A partir del final de los años 70, la estrategia de fragmentar la producción -ubicándola internacionalmente de forma a minimizar los costos totales- se volvió frecuente y deslocalizó segmentos de trabajo intensivo hacia la periferia del sistema. Esa industrialización de la periferia acarreó tensiones y contradicciones en cuanto al poder de negociación de los trabajadores, que se debilitó. El nuevo desafío de los sindicatos pasó a ser: cómo aglutinar a trabajadores cada vez más dispersos y precarios, en un contexto en el cual la globalización y la innovación reducen continuamente el poder de negociación de estos. El cambio radical del paradigma del trabajo, volviendo progresivamente más flexible al empleo tradicional y haciendo aumentar la informalidad, ubica a los movimientos sindicales frente a la más dura encrucijada desde la revolución fordista de inicios de siglo. El sindicalismo no desaparecerá sólo si, por evolución natural, sabe transformarse en un nuevo ente adaptado a la informalidad y la exclusión social. Las tendencias El impacto de las nuevas cadenas globales sobre la generación y la calidad de los empleos en la economía contemporánea, continuará siendo uno de los temas más relevantes de inicios del nuevo siglo. Están en juego no solamente los empleos, sino su distribución regional y sus efectos sobre los diferentes países del mundo. La tendencia general será de que los líderes de las cadenas mundiales y sus proveedores globales continúen generando menos empleos directos y formales por dólar adicional invertido. Eso se debe a factores asociados a la automatización y la informatización crecientes de los sistemas de gestión y producción, y a los radicales procesos de reingeniería y down sizing, inevitablemente asociados a la búsqueda de concentración en la punta superior de las cadenas. Lo que pasa en el resto de esas cadenas varía en cada caso y depende de la intensidad del uso de la terciarización y fragmentación. En esta última década el número de personas directamente empleadas por las empresas transnacionales creció más lentamente que los valores nominales de sus inversiones directas. Esa diferencia de tasas ya existía entre 1975-85, pero era pequeña. Ella se alargó bastante en el período que siguió. Factores cíclicos y estructurales parecen ser los responsables de esa situación. Los principales fueron el bajo crecimiento económico y la elección de tecnologías ahorradoras de mano de obra. La cuestión de determinar cómo la nueva lógica de las cadenas productivas afecta la calidad y la cantidad de la oferta global de empleos es extremadamente compleja. Sin embargo, parecen claramente evidenciadas algunas tendencias. En primer lugar, la reducción de la generación de empleos calificados y formales por inversión directa adicional. Segunda, la de la continua flexibilización de la mano de obra en todos los niveles, en el sentido de transformarla, siempre que sea posible, en componente cada vez más variable del costo final de los productos globales. Y, finalmente, la intensificación de la relación entre agentes económicos formales e informales en la medida en que se camina hacia la base de las cadenas productivas, lo que permite incorporar espacios para la utilización del trabajo informal y de bajos salarios. A medida que se profundice la revolución tecnológica de la información y su transmisión a larga distancia, en tiempo real, parece probable que los procesos mencionados deban acentuarse. El modelo global de producción continuará provocando exclusión social. Las grandes corporaciones mundiales, fugaz esperanza de inicios de los años 80, han mantenido clara posición al respecto: su papel es el de mejorar la competitividad para crecer, remunerar a sus accionistas y, subsecuentemente, mantener los empleos posibles; y usar, cuando sea el caso, bajos salarios dentro de la lógica de sus cadenas productivas. Como consecuencia, los gobiernos acaban inevitablemente presionados para garantizar cierta protección social a las crecientes poblaciones carentes, en contradicción con sus recursos fragilizados por la imperativa meta del equilibrio presupuestario. El rol del Estado No se trata, pues, como se llegó a pregonar, de reducir radicalmente el rol del Estado sino de modificarlo profundamente, transformándolo y fortaleciéndolo para nuevos papeles fundamentales. La globalización parece requerir de gobiernos fuertes, activos -aunque no necesariamente grandes- y no de simples espectadores de las fuerzas del mercado. Con la creciente competencia e inseguridad en el trabajo, los trabajadores irán a depender cada vez más de recursos estables para el seguro de desempleo, educación y capacitación. En ausencia de esas políticas y de programas gubernamentales, el soporte político para la globalización podría fragilizarse. Sucede claramente lo que se llama "efecto democracia": aumenta el número de desempleados y pobres, creciendo su base política. Se introduce así una disonancia entre el discurso liberalizante de las élites y la naturaleza de las presiones que reciben. Mientras tanto, la cuestión sobre el futuro papel de los Estados nacionales continúa abierta, así como la creciente disparidad entre las demandas sociales y la imposibilidad del Estado a atenderlas de modo convencional. ¿Cómo resolver ese impase entre las determinantes estructurales del modelo capitalista global, la exclusión que ellas causan y la incapacidad de los Estados para mediarlas adecuadamente? El hecho es que el welfare state fracasó al no lograr transferir los recursos de los grupos más influyentes hacia los más pobres. El modelo de creación de la riqueza de los neoliberales tampoco funcionó. En los países donde esa política fue experimentada, el resultado fue una diferencia mayor entre ricos y pobres. El Estado contemporáneo enfrenta crisis internas de varias naturalezas, entre ellas su propia reforma, la garantía del crecimiento económico y la cuestión del desempleo. Las grandes corporaciones, a pesar de que mantienen sedes nacionales, perdieron parte de su identificación con los países de origen. Al tener el poder de deslocalizar industrias enteras hacia otros lugares -o adoptar un sistema de subcontratación internacional- ellas ganaron un poder de negociación importante a la hora de negociar impuestos y beneficios, leyes ambientales y regímenes de trabajo con los gobiernos sede y con los gobiernos que se disputan su presencia. En el mundo de la globalización, la dinámica del mercado necesita ser combinada con un nuevo tipo de intervención del Estado. El desarrollo requiere un Estado normativo y catalizador, facilitando, impulsando y regulando los negocios privados. Sin un Estado efectivo y eficaz, el desarrollo económico y social sustentables parecen imposibles. Las alternativas Sólo un nuevo y original acuerdo entre los gobiernos y las sociedades civiles permitirá avanzar. Eso presupone, necesariamente, la recuperación de la capacidad de inducción de los Estados nacionales, patrones éticos que fortalezcan su legitimidad y la creación de estructuras eficaces, que tengan condiciones para fiscalizar el cumplimiento de acuerdos y de compromisos asumidos en los procesos de regulación, incentivando y transfiriendo hacia la sociedad civil un fuerte involucramiento con la operación de los sistemas de amparo social. El único camino asegurado para reducir el desempleo, continúa siendo el crecimiento económico. Lo que no es, no obstante, suficiente para garantizar índices crecientes de empleo. En tanto, las décadas de los 80 y 90 fueron bastante malas para el crecimiento de las economías de buena parte de los grandes países de la periferia capitalista. Es el caso, por ejemplo, de Brasil, México y Argentina. Los tres mayores países del continente americano -fuera de los Estados Unidos- se sumieron en graves crisis en ese período y tuvieron, en promedio, un desempeño económico mediocre. Su inevitable inserción en el capitalismo global -precoz en Argentina, radical en Brasil y geopolíticamente atípica en México- tuvo consecuencias complejas en cuanto al cuadro de exclusión social. En realidad, sucesivos equívocos vienen frustrando las posibilidades de una sociedad más justa en la óptica de los empleos en esos y otros países. En la década de los 50, se creía que la industria crearía suficientes empleos para absorber la migración rural. No creó y, como consecuencia, el subempleo proliferó en los cinturones de miseria de las metrópolis, esencialmente en los grandes países periféricos. Cuando la automatización llegó a la industria, se esperaba que la solución vendría de los empleos creados en el sector de los servicios. Desgraciadamente, el sector terciario, aunque haya crecido mucho en peso relativo, se mostró aún más ágil en asimilar la automatización que la propia industria. En fin, las atenciones se vuelcan ahora hacia el trabajo flexible, imaginándolo como la válvula para mantener el nivel de desempleo bajo control. Pero, no ha sido así: el sector informal ha aumentado de tamaño y el desempleo también. Sintetizando las corrientes más expresivas que han analizado el tema de la globalización y de la exclusión social, observo que ellas varían de enfoque, pero tienen apreciaciones semejantes sobre el problema de la precarización. En general, las recomendaciones para su superación son, desgraciadamente, poco convincentes. Los que son optimistas, y no son muchos, parecen impregnados de idealismo. La OIT sugiere la construcción de un marco regulatorio adecuado que contemple los derechos de los trabajadores informales a reunirse y crear asociaciones representativas. Para continuar a tener su papel de intermediadoras de las relaciones representativas; de las relaciones entre las organizaciones de trabajadores y otras instancias de toma de decisión; esas asociaciones deberían asumir funciones similares a las de las ONGs, involucrándose incluso en temas de derechos humanos, minorías, consumidores y desempleados. El éxito de esta propuesta dependería de la capacidad de los sindicatos para adaptarse a la nueva dinámica social, teniendo que abrirse a otros sectores y asumir una verdadera visión social. En ese contexto la OIT ve en el Estado un papel central de modernización de las instituciones para mantener y restaurar la cohesión social seriamente debilitada por la exclusión, garantizando una renta mínima para quienes no logran sobrevivir con sus ingresos. No consideramos importante analizar aquí la posición de los ultraliberales, cada vez menos representativos y convincentes. Ellos continúan a pregonar la libertad total del mercado y la desregulación radical, como instrumentos mágicos que visibilizarán, sea ocupación para todos, o tal acumulación de riquezas que posibilitaría trabajo de buena calidad para parte de los ciudadanos y renta suficiente para el ocio de la mayoría. Los argumentos expuestos conducen a una conclusión: la economía global, a pesar de su vitalidad, está agravando la exclusión social. Su continuo avance no parece garantizar que las sociedades futuras puedan generar -únicamente a través de los mecanismos del mercado- puestos de trabajo, aún flexibles, compatibles en calidad e ingresos con las necesidades mínimas de la gran mayoría de ciudadanos. La lógica de la globalización y del fraccionamiento de las cadenas productivas, tendencia determinante y adecuada a la pujanza del capitalismo contemporáneo, incorporó los bolsones de trabajo barato mundiales, sin necesariamente elevarles los ingresos. Los puestos formales crecen menos rápidamente que las inversiones directas. Y si sugieren oportunidades bien remuneradas en el trabajo flexible, el sector informal también acumula el trabajo muy precario y la miseria. Las grandes corporaciones transnacionales, responsables por el desarrollo de las opciones transnacionales, responsables por el desarrollo de las opciones tecnológicas, refuerzan con ellas el desempleo estructural alegando -corrientemente- que su misión es competir y crecer, y no crear empleos. Los Estados nacionales están en crisis, subordinados a metas monetarias rígidas y con poca flexibilidad para volver a practicar principios del antiguo Keynesianismo. Y, especialmente, en los países más pobres, los gobiernos no tienen suficiente presupuesto ni estructuras eficaces para garantizar la sobrevivencia de los nuevos excluidos. Frente a este cuadro, las propuestas para su superación son, hasta aquí, tímidas y poco articuladas. Algunos pregonan un cambio radical de actitud social, con los individuos y grupos haciendo que las cosas se hagan y no esperando que el gobierno lo haga por ellos; otros hablan de un nuevo Estado orientado hacia la prevención de la dependencia del ciudadano, en lugar de incentivar su permanencia. La mayoría repite monocordemente las propuestas de disminución de la jornada de trabajo -con o sin reducción de ingresos- y de flexibilización de los contratos. Finalmente, hay quienes llegan a proponer una revisión del concepto de felicidad, de manera a incluirla como parte integrante de la discusión sobre la precaridad. Convengamos en que parte de esas soluciones son ingenuas, escapistas y, a veces, meramente retóricas en vista de la gravedad que la cuestión de la exclusión alcanzó en este fin de siglo. En verdad, frente a la perplejidad de gran parte de la sociedad, el vigor económico del capitalismo global aún no encontró un camino que evite la agravación de la crisis del bienestar y de la calidad. El futuro del capitalismo global parece depender de una profunda revisión de sus conceptos, de modo a intentar compatibilizarlos con una distribución más ecuánime de los resultados de su acumulación. * Gilberto Dupas, economista brasileño, es coordinador del Area de Asuntos Internacionales y miembro del Consejo Deliberativo del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Sao Paulo
https://www.alainet.org/es/articulo/104513?language=en

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