Etica y civilización: Apuntes para el tercer milenio
24/03/1997
- Opinión
El fantasma que hoy recorre, no sólo Europa, sino el mundo, no
es ya el del comunismo es el de la incertidumbre. Lo único
cierto en el umbral del Tercer Milenio es la incertidumbre
colectiva e individual respecto al porvenir. Al concluir el
siglo XX los tres grandes déficits de nuestra especie, son la
sabiduría, la imaginación y la esperanza.
La fascinante revolución tecnológica que hoy vivimos ha
acelerado la velocidad de la historia humana; ha compactado
nuestra actividad, al violentar las distancias y hacernos
interactuar mundialmente a la velocidad de nuestros ordenadores.
Hoy las fronteras se han vuelto porosas a las influencias
culturales, los flujos de capital y de la información.
\"Todo ha cambiado, excepto nuestro pensamiento\", nos advirtió
Einstein al inaugurar la era nuclear.
La humanidad ha quedado enjaulada en una arquitectura
institucional, -local y mundial- que se torna obsoleta e incapaz
de responder con eficacia a los retos de la cambiante realidad.
Pero, sobre todo, vivimos atrapados por nuestro imaginario
moderno, axiomas civilizatorios y mitos culturales.
La Biblia -considerada, al margen de creencias religiosas, un
libro de sabiduría- nos alerta al respecto: \"(...) nadie echa
vino en odres viejos; de otra manera, el vino nuevo rompe los
odres, y se derrama el vino, y los odres se pierden; mas el vino
nuevo en odres nuevos se ha de echar.\"
Seguimos vertiendo nuestra nueva realidad tecnológica en nuevos
odres institucionales que no pueden ya contenerla. De ese modo
-para decirlo como Hegel-, lo racional deviene irracional. El
siglo que ahora despedimos fue testigo, en innúmeras ocasiones,
de la aplicación bárbara -en lo social y ecológico-, del progreso
tecnológico alcanzado.
La cibernética nos informa que los parámetros de un sistema sólo
pueden controlarse desde otro sistema de mayor complejidad. La
complejidad del actual orden mundial no es ya gobernable desde
la institucionalidad que emergió al finalizar la II Guerra
Mundial. Mucho menos puede serlo desde los axiomas éticos del
imaginario moderno, cuyas raíces más distantes sobrepasan ya
cinco siglos.
Crisis civilizatoria
Las dos culturas centrales a la organización moderna, capitalismo
y socialismo de estado, compartieron los axiomas del paradigma
moderno en el marco de la civilización industrial, del mismo modo
que Atenas y Esparta, disímiles y enfrentadas, constituyeron
culturas alternativas de la civilización agrícola mediterránea.
La crisis final del socialismo de estado y la atribuida al
capitalismo actual son, en realidad, las dos caras de la crisis
civilizatoria que marca, para unos, el tránsito a una
posmodernidad enajenada que equipara con el fin de la Historia
y, para otros, la última oportunidad del mundo moderno -o la
primera del posmoderno-de alcanzar su frustrada expectativa de
libertad, igualdad y fraternidad.
El llamado proceso de globalización es en realidad la
reorganización del sistema mundial de acumulación capitalista en
el marco del proceso civilizatorio iniciado por las nuevas
tecnologías. Se pretende así que ese nuevo proceso civilizatorio
sea el pilar para la renovación y extensión temporal de la
cultura capitalista. Sus ideólogos nos venden el capitalismo
globalizado como si se tratase él mismo del nuevo proceso
civilizatorio cuando en realidad apenas constituye uno de los
modos -el menos promisorio, por cierto- de su posible
organización societal.
La nueva realidad tecnológica y los problemas ecológicos y
sociales acumulados reclaman con urgencia el surgimiento de un
nuevo modo de pensar, de una nueva ética que propicie un
reacomodo más justo y sustentable de nuestras sociedades en el
planeta que habitamos. La vida ha rebasado las lógicas que una
vez resultaron eficaces para defender los distintos intereses en
pugna. Aferrarse ciegamente a éstos y a aquellas equivaldría al
camarero que una y otra vez levantaba y organizaba las sillas
caídas en el restaurante del Titanic, cuando la nave se disponía
a hundirse definitivamente. Al cerrar el milenio, la necesidad
de sobrevivir como especie nos compulsa a pensar el proceso
civilizatorio y cultural, desde una perspectiva renovada.
La novedosas tecnologías que han abierto la posibilidad de un
nuevo proceso civilizatorio pueden traernos el futuro de Huxley
y Orwell, o la utopía de Moro resoñada y edificada de múltiples
maneras.
Revolución del pensamiento
Nuestro tiempo puede terminarse en el próximo siglo. Algunos
pronósticos auguran que en el año 2000 el planeta tendrá más del
doble de habitantes que en 1990, los cuales competirán por
recursos mucho más escasos que los disponibles entonces -cuando
ya la pobreza alcanzaba a virtualmente la mitad de sus
pobladores- y vivirán en un planeta mucho más contaminado que el
de aquel año. Para entonces, la humanidad crecerá a razón de más
de 1000 millones por década: cada 45 años habrá añadido el
equivalente de la población mundial de 1980. ¿Podrán sostenerse
pacíficamente estos seres humanos, a partir de nuestras actuales
tecnologías depredadoras y tóxicas, y de los polarizados esquemas
sociales que hoy rigen el mundo?
Navegamos por el espacio en este cada vez más diminuto planeta
de limitados recursos, que consumimos y contaminamos a un ritmo
mucho mayor que su capacidad natural de reciclarlos. Estamos
consumiendo el futuro que heredarán nuestros hijos. ¿Cuál será
la envergadura de la crisis ecológica y social a la que tendrán
que enfrentarse con apenas treinta años, los que nazcan en éste.
¿Se resignará para entonces la mayor parte de la población
mundial a contemplar el hedonismo de las sociedades norteñas
desde su escasez?. ¿Intentará un país como China reproducir el
\"sueño americano\" provocando una catástrofe ecológica
irreparable?
En este mundo en crisis y convulsionada transición hacia la
incertidumbre del futuro, ¿qué significado puede tener -si es
que alguno- nuestra existencia como especie y como individuos en
la infinitud del universo? ¿Por qué y para qué -si es que para
algo-estamos aquí? ¿Qué significado -si es que de hecho se carece
de él-podríamos darle a nuestra existencia en un mundo que reduce
a unos a la desesperanza y a otros a la condición de dóciles
consumidores? ¿Será la humanidad capaz de trascender la estrecha
visión de los conflictos de intereses y asomarse a la realidad
de que si no reorganiza su cultura y civilización, sobre nuevas
bases, no será capaz de superar este nuevo reto de adaptación
para la supervivencia de nuestro espacio, que esta vez no es
genético, sino cultural?
Lamentablemente hoy, apenas a tres años de finalizar el segundo
milenio, la respuesta a estas interrogantes habrá que
responderlas con legítimo escepticismo.
Hoy somos seres bárbaros y prehistóricos de una posmodernidad
salvaje, que puede resultar el umbral de la definitiva
humanización de nuestra especie, o la última etapa de nuestra
excepcional aventura en el universo.
La única revolución que realmente podrá salvar definitivamente
nuestra especie es la revolución del pensamiento.
Hemos arribado a un punto definitorio en nuestra evolución como
especie y en la historia milenaria de nuestros procesos
civilizatorios. La humanidad ha adquirido poderes divinos: la
capacidad de crear nuevas formas de vida o destruir todas las que
existen, incluida la propia.
Ninguna propuesta ética de épocas precedentes nos permite asumir
con éxito la grave responsabilidad que las nuevas tecnologías nos
asignan. La ética ha dejado de ser -tiene que dejar de ser-, un
asunto confinado a las relaciones sociales para extenderse hacia
el hábitat ecológico del que somos parte. Respondemos ahora por
el futuro no sólo de nuestra propia especie -la historia humana
podría extinguirse como resultado de nuestras acciones u
omisiones-, sino también de muchas otras que cohabitan el planeta
con nosotros. Sólo un rediseño de nuestra cosmovisión y de
nuestras sociedades podrá asegurarnos un futuro, ie, podrá
permitir que la historia humana prosiga su curso y así pueda
tener futuro. Por ello la bioética no es un asunto de
científicos ni puede confinarse a la relación humana con el
entorno. Es asunto de políticos, intelectuales, empresarios,
organizaciones públicas y de todo ciudadano. Sin una nueva
cultura responsable en lo político, económico y social no puede
erigirse una civilización responsable en lo ecológico.
Nuevo paradigma
No debemos restringirnos a paliar la tensiones del mundo actual,
sino orientar a conceptualizar, promover y experimentar modelos
de organización humana que sean social y ecológicamente
sustentables y contribuyan gradualmente a la consolidación de un
nuevo paradigma civilizatorio y cultural. Este nuevo paradigma
está llamado a ser participativo en lo político, inclusivo en lo
económico, pluralista en lo cultural, responsable en lo
ecológico, solidario en lo ético, equitativo en lo social .
Para construir un mundo nuevo hacen falta ideas que realmente
sean nuevas. Hace falta imaginación audaz. Es preciso,
entonces, revisar las actuales relaciones entre la sociedad
civil, el mercado (como tecnología económica) y el gobierno,
(como tecnología política). Su actual diseño implica
invariablemente situaciones del tipo \"yo gano y tu pierdes\".
Necesitamos una sociedad del tipo \"yo gano y tú también\". Pero
ello requiere la misma creatividad, sabiduría y audacia con la
que la burguesía fue capaz, hace más de dos siglos, de imaginar
y construir una civilización y culturas nuevas demostrando,
además que el esclavismo y el feudalismo no eran \"el única mundo
posible\" ni el mejor de ellos.
Las interrelaciones entre Gobierno, Mercado y el resto de los
sectores de la Sociedad Civil deberían ser revisadas y repensadas
para estructurarlas y hacerlas interactuar de otro modo, si
realmente deseamos abrir ventanas al porvenir. De lo que se
trata ahora, por supuesto, es de reflexionar sobre qué tipo de
mercado, de gobierno y de sociedad civil podrían hacer factible
esa transición a una nueva civilización y culturas humanas dentro
de un Estado también de nuevo tipo.
En ese rediseño societal, particular responsabilidad recae sobre
las ciencias sociales y su capacidad no sólo de conocer el mundo,
sino de inaugurar otros posibles. En la tenencia o carencia de
esa voluntad transformadora y audacia imaginativa radica hoy su
alineamiento conservador o \"progresista\".
La fragmentación del saber y conocimiento humanos que introdujo
la modernidad requiere ahora ser sustituida por una cosmovisión
holística que trascienda, de modo transdisciplinario, los
estrechos muros de las especialidades científicas. La Filosofía,
arrinconada \"progresivamente\" por las ciencias modernas, está
llamada a recrear el espacio para su reencuentro e integración
como ecología política. La indagación sobre la existencia
humana y sus prolegómenos, por otra parte, debe rebasar los
límites que hoy le impone un limitado criterio de \"conocimiento
científico\" que no reconoce como problema de investigación lo que
no resulte estadísticamente mensurable. La intuición y la lógica
formal, entre otras, deben recuperar su dignidad como
metodologías del saber si se pretende indagar en temas centrales
que condicionan la conducta de personas y sociedades como el de
la felicidad individual y colectiva. La ridícula pretensión de
que la complejidad humana es desmontable en compartimentos
estancos inteligibles por métodos cuantitativos ya ha acumulado
un grave déficit de sabiduría -que es mucho más que
\"conocimiento\"-, que ahora nos resulta imprescindible cubrir para
poder humanizar el adelanto tecnológico alcanzado de modo que
éste constituya un auténtico progreso. Hoy ya sabemos que la
natural contraposición entre objeto y sujeto en el proceso
gnoseológico no es válida. El acto mismo del conocimiento
transforma el \"objeto\" del cual a su vez forma parte y por el
cual está condicionado. Tampoco hay \"objetos\" fijos y aislados,
sino procesos interconectados que constituyen y reconstituyen,
de modo interrumpido, la realidad natural y social. Una nueva
ciencia -holística y transdisciplinaria-, permitiría un mejor
acercamiento al cambio de paradigma cultural y civilizatorio del
que estamos urgidos.
Un nuevo bloque histórico
Los retos del presente son de tal magnitud que ninguna nación,
etnia, grupo religioso o clase, puede darle solución por sí sola,
bajo ningún esquema de organización social. Por otro lado, se
trata de desafíos que, en no pocos casos, engloban por igual a
oprimidos y opresores y no tendrán solución si ambos polos no
encuentran el modo de definir los términos de su conflicto e
incluso, en ciertas circunstancias, de diseñar esquemas de
cooperación para enfrentar algunos de ellos.
El diseño actual de la sociedad mundial nos compulsa al conflicto
creciente y a la auto-destrucción colectiva. La ilusión de las
élites transnacionalizadas de poder de que sus lanzacohetes,
bombas, rayos láser y otros artefactos, pondrán coto a las
migraciones masivas, guerras civiles, narcotráfico, violencia
urbana, contaminación del medio ambiente, agujero en la capa de
ozono, destrucción de suelos y otros dramas, es de una miopía y
puerilidad rayada en el ridículo, si no resultase tan peligrosa.
Lograr el futuro \"con todos y para el bien de todos\" , como
deseaba José Martí para Cuba, no es hoy sólo posible, sino se ha
vuelto imprescindible para nuestra especie y el planeta que
habitamos. Unos tendrán obviamente que pagar un precio superior
al de otros en ese \"reacomodo\" pero todos tienen algo esencial
que ganar de ese posible proceso: el que la historia humana pueda
proseguir su curso en sociedades con superior calidad de vida
espiritual y material.
La plena liberación que reclamamos demanda, como pre-requisito,
que alcancemos un nuevo punto de perspectiva y de partida para
adentrarnos en el nuevo milenio. Esa nueva visión implica otra
concepción de las ideologías, programas, clases y grupos sociales
movilizados a su favor o en su contra. Una nueva concepción de
\"pueblo\", para que ese concepto pueda continuar resultándonos
útil en la práctica. La estructura cultural y civilizatoria del
capitalismo tardío no explota y oprime exclusivamente a la \"clase
trabajadora\" sino a un conjunto de estratos y conglomerados
humanos -incluyendo a significativos sectores empresariales-y al
propio ecosistema. Su obsesión por maximalizar las ganancias,
a partir de las poderosas tecnologías de que dispone, la ha
constituido en una maquinaria de muerte a escala planetaria.
Frente a ella hay que crear un nuevo bloque histórico para el
cambio, no sólo político sino civilizatorio y cultural. El
pueblo será entonces la construcción consciente del movimiento
policlasista, iconoclasta, innovador y visionario que emerja
entre todos aquellos que optaron, de modo individual o como grupo
social por la supervivencia de nuestra especie en una sociedad
responsable y solidaria. Un bloque histórico capaz, pese a su
heterogénea composición, de actuar como clase oprimida frente a
las élites vinculadas al poder transnacional que subyace detrás
del actual esquema de globalización mundial.
La civilización industrial y sus culturas de dominación son un
dinosaurio condenado a desaparecer -y con él sus pugnas y
conflictos intestinos- por las críticas transformaciones que
introdujo a su hábitat social y natural.
Un proyecto cultural y civilizatorio alternativo y liberador
reclama mucho más que la simple apropiación física de las
actuales instituciones de la sociedad. No se trata sólo de la
toma del poder político, como suponían las consignas, sino de la
sustitución integral de una lógica y sentido común -y del tipo
de relaciones sociales legitimadas sobre ellas-, algunas de cuyas
raíces más largas rebasan la era moderna y se remontan a los
orígenes mismos de la historia de las civilizaciones. Es
necesario un nuevo imaginario liberador en lugar de las baratas
ideologías postmodernas encaminadas a la aceptación del status
quo que hoy impera en el planeta. Hay distintos futuros
posibles, por lo que hay más de una posmodernidad posible
también.
Por primera vez en la historia, la ética de la solidaridad social
ha dejado de ser una opción entre muchas, para devenir en
necesidad de supervivencia para nuestra especie. La cosmovisión
de la que estamos urgidos para rediseñar la realidad mundial
reclama que la ética humanista sea su punto de partida.
La felicidad
La única \"misión\" que tenemos que cumplir en nuestro tiempo de
vida es ser felices. Pero los significados que hemos otorgado
a ese término a lo largo de estos 10,000 años de historia de las
civilizaciones deben ser revisados. Necesitamos, con suma
urgencia, definir un criterio de felicidad responsable y
solidario que sirva a la autonomía y la libertad humanas en lugar
de constituir un mecanismo de control social de las clases
dominantes. La dicotomía entre la ética del ser y la ética del
tener, de la que nos habló Erich Fromm, constituye por ello el
interrogante central de nuestra crisis civilizatoria.
Hay, en la hora en que vivimos, un tejido factual que enlaza al
poderoso con el desvalido y que es necesario develar y potenciar.
No se trata para nadie de levantar bandera blanca, ni tan
siquiera de pactar una tregua. Sería inútil e ilegítimo pedir
al oprimido que capitule ante la arbitrariedad y la injusticia.
Revoluciones y reformas, balas, huelgas y votos se continuarán
necesariamente entremezclando y nadie puede en nombre de una
resignada aceptación del injusto exorcizarlas status quo. Una
cosa es el reconocimiento de que la Utopía tiene que reconsiderar
sus caminos y armas y otra, muy distinta, es repudiar la Utopía
en nombre de un realismo adaptativo que pretende situarse en
terreno ético neutral. De lo que se trata no es que la
explotación y el abuso de poder hayan desaparecido ni de que toda
resistencia a ellos resulte hoy inútil, sino de que el escenario
actual en el que ahora se libra la lucha por la felicidad humana
ha sufrido un cambio cualitativo esencial y no es posible aspirar
a transformar la realidad si ésta no se conoce y entiende
primero.
Cuando miramos a nuestro alrededor y vemos que la desaparición
del Bloque del Este no puso fin a la carrera de armas, las
intervenciones militares, guerras, pobreza, a la desigual
distribución de recursos y riquezas, escuadrones de la muerte,
al asedio y a la agresión a todo proyecto favorable al humanismo,
al acoso a la autonomía del pensamiento crítico, al recurso a la
tortura y al ejercicio dictatorial del poder, nos preguntamos si
puede existir otro camino que no sea oponer la violencia del
oprimido a la violencia del opresor, hasta que el mundo cambie
o desaparezca definitivamente. Esa fue y sigue siendo una
reacción lógica y legítima al trágico mundo de injusticia en que
vivimos. Desde la selva de Chiapas, hasta las calles de Río
recorridas por manifestantes del PT brasileño, los oprimidos
siguen buscando líderes, programas, caminos e instrumentos para
hacer justicia.
Entender el mundo de nuevo modo no significa rechazar esa
realidad, ni ignorar la legitimidad de esas luchas. Evolución,
reformas, revoluciones, acciones pacíficas o violentas no son
excluyentes ni descartables, siempre y cuando se parta de
comprender que los cambios no pueden asegurarse desde élites
iluminadas, partidos de jerarquización oligárquica, movimientos
sectarios o excluyentes, valores económicos, políticos y éticos
semejantes a los del poder que se desea subvertir, criterios
discriminatorios por género, raza u orientación sexual, similares
a los de las sociedades de opresión y su definición del poder
como dominio sobre el entorno natural y social. Suponer que las
formas organizativas, movilizativas y de concientización de las
que se han valido hasta el presente las fuerzas contestatarias
al status quo pueden resultar eficaces en el nuevo escenario
civilizatorio, frente al reconstituido sistema mundial
capitalista, sería una ingenuidad imperdonable dado el
intolerable precio de su beato dogmatismo. Si la izquierda (en
el poder o en lucha por obtenerlo) desea seguir mereciendo ese
calificativo, está obligada a reinventar su modo de hacer y
concebir la política. De lo contrario podrá autocalificarse como
cualquier cosa menos como progresista o revolucionaria.
El futuro habrá que forjarlo con los ojos bien abiertos hacia el
presente. En los instrumentos, caminos, conceptos, métodos y
estilos que adopten hoy las fuerzas del cambio se decide si el
porvenir que vendrá, de ellas prevalecer, será realmente distinto
al presente que hoy intenta trascender, o una reproducción, bajo
nuevas formas, de males ancestrales, como ya ocurrió con el ideal
socialista.
Para dar una respuesta feliz a nuestras interrogantes la
humanidad está llamada a erigir una cultura diferente a las ya
ensayadas. Una cultura de liberación para un proceso
civilizatorio liberador.
Apenas tres años nos separan del Tercer Milenio. ¿No podríamos
emplearlos para reflexionar sobre el significado de nuestra
existencia en el universo? ¿Resultaría \"imposible\" concebir que
los más antagónicos intereses pudieran encontrar un esquema más
justo de funcionamiento que los reacomodase de modo mínimamente
decoroso y aceptable a unos y otros? ¿No vale la pena acaso
intentar, por múltiples vías, demostrar que ese \"imposible
también pueda convertirse en realidad?
El muro a derribar ahora ya no es el de la guerra fría en Berlín,
sino el de la inequidad mundial, la irresponsabilidad ecológica
y, sobre todo, el de las ideas con las que venimos actuando desde
hace siglos. Es preciso, imprescindible más bien, demostrar que
podemos vencer esta última barrera que se alza frente a nuestra
propia y definitiva humanización. Necesitamos revolucionar
nuestro pensamiento si de veras aspiramos a la libertad y la
equidad. No creo que sea \"imposible\" lograrlo.
* Juan Antonio blanco, historiador y filósofo cubano, es miembro
fundador del Centro Félix Varela de Cuba.
https://www.alainet.org/es/articulo/104445?language=es
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