Redefinir la relación entre pueblos autóctonos y Estado
29/09/1997
- Opinión
Montreal.- Hace diez meses la Comisión Real sobre los Pueblos Autóctonos puso en manos del
gobierno canadiense un voluminoso informe, pero hasta la fecha éste apenas ha respondido con
algunas declaraciones vagas. Al término del trabajo iniciado en 1991, poco tiempo después de la
crisis de Oka (1), los siete miembros de la Comisión (cuatro autóctonos y tres no-autóctonos, tres
mujeres y cuatro hombres) presentaron un plan concreto para superar el colonialismo interno, que
sigue aquejando al país.
La Comisión Erasmus-Dussault, así llamada por sus co-presidentes -Georges Erasmus, Dene y
antiguo gran jefe de la Asamblea de Primeras Naciones, y René Dussault, quebequense francófono,
juez de la Corte de Apelación de esa provincia- mantuvo 178 días de audiencias, visitó 96
comunidades, escuchó centenares de personas, expertos/as, ancianos/as, jefes y ciudadanos/as y
realizó diversas investigaciones.(2)
La Comisión constata que los intentos de asimilación que se repiten desde hace 150 años han
fracasado, siendo que la población autóctona está en acelerado crecimiento demográfico y continúa
luchando por el reconocimiento de sus derechos.(3) Recuerda al Canadá las promesas incumplidas
y los tratados no respetados. Afirma que las intenciones de asimilación, dominación, ingerencia y
coerción que han caracterizado la política colonial canadiense deben desaparecer, así como la
doctrina de Terra Nullius o el recurso al "derecho de descubrimiento" que les ilustran.
En efecto, al inicio de su informe, la Comisión declara: "Estamos firmemente convencidos de que
ha llegado el momento de poner fin a la contradicción flagrante que resulta del hecho que nos
hagamos los defensores de los derechos humanos en el plano internacional, mientras nos burlamos
de nuestros propios pueblos autóctonos con la actitud colonialista y condescendiente que nosotros
mantenemos todavía hacia ellos". Subraya asimismo que "la negociación enmarcada en las reglas
actuales no ha permitido resolver las diferencias y que la repetición de los fracasos podría
desembocar en la violencia".
Es hora de reconocer que los pueblos autóctonos son naciones distintas (naciones mas no Estados-
naciones) que desde hace mucho tiempo han ejercido su plena soberanía. Canadá debe construir su
relación con ellos sobre bases de reconocimiento mutuo, de respeto, de reparto y de
responsabilidad, que la Comisión define en estos términos:
* El reconocimiento por los no-autóctonos que los primeros habitantes son "los guardianes de las
tierras de nuestro país y que este hecho les confiere responsabilidades y derechos particulares". A
la inversa, los autóctonos deben reconocer que los no-autóctonos pertenecen también a este
territorio.
* El respeto a las instituciones, prácticas, lenguas y símbolos de cada pueblo.
* El reparto equitativo de las ventajas que ofrecen los recursos que dispone el Canadá.
* Las responsabilidades mutuas de cara a los compromisos tomados, lo que implica la
transformación de la relación actual con el Estado de "tutor/alumno" a la de asociados.
La Comisión pinta también un retrato detallado de los problemas sociales y de la pobreza que
sufren los autóctonos y vincula esta situación deplorable a la expoliación y la pérdida de autonomía
que han padecido, particularmente a partir de la segunda mitad del Siglo XIX.
Un programa ambicioso
Las recomendaciones de la Comisión constituyen un programa ambicioso que prevé cambios
profundos a todos los niveles del sistema canadiense, al mismo tiempo que un aumento sustancial
de los presupuestos destinados a los pueblos autóctonos durante los próximos veinte años.
A nivel simbólico, la Comisión propone una nueva proclama real (4) que contendría: una
afirmación del respeto del Canadá a los autóctonos; un reconocimiento de su responsabilidad ante
los gestos prejuiciosos registrados en contra de los autóctonos; una declaración de la voluntad de
establecer la relación sobre la base del respeto, del reconocimiento, del reparto y de la
responsabilidad mutua; un reconocimiento del derecho inherente de los autóctonos a dirigir sus
propias vidas; un reconocimiento que la justicia es esencial a una eventual reconciliación. Un
marco legislativo sería el paso siguiente a esta proclama, particularmente con miras a reorganizar
los servicios gubernamentales actuales.
A nivel de los principios, la Comisión aclara que el derecho a la autonomía no es un "regalo del
gobierno" a los pueblos autóctonos, sino un derecho inherente derivado de varias fuentes: el
Creador, el Derecho Internacional, la Historia de Canadá y la Constitución. Según la Comisión:
"El Derecho Constitucional a la autonomía gubernamental no se sustituye al derecho a la
autodeterminación, ni prima sobre el. Este derecho se ofrece más bien a los pueblos autóctonos
que desean acogerse de él, además de su derecho a la autodeterminación, de los derechos que
provienen de tratados y de todos los demás derechos de los cuales se benefician actualmente o que
podrían eventualmente negociar. El Derecho Constitucional a la autonomía gubernamental no es
sino una de las opciones que se ofrecen a los pueblos autóctonos".
Los beneficiarios de este derecho a la autonomía son las naciones en número de 60 a 80 que
habitan en todo el Canadá (y no las comunidades o "bandas")(5). Ahora bien, éstas en varios casos
han sido desmanteladas por la política canadiense y ahora conviene reconstruirlas para que se
transformen en sujetos colectivos de estos derechos.
Un tercer orden de gobierno
En el plano institucional, la Comisión propone que un tercer orden de gobierno autóctono sea
instituido, además de los niveles federal y provincial. Este gobierno tendría un poder legislativo y
sería autónomo en los dominios de su competencia, que según la Comisión serían principalmente: la
ciudadanía; el acceso al territorio y a la residencia; las instituciones gubernamentales, las elecciones
y los referendos; la reglamentación de las empresas, tierras, aguas, glaciares, recursos naturales, la
protección y la gestión del medio ambiente, la actividad económica, la gestión de fondos públicos y
la fiscalización; las cuestiones familiales; los derechos de propiedad y de sucesión; la salud; la ayuda
social y a la infancia; la educación, el idioma y la cultura; ciertos aspectos del derecho penal y de los
procedimientos judiciales; la administración de la justicia, el mantenimiento del orden, el
alojamiento y las obras públicas.
Tres tipos de modelo de autonomía se desprenden: un gobierno basado en la nación; un gobierno
popular (compartido con no-autóctonos en un territorio dado); un gobierno fundado en la
comunidad de intereses (se dirige principalmente a los autóctonos urbanos que podrían participar
en forma voluntaria).
Estas nuevas instituciones deben necesariamente, según la Comisión, estar acompañadas de una
redistribución justa de tierras y recursos, puesto que las tierras de reservas que actualmente cubren
el 0,5% del territorio canadiense al sur del paralelo 60, son insuficientes para asegurar el desarrollo.
Esta redistribución comprendería tres categorías: tierras de uso exclusivo de los autóctonos; tierras
en gestión compartida con los gobiernos o instituciones no-autóctonas; tierras de la corona
(públicas), pero con derechos especiales para los autóctonos. La ampliación de la base territorial
de las naciones autóctonas es identificada como prioridad. La Comisión recomienda también la
creación de comisiones regionales paritarias y de un tribunal de los tratados y tierras autóctonos, a
fin de poner fin a la actual situación donde el gobierno es juez y parte en todo litigio territorial.
Desafíos significativos
La puesta en vigencia de las recomendaciones de la Comisión plantea desafíos significativos. No
será fácil convencer a los canadienses que inviertan montos considerables en un período de
restricciones presupuestarias (se habla de recortes adicionales 1,5 a 2 mil millones de dólares
canadienses ($can 1,00 = US$ 0,75) anuales durante 15 años) aún si la Comisión sostiene que estos
gastos redundarán en economías a largo plazo. Según ésta, el statu quo resultará en un costo
mayor, tanto económico como en problemas sociales y en riesgo de violencia.
Tampoco será fácil levantar el desafío de reconstruir las naciones autóctonas que han sido
fragmentadas por la política colonial, y cuyas instituciones tradicionales no siempre corresponden a
lo que generalmente se define como instituciones "nacionales" (la diversidad sería tal vez la norma
en ese respecto). En efecto, el gobierno federal, salvo excepción, ha hecho más bien de las
"bandas" sus interlocutores privilegiados y los receptores de fondos gubernamentales.
Sin embargo, este trabajo monumental permite el arranque de una verdadera descolonización, por
lo menos a nivel del imaginario político canadiense. Asimismo pone en evidencia la importancia del
respeto de los derechos colectivos de los pueblos para el ejercicio completo de los derechos
individuales.
"Los Autóctonos, como los no-autóctonos, se esperan que una asociación política les permita
participar libremente en el gobierno de sus sociedades y vivir su vida privada en completa
autonomía y responsabilidad. Toda vez, los pueblos autóctonos no pueden gozar de la primera
ventaja -la participación cívica- si se encuentran privados de su autonomía y sujetados a gobiernos
externos".
"Una sociedad plurinacional que trate con mofa o despectivamente a la cultura de una de sus
naciones constituyentes, corre un fuerte riesgo de minar el autorespeto de quienes pertenecen a esa
cultura. Entonces, les resulta difícil participar activamente en la vida de sus coletividades y
funcionar efectivamente en tanto individuos autónomos en su vida profesional y privada. Las
desastrosas consecuencias de las sucesivas políticas de asimilación cultural de las sociedades
autóctonas aportan un testimonio acongojante en este sentido".
La reformulación de las instituciones políticas canadienses, necesaria al reconocimiento del espacio
de los pueblos autóctonos, permitirá sin duda profundizar en un debate crucial en este fin de
milenio, que va mucho más allá de la estricta autonomía gubernamental y que se refiere al equilibrio
entre el respeto de los derechos de los pueblos y de los individuos. La emergencia de un tercer
orden de gobierno, con poderes legislativos, la revalorización de los tratados entre naciones, que
están al centro de las recomendaciones de la Comisión, abren efectivamente la vía a profundos
cambios.
Ciertas preguntas quedan pendientes, sin embargo. ¿Serán reconocidas las naciones autóctonas
como sujetos de derecho a nivel internacional? El reconocimiento de su derecho a la
autodeterminación deja creer que sí, pero ¿el discurso político canadiense confirmará esta
presunción? La creación de un tercer orden de gobierno implica a la vez el reconocimiento de la
importancia y de la diferencia de los pueblos autóctonos, pero significa también su integración al
conjunto de la política canadiense. Ahora, si bien esta perspectiva complace a ciertos pueblos
autóctonos, en cambio indispone a otros que siguen considerándose como naciones soberanas.
Mientras la mayoría de los autóctonos se han regocijado del esfuerzo de la Comisión, al que el
propio Jefe de la Asamblea de Primeras Naciones calificó de "última oportunidad", otros le han
dado una recepción más reservada. De cualquier forma, el informe de la Comisión Real sobre
pueblos autóctonos será, de ahora en adelante, una herramienta esencial para la discusión de los
derechos de los pueblos autóctonos de Canadá, como de otros lugares.
* Invetigadora del Centro Internacional de Derechos Humanos y Desarrollo Democrático
https://www.alainet.org/es/articulo/104399?language=es