Dominico-haitianas: Género, etnia y violencia

12/11/1997
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Cuando se habla de la situación de la mujer haitiana y dominicana de ascendencia haitiana, debemos adentrarnos no sólo en la historia de la isla, sino también en conceptos y en la idiosincrasia de un pueblo, de un gobierno y de una sociedad en la que la cuestión racial, étnica, política e ideológica mantiene y reproduce la posición de las clases dominantes. Se ha transformado en un legado histórico-cultural, que parece no poder modificarse. El racismo y los estereotipos étnicos condenan, agreden y separan, generación tras generación, a las mujeres haitianas y dominicanas de ascendencia haitiana, que habitan en suelo dominicano. La discriminación racial y étnica en la República Dominicana es parte de la historia colonial. Se percibe, a lo largo de la historia, un marcado rechazo a los legados de la población africana. Esta ideología se impone desde los gobiernos quienes han minimizado y menospreciado nuestra cultura africana. Dentro de los estereotipos que ha manejado la ideología dominante, hay un elemento que es sumamente importante, ya que el equivalente a negro en el país es ser haitiano o haitiana. Este racismo hacia negros se transforma inmediatamente en un racismo antihaitiano, reproduciendo y ratificando la doctrina racista como una teoría política, económica e ideológica. Las históricas y controversiales relaciones dominico-haitianas se remontan a la época de la conquista, pero fundamentalmente a la época de la independencia de Haití -porque queremos recordar que Haití fue el primer país de la región en liberarse del yugo de la esclavitud-. El rechazo hacia el haitiano es producto de la intervención de Haití en República Dominicana en 1800. Este hecho histórico se transforma en un paradigma de supervivencia y nacionalismo que se alimenta de la teoría racista. No es extraño, entonces, que a través de esta práctica racista, al interior de República Dominicana se niegue el hecho de ser población negra, siendo que el 91% de la población dominicana es de origen africano. Porque solo se reconoce como negro a los haitianos o haitianas en R. Dominicana o en aquel lado de la isla, induciendo a todo el pueblo a sentir como inferior a la población haitiana. Los procesos de migración se han convertido en el flagelo de nuestros países. Los más pobres emigran siempre a países más desarrollados y ricos. Por ejemplo, nosotros, en República Dominicana emigramos a EE.UU. y Puerto Rico. De Haití emigran a República Dominicana, pero hay que aclarar que al haitiano lo buscan. Son convenios que hace el gobierno dominicano que necesita mano de obra haitiana, y la busca mediante un contrato que hicieron los gobiernos anteriores y algunas personas de este gobierno actual, y la traen como mano de obra barata para el corte de la caña de azucar. Y sucesivamente para otros productos agrícolas en el país. Son trabajos muy duros, muy mal pagados, y la población dominicana no los va a hacer. Los bateyes El trabajo de corte de la caña es un trabajo bien duro. Cuando no quieren que un brasero o brasera se traslade a otras comunidades, le quitan la ropa y tiene que cortar la caña en paños menores. Los bateyes (comunidades donde viven los braseros de origen haitiano) son pequeños caseríos, rodeados de cañaverales, con habitaciones muy reducidas, con piso de piedra. Son barracas que datan de hace 75 años. El gobierno no se ha interesado nunca en mejorar las condiciones de estas casas. Se diría que en los bateyes no existen mujeres. No tenemos servicios de salud, no tenemos recreación, ni escuela. La mayoría de nuestros niños no van a la escuela, y tenemos altas tasas de analfabetismo. Hicimos una encuesta entre los estudiantes y de cada cien que van a la escuela solo cinco son mujeres. De estas cinco, sólo tres logran terminar. Lo mismo sucede a nivel de las universidades. Nuestras comunidades están separadas totalmente una de la otra. Existe un sistema político que nos ha dividido; por ejemplo a los recién llegados se los llama Congó y se los pone aparte, en casas peores que las que tienen los otros braseros. Viven casi a la intemperie. Nuestras comunidades no tienen luz, ni agua potable, ni sistema de letrinas, ni sistema de botes de basura. Cuando llega una epidemia, cobra más víctimas que en todas las otras comunidades, y dentro de esas víctimas están los niños y las mujeres. El hombre tiene un sistema de salud que es del Consejo Estatal del Azúcar (CEA), que es deficiente, pero nosotras no tenemos nada, porque no somos, según ellos, trabajadoras, aún siendo nosotras las que mantenemos el estatus de la familia. Aunque también trabajamos en lo del CEA, en las siembras, el corte de hierbas, haciendo zanjas entre los cañaverales. También en los bateyes tenemos el sistema de los jefes, que se componen del superintendente, mayordomo, jefe-campo y capataz, más la guardia nacional que es una fuerza muy represiva que está en nuestras comunidades. Esta estructura militar y represiva es más violenta hacia las mujeres. Sienten a las mujeres como su propiedad y por eso las violaciones a las mujeres en nuestras comunidades son muy altas. Ciudadanía negada Otro elemento es nuestra condición como dominicanas de ascendencia haitiana. A pesar de que en nuestra Constitución hay un acápite que dice que toda persona nacida en territorio dominicano es dominicano, en relación a los hijos de los haitianos esto no se da. Nos han convertido en apátridas. Con las nuevas leyes de que para que el niño vaya a la escuela hay que tener acta de nacimiento, han condenado a nuestra población a vivir en total analfabetismo. Dentro de diez años, tendremos toda una comunidad totalmente indigente, porque a nuestros hijos les han negado las actas de nacimiento. Este proceso de ilegalidad es más fuerte hacia la mujer. Nos han tenido en una situación de invisibilidad, porque el gobierno alega que no ha traído mujeres, que solo ha traído braseros. Entonces a lo que nos han condenado es a ser reproductoras de mano de obra barata. Hemos estado apelando a la Constitución que nos ampara como dominicanos, y hemos estado reclamando derechos y organizándonos, porque queremos llegar también a los congresos, y esto es muy fuerte. Como el caso del Dr. José Francisco Peña Gómez, quien es negro, tiene la piel bien oscura, y por eso durante sus campañas presidenciales hubo una ola de racismo tanto en el '94 como el en '96. Recientemente nos tocó a nosotros, la población dominicana de ascendencia haitiana, porque decían que él es de ascendencia haitiana, y que nosotros íbamos a votar por él. Se dieron redadas a las 12 de la noche, allanamientos ilegales a nuestras comunidades, donde también hubo violaciones a nuestras mujeres. Se introducían en sus casas y las tenían presas tres días antes y tres después de las elecciones. Nos dejaban sin agua, sin ropa para cambiarnos. Eso para violentar una vez más nuestros derechos ciudadanos, porque sencillamente nosotros no existimos. Hace tan solo seis meses el gobierno dominicano fue a Haití a buscar 13.800 braseros. Entra un nuevo director del CEA que se suponía progresista. Ese señor se acercó a nuestras organizaciones, y decíamos: por fin vamos a tener casa, escuela, servicios de salud. Le planteamos toda la situación y el nos dijo: lamentablemente ustedes no pueden aparecer en un documento propio o en acápite, ustedes tienen que aparecer a través de sus maridos, su expediente tiene que estar anexado al de sus maridos. Es decir que siempre continuaríamos en ese estado de invisibilidad y de indocumentación. Nosotras le planteamos que mejore la condición de salud, que dé escuela para nuestros hijos, que nos desbaraten esas barracas que son completamente inhabitables por seres humanos. Deportaciones Otro proceso que se ha venido dando desde hace años, son las deportaciones. En el proceso de las deportaciones las situaciones son graves, las mujeres como siempre somos las más violentadas. Apresan a las mujeres en el mercado dejando a sus bebés. En la última deportación tenemos más de 150 niños que quedaron sin madre, ya que fueron deportadas a Haití. Otros tantos pequeños murieron, aún las madres gritando a los militares que por favor las dejaran llevar sólo a sus hijos. Son terceras generaciones, son gente con derechos. Y los militares les negaban. También en una comunidad en la zona de Santiago, en el norte, quedaron una gran cantidad de niños de meses, sin familia; no sabemos qué pasa con esos niños porque jamás los encontramos. No podemos afirmar que esos niños hayan sido tomados para ventas de órganos. Pero sí sabemos que no han aparecido. Por otra parte, la violación que se da es que la mayoría de nuestras mujeres trabajan como sirvientas en casas de familias,y allí aprovechan los dueños de casa en el momento de la deportación y entregárselas a las autoridades. Estas y tantas otras situaciones nos han obligado a tener que acudir a organismos internacionales de derechos humanos, a pesar de los trabajos que hemos venido haciendo de estar organizando a la comunidad, pero por toda la situación de represión, es sumamente difícil para nosotras. Nos llaman por teléfono y nos amenazan, pero seguimos luchando y, a pesar de que han separado nuestras comunidades la una de la otra, nos han separado tanto que creo que vamos a seguir luchando. * Coordinadora general del Movimiento de Mujeres Dominico-Haitianas. Este material forma parte de una ponencia presentada al III Seminario Internacional de Mujer Negra, Derecho Humano y Salud Reproductiva (Honduras, 21 al 27 de septiembre de 1997).
https://www.alainet.org/es/articulo/104317
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