Comunicación: Diálogo entre emisor y receptor
14/04/1998
- Opinión
Nunca hubo tanta información: radio, TV, periódicos, revistas, Internet, cine, publicidad, libros,
etc. Ante esta multimedia globalizada, una pregunta se impone: ¿estamos bien informados?
La tecnología de la comunicación actual es, en cuanto a la forma, la mejor que la humanidad haya
conocido. ¿Y en cuanto al contenido?
(Atención: no todo avance tecnológico representa una mejoría de calidad. Ejemplos: los remedios
industrializados acostumbran tener más contraindicaciones que los naturales; perdimos el know-how
egipcio de hacer pan que no endurece, y ya no sabemos como los medievales producían cortes en la
piel, para hacer sangría, sin dejar cicatrices).
Hoy, los medios de comunicación rompen las fronteras del tiempo (el video muestra a Ayrton
Senna o Chico Mendes vivo) y del espacio (vemos desde Sao Paulo al volcán Etna, en Sicilia,
escupiendo lava). La luz ya no es la única a ocupar la pole position en materia de velocidad. La
información es tan rápida como ella.
Emisores X receptores
Los emisores -aquellos que controlan los vehículos de comunicación- saben lo que quieren. Tienen
intereses, ideología, ambiciones, blancos estratégicos, y los defienden con una intransigencia solo
comparable a la sutileza con que reviste sus mensajes con el embalaje de la supuesta neutralidad.
Nosotros, los receptores, ¿estamos aptos a acoger toda esa masa de información? ¿Tenemos
resistencia psíquica y capacidad de asimilación frente a la avalancha de estímulos visuales, mentales
y emocionales? Sabemos evaluar el contenido de la información?
El emisor es colectivo. Con excepción del libro, producir periódico, revista, TV, etc. es trabajo
comunitario. Ahora, el receptor solo dejará de correr el riesgo de ser manipulado por el emisor en
la medida en que el también sea colectivo.
Censura aparte, la propuesta de las diputadas Sandra Starling y Martha Suplicy, de control de los
medios de comunicación, sobre todo de la TV, por la sociedad, debe significar la formación de
receptores colectivos. Era lo que hacían los cine-clubs de los años 50 y 60. Nos ayudaban a tener
un ojo crítico frente a los films y nos enseñaban a apreciar las obras de arte.
Así como en las escuelas hay disciplinas que introducen a los alumnos a la lectura, es hora de
introducir también las que lo formen como telespectador. La TV es algo demasiado serio y
poderoso para que quede por cuenta solo de los emisores. Entonces, quedará más fácil entender
por qué todo lo que es divulgado no es necesariamente divulgable y, desgraciadamente, por qué
todo lo que es divulgable no es necesariamente divulgado. Se abrirá el diálogo entre emisor y
receptor. El emisor, como sin orejas, ganará oídos. El receptor, como sin boca, ganará voz. Y la
sociedad se tornará más democrática.
Contextualización
Si la transmisión de la información supera tiempo y espacio, lo mismo no se da en la recepción. Es
limitada a nuestra capacidad de asimilación. Y más todavía la de comprensión. El carrusel de
imágenes descontextualiza la noticia. Vemos la bolsa de valores de Seúl, pero no siempre tenemos
idea de la localización de aquella ciudad en el mapa. Sabemos que en Laponia hace mucho frío, y
las renas son muertas a garrotazos, pero vacilamos cuando se trata de localizarla. Tenemos
dificultad de distinguir, en los medios de difusión, lo falso de lo verdadero y lo esencial de lo
accesorio.
Tenemos el dato, pero falta la contextualización del dato (¿dónde? ¿cuándo? ¿cómo? ¿por qué?)
Nos faltan recursos para interpretarlo. ¿O será que los emisores prefieren que haya cada vez más
inducción y menos interpretación?
Afinar el sentido crítico
Cuanto más pletórica la información, más superficial. Norbert Wiener, fundador de la cibernética,
decía: "El hombre moderno sabe hacer, pero no sabe comprender". Ahora, sin comprensión el arte
se torna diversión; la cultura, entretenimiento; la noticia, panacea; el texto, fastidioso (de ahí que los
periódicos tienen a presentar menos textos y más fotos e ilustraciones).
Hace poco, un norteamericano calculó que un ciudadano neoyorquino, envuelto en su rutina de
locomoción diaria, más la media doméstica, es bombardeado por cerca de 8.000 mensajes
publicitarios en un mismo día. Se non è vero, è ben trovato. Y todavía indagamos cuáles son las
causas del stress.
La crítica de Wiener recuerda la perplejidad del profeta Isaías, en siglo 6 A.C.: "Visteis muchas
cosas sin darles atención, tuvisteis los oídos abiertos sin escuchar" (42,20). Tenemos los hechos a
las claras, pero carecemos de recursos para contextualizarlos y discernirlos. Así como el televisor
es un aparato neutro, que todo proyecta, el telespectador es inducido a ser también un receptor
neutro, insensible a lo que recibe a través de la razón, por tanto emocionalmente moldeable.
Alfred Gorssser publicó, en 1959, el libro Hitler, la imprenta y el nacimiento de una dictadura. Es
un análisis de las noticias extraídas de dos centenas de periódicos europeos y americanos, entre
1932 y 1933. Todos registran, sin ningún acento crítico, ¡la gloriosa ascensión de Adolf Hitler!
Después de todo, él tenía odio a los comunistas, prometía rescatar el orgullo alemán (abatido
después la Primera Guerra), acabar con el desempleo y hacer de la nación una gran potencia.
Raros hombres públicos, como Churchill y el teólogo Karl Barth, señalaron el peligro. Pero los
lectores de aquellos periódicos encontraron todo tan interesante como millones de brasileños,
medio siglo después, respecto a la elección de Collor y la confiscación de las libretas de ahorros.
Información biológica
La información es un fenómeno biológico. Nuestras células no sobreviven sin las informaciones
transmitidas por el DNA. Son ellas que permiten, de hecho, la formación de huesos y músculos,
órganos y miembros, así como el intrincado sistema de irrigación sanguínea la fantástica
electroquímica de las neuronas, que hacen del cerebro humano el más sofisticado y complejo
sistema de comunicación.
Anotemos un ejemplo: Ud. odia las costillas de puerco fritas. De repente, aparecen un plato que le
sirven. En una fracción de segundo, su cerebro descodifica la imagen recibida por el ojo y el olor
remitido por el olfato. ¡Son costillas de puerco fritas! La memoria olfativa se suma al olor
repugnante. Ud. recuerda cuando niño vomitando costillas de puerco fritas. El recuerdo provoca
nauseas, mientras el cerebro activa comandos que le reducen el apetito.
Servicio de la verdad
Informar es imprimir significado. Para el Evangelio, servir a la verdad, dentro de los paradigmas
éticos que hagan con que ella prevalezca sobre la mentira, así como la luz sobre las tinieblas, el
conocimiento sobre la ignorancia, la sinceridad sobre la hipocresía, la vida sobre la muerte.
Los medios de difusión prestan, en muchas ocasiones, ese servicio, pero, en general, solo cuando
están en juego grandes intereses. Hace inviables, por ejemplo, las guerras que envuelven a naciones
industrializadas (los EE.UU. metidos con Irak da rating; el genocidio causado por el conflicto entre
dos países de Africa merece pocas líneas...). En suma, los medios ninguna importancia dan al
escenario captado por los lentes de Sebastián Salgado (él sí, sólito, un medio alternativo).
En Brasil, todo permanece como antes en el cuartel de Abrantes... hasta que los medios denuncian.
Entonces, el gobierno pasa a exigir más rigor en los exámenes del Sida, los hospitales convocan a
pacientes examinados, la policía reabre la investigación sobre la muerte de bebés en la maternidad,
el gobernador Mario Covas promete, una vez más, investigar las acciones de violencia practicadas
por la policía de Sao Paulo.
Efectos de la información
Del lado del receptor, la información puede surtir dos efectos nocivos: fanatismo o escepticismo.
El fanático juzga que su información traduce toda la verdad. El escéptico relativiza todo y
considera el mal una endemia crónica. Para él, "todo político es corrupto". El escéptico dice "no
quiero saber"; el fanático, "ya se todo".
En este sentido, los medios de difusión tienen el deber ético/pedagógico de matizar certezas y
solapar desesperanzas. Debe asumir su papel de nutriente del espíritu. Mantener encendidos
valores humanos como la auto-estima, solidaridad, justicia y esperanza.
David Riesman, sociólogo norteamericano, en el libro La multitud solitaria, analiza el
comportamiento del público frente a la información. Destaca tres actitudes: indiferencia, moralismo
y recolección de informaciones como afirmación de status.
El indiferente es el receptor que delega poderes a un canal de comunicación (una TV o un
periódico, por ejemplo). De allí el recoge la información como oráculo de la verdad. No le pasa
por la cabeza desconfiar del vehículo. Está convencido de que jamás es engañado o manipulado.
Eso engendra en él una seguridad psíquica desprovista de responsabilidad. El se abandona al
vehículo. Se reviste de una apatía que lo protege de cuestionamientos o de la posibilidad de
encarar los hechos con otra óptica. E ignora que se convirtió en un ser dócil en las manos del
vehículo que eligió.
El moralista juzga que solo él detecta el mal con absoluta precisión. Aunque no tenga poderes para
mejorar el mundo, se empeña en evitar que el mal se introduzca en el mundo. Frente a los hechos,
él oscila entre dos reacciones: indignación o entusiasmo. Se indigna ante todo aquello que hiere sus
principios morales. Sufre por no poder imponer, a la complejidad de la vida colectiva actual, los
patrones que rigen su conducta personal. Por eso, se entusiasma cuando asiste a la represión "a las
malas costumbres". Alienta la censura.
El coleccionista de noticias busca "estar dentro" de todo lo que sucede en las altas esferas de la
sociedad. El olimpo del poder le fascina. No le gusta ser considerado "por fuera" o como alguien
que "no sabe de las cosas". Enterado de lo que hacen y como viven las personas consideradas
importantes, se siente virtualmente en la intimidad del poder. Se apropia verbalmente de la vida
ajena.
Todos los tres son receptores apáticos del punto de vista del compromiso social. Miran las noticias
sin dar un paso para modificar el estado de cosas. Son galería, mientras el campo queda dominado
por los arribistas, sobre todo políticos profesionales. Así, se instala una especie de letargia
colectiva y la realidad, con todas las noticias maravillosas y tenebrosas, se transforma en mero
escenario.
Es como si estuviésemos en un teatro personalizado -el sillón de la sala o la silla frente al
computador- con los ojos atentos al escenario. Lo grave es que, de hecho, estamos también en el
escenario y no podemos huir de ese drama llamado historia humana.
Hacer de los medios de comunicación la musa de la democracia real, es el gran desafío en este
cambio de milenio.
https://www.alainet.org/es/articulo/104268?language=es
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