La geopolítica del fútbol

09/06/1998
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París.- El 10 de junio arrancará, en Francia, el último mundial de fútbol del presente siglo. Durante un mes, a lo largo y ancho del planeta, las actividades cotidianas se verán afectadas por este acontecimiento que se ha convertido en un fenómeno planetario y, por tanto, en una expresión significativa de la mundialización. De ahí la pertinencia de mirar a este deporte más allá de las jugadas y de los planteamientos estratégicos de los técnicos, para enfocarlo desde el ángulo de las relaciones internacionales, que es lo que precisamente hace Pascal Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas (IRIS) de Francia, cuando nos habla de: El fútbol es un elemento constitutivo de las relaciones internacionales contemporáneas que no se las puede limitar más a las solas relaciones diplomáticas entre Estados. En efecto, no hay aspecto alguno de dichas relaciones que no pueda ser aplicado al fútbol. De modo que podemos hablar de una "geopolítica del fútbol" y estudiar como éste ha conquistado el mundo. Iniciado en Inglaterra, es por los puertos que ha comenzado a constituirse en un imperio planetario, cuando, desde Havre (primer club profesional francés) hasta Barcelona, Bilbao, Hamburgo o Génova, los habitantes quisieron imitar a los comerciantes ingleses que ocupaban su tiempo libre jugando. La penetración del fútbol se extendió a Europa y a América Latina a través del ferrocarril, y la televisión ha consolidado esta conquista a escala mundial. ?Acaso no hay, en esta forma de constituir un imperio -de manera pacífica y con la adhesión entusiasta de los pueblos conquistados- un paralelo con las conquistas militares? En términos geopolíticos, el fútbol de la segunda mitad del siglo XX muestra un mundo donde reina una sola potencia -Brasil-, muy por delante de un ramillete de ponencias menores (Alemania, Italia, Inglaterra, Argentina, Francia, etc.), incapaces de rivalizar con el líder mundial, pero marcando netas distancias ante los otros Estados. Salta a la vista el paralelo que se puede establecer con la situación estratégica actual, si bien se trata de actores diferentes -con la particularidad que nunca una potencia dominante ha logrado suscitar una simpatía universal y la admiración de todos. La superpotencia brasileña exporta ampliamente a sus jugadores. En diez años, 2.000 jugadores salieron del país para jugar tanto en España, Francia e Inglaterra, como en Malta, Japón o China. Tan solo en 1997, 500 jugadores brasileños participaron en campeonatos extranjeros. El sol no se oculta jamás en el imperio brasileño del fútbol. En esta geopolítica del fútbol, podríamos, asimismo, aplicar al Brasil la famosa fórmula pronunciada por Georges Clemanceau respecto a los Estados Unidos, en el plano diplomático: "Es un país de futuro, que le queda mucho tiempo". El fútbol es ciertamente el fenómeno más universal, mucho más que la democracia o la economía de mercado, de las cuales se dice que no tienen ya fronteras, pero que sin embargo no logran rivalizar con su alcance. La FIFA a la par de la ONU Sabemos que, luego de Marshall McLuhan, el mundo es una aldea planetaria, pero sus habitantes más conocidos son, sin duda alguna, Ronaldo, Platini, Gascoigne y afines. Mientras que la Organización de Naciones Unidas (ONU) tiene 186 miembros, la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA) cuenta con 198, entre ellos Irlanda del Norte, Escosia, Inglaterra y el país de Gales. Reunidos, ellos forman el Reino Unido en la ONU, pero existen de manera separada para el fútbol. Cuando ciertos observadores se preguntan sobre el futuro del Reino Unido, cabe preguntarse si la representación en la FIFA es el signo de la originalidad de los creadores del fútbol o la prefiguración de su representación política. Los otros miembros de la FIFA no representados en el ONU son: Anguila, Antillas Holandesas, Aruba, Bermudas, Islas Caimán, Islas Vírgenes, Faeroe, Cook, Tahití, Montserrat, Puerto Rico, Macedonia, Suiza, Palestina, Taipei, Hong Kong y Guam. Se trata de los micro-Estados, cuyo reconocimiento es cuestionado o bien de entidades que tienen una relación muy dúctil con la metrópoli. En cambio, son miembros de la ONU sin ser afiliados a la FIFA: las Comoras, Eritrea, las Islas Marshall, Micronesia, Mónaco, Mongolia, Palau y Samoa. ?Joao Havelange ahora, su sucesor mañana, serán personajes tan importantes como Kofi Annan, Secretario General de la ONU? La Copa del Mundo existe desde 1930, pero no es sino recientemente que el fútbol se ha convertido en un fenómeno realmente planetario. Este año, 37 mil millones de telespectadores, en audiencia acumulada, seguirán el mundial: a modo de comparación, se estima que 12 mil millones de personas (siempre en audiencia acumulada) siguieron los Juegos Olímpicos de Invierno en Nagano (Japón) y 20 mil millones los olímpicos de verano realizados en Atlanta (Estados Unidos) en 1996. La composición de los equipos finalistas que disputarán la Copa muestra claramente que se trata de un fenómeno de la mundialización: con treinta y dos equipos de todos los continentes, ella será la primera realmente representativa del planeta. El mundial ha dejado de ser un cuestión exclusiva de Europa y Latinoamérica; Norteamérica y sobretodo Africa y Asia ocupan un espacio mayor. Los eventos geopolíticos recientes han repercutido, desde luego, sobre la organización del fútbol: pero éste ha reaccionado parcialmente sobre aquellos y no ha tenido un rol pasivo. La implosión de los imperios multinacionales europeos en muchos Estados ha tenido como efecto directo la multiplicación de equipos nacionales en Europa. Los equipos soviéticos, yugoeslavos y checoslovacos no existen más y han dejado el lugar, respectivamente, a quince, cinco y dos equipos nacionales. Sin embargo, no resulta nada inocente constatar que, entre las primeras manifestaciones de voluntad de los nuevos Estados independientes, consta la demanda de adhesión a la FIFA. Como si ella fuera tan natural y necesaria como la ONU; como si la definición del Estado no debería limitarse más a los tres elementos tradicionales -territorio, población y gobierno-, sino que debería añadirse un cuarto también esencial: un equipo nacional de fútbol; como si la independencia nacional se caracterizara a la vez por la posibilidad de defender las fronteras, establecer una moneda y disputar las pruebas internacionales de fútbol. Encarnación del Estado Ciertamente, en los Estados jóvenes, donde el sentimiento nacional es frágil o se siente amenazado, su solidificación ha sido, más de lo que se cree, ayudada por el fútbol, que ha servido para federar a una comunidad a veces traumatizada. Es el presidente croata Franjo Tudjman en persona que pidió que el club Dínamo de Zagreb abandone su nombre histórico para tomar el de Croacia, declarando que el nombre "Croacia" contribuirá a la afirmación de Croacia, puesto que el nombre "Dínamo" habría significado, a los ojos del mundo occidental, que los habitantes de ese país todavía no se han "liberado de la herencia bolchevique y balcánica". El equipo nacional no es, entonces, el simple resultado de la creación de un Estado: ayuda a menudo a forjar la nación. El fútbol tiene también un lugar eminente en la afirmación nacional de los países recientemente independientes. Puede así preceder al reconocimiento diplomático. En 1958, el equipo del Frente de Liberación Nacional (FLN), compuesto de jugadores argelinos que se habían hecho célebres en Francia, hizo una gran gira mundial que anticipaba el reconocimiento diplomático de Argelia. En 1995, Pavel Katchatrian, secretario general de la Federación Armenia de Fútbol, declaró al International Herald Tribune: "Después de todo lo que ha pasado, la pérdida de tantas casas y vidas, los hombres en los vestuarios tienen la posibilidad de ser un país". Y el periodista, refiriéndose a los dos empates obtenidos por el equipo armenio ante Irlanda del Norte y Portugal, señalaba: "los puntos son de oro para los países renacientes. Ellos simbolizan la nación, compran el reconocimiento. Son una fuente de gran orgullo". De la misma manera, cuando, en diciembre de 1995, la selección palestina se enfrentó al equipo Variété Football-Club Francés, del cual hacía parte Platini, a los ojos de los palestinos aquello aparecía como un paso más en la larga ruta que les conduciría, de reconocimiento en reconocimiento, a la independencia. Pero el fenómeno no solo juega para los Estados nuevos o nacientes: los periodistas del muy serio Economist de Londres casi se estrangularon cuando descubrieron que, para los jóvenes británicos, la razón a menudo más citada para estar orgullosos de ser británicos era la habilidad nacional para el fútbol; y no el recuerdo de un gran imperio u otros motivos más ligados al sentido tradicional de la potencia. La guerra por otros medios Las guerras no enfrentan más a los Estados. La treintena de conflictos que desgarran el mundo se desarrollan todos al interior de las fronteras de un mismo Estado. Hemos pasado de las guerras inter-estados a las guerras intra-estados. ?El fútbol será, entonces, el último lugar de enfrentamiento directo entre países rivales? "El deporte es la guerra" titulaba un número de Manière de voir (mayo 1996). El muy tradicional Times de Londres había, por su parte, parafraseado la fórmula de Clausewitz, para quien la guerra es la continuación de la política por otro medios: "el fútbol, continuación de la guerra por otros medios", antes de la semifinal de la Euro Copa de 1996 que enfrentaba a Inglaterra con Alemania. ?El motivo era solamente la revancha de la final de la Copa del mundo 1966 cuyo resultado fue impugnado o aquel de la segunda guerra mundial? ?El deporte se ha convertido en un sustituto al quiebre nacionalista? ?Viene a atizar las brasas de las pasiones nacionalistas? ?Es, entonces, beligerante, o permite evitar un conflicto, por sublimación, de los antagonistas en el gramado? ?Las trifulcas entre equipos y/o entre hinchas, no son preferibles a los enfrentamientos militares? ?El Mundial mejor que la guerra mundial! "La expansión internacional del deporte se asienta sobre el desarrollo de la interdependencia internacional y sobre la existencia, pese a excepciones notorias, de una paz mundial frágil e inestable. Las pruebas deportivas como los juegos olímpicos permiten a los representantes de diferentes naciones enfrentarse sin matarse mutuamente, si bien que la transformación de tales simulacros de combates, en combates "reales" sea función, entre otros, del nivel de tensión preexistente entre los Estados" (Eric Dunning, "La dinámica del deporte moderno", Sport et civilisation, Fayard 1994) Es imposible no evocar, en este propósito, la famosa "guerra del fútbol" que en 1960 libraron El Salvador y Honduras, a raíz de un encuentro clasificatorio de la CONCACAF para la Copa del Mundo 1970 (que se realizó en México); una guerra que duró cuatro días antes que la Organización de Estados Americanos (OEA) obtenga un cese al fuego y el retiro de las tropas salvadoreñas. Creer que este partido de fútbol, por más clasificatorio para el Mundial que fuera, es el "responsable" de la guerra, es lo mismo que decir que el asesinato del archiduque Fernando de Sarajevo en 1914 es la causa de la primera guerra mundial: es, en los dos casos, confundir el episodio detonante con las causas reales que son históricas, sociales, políticas. En el caso presente, Honduras, con una densidad de 18 habitantes por kilómetro cuadrado, siempre ha jugado el rol de vertedero para El Salvador, superpoblado. Trescientos mil salvadoreños se habían establecido, la mayoría ilegalmente, en tierras hondureñas fronterizas con El Salvador. Situación que había generado tensiones muy fuertes. Por lo demás, el gobierno de Honduras tenía, con la confrontación con El Salvador, el medio de rehacer la unión nacional y de romper la protesta política interna, que exigía la reforma agraria. En Yugoslavia, las primeras fisuras de la Federación pudieron ser percibidas con ocasión del partido entre el Dínamo de Zagreb y el Estrella Roja de Belgrado, el 13 de marzo de 1990. Graves enfrentamientos se produjeron entre los hinchas de los dos equipos, que son croatas en el primer caso y serbios en el segundo, con un saldo de más de 61 heridos graves. Desde 1989, los hinchas croatas gritaban en el estadio cuando se medían clubes croatas con clubes serbios: "Slobo (Slobodan Milosevic, el presidente serbio) tu no escaparás al cuchillo". El Estado común, por su parte, fue posiblemente muerto simbólicamente el 26 septiembre 1990 en Split, con ocasión del partido entre el Haidouk de Split y el Partizan de Belgrado, cuando los hinchas del Haidouk saltaron a la cancha y quemaron la bandera yugoslava. "El primer acontecimiento mostró que los hinchas serbios y croatas no podían más compartir el mismo estadio; el segundo, que el Estado yugoslavo no tenía más autoridad sobre una buena parte de su territorio" (Ozren Kebo, Erasmus Zagreb, citado por Courrier International, 20 abril 1995. Fuerza simbólica El fútbol ha sido igualmente un medio para sancionar a Yugoslavia. El equipo yugoslavo fue excluido de la Euro 1992. Belgrado había sido acusado de ser responsable de la guerra. Para la comunidad internacional que tomó esta sanción, era un medio fuerte de actuar simbólicamente contra Belgrado sin tomar riesgos militares. La decisión fue duramente resentida por los serbios y marcaba más que toda otra su exclusión de la comunidad internacional. Los jugadores yugoslavos ya se estaban entrenando en Suecia, donde iba a realizarse la fase final, cuando fueron notificados de esta exclusión. Ellos fueron reemplazados por los de Dinamarca que, a pesar de haber sido invitados a último minuto y no habiendo clasificado en el terreno, terminaron por ganar la final contra Alemania. Pero el fútbol, gracias a su fuerza simbólica, puede igualmente permitir reconciliaciones. El liberiano George Weah, estrella del París-Saint-Germain y después del Milan AC, ha hecho mucho para que su equipo nacional sea un elemento de unidad en un país desgarrado por la guerra civil. Su mensaje de paz ha sido ampliamente facilitado por su aura. Asimismo, las vedettes del difunto equipo yugoslavo y actuales compañeros en el Milán AC, el serbio Savicevic y el croata Boban, amigos de la vida, podrían servir de símbolos a la reconciliación de esos dos países, obviamente si los dirigentes de Zagreb y de Belgrado desearan reconciliarse. El fútbol es pues un reflejo. Un partido de fútbol no desencadenará un conflicto entre dos países que mantienen buenas relaciones ni traerá la paz a Estados que quieren pelearse. Su carácter altamente espectacular no debe provocar ilusiones. El fútbol no es la causa de la guerra entre El Salvador y Honduras o del conflicto en Yugoslavia. No podrá, por sí solo, llevar la paz a Liberia. Pero si puede ser un signo anticipador de una situación que se degrada o que se mejora. Es uno de los medios que disponen los actores de la vida internacional para enfrentarse o aproximarse. No conviene sobreestimar ni subestimar su importancia. Es por esta razón que conviene considerar con prudencia las palabras de Joao Havelange, declarando que quiere organizar un partido de fútbol entre las selecciones palestina e israelí para establecer la paz, "pues el fútbol puede engendrar el entendimiento de dos pueblos que se dan la espalda desde hace mucho tiempo". "Ahí donde la política, la diplomacia, los círculos financieros han fracasado -señala-, yo creo que el fútbol puede lograr". Havelange quería, por lo demás, en 1998, proponer al presidente norcoreano formar un equipo unificado de Corea para la Copa del mundo del 2002. Más allá del carácter necesariamente megalómano de quien dirige la FIFA desde 1974, hay que guardar la razón. Si las dos Coreas políticamente han decidido aproximarse, el fútbol podría ser uno de los medios puestos a su disposición para operar ese acercamiento: pero el amor a la pelota redonda, por fuerte que sea, no será suficiente para reunificar Corea, como tampoco para resolver el conflicto israelo-palestino. La FIFA no podrá por su cuenta salir airosa ahí donde la ONU, Estados Unidos, Rusia, Europa, el Papa y el mundo árabe han fracasado. Los criterios de potencia internacional están en camino de conocer una profunda mutación. Sin querer acarrear al lector a una tipología de la potencia, digamos brevemente que los criterios clásicos (territorio, fuerzas militares, demografía, solvencia tecnológica) dejan el lugar, sin desaparecer, a nuevos criterios: la capacidad de influir, la imagen, etc. Al hard power clásico se debe ahora añadir el soft power. El fútbol, encarnación de un Estado, imagen simbólica de la nación, apreciado casi universalmente, contribuye en mucho a la imagen y popularidad de un país, al mismo nivel, de aquí en adelante, que los factores culturales. *Traducción libre de ALAI del original en francés
https://www.alainet.org/es/articulo/104250

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