Implicaciones y perspectivas de la deuda externa

11/08/1998
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"Rescate de las deudas sociales - Justicia y solidaridad en la construcción de una sociedad democrática" es el tema de la 3ra Semana Social Brasileña promovida por la Conferencia Nacional de Obispos del Brasil (CNBB siglas en portugués), conjuntamente con movimientos y entidades ecuménicas, pastorales y sociales, cuyo Momento Nacional se realizará del 4 al 8 de agosto, en Itaici (Sao Paulo). El tema adoptado para la 3ra Semana Social se inscribe en los preparativos del Jubileo 2000, que al decir de Mons. Demetrio Valentini -responsable de la Pastoral Social de la CNBB- "pone en evidencia la importancia teológica y pastoral del tema de las deudas". Y más específicamente responde al hecho que, "el mecanismo de la deuda externa, a pesar de haber salido de los medios de difusión, continúa siendo uno de los mecanismos más perversos de generación de miseria y muerte. Y es preciso un movimiento que, más allá de proponer el no pago de esta deuda extorsionadora, obligue a los gobiernos a usar esos recursos en el rescate de las deudas sociales". Como parte de este proceso, del 21 al 23 de julio, en Brasilia, tuvo lugar el Simposio "Deuda Externa: Implicaciones y Perspectivas", organizado por la CNBB, la CONIC (Consejo Nacional de Iglesias Cristianas) y la CESE (Coordinadora Ecuménica de Servicios), que contó con la participación de 100 representantes de los eventos locales de la 3ra Semana Social y 17 de otros países de América Latina, los Estados Unidos y Europa. Este evento fue encarado como un acto de ciudadanía. "Como ciudadanos tenemos el derecho a saber sobre la situación de la deuda externa, tenemos la obligación de estar bien informados. Y quien dispone de los datos tiene la obligación de entregarlos a la sociedad. La cuestión de la deuda externa no puede ser un asunto extraño a los ciudadanos, mucho menos ocultado al conocimiento de la población", señala el documento final, acotando que no se trata de un asunto superado, si bien las situaciones han cambiado significativamente en los últimos años. "Manteniendo el nombre 'Deuda Externa', que se tornó emblemático durante muchos años, queremos identificar el proceso histórico que fue creando dependencia financiera, con graves consecuencias para los países pobres y para los pobres dentro de los países ricos", añade el documento. También se reconoció como un acto de solidaridad: "con aquellos que más sufren las consecuencias de la dependencia financiera en la fase actual del capitalismo"; solidaridad que es "compartida con iniciativas y movilizaciones de diversas iglesias y organizaciones nacionales e internacionales". Y además fue asumido como un acto de responsabilidad, "para participar, de manera consciente, asumiendo un papel activo en el enfrentamiento de la deuda externa. La sociedad está abierta para enfrentar la cuestión, y para eso exige transparencia de informaciones y de decisiones". En esta línea destacó que: "La fuerza de un movimiento general de solidaridad es la única potencia que puede ser legítima en los días de hoy, una fuerza capaz de movilizar la energía social en favor del rescate de las deudas sociales que la sociedad generó". A continuación recogemos textualmente (traducción libre nuestra) la secuencia del documento final de este Simposio, cuyos alcances desbordan la realidad brasileña. El endeudamiento brasileño El endeudamiento externo del Brasil, caracterizado en los años 70 y 80 por todo un ciclo de expansión y crisis prolongada, comprometió toda una generación por las consecuencias nefastas del período de estancamiento y dependencia a que el país quedó sometido. En los años 90, se inicia un nuevo ciclo de endeudamiento externo brasileño, con características algo distintas del período anterior, mas con evidentes señales y síntomas de que sus consecuencias sociales y económicas evolucionan hacia una crisis todavía más seria de la de los años 80. El nuevo proceso de endeudamiento se presenta más complejo en sus relaciones económicas internacionales. La deuda externa no es el único indicador de dependencia de recursos internacionales. El monto de esta deuda bruta, de inicios del 94 a inicios del 98, según datos del Banco Central, creció de US$ 145.7 mil millones a 193.2 mil millones. En el período de enero del 95 a junio del 98 los déficits de cuenta corriente con el exterior registran US$ 89.5 mil millones, debiendo cerrar en el año con más de 100 mil millones de dólares de nuevas obligaciones a pagar en moneda extranjera, acumulados en el gobierno actual. El actual ciclo de expansión de la deuda externa y de otros pasivos externos del Brasil difieren del ciclo precedente en varios aspectos, todos ellos desgraciadamente agravantes para una rápida y profunda eclosión de crisis. El bajo crecimiento económico, la alta dependencia de importaciones, el reducido nivel de inversión pública y privada durante el cuatrenio 95/98, aliados a la desnacionalización de patrimonios públicos y privados, son características del actual ciclo de endeudamiento que aceleran la dependencia de recursos externos, actual y futura. Eso se traduce, en términos de indicadores económicos, en el crecimiento del déficit en cuenta corriente con el exterior y en la ampliación del monto de capital en manos de extranjeros. En particular, la desnacionalización de sectores de infraestructuras (energía, telecomunicaciones, bancos, etc.), cuyos nuevos flujos de remesa de divisas para el exterior deben crecer, sin la contrapartida de las exportaciones que esos sectores no generan. Pasivos externos crecientes, sin contrapartida de exportaciones con crecimiento similar, profundizan el desequilibrio externo. Ese indicador directo de la dependencia económica externa torna el sistema frágil, a semejanza de un organismo débil, susceptible a toda y cualquier contaminación por bacterias y parásitos que circulan en el medio ambiente, ávidos por atacar selectivamente cuerpos indefensos. Esa lógica de la biopatología no es extraña a las estrategias de los denominados ataques especulativos financieros que ahora devoran las llamadas economías emergentes por el mundo. El crecimiento del endeudamiento externo se refleja también en el aumento de la deuda pública interna. Estas, a su vez, se traducen en cargas que consumen recursos públicos reservados para este fin ilimitadamente en los presupuestos estatales. Se produce entonces una completa inversión de valores éticos en la gestión de la política fiscal, puesto que, al sancionar los gastos con cargas de las deudas interna y externa sin límites y sin participación del Congreso, el sistema impone toda la prioridad presupuestaria para el servicio de las deudas, relegando a todas las otras funciones y necesidades públicas un carácter residual, que puede ser "ajustado", cortado, ignorado o suprimido. Esa ingeniería económica perversa es responsable de la verdadera inversión de las prioridades sociales en los presupuestos, y generalmente viene acompañada del llamado al sacrificio, de la justificación por la austeridad o simplemente por la invocación del "ajuste estructural", sin mayores explicaciones. Por otro lado, si en el ciclo reciente de endeudamiento externo hubo una mediocre expansión económica -alrededor del 2,5 al 3% del PIB- y aumento del desempleo en el período 95/98, el desempeño que se podría esperar en una fase de eclosión de la crisis de la deuda externa sería claramente mucho más grave. Ningún crecimiento y ciertamente empleo en caída libre. Todo eso evidentemente no se traduce sólo en números, sino en el inmenso infierno humano de degradación, violencia, destrucción física y psicológica de las personas, especialmente de los más pobres. El actual proceso de endeudamiento externo hizo crecer la deuda externa privada. Incluso siendo directamente independiente de recursos públicos, no puede quedar ausente de controles y regulaciones públicas restrictivas. El nivel y la movilidad financiera de esta deuda privada ya afectan el sistema económico por el volumen de moneda extrajera que mueve. El Banco Central debe administrar esos flujos sin riesgos de pérdidas apreciables de reservas y sin los costos excesivos con la inmovilización y el financiamiento, en el tiempo, de esa misma inmovilización. Esos también son factores responsables de la generación de nuevas deudas, que recaen sobre los hombros de toda la sociedad. Estas condiciones de gestión monetaria y financiera son en parte internas, pero en gran medida dependen de la reestructuración del orden financiero internacional con bases substancialmente distintas del sistema de desregulación actualmente prevaleciente. Eso requiere nuevas reglas y nuevas instituciones, que desgraciadamente ni siquiera están siendo gestadas. Las varias deudas -externa, interna, pública y privada- aunque diversas en sus implicaciones y significados, presentan en común una sobrecarga de obligaciones a la sociedad, cuyas consecuencias son de varias naturalezas: 1) elevación de los compromisos a pagar en moneda extranjera en el presente y en el futuro, comprometiendo el desarrollo de las generaciones más jóvenes, 2) aumento de la vulnerabilidad externa y de la dependencia económica del país, 3) carga ilimitada a los presupuestos públicos, comprometiendo las prioridades políticas con el rescate de las deudas sociales, 4) pérdida de soberanía y sumisión a las estrategias internacionales del capital financiero y de la potencia hegemónica que ahora lo protagoniza, 5) sacrificio del pueblo humilde y desprotegido, que no habiendo obtenido los beneficios del período de expansión de esas deudas, es compulsivamente sobrecargado con el peso de sus cargas. Reflexiones éticas y teológicas Hay razones teológicas y éticas fundamentales por las cuales las iglesias y la sociedad civil se ven no solo autorizadas, cuanto que comprometidas a alzar su voz en la cuestión de la deuda externa. La fe cristiana entiende al ser humano como un ser relacional: con Dios como creador y protector de toda la creación, con el prójimo como su semejante y compañero social inserto en el conjunto del resto de la creación. El horizonte utópico que mueve crecientemente a las iglesias y movimientos cristianos en relación a la cuestión de la deuda externa es sintetizado paradigmáticamente en la concepción del Jubileo (Levítico 25). Sus líneas básicas se tornan más y más conocidas: de tiempo en tiempo (en el caso bíblico se preconizaba un período de 50 años) se procedería a una radical anulación de las iniquidades acumuladas a lo largo del período anterior y se restablecerían las relaciones originarias de igualdad, justicia y comunión solidaria. La tierra sería distribuida, los esclavos liberados, las deudas perdonadas. Además, se presupone que el restablecimiento del estado original sea ahora el estado que debería ser mantenido como habitual, no siéndolo tan solamente por la realidad de lo que se designa en términos teológicos como pecado, que consiste precisamente en el rompimiento de las relaciones con Dios y con el prójimo. En este contexto está también contenida la idea de perdón. En relación a Dios, la comunidad cristiana se sabe deudora y por eso siempre necesitada de perdón. Del perdón recibido fluye también el compromiso del perdón a conceder. En la oración de Jesús consta la petición lapidaria: "Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores". Aunque no se pueda hacer una transposición simple de esa petición para las relaciones económicas entre naciones, es cierto que la dimensión del perdón preserva el horizonte utópico presente en el tema del Jubileo y apunta a la restauración de condiciones de justicia originales que fueron quebrantadas. Luego, la idea del perdón no puede ser desvinculada del concepto de justicia. Así, el clamor por la supresión parcial o total de la deuda no puede ser entendido como una admisión de culpabilidad por parte de los pueblos deudores a ser perdonada, ya que las capas populares que padecen las consecuencias nefastas de las deudas, no fueron las responsables de contraerlas, pero si son sus víctimas. Con todo, así como el Jubileo en el Antiguo Testamento, al prever el restablecimiento de condiciones de justicia, también presuponía el mantenimiento de la justicia restablecida, es esencial que toda y cualquier medida de anulación de la deuda vaya acompañada de medidas tendientes a propiciar la preservación de las condiciones para el desarrollo de la sociedad en igualdad y justicia. Así, vincular la supresión de la deuda externa al rescate de las deudas social y ecológica es una consecuencia lógica de la concepción del Jubileo. Por otra parte, es igualmente fundamental comprometer a los gobiernos de los países deudores y a los gobiernos de los países acreedores, las agencias multilaterales, al igual que a los inversionistas privados con un código eficaz (de preferencia con valor jurídico internacional) que coloque los instrumentos económicos al servicio del ser humano, en particular de los empobrecidos. Desde el punto de vista ético hay en la actualidad una inaceptable y chocante paradoja: por un lado, hay en el mundo de hoy recursos financieros, tecnológicos y de producción inimaginables en épocas precedentes, desenmascarando como una falacia la tesis muchas veces repetida de que el objetivo de un orden social justo e igualitario, a nivel mundial, sería una utopía imposible de ser alcanzada. Es éticamente inaceptable que justamente cuando se tiene a disposición esos recursos sin precedentes, se observe simultáneamente una exacerbación de las desigualdades no solo en aquellos países tradicionalmente desiguales, sino también en aquellos que ya habían alcanzado un relativo grado de desarrollo social. Es éticamente inaceptable, asimismo, que altos dirigentes del sector económico-financiero de los gobiernos transiten intermitentemente hacia las instituciones privadas, nacionales e internacionales, tornándose poseedoras de informaciones privilegiadas que les permiten ganancias excepcionales, perjudiciales al interés público. El año jubilar del 2000 conlleva un poder movilizador que la comunidad cristiana tiene y debe usar para hacer oír su voz frente a la cuestión crucial de la deuda externa y del modelo económico dominante. El es, ante todo, la proclamación del derecho de los pueblos a una vida en dignidad, justicia y comunión. Alternativas y compromisos El punto de referencia para repensar la cuestión de la deuda y del endeudamiento externo de nuestro país y de los demás países subdesarrollados es la urgente necesidad del rescate de las deudas sociales y ecológicas. Es imprescindible, por eso, la formulación y la adopción de un proyecto de desarrollo cuya prioridad sea la atención de los derechos sociales de toda la población. Para que sea implementado este nuevo proyecto de desarrollo es necesario un cambio cultural y político por parte de los grupos sociales empobrecidos y excluidos, haciendo valer su derecho y su poder. Es importante que estos sectores tomen conciencia de que, en realidad, son los acreedores de las deudas sociales que les son impuestas durante años. Es indispensable que haya una ruptura de dependencia en relación a los capitales extranjeros y de las estructuras de dominación, con todo lo que significa destrucción de la economía y soberanía nacionales y dignidad de vida de la gran mayoría de la población. En ese proyecto nuevo de desarrollo no se admite gastar lo que se paga hoy por la deuda interna y externa pública y por el peso de la deuda externa privada. No se puede cimentar el desarrollo nacional en la dependencia de capital extranjero. En relación al endeudamiento de los países subdesarrollados, el Simposio sugiere las siguientes líneas de acción: 1) Apoyar movilizaciones sociales nacionales e internacionales que apunten a implementar políticas de reducción o anulación total del pago de las deudas externas insoportables o ilegítimas, dejando claras las responsabilidades de nuestras élites políticas en la adhesión a las estrategias de dependencia y en el sometimiento a las directrices y orientaciones emanadas de los organismos multilaterales. 2) Propiciar debates y proveer informaciones en lenguaje accesible sobre la situación actual de los diversos aspectos de la deuda externa, sus relaciones con las deudas sociales y ecológicas y sus consecuencias para la vida de toda la población. 3) Garantizar que los países utilizarán los recursos que serían gastados en la amortización y servicio de la deuda en la implementación de políticas sociales, con plena participación de la sociedad. 4) Rechazar la propuesta de desregulación liberalizante representada por el Acuerdo Multilateral de Inversiones (AMI), reforzando la soberanía de cada nación para definir los criterios de entrada, uso y salida de capitales. 5) Apoyar iniciativas de creación de mecanismos internacionales para definir límites de endeudamiento y reconocer situaciones de insolvencia de Estados nacionales. 6) En la relación solidaria con países muy empobrecidos, apoyar iniciativas nacionales y participar en articulaciones internacionales en favor del perdón total e inmediato de sus deudas externas. Acompañar con atención las posiciones del gobierno brasileño, en las instancias internacionales, respecto de las deudas de los países de los cuales es acreedor. En relación al Brasil, además de las ya referidas, se propone como líneas generales de acción: 1. Una amplia auditoría, con participación de organismos de la sociedad civil, del proceso de endeudamiento externo brasileño que garantice la transparencia y la información para todos los ciudadanos. 2. La anulación de la deuda identificada como ilegítima e injusta. 3. El establecimiento, por parte del Congreso Nacional, de un límite presupuestario de gastos en pago de servicios y amortizaciones de deudas, compatible con la prioridad del rescate de las deudas sociales y ecológicas. 4. Incentivo y fortalecimiento de mecanismos constitucionales de participación de la sociedad civil en el control de la política económica y de los actos gubernamentales con relación al proceso de endeudamiento en los niveles federal, estadual y municipal. 5. Interrupción de la actual política económico-financiera de atracción de capitales externos, que tiene como consecuencia la brutal elevación del pasivo externo brasileño, de modo especial a través de la privatización de la infraestructura de servicios públicos. 6. Apoyar los esfuerzos para la creación de un tribunal de juzgamiento de toda la cuestión de la deuda externa y que las iglesias se empeñen en la concretización de este objetivo. Por fin, nos comprometemos, colectiva e individualmente, como cristianos y ciudadanos, a implicarnos, de forma efectiva, en las tareas que nos caben para evitar que el pago de la deuda se traduzca en falencia de las economías y de la soberanía nacional, impidiendo que los gobiernos impongan a sus pueblos privaciones incompatibles con la dignidad de las personas. En esta perspectiva, nos empañamos en participar, en cuanto iglesia y movimiento ecuménico, en la Campaña Internacional del Jubileo 2000, en todas sus dimensiones.
https://www.alainet.org/es/articulo/104212
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