Tambalea el muro de Washington

29/09/1998
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El Muro de Berlín desapareció en 1989. Sus escombros enterraron al socialismo del Este europeo, al activismo militante de la izquierda y a las utopías libertarias. Superada la Guerra Fría, el capitalismo alargó sus fronteras, prometiendo más libertades y prosperidad. Rusia se despeñó en la bolsa de valores y se dejó monitorear por el FMI y por el Banco Mundial. El Consenso de Washington prescribió un recetario considerado infalible para la felicidad general de las naciones: ajuste fiscal, privatización del patriminio público, no intervención del Estado en la economía, mercado regido por la libre competencia y regulado por las leyes de la oferta y la demanda. Ese es el neoliberalismo, la nueva fase del capitalismo. El recetario parecía eficaz pues arrancó a los tigres asiáticos de la jaula del subdesarrollo y permitió que países como México, Argentina y Brasil dominaran la espiral inflacionaria. Estaba erguido el Muro de Washington: de un lado, el capital volátil, la embestida especulativa, el casino global, en el cual las naciones del Tercer Mundo figuran como números en la ruleta de las altas ganancias. De otro, el crecimiento del déficit público, la deuda externa, el desempleo y la pobreza. Al contrario del Muro de Berlín, levantado con piedras, el de Washington atraviesa el planeta con señales electrónicas, se manifiesta en los índices de las bolsas de valores, se construye con desvíos y demarca, en una misma nación, la frontera divisoria entre privilegiados y excluidos. Países dotados de excepcional capacidad productiva e inconmesurables riquezas naturales, como el Brasil, adhirieron al Consenso de Washington, convencidos de que la desnacionalización de sus economías sería la vía más rápida para su integración al Primer Mundo. Algunos, como los tigres asiáticos, se valieron de la avalancha de dólares para invertir en educación, infraestructura y proteger la industria nacional. Brasil, convencido de que Dios es brasileño, prefirió creer que estaría por encima de las eventuales turbulencias de la economía mundial. De repente tambalea el Muro de Washington. Primero, Tailandia, enseguida Indonesia, con esquirlas en las vidrieras del Japón. Los señores del FMI trataron de calmar los ánimos con inyecciones de dólares, cambios en la política económica y recambios políticos, como ocurrió en Indonesia y en el Japón. El tigre ya no muerde, pues perdió los dientes. Y es ahí que, a su vez, el oso presentó señales de agonía. Los señores de Washington dejaron de mirar hacia la alcoba presidencial y corrieron a Moscú. No se piense que temían la muerte del oso, y en un gesto altruista, se mostraban dispuestos a reanimarlo con nuevas inyecciones de capital. El único interés era salvar las inversiones extranjeras de la ruleta rusa y que la bandera del neoliberalismo siga erguida sobre el Muro de Washington. Después del aparente fracaso del socialismo, urgía no permitir el fracaso del capitalismo. Sobre todo en el Este europeo. No hubo tiempo. Billones de dólares fueron tragados por la caída del oso. El neoliberalismo se vio desmoralizado. Se tornó urgente la intervención del Estado en la economía. Brasil: El síndrome Tancredo El "efecto Orloff" provocó resaca en las finanzas mundiales. Las bolsas entraron en caída libre, los inversionistas se retiraron, las naciones atadas al recetario del FMI tuvieron que sacar millones de dólares de sus reservas para tapar los grandes huecos ocasionados por la fuga de los capitales especultativos. Brasil perdió en agosto, poco más de ?nueve mil millones de dólares! Dinero suficiente para, por fin, realizar la reforma agraria, acabar con el problema del latifundismo y retirar de la calle a toda la niñez desamparada. Ocurre que Brasil acarrea, en su inconsciente político, el síndrome de Tancredo Neves. Enfermo, evitó tratarse antes de tomar posesión como presidente de la República. Primero, el ansiado poder. Después, la salud del cuerpo. No resultó. El elegido murió antes de ser posesionado y el país entró en una era inflacionaria sin precedentes. Ahora, se trata de hacer creer que Brasil no está con su salud económica estremecida. Por lo menos hasta el 4 de octubre, día de las elecciones. Entre tanto, el Banco Central espera tener aliento para inyectar miles de millones de dólares en el mercado financiero, y así, mantener la estabilidad del real. Procurará atraer a los inversionistas con ventajas jamás vistas, intereses más altos, exoneración de impuestos, etc., como el empleado de casino que grita: "hagan su jugada" y promete la suerte grande o el dinero de regreso. Si hubiere pérdida, queda por cuenta del casino. Entiéndase: del pueblo brasileño. Entre las elecciones y el primero de enero, solo el equipo económico sabe qué ocurrirá. Más no es preciso una bola de cristal para prever un nuevo ajuste, desvalorización del real, aumento de la liquidez. Tendrenos una Navidad de muchas velas y pocas alegrías. Todo porque el gobierno que nos gobierna se deja gobernar por el Consenso de Washington. Desprecia la capacidad de trabajo del brasileño, la competencia de nuestros cientistas y técnicos, el potencial de nuestra industria nacional y, sobretodo, la abundancia de nuestra agricultura si el campo no sufriese la plaga del latifundio y la falta de una política agrícola. El 4 de octubre, solo nos resta votar por la independencia de Brasil.
https://www.alainet.org/es/articulo/104201?language=es
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