No perder la esperanza

07/08/2014
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Se inicia el segundo periodo presidencial de Juan Manuel Santos, quienes votamos por él en las pasadas elecciones lo hicimos convencidos de ser la mejor opción para Colombia por la seguridad manifiesta de poder conducir a nuestra nación a los acuerdos finales de Paz, que pongan fin al dramático y crónico conflicto político, social y armado que padecemos hace más de cincuenta años.
 
En mi caso personal, venido de la generación de los años 60 que fue educada en la Universidad Nacional de Colombia y acompañantes del sueño libertario de Camilo Torres Restrepo, nuestro capellán, fue una decisión que maduré, cuando vi al Presidente dando pasos seguros y valientes en la búsqueda de entablar conversaciones con las FARC y con el ELN. Posteriormente, me convenció aún más cuando escogió tan disciplinado y serio equipo de negociación y puso a la cabeza del mismo al Ex Ministro Humberto de la Calle junto a los académicos Sergio Jaramillo, Frank Pearl, así como a los generales del ejército y la policía Mora y Naranjo, al lado de representantes de la mujer colombiana y de los grupos económicos de la nación. En esa época pensé: El Presidente está decidido hacer la Paz y correr todos los riesgos y desafíos que conlleva una decisión de esta naturaleza.
 
Pero la Paz no es solamente la firma de los acuerdos. Es el inicio. Y allí es donde se comienza a mostrar la verdadera dimensión ejecutoria del Presidente, que debe ser capaz de jalonar a nuestra nación, desde las viejas estructuras feudales y conducirla al siglo XXI, como una nación incluyente, justa, solidaria y en un verdadero desarrollo sostenible. Aquí es donde por la tardanza en construir e implementar las urgentes políticas públicas que rompan el latifundio improductivo y coloquen a los amplios sectores poblacionales en el camino de alcanzar la satisfacción de las necesidades más urgentes en el orden de trabajo, salud, educación, agua potable, saneamiento y alcantarillados, donde comienza a disminuir la esperanza y a sentirse un ambiente de decaimiento social, que es muy bien cultivado y estimulado por los sectores uribistas del centro democrático, que no pierden oportunidad para enrostrarle al Presidente sus fallas y demoras en su compromiso nacional.
 
Es hora que el Presidente le ponga, de verdad, el acelerador a la ya esperada y centenaria reforma agraria, recomendada por todos los asesores extranjeros del Banco Mundial y del PNUD que frecuentemente nos visitan, la que permitirá distribuir la tierra de una manera equitativa, con el apoyo técnico y acompañamiento financiero, que dé solución a los ingentes y viejos problemas de la familia campesina, realización agraria que impulsará la producción agrícola, llevará más productos a la canasta familiar de los colombianos y posibilitará la exportación de alimentos a nivel mundial. En esta forma, los olvidados y descuidados campos colombianos se convertirán en lo que han debido ser desde hace tiempos, verdaderos motores del desarrollo.
 
 Y qué decir de la Reforma política, tan necesaria para la democracia como el mismo aire que se respira. El Congreso colombiano tiene la obligación de delinear los nuevos caminos por donde debe discurrir la opinión organizada y decisoria de las mayorías. Así mismo, un verdadero estatuto de la oposición, que desde sus organizaciones claman las minorías políticas en busca del respeto y el reconocimiento como alternativa de izquierda, que les permita seguirse edificando. Así mismo, es urgente la construcción de una política pública que exija a los poderosos medios de comunicación rediseñarse en función de su democratización y compromiso con la implementación de una pedagogía de Paz, que impulse el respeto, la convivencia y democracia.
 
La educación y la salud son dos de las mayores esperanzas que hoy tienen los colombianos. Las movilizaciones estudiantiles están esperando concretar las propuestas de un modelo educativo que facilite la inclusión social, teniendo en cuenta que la educación es la posibilidad real de impulsar el desarrollo de la nación. Y en la salud, ya el país no resiste más promesas en el cumplimiento de las obligaciones que taxativamente le impone al Estado la Constitución Política de 1991. 
 
Para no perder la esperanza, el Presidente Santos debe cumplir. Los colombianos que horas antes de la segunda vuelta presidencial votaron con entusiasmo y fe en su gestión y derrotaron la propuesta que ofrecía más guerra y sangre, lo seguimos acompañando para que pase a la acción. Si en el momento de ser elegido se dijo: Usted tiene la palabra. Hoy le decimos: ¡Usted tiene el camino abierto: Adelante Presidente!
 
- Alonso Ojeda Awad es Ex embajador de Colombia y Director programa paz de la Universidad Pedagógica Nacional
https://www.alainet.org/es/articulo/102305
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