El Alto: Un mundo nuevo desde la diferencia
28/08/2005
- Opinión
Un caos en movimiento. Una Babel enmarañada. Vendedoras callejeras y
comerciantes, mercaderes y feriantes, corredores y comisionistas machacando
sones contumaces, tránsito agitado sobre el barro negro y pegajoso que rebalsa
aceras y calles; zumban bocinas mezcladas con músicas andinas –tradicionales de
roncos pututus y de electrizantes guitarras-, fusionadas con voces que ofrecen-
venden-reclaman-mercadean; cientos de camionetas se preparan para sumergirse en
la hoyada paceña, y otras tantas hacen la proeza de remontar la interminable
cuesta: es la Ceja de El Alto, el centro o el nudo comercial y político de la
urbe aymara. Una bacanal de colores y sonidos. A medida que se va
permaneciendo, en el punto en que los sentidos se acostumbran a los 4.100
metros de altura y al aire gélido que sopla desde la nevada Cordillera Real,
cuando se va aclimatando al ajetreo y al gentío, la batahola empieza a cobrar
forma. Basta con dejarse llevar por el ambiente, para que los ruidos
arremolinados se truequen en rumor, y la cacofonía en son. El Alto es un caos
mirado desde fuera. O sea, si se cultiva la mirada occidental, ajena, colonial.
La insurrección de octubre de 2003, que derribó al presidente Gonzalo Sánchez
de Lozada y trabó la continuidad del modelo neoliberal en Bolivia, iluminó la
existencia de una sociedad alterna que tiene su mayor desarrollo entre los
aymaras del entorno del Lago Titicaca, y en la ciudad de El Alto su mayor
exponente. Esa sociedad cuenta con sus propias instituciones políticas y
sociales, su propia economía y una cultura netamente diferenciada de la
sociedad “oficial”, mestiza y blanca, que se asienta en las instituciones
estatales y en la economía de mercado. Mostrar algunos aspectos de esa “otra”
sociedad es el objetivo de este breve trabajo.
Crecimiento explosivo
El Alto ha jugado un papel destacado en las luchas sociales bolivianas. En 1871
las milicias aymaras de Tupac Katari y Bartolina Sisa establecieron en esa
zona, pampas despobladas entonces, su cuartel general desde el que bajaban a La
Paz, ciudad que cercaron durante meses. En 1899 los aymaras de El Alto
establecieron una muralla humana durante la guerra federal para impedir el
ingreso de tropas constitucionales. En 1952, fue el escenario político que
confirmó el triunfo de la revolución nacional. Desde comienzos de este siglo,
El Alto es el centro político de los aymaras, la ciudad que crece con mayor
velocidad en el país, y es la ciudad rebelde más importante de América Latina.
El Alto tiene una ventaja geográfica y estratégica sobre La Paz, centro
político y administrativo del país: situado a 4.000 metros, domina las laderas
y el acceso a la ciudad, situada a 3.600 metros en una inmensa hoyada, una
profunda depresión del terreno en la que los españoles construyeron la
principal ciudad boliviana. Desde un punto de vista social, puede decirse que
en el Altiplano los pobres viven arriba (El Alto) y que los ricos viven abajo
(La Paz). Esta ventaja geográfica de los aymaras ha jugado un papel destacado
en la historia de Bolivia y lo sigue jugando aún hoy.
En 1952 vivían en El Alto apenas 11 mil personas, que constituían una población
básicamente rural. En 1960 ya eran 30 mil; en 1976 ascienden a 95 mil. Entre
1976 y 1985 (cuando consigue la autonomía municipal) la población creció
explosivamente (211 mil personas en 12 años) por la emigración desde los
centros mineros y desde las áreas rurales aymaras y quechuas del Altiplano,
alcanzado los 307 mil habitantes, para llegar a 405 mil en 1992. Según el censo
del año 2001 la población asciende a 650 mil personas y actualmente se supone
que se acerca a las 800 mil, de las cuales el 81% se autoindentifican como
indígenas, en particular aymaras. La ciudad está constituida por nueve
distritos, ocho urbanos y uno rural, y puede dividirse en tres zonas: la Norte
está poblada por migrantes del Altiplano en la que predomina la actividad
artesanal, manufacturera y comercial, que se expresa en la gigantesca feria de
la avenida 16 de julio, donde confluyen unos 40 mil puestos de venta; la zona
Central denominada la Ceja, donde están ubicados los principales servicios
públicos, agua y luz; y la zona Sur, donde existen algunas fábricas y
migrantes de la región sur del departamento de La Paz. El aeropuerto
internacional está incrustado en medio de la ciudad.
Un reciente estudio sociológico define a El Alto como “un conglomerado híbrido
de distintas experiencias comunales, artesanales, comerciales y obreras que se
mueven en el espacio urbano y se entrecruzan cotidianamente de forma
fragmentada”(1). La inmensa mayoría son pobres o muy pobres, y no tienen acceso
al agua potable, la luz, la salud, la educación y la vivienda. El Alto es una
ciudad precaria, de calles irregulares y polvorientas, de viviendas de adobe a
las que se les van adosando ladrillos, y su población vive bajo temperaturas
extremas que en promedio oscilan entre los 10 grados bajo cero y los 20 grados
mientras brilla el macizo sol del mediodía. Un dato adicional: el 60% de la
población tiene menos de 25 años.
Una ciudad autoconstruida
Este crecimiento explosivo –a un promedio de casi el 10% anual- ha llevado a
que una buena parte de los alteños no tenga acceso a los servicios básicos. En
1997, UNICEF estimaba que sólo el 34% de los alteños tenían acceso a todos los
servicios, incluyendo calles asfaltadas o empedradas, servicio de basura y
teléfono público. En 1992 sólo el 20% de los habitantes tenían acceso al
alcantarillado y el 18% al servicio de basura. Pero en algunos distritos esos
porcentajes descienden, en el caso del alcantarillado, al 2%, y los trámites
para conseguirlo pueden demorarse hasta diez años. El 20% no tiene agua potable
ni electricidad; el 80% vive en calles de tierra.
Por otro lado, hasta un 75% de las familias no tiene ningún tipo de afiliación
médica, en una zona donde abundan las enfermedades respiratorias agudas y las
diarreas, y se registra una elevada mortalidad infantil. El analfabetismo
alcanzaba a comienzos de los 90 al 40% de la población y sólo el 25% accedía al
bachillerato. En general, los servicios han sido construidos por los propios
vecinos, organizados en juntas vecinales que, a su vez, se agrupan en la
Federación de Juntas Vecinales de El Alto (Fejuve). Actualmente existen unas
500 juntas vecinales, que han sido las encargadas de la construcción urbana, ya
sea directamente con trabajo colectivo solidario o presionando a las
autoridades municipales.
En cuanto al trabajo, la principal característica es el autoempleo. El 70% de
la población ocupada trabaja en el sector familiar (50%) o semiempresarial
(20%)(2). Ese tipo de emprendimientos son mayoritarios en el comercio y
restaurantes (95% de los ocupados), seguidos por la construcción (80%) y la
manufactura (75%). En esos sectores predominan los jóvenes: más de la mitad de
los empleados en la manufactura tienen entre 20 y 35 años, siendo la presencia
femenina abrumadora en el comercio y los restaurantes de las categorías
familiar y semiempresarial (3).
En El Alto la protagonista principal de los mercados laborales es la familia,
tanto como unidad económica generadora de empleo o como contribuyente del mayor
número de trabajadores en calidad de asalariados. En esos espacios surge una
nueva cultura laboral y social, signada por el nomadismo, la inestabilidad y
relaciones de trabajo diferentes: no hay separación entre la propiedad y la
gestión de la unidad económica y el proceso productivo. En las unidades
familiares predomina el trabajo familiar no remunerado; unos se enseñan a otros
cómo hacer el trabajo y la administración del tiempo empleado en la realización
del producto es de exclusiva responsabilidad de quien trabaja, siempre que
cumpla a tiempo con los pedidos.
Tanto la construcción de la ciudad por los propios vecinos como el autoempleo,
han generado una relación muy particular con el medio: los habitantes de El
Alto son conscientes de que todo lo han hecho ellos, lo que se resume en un
sentimiento de pertenencia y autoestima muy elevados.
Organización para la sobrevivencia y la resistencia
La autoconstrucción de la ciudad y la autogeneración de empleo no hubieran sido
posibles sin una sólida organización de base, barrio por barrio, calle por
calle, mercado por mercado. Desde 1957 existen organizaciones vecinales aunque
la Fejuve fue creada recién en 1979. Sin embargo, no es la única organización
de El Alto. Existen clubes de madres, asociaciones juveniles y culturales,
centros de residentes de emigrantes de las diferentes provincias y regiones,
asociaciones de obreros relocalizados, asociaciones de padres de familia que se
encargan de gestionar la educación, y la Central Obrera Regional (COR) de El
Alto.
En los años 70 se fueron creando federaciones laborales de comerciantes y
artesanos, “que a diferencia de los obreros de empresa, tienen una identidad
laboral de fuerte arraigo territorial” (4). Surgieron así las organizaciones de
gremiales, artesanos y comerciantes minoristas, los panificadores y los
trabajadores de carne, que en 1988 crean la COR, a la que se incorporaron los
bares y pensiones y los empleados municipales. Estas agrupaciones son, en su
inmensa mayoría, de microempresarios y trabajadores por cuenta propia, un
sector social que en otros países habitualmente no están organizados. Desde el
comienzo, la COR coordinó sus acciones con la Fejuve, siendo los actores más
importantes de la ciudad, que jugaron un papel determinante en la lucha por la
creación de la Universidad Pública de El Alto (UPEA) en 2001, y sobre todo en
las grandes movilizaciones de setiembre-octubre de 2003 y mayo-junio de 2005
que se saldaron con la caída de los presidentes Gonzalo Sánchez de Lozada y
Carlos Mesa.
Una mirada más fina de las juntas vecinales permite comprender que estamos ante
un tipo de organización comunitaria que, de alguna manera, reproduce la forma
de organización tradicional de los aymaras y quechuas rurales. En El Alto, la
población recreó –reprodujo modificándola- la ancestral comunidad andina. El
sociólogo aymara Felix Patzi se pregunta: “¿Porqué la gente obedece a las
organizaciones, cuando podría no hacerlo?”. Patzi se refiere a que las juntas
vecinales y las gremiales de los mercados establecen la participación
obligatoria de sus miembros en las manifestaciones, asambleas y en todas las
acciones que convocan. Para ello elaboran “fichas” como forma de control de la
asistencia de cada familia. Lo que debe ser respondido es, en su opinión, las
razones por las cuales la población acata. En efecto, la obligatoriedad forma
parte de la cultura comunitaria, pero en el caso de las comunidades rurales se
debe a que los campesinos no son propietarios de la tierra, que sólo pueden
usufructuar, y en caso de no acatar pierden el acceso al único medio de
sobrevivencia.
Según Patzi, hay tres elementos que son los que permiten hablar de comunidad en
El Alto, vinculados al mercado, el territorio y la educación, que muestran la
validez de la estructura comunitaria. En su opinión, una comunidad se
caracteriza por la existencia de propiedad colectiva y posesión privada de los
bienes. En la comunidad rural ese papel lo juega la tierra, pero en El Alto es
más complejo. En el comercio, “los puestos de venta no son propiedad privada,
son manejados por el sindicato, los llamados gremios, o sea que el propietario
es la colectividad. La gente obedece al gremio porque sin poder comerciar no
pueden sobrevivir” (5). En cuanto al territorio, “las decisiones en torno a
conseguir agua, luz, gas y otros servicios no son individuales. Si no acatas
las decisiones de la junta tu calle no tendrá aceras o agua o luz, porque las
cooperativas que se han creado para los servicios son acciones colectivas que
han salvado el déficit estatal”. Por último, los comités de padres son los que
controlan el acceso de los hijos a la educación, de modo que la participación
en sus asambleas y acciones son decisivas para asegurar el futuro de sus hijos.
Este conjunto de características es lo que se denomina como “obligatoriedad”,
pero no se trata de obligaciones impuestas sino consensuadas, aceptadas por la
población que siente que la comunidad urbana es una suerte de extensión natural
de la comunidad rural y la forma de organización que asegura la sobrevivencia
en un medio hostil.
Las juntas vecinales realizan asambleas mensuales o semanales en las que se
discuten todos los problemas del barrio, a las cuales debe asistir un miembro
por familia o núcleo habitacional. Las juntas son territoriales y para ser
reconocidas por la Fejuve deben tener un mínimo de 200 miembros. Son parte de
“un proceso de autoorganización social de las zonas urbanas para debatir y
buscar resolver las necesidades básicas urbanas (agua potable, electricidad,
alcantarillado, atención de salud, educación, campos recreativos, etc.), de la
población de sus barrios” (6).
Los que aspiran a ser dirigentes de la junta vecinal, deben cumplir algunos
requisitos: vivir por lo menos dos años en la zona, no ser loteador (o sea
especulador que vende terrenos), comerciante, transportista, panadero o
dirigente de algún partido político; no ser “traidor” ni haber colaborado con
las dictaduras.
Pablo Mamani, aymara y director de la carrera de Sociología de la UPEA,
sostiene que las juntas vecinales “tienen una característica parecida a las
comunidades rurales del mundo andino, por su estructura, su lógica, su
territorialidad, su sistema de organización” (7). Aunque cada familia tiene su
vivienda en propiedad, hay áreas de uso común como las plazas, las canchas de
fútbol y la escuela, pero agrega que “para comprar o vender un lote o una
vivienda, la familia se presenta a la junta vecinal que controla si no hay
deudas pendientes o algún aspecto que impide la transacción”. Además, la junta
vecinal “es el espacio para presentar al vecino nuevo que ofrece cerveza para
ser recibido y aceptado”.
Aunque la participación en la junta vecinal es voluntaria, “el que no acude
recibe una sanción social, a través de rumores que dicen que el vecino no
respeta a la vecindad o a la junta”. Para evitar esa imagen negativa,
prácticamente todos los vecinos participan en las asambleas mensuales. A
quienes no acuden a las marchas, actos, cortes o a las propias asambleas, se
les imponen multas que suelen ser castigos simbólicos. Más aún, la junta
vecinal suele interceder en los conflictos y riñas entre vecinos, y en
ocasiones muy graves administra justicia, con sanciones que suelen ser
trabajos en beneficio del barrio, lo que les otorga un carácter que va mucho
más allá de la asociación tradicional y los asemeja a las comunidades agrarias.
Las juntas vecinales son la columna vertebral del movimiento social en El Alto,
y permiten comprender la potencia de ese movimiento.
Las formas de acción de la comunidad urbana
Las juntas vecinales son una forma de organización horizontal de la “comunidad
vecinal” que conforman verdaderas redes extensas a escala barrial y distrital
que actúan sin intermediarios, elementos que aparecen recién en la escala
superior de la Fejuve. En esta instancia, la cultura comunal se disuelve y da
paso a la “otra” cultura, la mestizo-blancoide según señala la antropóloga
Silvia Rivera Cusicanqui, signada por el clientelismo, el racionalismo y el
colonialismo(8). Pero es la experiencia de base horizontal “la que precisamente
se tensará exitosamente durante las jornadas de sublevación civil de octubre de
2003” (9).
La forma de movilización y acción de esas bases echa luz sobre lo que realmente
es y significa este entramado social. Esto supone acercar la mirada a estas
llamadas micro-estructuras de movilización barrial, ya que es durante esa
movilización cuando se despliegan las potencias y se hacen visibles aspectos
que aparecen ocultos o sumergidos en la cotidianeidad. En general, los
testimonios y análisis coinciden en que durante la rebelión las bases
desbordaron a sus dirigentes y a las propias organizaciones, a tal punto que
varios dirigentes medios aseguran que “fuimos obligados por las bases”. Se
trata de una presión sorda, que viene de muy abajo, y es por lo tanto
incontenible cuando se despliega. Roxana Seijas, dirigente de la Fejuve, señala
algo sorprendente respecto a la relación entre bases y dirigentes: “Aquí a la
cabeza con sus entornos (por los dirigentes) nos llaman rellenos” (10). O sea,
que son superficiales, como adornos, pero son forzados por las bases a trabajar
(“nosotros los rellenos somos los que hemos trabajado”). Su testimonio muestra
dos aspectos claves de la cultural comunal: ser dirigente no es un privilegio
sino un servicio que nunca se autonomiza de la base; y, como son “relleno”,
pueden ser cambiados por otros sin que deje de funcionar la organización, sin
que se produzcan traumas ni cambios de orientación.
Así, la rebelión “careció de organizador y líder, y fue ejecutada directamente
por los vecinos de barrio y calle”; las juntas vecinales “no fueron estructuras
organizativas de la movilización sino estructuras de identidad territorial en
cuyo interior otro tipo de fidelidades, de redes organizativas, de
solidaridades e iniciativas se desplegaron de manera autónoma por encima y, en
algunos casos, al margen de la propia autoridad de la junta vecinal”. En muchos
casos, la junta vecinal era sólo invocada de manera simbólica para marchas y
caminatas que eran en realidad iniciativas de flexibles redes sociales
territoriales que se creaban durante los acontecimientos y se convertían en
“estructuras de mando, deliberación y ejecución de decisiones” (11).
Algo así sólo puede suceder si ya existe, en la vida cotidiana, el hábito de la
autoorganización. Esas redes se conformaban como comités de movilización, como
Comités en Defensa del Gas o, en ocasiones, no toman forma a través de nombres
sino que son simplemente la manera natural como los vecinos se agrupan para
resolver sus problemas diarios, que en cierto momento se vuelcan en la
autodefensa de la comunidad.
Las asambleas jugaron un papel decisivo. Sobre la base de la amplia experiencia
asamblearia de las juntas vecinales, los pobladores de los barrios se agruparon
en asambleas informales pero masivas, convertidas en espacios de deliberación y
encuentro, de legitimación y legalización social de la movilización, y en
escenario de intercambio de informaciones. Las radios locales, por su parte,
amplificaron la comunicación entre las bases y le dieron un carácter de
cohesión masiva, en particular la red Erbol (Educación Radiofónica de Bolivia),
vinculada a la Iglesia Católica.
El ancestral sistema de turnos, surgido en las comunidades rurales, permitió
garantizar las vigilias para los bloqueos de calles y rutas, la alimentación de
los movilizados y el mantenimiento de la acción callejera en niveles muy
elevados de masividad. El sistema de rotación o turnos se utiliza para todas
las acciones colectivas, desde la representación hasta los bloqueos, y consiste
en la rotación por distritos y zonas, comunidades y familias, de modo que
mientras unos participan directamente otros descansan y mantienen activa la
vida cotidiana. Un ejemplo: en una zona donde participan 100 vecinos en los
cortes, la mitad salen en el turno de seis de la mañana a tres de la tarde y la
otra mitad lo hace de tres a doce de la noche; durante la noche la vigilia es
voluntaria. De ese modo, todos participan y mientras unos cortan o se
manifiestan otros hacen la comida, producen y se preparan para participar en el
turno. Además, la rotación permite que esas cien personas no participen todos
los días, sino que son relevadas por otras comunidades o zonas o grupos de
familias. Así, cada persona puede participar directamente en las calles cada
varios días, o semanas incluso, permitiendo mantener la acción social de forma
indefinida desgastando al aparato represivo y al Estado. En ciertas
movilizaciones, como la que sucedió en setiembre de 2000, participaron
rotativamente medio millón de aymaras (de un total de un millón y medio que
viven en Bolivia), lo que revela que prácticamente toda la población estuvo de
alguna manera involucrada a través de esta forma no jerárquica de división del
trabajo.
El despliegue del abajo: las insurrecciones
En los años 90, en pleno auge del neoliberalismo, se produjeron cambios
importantes en El Alto. Al fortalecimiento de los movimientos sociales anotado
arriba, debe sumarse un cambio notable en el escenario político. En las
elecciones de 1989 un partido nuevo, Condepa (siglas de Conciencia de Patria),
consigue el 65% de los votos desplazando sopresivamente a los partidos
tradicionales (MNR, MIR, ADN) a posiciones marginales. Debe consignarse que
esto sólo sucedió en El Alto y en La Paz, agudizando así un comportamiento
diferenciado de los aymaras, que se mantuvo estable en el apoyo a Condepa
durante casi una década.
Condepa fue formada por el popular locutor y cantante Carlos Palenque, a quien
en 1988 el gobierno del MNR clausura sus medios de comunicación, Radio
Metropolitana y Canal 4 que conformaban el Sistema Radio-Televisión Popular
(RTP). Palenque y Condepa fueron rechazados por las elites y las clases medias
mestizas y blancas, a quienes despreciaban por considerarlos “populacheros” y
sensacionalistas. Sin embargo, Condepa era la expresión de los aymaras pobres
de ambas ciudades, aquellos sectores marginados y despreciados por las elites.
“Fue un partido que no sólo expresó sino también reivindicó la reciprocidad y
la cultura andina”, lo que le generó lealtades ciudadanas aceitadas por ayudas
solidarias que Palenque conseguía a través de los medios en los que, además,
denunciaba “el orden injusto imperante en nombre de los excluidos del juego
económico, social, político y cultural” (12).
Aunque Condepa cayó en el mismo juego de corrupción y clientelismo que
denunciaba, y no pudo recuperarse de la muerte de su líder en 1997, sufriendo
una crisis de liderazgo que la llevó a su muerte política en las elecciones de
2002, tuvo un papel destacado en el crecimiento de la autoestima de los
sectores populares aymaras. O, dicho de otro modo, Condepa surge cuando los
aymaras pobres de las ciudades están en pleno proceso de autoafirmación que no
podrían haber procesado a través de los partidos establecidos –de derecha o de
izquierda-, sino utilizado un outsider al que visualizaban como parte de su
mundo cultural. “La sólida constitución de la identidad cultural de los
pobladores de El Alto se ha expresado en votaciones colectivas”, dice un
estudio sobre el tema, lo que revela que en esa ciudad la votación “obedece a
formas de comportamiento colectivo imbuidas de significado cultural” (13).
La crisis de Condepa es paralela al crecimiento del MAS y el MIP, que tuvieron
muy buena votación en El Alto, y son los partidos más ligados a los nuevos
actores sociales. Ya en 2003 el movimiento social alteño, que había iniciado un
ascenso desde la “guerra del agua” en Cochabamba, en abril de 2000, y en las
movilizaciones aymaras rurales de setiembre de ese año, se convierte en el
principal actor del país. El 5 de marzo de 2001 la Fejuve convocó un paro que
se dejó sentir sobre todo en los barrios periféricos con tomas de calles y
avenidas, en las que “se observa cómo las mujeres bloquean sentadas al medio de
las avenidas picchando (masticando) coca y conversando en aymara o en
castellano”, mientras las principales avenidas “se habían convertido en una
especie de asambleas grupales donde incluso participan los niños y niñas” (14).
Crece la tendencia a organizarse por zonas y cuadras mientras en las grandes
jornadas se produce una suerte de “reunificación interbarrial con
características indígenas”, según Mamani. El año clave de 2003 comienza con
acciones contundentes. Mientras el 12 y 13 de febrero se registra en La Paz el
enfrentamiento armado entre policías sublevados y militares que los reprimen,
en el que mueren 11 policías y 4 soldados, en la ciudad de El Alto una multitud
asalta la alcaldía y las instalaciones de Coca Cola y las saquea e incendia. Es
la segunda vez que la alcaldía de El Alto es incendiada por la multitud, en
esta ocasión enfurecida por la mala gestión del alcalde del MIR. En esas
jornadas, en las que son incendiadas las sedes de los principales partidos
(MIR, MNR, ADN) y oficinas gubernamentales, mueren en La Paz y El Alto 33
personas.
El 1 de setiembre de ese año, mientras en las zonas rurales los campesinos se
movilizan contra la venta del gas por Chile, en El Alto comienza la
movilización contra los formularios Maya y Paya (uno y dos en aymara) que
redundarían en el aumento de impuestos inmobiliarios. El 15 y 16 la ciudad está
paralizada y la población se concentra ante la alcaldía, corta calles en cada
barrio y las principales salidas de la ciudad. El mismo 16 la alcaldía
retrocede anulando los formularios, lo que significa un resonante triunfo de la
movilización social. Pero el día 20 se produce la masacre de Warista (escuela-
ayllu histórica para los aymaras, situada en Omasuyos, cerca del lago
Titicaca), en el que mueren cuatro indígenas y un soldado.
En un clima de repudio y de indignación colectiva, el 2 de octubre se realiza
un paro de 24 horas en El Alto mientras en la Radio San Gabriel se mantiene una
huelga de hambre de la dirigencia aymara, encabezada por Felipe Quispe,
dirigente de la central campesina CSUTCB. La ciudad se convierte en “factor
estructurante de los indígenas en Bolivia”, tanto a nivel urbano como rural
(15). A partir del 8 de octubre, se declara un paro indefinido en El Alto
contra la venta del gas, convocado por Fejuve, COR y la UPEA. El paro es masivo
y se plasma en la ocupación de los territorios barriales por los vecinos, que
cortan las calles y avenidas, cavan zanjas profundas para impedir el paso de
camiones y tanques del ejército. El mismo 8 el ejército dispara hiriendo a dos
jóvenes, pero la represión no cesa cobrándose 67 muertos y más de 400 heridos,
siendo los días 12 y 13 los más violentos con 50 muertos (16).
Pese a la militarización de la ciudad y a la brutalidad de la represión, la
población alteña consiguió la renuncia de Sánchez de Lozada. Y frenar la venta
del gas. ¿Qué pasará en un país donde la población le ha perdido el miedo a los
tanques, la represión violenta y la masacre? Todo indica que el futuro de
Bolivia se ha desplazado desde las elites blancas y mestizas hacia los aymaras,
quechuas, indígenas de todas las etnias y los pobres rurales y urbanos.
Un futuro lleno de sorpresas
Después de octubre de 2003, vino mayo-junio de 2005. Es el quinto levantamiento
aymara en lo que va del siglo XXI. El primer gran levantamiento se produjo el 9
de abril de 2000 con epicentro en Achacachi, provincia de Omasuyus. El segundo
en septiembre y octubre del mismo año en toda la región del altiplano y valle
norte del departamento de La Paz. Se han movilizado siete provincias de esta
región aymara. El tercer levantamiento fue en junio-julio del año 2001 con
epicentro también en la gran región del altiplano y dura cerca de dos meses. El
cuarto tuvo su epicentro en la ciudad de El Alto, en octubre de 2003.
Finalmente, el quinto levantamiento aymara se produjo en el mes de mayo-junio
de 2005 y nuevamente el epicentro es la ciudad de El Alto. Las demandas
centrales son la nacionalización de los hidrocarburos, una asamblea
constituyente y una férrea oposición a las autonomías departamentales
(impulsadas por las elites de Santa Cruz). “Aquí nuevamente las juntas
vecinales y organizaciones laborales se articulan como verdaderos gobiernos
barriales. Las decisiones se toman de forma colectiva y pública a través de las
asambleas de barrio. Poco a poco este levantamiento se irradia, primero hacia
al interior de los barrios, y después, nuevamente a otras provincias y
departamentos del país”, sostiene Mamani. Esta vez el centro efectivo fue
Senkata, planta de almacenamiento de combustible y gas licuado. Allí cientos de
hombres y mujeres han hecho turnos durante noches y días a lo largo de 18 días
para no dejar salir, como dice la gente: “ni una gota de gas” hacia la ciudad
de La Paz y otros lugares.
Uno de los hechos más notables, y a la vez esperanzador, es que toda esta
actividad social se ha realizado sin la existencia de estructuras centralizadas
y unificadas. Tal vez el hecho de que entre los aymaras nunca haya existido un
Estado, tenga alguna relación con ello. Sin embargo, la no existencia de ese
tipo de aparatos centralizados no ha restado efectividad a los movimientos. Más
aún, puede decirse que si hubieran existido estructuras organizativas
unificadas, no se habría desplegado tanta energía social. La clave de esta
abrumadora movilización social está, sin duda, en la autoorganización de base
que abarca todos los poros de la sociedad, que ha hecho superfluo cualquier
tipo de representación. En segundo lugar, por primera vez el núcleo del
movimiento indígena está situado en una gran ciudad, donde han surgido sólidas
comunidades urbanas, lo que anticipa cambios profundos y de largo aliento en el
movimiento social boliviano que, tal vez, puedan irradiarse hacia otros sujetos
en otras partes del continente.
Notas
1) Alvaro García Linera, ob. cit., p. 592.
2) Las unidades semiempresariales tienen menos de cuatro trabajadores, siendo
uno o dos de ellos familiares, en general el propietario que también trabaja, y
otros dos son empleados.
3) Rojas y Guaygua.
4) Alvaro García Linera, ob. cit. p. 594.
5) Entrevista de Luis Gómez y Raúl Zibechi a Félix Patzi, La Paz, 19 de julio
de 2005.
6) Alvaro García Linera, ob. cit. p. 599.
7) Entrevista de Luis Gómez y Raúl Zibechi a Pablo Mamani, El Alto, 22 de julio
de 2005.
8) Entrevista de Luis Gómez y Raúl Zibechi a Silvia Rivera Cusicanqui, La Paz,
19 de julio de 2005.
9) Alvaro García Linera, ob. cit. p. 603.
10) Idem, p. 605.
11) Idem, p. 606.
12) Máximo Quisbert Quispe, ob. cit. p. 53.
13) Idem, p. 66.
14) Pablo Mamani, Los microgobiernos barriales en el levantamiento de El Alto,
La Paz, 2004, inédito.
15) Idem.
16) El trabajo de Luis A. Gómez (El alto de pie) detalla día por día todas las
acciones del movimiento social, del aparato represivo y del gobierno.
Recursos
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Guaygua, Germán y otros (2000) Ser joven en El Alto, Pieb, La Paz.
Mamani, Pablo (2004) Los microgobiernos barriales en el levantamiento de El
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laborales de la juventud alteña, Cedla, La Paz.
Sitios sobre Bolvia
Bolpress: www.bolpress.com
Econoticias: www.econoticiasbolivia.com
El Juguete Rabioso: www.redvoltaire.net/eljugueterabioso.html
Indymedia Bolivia: http//:indymedia.bolivia.org
Pulso: www.pulsobolivia.com
Algunas siglas
MNR: Movimiento Nacionalista Revolucionario
MIR: Movimiento de Izquierda Revolucionaria
ADN: Acción Democrática Nacionalista
MAS: Movimiento al Socialismo
MIP: Movimiento Indígena Pachakutik
COB: Central Obrera Boliviana
COR: Central Obrera regional (El Alto)
FEJUVE: Federación de Juntas Vecinales
CSUTCB: Confederación Sindical Unica de Trabajadores Campesinos de Bolivia
UPEA: Universidad Pública de El Alto
- Raúl Zibechi es miembro del Consejo de Redacción del semanario Brecha de
Montevideo, docente e investigador sobre movimientos sociales en la
Multiversidad Franciscana de América Latina, y asesor a varios grupos sociales.
Es colaborador mensual con el IRC Programa de las Américas
https://www.alainet.org/es/active/9091
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