Comenzó la verdadera consolidación democrática

La verdad oficial

10/08/2005
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Periodista al comandante Bertolotti: “¿No es hora que el Ejército pida perdón?
-Bertolotti a la periodista: -“Sos pícara, vos”

(Diálogo mantenido al finalizar la conferencia de prensa en que el Presidente Tabaré Vázquez diera a conocer la entrega de los informes de las tres armas sobre el destino de los detenidos desaparecidos) El gobierno tiene en sus manos los informes elaborados por los comandantes de las Fuerzas Armadas, que señalan la existencia de enterramientos, confirmando en pocas carillas lo que por años fue denunciado por los familiares, sin lograr que los sucesivos mandatarios lo escucharan. Hay que recordar a estepasado lunes 8 de agosto de 2005, como un día sustancial para la consolidación de la democracia en el país, una fecha histórica en que se aventó bien lejos la mentira, repetida por años y años - que, desmintiendo a Joseph Goebbels - en este caso nunca se convirtió en verdad. Un silencio ominoso e inútil, que logró la marginación de los militares de una sociedad que en su conjunto - más allá de las posiciones de unos y otros en torno a la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado –nunca perdonó la salvajada concretada por los uniformados que, en muchos casos, cebaron sus peores instintos maltratando, torturando y asesinando a personas, en la mayoría de los casos, totalmente inocentes. Acciones basadas en la metodología impuesta por la llamada Doctrina de la Seguridad Nacional, tomada como mecanismo represivo para aplicar una estrategia ideada por el Departamento de Estado para lograr la aplicación del modelo neoliberal. Si hacemos una nómina estricta de quienes fueron “desaparecidos” durante la dictadura, podemos llegar a la conclusión de que las víctimas de lo ocurrido no habían cometido delitos de ningún tipo. El de la María Claudia García de Gelman es uno de los muchos ejemplos atroces, inexplicables, que denigran al ser humano y marcan a fuego a los responsables que delinquieron en nombre de la “democracia”, “occidental” y “cristiana”, actuando bajo la pantalla de un Estado del que eran funcionarios. La mayoría de los detenidos desaparecidos fueron simplemente víctimas de la irracionalidad represiva, de una mecánica tiránica, que quebró al país y abrió heridas que – esperemos – comiencen a cerrarse como reflejo de la presunta verdad, que todavía cuando escribimos esta nota (madrugada del martes) está ensobrada. Sería adecuado que algún día se publicaran los antecedentes de todas estas personas cuyos restos, quizás, aparezcan en los lugares señalados: el Batallón 14 de Toledo y en algunas “chacras” donde se habrían sepultado a por lo menos dos personas torturadas hasta la muerte en dependencias de las Fuerza Aérea, en las tenebrosas mazmorras de interrogatorio de la Base “Boisso Lanza”. Lo ocurrido el pasado lunes – más allá de que todavía no conocemos la profundidad de los informes confeccionados por los militares - es un hecho singularmente importante, lo que decimos con todas las palabras y pese a los antecedentes, porque no queremos ser escépticos sobre el contenido en los mismos. Sería una enormidad que los comandantes de las Fuerzas Armadas, luego de lo ocurrido en los últimos veinte años, hubieran concretado otra fantochada destinada a torcer el camino hacia la imprescindible verdad que, obviamente, es el fundamental elemento que hará que de alguna manera se haga justicia. Por supuesto, la justicia de los hombres que muchos esperamos durante años, que es la que se vincula a nuestro ordenamiento legal penal y que se aplica a la generalidad de los uruguayos, no afectará a muchos de los responsables de las atrocidades Ello no ocurrirá en la mayoría de los casos, pues la referida Ley de Caducidad lo impide. Sin embargo – debemos reconocerlo – los uruguayos con su lucha constante, de varias décadas, reclamando el esclarecimiento de la verdad, lograron marcar a fuego a los responsables que no han tenido, porque no lo merecieron, una sola hora de paz consigo mismos. Fueron continuamente repudiados por sus acciones. Y los militares – la “corporación” como le gusta decir al teniente general Angel Bertolotti – deberían haber comprendido mucho antes que de alguna manera debían “blanquear” el pasado, para lo qué era imprescindible decir la verdad. Lo que falta es que alguien, en nombre de la institución estatal que son las Fuerzas Armadas, haga un acto de contrición, reconociendo la verdad de lo ocurrido y solicitando a los uruguayos el perdón que nos merecemos todos. Si ello ocurre – más allá de los términos prácticos o simplemente simbólicos de la justicia que se aplique – comenzará a correr entre los uniformados un aire fresco que aventará el olor pestilente de la mentira. Sin embargo hace falta una verdadera historia oficial para que todos sepamos, sin ninguna nube más que oscurezca la verdad, todas las responsabilidades que existieron porque, bien sabemos que no solo los militares fueron los responsables de lo ocurrido. Fue una obra con más actores, un proceso largo, con intereses que apuntalaron a la dictadura para medrar en la tiranía, que en cada una de las etapas tienen nombres y apellidos. No nos queremos regodear en una actitud de insatisfacción permanente pero, es bien claro, por lo que nos pasó a los uruguayos, a quienes desaparecieron, a quienes fueron perseguidos, encarcelados, torturados o debieron escapar del país, que tenemos derecho a exigir una explicación. Y molesta, por supuesto, que se considere una “picardía” el pedido de que las Fuerzas Armadas, parte de aquel Estado represor, resuelvan bajarse de su pedestal corporativo y pidan perdón por lo que hicieron y se integren, más vale tarde que nunca, a la reconstrucción del país. - Carlos Santiago. Periodista.
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