Otra vez la barbarie contra los parques
11/05/2005
- Opinión
Hace pocos días, cuando nuevamente el gobierno empezó a preparar el terreno
para fumigar los parques nacionales naturales de Colombia, despropósito que
fuera derrotado por la gran protesta nacional e internacional de hace un
año cuando se intentó por primera vez, empezaron las fumigaciones aéreas en
el oriente del departamento de Caldas.
El diario La Patria informó que cerca de cinco mil campesinos y jornaleros
inundaron las cabeceras urbanas de Samaná, Norcacia, Berlín, Florencia y
San Diego, adonde los expulsó la lluvia de herbicidas que cayó sobre los
cultivos de coca y de pancoger. El piloto de la avioneta pasó “varias veces
fumigando por cualquier parte, sin poner cuidado”, explicó uno de los
labriegos. Eso “dejó daños aterradores, parece como si un incendio hubiera
acabado con todo. Al otro día de empezar las fumigaciones, el café, el
plátano y los otros cultivos estaban muertos”, agregó una damnificada. El
resto del drama es el ya conocido de hombres, mujeres, ancianos y niños
desplazados y hacinados en cualquier parte a la espera de la limosna del
gobierno, solo oportuna y suficiente en la verborrea de los funcionarios
que la prometen.
Que esta tragedia ocurra en el oriente de Caldas no es una casualidad.
Porque en esa zona los indicadores sociales son peores que los ya malos del
resto del departamento y el país. Es tan notable allí la falta de respaldo
del Estado a los esfuerzos de quienes terminan sembrando coca, desesperados
porque ningún otro cultivo les permite sobrevivir en sus minifundios, que
también le cabe el comentario efectuado sobre la decisión de fumigar en el
Chocó: “El gobierno solo se acuerda de esas regiones para fumigarlas”.
E iguales o peores son las condiciones en las que sobreviven los campesinos
e indígenas que habitan en los parques naturales colombianos, puestos otra
vez en la mira por los gobiernos de Estados Unidos y de Colombia con el
propósito de fumigarlos como cucarachas, acto atroz que tendría el
agravante de los grandes daños que se les infligirían a unas zonas cuya
diversidad biológica les otorga un lugar excepcional en la tierra.
“Bárbaros” será el veredicto de los demócratas del mundo si el glifosato de
Monsanto termina por caer sobre esas áreas, en vez de insistir en la muy
eficaz erradicación manual de los plantíos ilícitos.
Que haya quienes, entre otras cosas, cultiven coca en los parques de
Colombia se explica por la falta de oportunidades que desde siempre han
padecido los pobres de las zonas rurales del país. Y porque a esa ausencia
de políticas agrarias progresistas se le añadió que el neoliberalismo
agravó la situación, al eliminar 1,3 millones de hectáreas entre cultivos
transitorios y cafetales, con la consiguiente expulsión de campesinos y
jornaleros hacia las regiones de frontera donde, si bien la siembra de coca
no los saca de la pobreza y la miseria, sí les permite realizarse en el
trabajo agrario que es en el que son especialistas.
Cómo contrasta la decisión del gobierno de Estados Unidos de insistir en
las importaciones agropecuarias y en las fumigaciones en Colombia, con el
manejo que le da al problema de la droga dentro de sus fronteras. Ahí están
bastante tranquilos los cultivadores de marihuana en sus parques nacionales
naturales, sus mafiosos realizando la parte más rentable del negocio del
narcotráfico, su sistema financiero lavando los dólares de los criminales y
hasta su industria exportando los insumos sin los cuales la coca no puede
convertirse en cocaína. Y esto sucede en las narices de los jefes del mayor
imperio militar y policivo de la historia, quienes no hacen lo suficiente
en su territorio pero sí imponen en sus satélites medidas que ni siquiera
se atreven a proponer en su país.
Lo perverso de esta política que azota a los colombianos ofende más cuando
se conoce su rotundo fracaso en el objetivo de reducir el flujo de cocaína
y heroína que llega al mercado estadounidense. Que esto es así se demuestra
con un argumento irrebatible expresado por el propio The New York Times:
luego de cinco años y de gastos del Plan Colombia por tres mil millones de
dólares envenenando el país, se mantiene estable el precio y mejora la
pureza de las drogas en las calles de las ciudades de Estados Unidos.
- Jorge Enrique Robledo es senador del Parlamento colombiano.
senadorrobledo@telesat.com.co
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