Fundamentalismo liberal <I>explota</I> en Quito

08/05/2005
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“El problema con la globalización es que los globos se revientan”. La sentencia del subcomandante Marcos acaba de cumplirse de modo multifacético en el Ecuador con el derrocamiento en las calles y plazas quiteñas del dictador Lucio Gutiérrez, el pasado 20 de abril. El acontecimiento, bautizado como la Rebelión de los “Forajidos” a título de sarcástico homenaje al depuesto mandatario, no solo que desalojó del poder a un oprobioso régimen criptomilitar sino que introdujo fisuras a la estrategia hemisférica de la potencia unipolar. ¿A qué aludimos? Resurgimiento del nacionalismo defensivo La metodología de deshacerse de gobiernos corruptos apelando a recursos como la desobediencia civil, los “cacerolazos”, la ironía y el humor no comporta un fenómeno inédito en el país. En este tornasiglo, movilizaciones espontáneas, policlasistas y no-violentas liquidaron a los regímenes de Abdalá Bucaram (1997) y Jamil Mahuad (2000). ¿Cómo explicar, entonces, que las jornadas contestatarias del mes pasado suscitaran la paranoia de las cancillerías del continente, excepto las de Venezuela y Cuba? ¿Cómo explicar la coincidencia de Washington y de la “subimperialista” Brasilia en el pedido para que Alfredo Palacio, el sucesor de Gutiérrez, anticipe la convocatoria a elecciones presidenciales? ¿Qué poderosos mensajes insuflaron a sus gritos de “¡Fuera Lucio!” y “¡Que se vayan todos!” los hombres-mujeres-ancianos-niños rebeldes de la capital ecuatoriana? Las respuestas a este orden de interrogaciones hay que localizarlas en el impetuoso renacimiento de postulados nacionalistas y populares pisoteados por el protegido de George W. Bush en nombre de ese “plan diabólico de desinstitucionalización de la República” que denunciara el entonces vicepresidente Alfredo Palacio. Contrariamente a las marchas antigubernamentales convocadas por diversos organismos seccionales, cámaras de la producción y partidos del establecimiento –como el Partido Social Cristiano y la Izquierda Democrática- en demanda del reestablecimiento pleno de la maltrecha Constitución de 1998, asignaciones presupuestarias y/o trámite a las riesgosas autonomías provinciales, la revuelta-revolución de los forajidos, alentada por Paco Velasco desde Radio La Luna, enarboló argumentos racionales y emocionales contundentes como la soberanía y autodeterminación, el orgullo patrio, la dignidad de la política, la solidaridad, la justicia, la democracia directa, el derecho a la decencia … Absolutos escarnecidos cotidianamente por las exacciones de la “Sociedad Patriótica”, devenida correa de transmisión del despersonalizante discurso de la globalización corporativa. Agotamiento del liberalismo esquizofrénico El predicamento hegemónico se sustenta en dos axiomas cardinales: el libre mercado y la democracia ritual. El primero de ellos infiere que un país puede aspirar a la estabilidad y el crecimiento –los fetiches del economicismo- si decide operar conforme a las “fuerzas” o “leyes” del mercado. En buen romance, si se sujeta a los intereses y necesidades del “planeta financiero”. En el caso ecuatoriano, a partir de la administración del demócrata cristiano Osvaldo Hurtado (1981-1984), los distintos regímenes han apostado reverencialmente a esa pauta de conducta económica y financiera. En este terreno, Lucio el Traicionero y sus ministros de Economía, Mauricio Pozo y Mauricio Yépez, únicamente se diferencian de sus predecesores en que resultaron más papistas que el Papa. Esto explicaría que, en pleno auge del petróleo derivado de la guerra en Medio Oriente y del flujo de voluminosas remesas de los emigrados, la nación haya sido colocada al filo del precipicio y de la inviabilidad, entre otros motivos, por el empeño gutierrista de “honrar” incluso más allá de las expectativas de los acreedores una deuda pública que bordea los 11 mil millones de dólares (la privada asciende a unos 6 mil millones). El año 2004, el pago de ese “tributo imperial” significó un drenaje de 3.800 millones de dólares, equivalentes a casi la mitad de los ingresos del presupuesto; en contrapartida, a la hora de la caída del Coronel ultraortodoxo, un paro médico cumplía dos meses debido al incumplimiento oficial de compromisos que sumaban 15 millones. En ese mismo orden de alienaciones dieciochescas, Gutiérrez-Baki-Espinosa et al se aprestaban a involucrar al país en un Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos, soslayando que su firma –entre otros efectos liquidacionistas- significaría el genocidio de una población campesino-indígena de alrededor de tres millones. La parodia democrática en la picota El otro axioma del fundamentalismo moderno, la democracia electorera, resultó, también, lesionado por las huestes forajidas, que, aparte de defenestrar al “dictócrata”, con sus ardorosas proclamas, deslegitimaron al conjunto de partidos del establecimiento, incluidos los marxistoides Partido Socialista y Movimiento Popular Democrático, cómplices del “autogolpe” decembrino. La descertificación totalizante a los partidos tradicionales estuvo jalonada, lamentablemente, de deprimentes episodios. Como aquellos en los cuales dirigentes “partidocráticos” fueron “invitados” a retirarse de las marchas y concentraciones antigutierristas. O como la humillación y el castigo físico propinados a varios diputados, al parecer por obra de agentes provocadores “ultraizquierdistas”. Más allá de esos censurables desbordes, el “¡Fuera todos!” coreado por los nacionalistas-anarquistas reflejaba un clamor de la mayoría de ecuatorianos, hastiados de la venalidad y mediocridad de la “clase política”, salvo las excepciones de rigor. Políticos sin honor, sin ideas y sin sentido nacional encendieron la iracundia de la ciudadanía. Desde luego, el blanco de la abominación era Gutiérrez. Tanto más que, a últimas fechas, en el colmo de la impudicia y en connivencia con una impresentable Corte Suprema de Justicia, anuló juicios contra prófugos de alto coturno como Abdalá Bucaram, Gustavo Noboa y Alberto Dahik; y, en un acto de olímpico desprecio a la opinión pública, designó como premier de la República a Óscar Ayerve, el conocido “hombre del maletín”. Sin contar que acciones cada vez más frecuentes de paramilitares y sicarios configuraban al atribulado Ecuador como una auténtica democracia “nostra”. El mandato de los políticos-apolíticos La rocambolesca fuga de Gutiérrez perseguido por cientos de coléricos jóvenes de ambos sexos, tuvo un corolario más apacible y promisorio. Múltiples insurgentes, organizados en la Asamblea Soberana Popular, condensaron su crítica a la dominación imperial y oligárquica en un manifiesto de 23 puntos preparado como guía “para refundar el país”. En ese memorando, los tribunos forajidos se pronuncian por la elaboración de una nueva Carta Política, la suspensión de las negociaciones del TLC con Estados Unidos, la renegociación de la deuda externa, la no inmunidad a los soldados y mercenarios estadounidenses, la no intervención del Ejército compatriota en la guerra civil colombiana y la terminación del convenio de la base de Manta, entre otros. Demandas que circulaban por distintos corrillos pero que emergieron a primer plano al calor de las Jornadas de Abril. En vísperas de jurar como presidente, el propio Palacio las acogió y resumió al identificarse como escéptico respecto del TLC con la potencia mundial, particularmente por considerarlo como un mecanismo para “privatizar la vida”. En relación al Plan Colombia opinó que se trataba de un “problema de los colombianos”. En cuanto al sistema de generación de poder, se manifestó partidario de una democracia directa, “jeffersoniana”. De su lado, el flamante ministro de Gobierno, Mauricio Gándara, anticipó que la nueva administración revisaría la inconstitucional cesión de la base de Manta. En tanto que el titular de Economía, Rafael Correa, un keynesiano de izquierda, conmocionó al país con su ya célebre frase: “El petróleo, señores, no será privatizado”. Tampoco el IESS, agregó. Complementariamente, anticipó que el FEIREP –un fondo constituido con excedentes petroleros que se venía destinando en su parte sustantiva a la recompra anticipada de deuda pública- se canalizaría a la reactivación de la producción y a programas de fomento de la educación y la salud. Definió a su modelo económico como “un retorno a la ética y al sentido común”. ¿Quién dijo que la historia ha terminado con la victoria de la razón mercantil y la democracia ritual? ¿A quién se le ocurre pensar que el pensamiento de Raúl Prebisch y la CEPAL de los años cincuenta y sesenta, o la teoría de la dependencia, constituyen piezas de museo? A la luz del estrangulamiento de nuestro Estado-nación, ¿quién insistirá en la inconveniencia de revisar deudas que más crecen mientras más se pagan? ¿Quién puede creer que la Revolución Bolivariana es un proceso confinado a la hermana Venezuela? ¿O que el ALBA es un sueño de verano? Más allá del curso futuro de los acontecimientos, la Rebelión de Quito configura ya un hecho trascendente: la devolución de la vergüenza y la esperanza a los descendientes de Rumiñahui, Espejo y Alfaro. ¡Gracias, forajidos¡ - René Báez, es miembro de la International Writers Association
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