¿Y nosotros qué hacemos?
El Banco Mundial revisa sus tesis sobre la educación superior...
28/03/2000
- Opinión
En estos días está realizándose en Argentina el proceso consultivo sobre la
Estrategia de Asistencia al País del Banco Mundial. Se convoca a
organizaciones sociales, ONGs, y otros sectores "alcanzados, afectados o
interesados" por los proyectos financiados por el Banco Mundial en el país.
Por supuesto, hay derecho al pataleo, pero, aunque hubiera consenso social,
éste no obliga al Banco ni a los gobiernos a tenerlo en cuenta. Es bueno
participar y opinar, pero no podemos o no nos dejan ser ingenuos ante estos
llamados.
El pasado 1? de marzo, James Wolfensohn, Presidente del Banco Mundial, lanzó
en una reunión del Banco en Washington el documento: Educación superior en
los países en desarrollo: peligros y promesas, resultado de 18 meses de
trabajo del Grupo de Trabajo sobre Educación Superior y Sociedad, convocado
por el Banco Mundial y la UNESCO. En su introducción se lee que: Desde los
80s, muchos gobiernos nacionales y donantes internacionales han asignado una
prioridad relativamente baja a la educación superior. Un análisis económico
estrecho ?y, desde nuestro punto de vista, engañoso- ha contribuido a creer
que la inversión pública en la universidad genera magros resultados en
comparación con la inversión en escuelas primarias y colegios secundarios, y
que la educación superior magnifica la desigualdad del ingreso (nuestra
traducción, pág.10).
Esto, sorprendentemente, y según lo expresara el propio Wolfensohn en el
acto de lanzamiento del informe, rectificaría la línea que el propio Banco
Mundial ha venido impulsando con sus "recomendaciones" a los gobiernos de
los países en desarrollo, consejos que tienen detrás la fuerza del que tiene
la llave de acceso al mercado internacional de capitales.
Por supuesto, nos alegramos de que finalmente se reconozca lo que hemos
venido sosteniendo: que la educación pública debe ser tratada como sistema,
que ningún elemento o nivel educativo puede desarrollarse sin el concurso de
los otros, y que el desarrollo nacional exige dar una fuerte prioridad a la
inversión pública en ese sector. Pero también nos indignamos por la levedad
e irresponsabilidad de la tecnocracia internacional y nacional. ¿De qué nos
sirve que cada 10 años la banca internacional reconozca sus errores del
pasado, si el daño que ha hecho es irreversible? ¿Qué nuevos consejos van a
dar a las tecnocracias locales y éstas a recibirlos de buen grado? ¿Vendrá
ahora un bandazo a favor de la educación superior pero en contra de la
primaria y secundaria? Ellos hablan de reformas de Estado en pro de la
responsabilidad pública y la rendición de cuentas (accountability), pero
¿quién los hace responsables de sus malos consejos? Así como seguimos
pagando intereses de la deuda eterna, de la que son corresponsables, ¿ahora
pagaremos nosotros la deuda educativa?
Cuestión de calidad
¿Podría decirse que Argentina fue una excepción porque aumentó el gasto en
educación universitaria desde el retorno a la democracia? ¿Se logró por eso
la tan mentada calidad educativa? ¿Cómo contabilizar el impacto sobre la
universidad de la falta de políticas activas para la educación terciaria y
la investigación? Sin duda hay todavía un grave déficit de recursos, pero
la calidad en los resultados se alcanza si la cantidad va acompañada de otra
calidad y otra estructura de la inversión. Un cambio de calidad supone nada
menos que un cambio de cultura. Los criterios principales para la
asignación de recursos han sido el mantenimiento de la distribución
proporcional previa y la aplicación de criterios economicistas, en el
convencimiento de que "la letra con plata entra" y que la calidad de la
educación se impone desde afuera del sistema, vinculando la asignación de
nuevos recursos con determinados criterios cuantitativos de lo que es
calidad educativa.
En todo caso, la insuficiencia de tales recursos -respecto a la demanda de
educación que planteó la sociedad argentina- impidió salir del juego suma
cero en que fueron puestas las universidades: cada centavo asignado a otra
universidad (cualquiera fuera la calidad de su proyecto institucional y su
contribución potencial a la renovación del sistema) era vista principalmente
como un centavo perdido para la propia. Las cuestiones presupuestarias
?incluido su nuevo rol como patrón en las paritarias docentes y no docentes-
coparon la agenda del Consejo Interuniversitario Nacional (CIN).
En un documento acordado por el CIN en 1999 se afirma: Sostener un diálogo
maduro con el sistema educativo y la sociedad es otro imperativo. Para
posibilitar esos cambios, cada universidad y el sistema universitario en su
conjunto deben pensarse libre y creativamente en el marco de un encuentro
permanente con el resto del sistema educativo y con la sociedad. Sin
embargo, el nuevo año comenzó como siempre, centrado en los atrasos en el
financiamiento, los arrastrados desde el año pasado y los nuevos. La
promesa de las autoridades ministeriales de que el presupuesto del 2000 será
cumplido, no alcanza a aquietar las aguas del CIN como para permitir pasar
del cortoplacismo a la búsqueda de un rumbo estratégico para el país y su
educación.
Aunque el Banco Mundial propusiera invertir proporcionalmente más en
educación superior, eso de por sí no garantizaría mayor calidad. Es preciso
superar el partidismo y el clientelismo que sustituyen a la Política -con
mayúscula- en los organismos universitarios. Es preciso superar el
corporativismo encarnado en grupos disciplinarios, carreras y claustros;
revisar la pretensión de evaluar lo cualitativo con indicadores de
eficiencia; optimizar la gestión universitaria; adoptar una estrategia de
cambio que no se base en introyectar valores del mercado en la asignación de
recursos para las universidades; favorecer la cooperación de todos los
elementos del sistema educativo antes que la competencia, y consensuar una
política de estado para la educación superior y la investigación que tome al
desarrollo nacional como objetivo estratégico.
Estas no son tareas pequeñas. Pero si no nos animamos, el tren de la
reestructuración global nos va a dejar aplastados, balbuceando la retórica
vacía de la centralidad de la educación en una sociedad del conocimiento.
* José Luis Coraggio, economista argentino, es Rector de la Universidad
Nacional de General Sarmiento. Coautor con Rosa María Torres de La
educación según el Banco Mundial, Miño y Dávila Editores, Buenos Aires,
1997.
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