Goebbels le enmienda la plana a los “honorables’ del Congreso

23/02/2015
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Sí, ya lo sé. Los sueños, sueños son. Lo afirmó Pedro Calderón de la Barca hace una punta de siglos… pero este sueño que me ahogó antenoche me pareció demasiado coincidente con la realidad que vivimos en Chile.

 
No me preguntes cómo… carezco de explicaciones racionales. Solo puedo decirte que el sueño pareció más real que los tufos emanados del tal Morfeo. Mira, fue tan prístino que ni siquiera requerí saltar de la cama a las cuatro de la madrugada para anotar algo. Seguí durmiendo como si nada, y tres horas más tarde – ya bajo la ducha – recordé cabalmente palabras, gestos y caras.
 
Joseph Goebbels, renguito pero enterito, ataviado con el clásico uniforme cuya chaqueta color caqui portaba en el brazo izquierdo la escarapela de la svástica negra sobre un fondo blanco, por razones y circunstancias que mi sueño no especificó, estaba de visita en la cafetería del Congreso Nacional de Chile (sí, la misma de los titantos millones de pesos, ¿te acuerdas?). Nadie, al parecer, lo había invitado. Simplemente apareció… y se desató la locura entre los ‘honorables’.
 
En mi sueño (ya transformado en pesadilla a esas alturas), los ‘honorables’ juntaron varias mesas y el enjuto nazi, peinado a la gomina, ocupó el puesto de cabecera. Comenzó el interrogatorio que, a los pocos minutos, se transformó en súplicas de ‘capacitación’ por parte de varios eméritos representantes de la gallá… tanto de la gallá con billullo como de la otra, la mayoritaria.
 
Rescato, en estas líneas, solo las participaciones que me resultaron relevantes, o significativas, en ese extraño sueño de anoche.
 
▪ ¿Cómo se atreve a venir a este lugar que es el corazón de la democracia chilena, a sabiendas que la Historia lo muestra como uno de los peores genocidas que ha conocido el planeta? –preguntó, airado y con voz engolada, un diputado socialista que pontifica en contra del gobierno de Maduro en Venezuela y a favor de los contubernios sediciosos de la derecha llanera aliada a Washington y al gran capital.
 
▪ La Historia la escriben los vencedores, amigo mío. Sepa usted que yo jamás maté a nadie. No fui soldado, fui político.
 
▪ ¿Y no asesinó a sus hijos, en el bunker de la cancillería? –terció un parlamentario del partido radical.
 
▪ Mi mujer los asesinó, no yo. Ella estaba enloquecida de amor y pasión por el führer… tanto como ustedes lo están con el neoliberalismo. ¿Se han preguntado alguna vez lo que vuestro apoyo a ese sistema económico y político ha significado realmente para millones de seres en este planeta?
 
▪ ¿Por qué asesinaron tanta gente para imponer sus ideas y sistema en Alemania? inquirió un UDI que bebía agua mineral sin gas al final del montón de mesas.
 
▪ Ah, por las mismas razones que usted y sus adláteres argumentaron en este país entre 1973 y 1990. Ya lo dije recién: para imponer ideas y sistema, pues carecíamos del apoyo mayoritario del pueblo alemán. Algo muy similar, me parece, hicieron ustedes, ¿no le suena conocido?
 
▪ Pero, los nazis asesinaban por asuntos raciales, clasistas y económicos, protestó un despistado RN
.
▪ ¿Y ustedes, no? Uno de vuestros principales líderes políticos (supuestamente ‘demócrata’), de apellido Allamand, al mediodía de ese martes 11 de septiembre de 1973 se instaló en el balcón del departamento de su amigo y socio, un tal Ossa, rifle en mano, y se dedicó a dispararles a mansalva a los obreros y trabajadores de la empresa “Chile Films”, para evitar que dejaran el local de la empresa y de ese modo facilitarles la tarea a los militares golpistas que ya se acercaban al lugar. ¿O lo olvidó?
 
▪ ¡Estábamos en guerra! protestó un diputado UD, bastante amoscado con las respuestas del nazi.
 
▪ ¿A eso le llama ‘guerra’? ¿A luchar contra población civil desarmada, usando tanques, aviones, metralla y poder de fuego propio de un conflicto bélico mayor? Nosotros sí que estábamos en guerra… con Inglaterra, con Francia, Polonia, Unión Soviética, Estados Unidos, Canadá, Australia, Brasil, Nueva Zelanda, e incluso con ustedes, Chile.
 
▪ Pero, Auschwitz, Treblinka…
 
▪ Ah, bueno, fue un exceso que muy caro le ha costado a nuestra causa, sin embargo qué bien nos imitaron acá en Chile con Tejas Verdes, Villa Grimaldi, Tres Álamos, calle Londres, calle José Domingo Cañas y las otras instalaciones de torturas y muerte en provincias. Allá en el averno les hemos aplaudido considerándoles nuestros mejores alumnos, no crean que no, ustedes son tan buenos como los mismos israelitas que han aplicado –contra palestinos y árabes en general- las técnicas implementadas en los territorios ocupados por nuestras SS y SA, y los gobiernos de Tel Aviv se han mostrado como alumnos de primerísimo nivel. Pero, ustedes han sido aun mejores, ya que lo hicieron contra vuestra propia gente. ¡Maravilloso! Una frialdad en beneficio de la ideología del gran capital que, realmente, asombra y merece aplausos. Por eso y para eso he venido…
 
▪ Perdóneme, caballero –terció, indignado, un senador UDI– pero si de algo estamos alejados es, aunque no lo crea, de la ideología y técnicas del nazismo.
 
▪ ¿Cómo que ‘alejados’? No me contradiga… ¿se olvidó del apoyo y defensa realizada por su partido, desde siempre, a las acciones de la Colonia ‘Dignidad’ o ‘Villa Baviera’? No creo que desconozca usted cuánto admiró y cobijó su partido –durante décadas- a nuestro amado gautleiter Paul Schaeffer. Si bien recuerdo, usted también asistió a Villa Baviera –en los años de la dictadura militar- a “cursos de capacitación” con Schaeffer y con el doctor Helmutt Hopp.
▪ Nunca acepté ni me atrajo la ideología nazi –intervino oportunamente un diputado de la Democracia Cristiana ante el comprometedor silencio del senador UDI luego de la respuesta del nazi– sin embargo hay una frase suya que siempre me ha parecido digna de análisis.
 
▪ ¿Cuál sería esa mentada frase?
 
▪ “Miente, miente, miente… que algo queda”
 
▪ Ah, pero esa frase no es mía; yo la copié, me apropié de ella… pertenecía al director del diario “Leiptzig Beobachter”, que dicho sea de paso no era nacionalsocialista, sino simplemente ‘socialdemócrata’ de viejo cuño, y católico, por añadidura. En este país hicieron carne esa frase, ¿verdad? He disfrutado los titulares, editoriales y crónicas amañadas que diarios como El Mercurio, La Tercera, La Segunda y otros, han efectuado a destajo desde 1973 hasta, incluso, hoy mismo. Mi führer me pidió que les felicitara por tamaño aprendizaje y réplica.
 
▪ ¡Señor, perdóneme, pero nosotros somos democráticos, respetuosos de las leyes y la Constitución! Así fue como llegamos a sentarnos en el sillón de O’Higgins, en el palacio de gobierno! gritó, casi fuera de sí, un senador socialista de mechas largas a lo Jesucristo.
▪ Nosotros también –respondió Goebbels- Recuerde que en 1933 ganamos democrática y muy legalmente las elecciones, y Hindenburg nombró Canciller a nuestro führer. Todo ello de acuerdo a la ley y a la Constitución de Weimar.
 
▪ Una Constitución horrorosa, que le permitió al NSDAP hacerse del poder, pero de forma mentirosa, rastrera y totalitaria…
 
▪ Muy similar a la que ustedes protocolizaron acá en Chile en 1980… y que su propio partido, el socialista, ha defendido y arropado con un cariño que emociona… ¿o me equivoco? No puedo dejar sin mencionar que en 1989, con Ricardo Lagos a la cabeza, la Concertación se bajó los pantalones ante la ultraderecha pinochetista dándole el visto bueno final y total a la Constitución de las bayonetas.
 
▪ Ya, ya… está bien…pero baje la voz por favor –gimió un diputado socialdemócrata de corbata azul con pintas blancas.
 
▪ Ustedes, mis amigos, han agregado características notables a nuestras acciones. Eso de meter en la cabeza del pueblo que ustedes son la izquierda, pese a que administran magistralmente los intereses de la ultraderecha económica y del empresariado transnacional, es una cuestión que merece premios, cruz de hierro y aplausos de nuestro partido…
 
▪ ¡Saquen a este huevón de aquí! explotó finalmente el senador socialista de mechas largas. No necesitamos ‘censuradores’ que vengan a cuestionar nuestros acuerdos…
 
Ahí desperté. Sudando como caballo de tiro. Fui hasta la cocina para servirme un vaso de agua. Respiré tranquilo. Había sido solo un sueño, una pesadilla. Claro, algo como aquello, vale decir, algo como lo expresado por el fantasma de Goebbels en el Congreso, jamás podría tener un correlato con la realidad nuestra. Jamás…
 
¿O, tal vez sí? No bien me encuentre en Coltauco con el inefable senador Juan Pablo Letelier se lo preguntaré… si es que acepta escucharme, ya que habitualmente me elude. ¿Por qué actuará así conmigo? ¿Habrá soñado también con Goebbels en ocasiones anteriores a mi pesadilla?
 
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